10 de julio de 2014

Guerra.


Poco a poco comenzaba a invadirme la paz... cada vez me sentía más unido a la tierra de mi mundo. Todo se apagaba. Mi espíritu sanaba y podría emerger de su mal... Unos extraños pulsos hicieron vibrar las baldosas donde meditaba.

Eissen abría la puerta en el momento en el que leía la última frase de mis confesiones. Cerré el libro rápidamente, apilándolo con los otros dos.

-Hola, Mil Mentes... -pausó -. ¿Qué haces?
-Nada, Eissen -abrí la caja fuerte detrás de mi asiento y metí dentro los libros -. Guardando esto.

-¿Estrategias de combate? -extendió su brazo acercándose al pergamino que reposaba aún sobre la mesa.
-¡No! -lo cogí rápidamente, metiéndolo con los otros -. No, es privado. No los leas, ¿de acuerdo?
-Claro, claro.
-Prométemelo.
-Prometido, Mil Mentes -elevó la palma abierta de su mano derecha, sonriendo.
-Bien -le miré a los ojos mientras me sentaba en la silla, juntando las manos -. ¿Qué querías?
-Es sobre los chicos. Están preparados y en forma, salvo Obrero, que está en la enfermería. Razón acaba de recuperarse ahora. Pido permiso para cavar zanjas frente a los edificios y en sus alrededores. Trampas, explosivos... Todo, ya sabes.
-Sí, Eissen. Infórmales, con esta distribución a ser posible.

Sacamos un plano del lugar, y empezamos a diseñar estrategias de defensa para el inminente ataque de Sever. Algunas fueron inspiradas en la desesperación que vivimos con Grand Suffer. Dibujábamos y planeábamos con tanta concentración, que me era casi imposible pensar en las actividades que como monitor debía preparar para el campamento que ya venía. Pero podría con todo, estaba seguro. Había descubierto los secretos del inconsciente, y había visto el lado más frío y maquiavélico de la humanidad. Ahora era mucho más fuerte.

-Mil Mentes, se me ha ocurrido una idea.
-¿Sí?
-Bellum comentó recientemente que la Sala de los Recuerdos es la posición estratégicamente más débil, debido a que a diferencia de el Edificio Oeste, se la puede atacar directamente por el flanco, solo habría que subir una simple cuesta. Mi idea consistiría en apostar más hombres aquí, pero si hay riesgo de perder el edificio, que todos retrocedan hasta El Palacio. Tenemos tecnología para llenar el lugar de explosivos que solo detonen a control remoto, y reventaríamos ese lugar con muchos clones dentro.

No fue sino su decisión y sangre fría las que me llevaron a aceptar la propuesta. Estaba claro. Teniendo un enemigo tan ingentemente poderoso, debíamos estar dispuestos a sacrificarlo todo por vencerlo.
Continué preparándome, meditando en mi salita, ajeno aún a los sentimientos de las diferentes mentes del mundo. Intentaba, sin la ayuda de Inconsciente, recabar un poco más de poder por aquella vía. No tenía mente para nadie, y menos para Eissen, que salía del edificio, daba el comunicado y ordenó que se llevara a cabo dividiendo a las mentes en grupos. Razón y Luchadora no trabajaron en el mismo, pero les fueron asignados los trabajos más sencillos. Con los deberes hechos, se dirigió al Edificio Norte, con paso lento, mirando las baldosas que marcaban el camino. Siguió caminando, hasta llegar al faro, y junto a él apoyado en una barrera contemplaba el mar mirando al horizonte, sin fijarse que podía verse tierra al otro lado de aquel gran lago de agua salada.

Ajeno a sus preocupaciones seguía trabajando, mientras el joven rubio de ojos azules ondeaba su chaqueta marrón ante los vientos marinos. El oleaje azur se tornó negro en totalidad, una mancha blanca extendía el brazo clavando sus ojos brillantes en él, en aquel lugar donde solían conspirar.

-Ve, Eissen. No olvides tu misión. No me defraudes.

Eissen se arrodillaba, serio, tranquilo y temeroso.

-Jamás te defraudaré, Maestro. Me lo has dado todo. Es hora de devolvértelo.

Jamás le defraudaría... unas palabras que dijo demasiado pronto y sin ninguna autoridad, porque su misión era incierta. ¿Qué le garantizaba a la abeja seguir con vida después de meterse en el avispero? Hasta ahora no había sido descubierto, pero no ejecutó bien la misión, no tuvo resolución, y pareció que se había olvidado de ello y que El Blanco vino expresamente para recordárselo, que el tiempo se había agotado, era demasiado tarde y había fracasado. No podía mostrar una nueva apariencia radicalmente, comenzar a crear el caos, demasiado poco sutil, le asesinarían al momento y las mentes se unirían más. No... Pero si no era yo, serían los clones los que lo matarían, porque ellos creían que era una mente. ¿Había fallado a su maestro, o le envió él sabiendo que fracasaría? No sabía qué pensar... Llegó a ser la mente más poderosa del mundo, tenía mi confianza y estaban bajo sus órdenes, lo tenía todo a pedir de boca para borrar a Razón del mapa, ésa mente casi completó toda su misión... pero no lo hizo. ¿Fue acaso por cobardía? Seguro que era un cobarde, temeroso de enfrentarse a mentes como Erudito y Servatrix sin un arma, un cobarde. Pudo haber fomentado la desconfianza entre mentes. Pudo haber corrompido todo el sistema, esa no era excusa, no hacía falta enfrentarse a nadie, ¡simplemente fracasó! Al principio fue resolutivo y capaz porque su supervivencia dependía de ello y también la mía, porque su maestro me quería vivo. Y después, ¿por qué no hizo nada si tuvo todo en su mano? ¿No estuvo nunca preparado?
Se estremeció de pronto el joven, abriendo por completo sus ojos y tensando sus músculos, mirando para atrás rápidamente. No había nadie. Se revolvió, giró su cuerpo hacia los edificios. Estar solo no garantizaba su seguridad. Ellas le observaban, le habían juzgado. Fueron ellas las que llamaron al maestro, seguro, le advirtieron de que no cumplió. ¡Malditas mentes traidoras! Traidoras a uno, traidoras a todos, y sin embargo no tenía otra opción que contener la respiración y rezar para no ser delatado. Su maestro lo sabía, que por mi corrupción natural yo creé unas mentes afines tanto a mis poderes como a los de Aura Carmesí, conectadas al mundo como cualquier otra, y ellas sabían que Eissen era quien era porque detectaban su oscura conexión, sin embargo él no tenía manera alguna porque era un intruso en aquel mundo... ¡No le gustaba no controlarlo todo!
Apretó los dientes, mirando al suelo mientras el joven se agarraba los cabellos a la altura de las sienes. ¿Qué le estaba pasando? Siempre entendió los actos y a las mentes como medios destinados a un fin. Siempre actuó, aduló y enfrentó en pos de una meta, ignorando los problemas y los sacrificios. ¿Era su fracaso el que le turbaba de esa manera?
Nunca se consideró una mente con sentimientos. Nunca se consideró una mente, de hecho fue creado sin un corazón en el pecho. Pero, ¿y si no completó su misión por compasión? Vaya tontería. ¿Y si no quería cumplir con las órdenes de su maestro? ¿Por qué no iba a querer?, se preguntaba, mirándose la palma de las manos, ¿era por el reciente miedo a su fracaso o porque se encontraba bien en aquel lugar? Las mentes le hacían caso, pero hablaban de él a sus espaldas, lo sabía, de su personalidad, de su rareza. Criticaban aquella vez que casi destruye el Edificio Norte con mentes a bordo, y se arrepentía mucho de ello, ¿pero por qué se arrepentía, por lo que casi comete o por las mismas críticas? ¿Acaso no era él eso, un manipulador? ¿Apoyaba a Luchadora porque se sentía cercano a ella o porque aprovechó la oportunidad de tener un aliado?
¡Por dios, ¿qué le estaba pasando?! ¡Estaba temblando! Miró de nuevo a los edificios, a las sombras tintineantes de los que trabajaban en las trincheras, buscando aquellos ojos que le miraban, entre las ventanas, ¡dios! Casi se desmaya al ver la mirada de Lágrima Valerie dirigida hacia él, que luego se perdía tras una una sonrisa triste. Miró el mundo entero que ahora era un lugar hostil. Dos frentes, dos enemigos. No dudaría en matar para sobrevivir, ¿pero se sentiría peor después? ¿Por qué no mataba para comprobarlo, porque se sentiría peor o porque traicionaría la misión? ¿Creía en la misión? ¡¿Había aún una misión?!
Estaba solo. Solo había sido una función, y él era un títere. Miró de nuevo las sombras, trabajaban unidas, no tenían que esforzarse para comunicarse mentalmente con ellas. No era más que una familia con ovejas negras, pero era una familia.
No quería estar solo, no quería sentir que le estaban controlando, necesitaba seguridad. ¿Quería cariño o solo adaptarse y sobrevivir? Desde luego, eso es lo que era, un manipulador, y un superviviente... Si su maestro se enterase siquiera de las dudas que él tenía en esos momentos, lo mataría al instante. Aura Carmesí ya no era seguro... pero maldita sea, era el ser más poderoso del mundo. Si de verdad quería sentir la seguridad del grupo, ¡había que matarlo! ¡A él, a todo lo fiel a él y todas sus creaciones! Debía matar para sobrevivir, y de paso limpiar de porquería mi mundo. Se arrodilló en el suelo, exhausto, golpeando con la chaqueta las baldosas del camino, mirando las palmas sudadas de sus manos, que cerraba fuertemente y las apretaba contra sí. La única manera de derrotar a Sever era apoyando con todo a las mentes y eliminando a los traidores. De esa única manera, mi meta y la suya, por fin, coincidirían.

No tuvo que buscar mucho el joven. Aquella misma noche, un extraño sueño le invadió. Abrió los ojos, estimulado por las leves bofetadas de una mano negra y grande. ¿Seguía soñando? Tardó varios minutos en reaccionar.

-Eh, chaval. ¿Cómo estás?

El joven rubio se encontraba atado de tobillos y muñecas a una silla de madera, con un pañuelo enrollado en su mandíbula y labios para impedirle hablar. Había tres mentes, todas de negro, con el rostro cubierto y distorsionadores en su voz. Una grande frente a él, un cuerpo femenino a su lado y otra mente algo alta, apoyada en la pared, a unos metros. La sala estaba prácticamente a oscuras salvo por un par de filtros de luz. Se revolvió, repetidas veces, sin éxito.

-Te voy a quitar el pañelo si me prometes que no gritarás -mostró una navaja -. Si lo haces te rebanaré el gaznate y luego huiremos. Guíñame el ojo derecho si aceptas las condiciones.

Notó sus ojos, clavados en sus pupilas detrás de aquella máscara negra, con un rostro grotesco similar al de un dragón chino. Valoró la situación, pasando los segundos. Finalmente, guiñó el derecho, y el pañuelo fue retirado.

-¿Sois las mentes traidoras?
-¿Establecerás un plan de huida si te contestamos?
-¿Qué queréis de mí?

Las otras dos figuras seguían completamente inmóviles, sin mediar palabra alguna.

-Bueno, queremos saber dónde están los resultados que tanto garantizaste. Ya lo tienes todo listo. ¿Por qué no actúas? El Maestro se impacienta.

Sus pupilas se contrajeron al máximo, y desvió la mirada tratando de ocultar todo lo posible su preocupación.

-He tenido dificultades. Me están observando, muy de cerca -en secreto, trataba de forcejear las cuerdas, intentando encontrar un punto débil -, no he podido maniobrar.
-Ah, ¿sí? ¿Quién? ¿Quién es? Sufrirá un pequeño accidente.
-Puedo apañármelas solo, ya lo tengo prácticamente todo dispuesto.

Apoyó su mano negra en la parte superior del respaldo, junto a su cabeza.

-No me digas... ¿no será que Eissen se nos está ablandando e intenta ganar tiempo? Ese resultado no te convendría nada, amigo.

Su corazón comenzó a palpitar aún más deprisa al notar floja la cuerda de su tobillo derecho.

-No es cierto. Puedo encargarme. Mi lealtad no ha cambiado.
-Dime un nombre, y morirá ahora mismo. Él -señaló a su compañero del fondo -, saldrá y lo matará de inmediato de una forma que nadie sospeche.
-¿Por qué no matáis así a todas las mentes?
-¿Qué? -rió, ligeramente -. ¿Crees que no notarán las mentes la muerte de su compañero? Claro, no lo sabes... pero responde ahora, o tu sangre embadurnará el suelo.
-Yo... -debía pensar rápido -. Yo... -rápido.
-¡Vamos! -un golpe directo a su rostro, su pómulo ardía -¿no dices nada?
-Sí. Sí -cogió aire, tres veces -. Si vas a matarme, gritaré antes para que al menos os cojan.
-Ya veo -dejó de apoyarse para sacar rápidamente la navaja -. Idiota.

El quejido de la madera predijo la fuerte patada, ágil directa al rostro del traidor, que bajó con rapidez hacia su otra pierna, golpeándola, partiendo la pata de madera y liberando su otra pierna, cayendo al suelo, rodando deteniendo con lo que quedaba de silla el cuchillo lanzado por la chica, levantándose rápido con rodillas y cabeza, esquivando la cuchillada del grande y lanzándose contra la ventana del edificio, cayendo a plomo al vacío hasta golpear el suelo. Era un primer piso, su cuerpo le dolía, estaba conmocionado pero la silla rota, y pudo escapar a tiempo.
Ese fue su primer contacto con los traidores. Podría haberme alertado al despertar, podría haber activado alertas y controles, pero no lo hizo. Porque no podía fiarse de nadie. Por ello a la mañana siguiente comenzó su caza en solitario. Se acabaron aquella mañana las trincheras, las trampas, explosivos y fortificaciones, y preparamos las armas, los planes de ataque y de defensa. Estaba emocionado, mi primer campamento como monitor estaba a dos días de empezar, y Roxanne y Oscuridad me enviaron sus ánimos y apoyos cara a la batalla.
Eissen lo vio, de manera fugaz. Invejo, tratando de ocultar su rostro al cruzarse con él, pudo observar heridas. ¡Invejo! Era grande, podría haber sido él. Un traidor... ¡debía decírmelo! O no... Invejo comenzó a caminar deprisa, seguro que sabía que se había dado cuenta... pero no podía emboscarle ahora. Necesitaba un plan.

-¡No podemos ir a la batalla! -una conversación atrajo su atención.
-Va a ser duro, pero debemos poder, necesitamos poder con todo -Luchadora y Razón conversaban.
-¡Por favor, amiga mía! No vamos a poder con todos, necesitamos hacer una tregua con él. Al menos hasta que pase el campamento...
-No, Razón. Sé que Sever envió a aquel monstruo que mató a Humilde y a todos los demás, estoy segura. No voy a hacer las paces con un asesino como él. Por mí, si me derriba, volveré a levantarme. Las veces que haga falta...

Claro... ¿acaso no tenía sentido? Aquella figura, la del fondo, el traidor. Un traidor nunca querría ir a la guerra, no querría intentar dañar a su tirano. ¿Cómo no se le ocurrió antes? Si Sever envió a Grand Suffer, ¡fue Razón el que lo permitió! Debía ser él. ¿Cómo si no estar en contra de la guerra contra el enemigo? Necesitaba más pruebas, pero poco a poco comenzaba a destapar lo que estaba ocurriendo, y los mataría a todos...

-¡Mil Mentes! ¡Mil Mentes! -una mente corrió hacia mí, que acababa de ultimar los detalles de la defensa con Optimismo, Erudito, Servatrix y Repar -. ¡Es el enemigo! ¡Ya está aquí!
-¿Qué? -contrayendo los músculos, mi pulso se aceleró de pronto -. ¡Todo el mundo, maniobra inicial, el grupo de apoyo terminad de atrincherar las puertas, Erudito con Conoscenza, habilitad la ruta de defensa!

El suelo era duro y rígido, y aun así se levantó polvo. Todos comenzaron a movilizarse, a las posiciones ya ensayadas, coordinadas todas las mentes por Stille, que podía ver el enemigo a lo lejos desde la azotea de El Palacio. Eissen iba camino de mi despacho, donde utilizaría la herramienta que allí había para coordinarnos a todos, pero faltaba un detalle que no se había discutido.

-¡Un momento! ¿Quién se hará cargo del mando que detone la Sala de los Recuerdos?

Una lanza se hundió en el suelo de cemento, rígida, empuñada por manos firmes envueltas en una armadura dorada y más resplandeciente de lo que estábamos acostumbrados.

-Yo lo haré, Mil Mentes. Esta batalla ha sido una precipitación, y las mentes están muy exaltadas. Necesitas mi tranquilidad.
-Razón... ¿seguro?
-Escucha. He vivido demasiados días a la sombra. He cometido errores, pero también he visto cómo este mundo ha entrado en crisis por no escucharme. Aunque sea tarde, ya está bien.

Luchadora le dirigía una mirada de preocupación y respeto al mismo tiempo, con ojos tristes. Ella esperaba, en el frente. A lo lejos, podía verse una gran formación de mentes blancas, inmóviles, que observaban al enemigo. Lo retaban. Yo me oculté en la seguridad del edificio principal. Así, algunas mentes podrían ser sacrificadas antes de que fuera necesario actuar...
Estaba en la verdad y en lo cierto. Iba a triunfar y lograr lo que por fin siempre quise. Acabar con mi corrup...

-¡Ahí vienen!

Como un interruptor que se apaga y enciende, decenas de Clones Blancos comenzaron a volar a ras del suelo, con sus armas en las manos, a una velocidad ingente. Las mentes corrieron a preparar sus posiciones. Solo silencio entre las trincheras, solo el rugir lejano de la tierra aplastada por la presión energética de los clones que se acercaban.

-¡Esta guerra no tiene sentido, Mil Mentes! -era la voz de Íntegro.
-¡Recordad todos, podemos hacer lo mismo que ellos! -Optimismo trató de ahogar el grito del otro.

Solo eran un tercio más que nosotros, algo menos si descontábamos a los traidores.

-¡Lo que tenemos en frente no es el enemigo, sino parte de ti! -Íntegro de nuevo.

Los rumores de la tierra iban creciendo, tensando nuestros músculos, acelerando nuestros corazones.

-¡Deberías aceptarte tal y como eres, pues esa ira es tuya y parte de...!

Un sonido seco, un gemido de dolor, Social degolló con la cuchilla de sus varas de bambú al traidor en cuanto lo supo. El veneno de la gente de alma pútrida que justifica su debilidad acogiendo su ira me había afectado, pero nunca más.

-¡Ahí vienen!

Casi de sorpresa aparecieron los enemigos, asaltando el frente de las trincheras al mismo tiempo que devoraban las ráfagas de disparos. El frente del Palacio se volvió un polvorín con el sol en lo alto, pero poco a poco, con cada golpe, cada herida, cada clon que volvía a la vida, fue perdiendo brillo, poco a poco, sin darnos cuenta.
Las mentes en las trincheras de los otros edificios no sabían qué hacer. Cuando la primera abandonó su puesto en el Edificio Oeste, la primera flecha atravesó su cuello y un grupo de clones apostados en silencio en los acantilados les asaltaron. Apareció del agua un gran grupo, dirigiéndose a la Sala de los Recuerdos por la playa, emergiendo como figuras grotescas, resistiendo los proyectiles hasta que alcanzaron el cuerpo a cuerpo. Apareció el Clon Blanco de Fuego, lanzando sin piedad oleadas de magma que forzaban a las mentes a consumir sus escudos de energía. Tras las primeras muertes, tuvimos que retroceder a la siguiente trinchera. Entonces Fuego se enfrentó a su clon, moviendo la lucha a otra parte, siendo la única mente con autorización de volar, y desatando todo su poder, más fuertes que nunca ambos, desataron columnas volcánicas, bolas incandescentes, lluvias de ceniza. Una explosión mató a dos clones y derribó a las mentes varios metros. Susurro lanzaba todas sus bombas y todas sus flechas. Love, víctima del miedo, retrocedió demasiado y voló sin autorización a la azotea de El Palacio, lanzando cartas que apenas molestaban a los clones que regeneraban sus heridas. En poco tiempo, el cielo se apagó, cubriéndose por una nube negra cada vez más grande. El suelo, cada vez más quemado, manchaba el paisaje, ¿pero eso no era bueno? Había que destruirlo todo, y sin darme cuenta Desánimo y Fuego eran cada vez más poderosos... Servatrix no alcanzaba a sanar a todos. Y llegó el campamento, surgieron los primeros días, y yo me notaba fuera y distante, invertía energía en intentar centrarme y encarrilar una buena actitud, pero se me resistía, y mis escudos, interiores y exteriores, empezaron a fallar.
Luchadora entró en el fuerte con el cuerpo herido de Social, abriendo yo la puerta y colándose dos clones más, que se lanzaron a por ella.

-¡No!

Una explosión de energía los desintegró casi por completo, mirando con preocupación a Luchadora, que suavizó su rostro, captando mi dolor... Y otra ráfaga les desintegró por completo.
Allá afuera, las mentes estaban siendo heridas y debían retroceder a los edificios...

-¿Cómo, Mil Mentes? Tú... tu plan, tu... ¿Qué haremos?

La miré, triste, viendo el alarido de muerte de otra mente mientras los clones avanzaban inexorablemente, tan rápido como asaltaron. No quería que muriera nadie, en el fondo... Eissen coordinaba, desde su lugar, sin poder leer mis propósitos, pero sí mis sentimientos. Me dio luz verde a lo que pensaba hacer. Las trincheras de la Sala de los Recuerdos, además, estaban a punto de caer. Miré a Luchadora. Ella me miró a mí. Entre la madera de las ventanas que apenas dejaba pasar la luz, entre las explosiones, me sonrió. Y quedé maravillado ante su fuerza de voluntad.

-¡Todos a sus edificios correspondientes! ¡Guareceos!

Volando por encima de todos, rodeando de energía de furia, comencé a girar aspas a mi alrededor que salieron de mi cuerpo a modo de proyectiles. Cargué energía en mis puños, que reventó el suelo alrededor. Giré con el viento, explotando la energía en cada clon que allí había, haciéndolos retroceder, matando a un par de ellos incluso. Las mentes retrocedieron a sus respectivos edificios, los del Edificio Norte comprobaron que no hubieran enemigos y se unieron al frente, y los de la Sala de los Recuerdos también. Se atrincheraron ahí dentro, mientras distraía a todos los enemigos.
Un rayo rojo cayó del cielo, golpeándome de lleno y estrellándome contra el suelo.
Todos los clones, como muertos vivientes continuaron hacia el edificio ignorándome, mientras una sombra gigante comenzaba a agrandarse entre las nubes de ceniza. Un tiburón abrió su enorme boca justo antes de que Sever apareciera de pronto en el mismo lugar, sonriendo con ojos de loco. Sin mediar palabra, con el espadón del grabado borroso que me arrebató en sus manos, atacó bajando desde el cielo. Rodé esquivando su ataque, que llenó el área de escombros y polvo. No tuve tiempo apenas para levantarme y sentí su presencia desde atrás, deteniendo su golpe con las varas de bambú que Social no usaría en el resto de batalla.

-Te lo advertí -su mirada de locura penetró en mi alma, con el espadón que temblequeante hacía fuerza, con un dragón rojo brillante grabado en él -. Va a ser tu fin. ¡Has cometido un error de prepotencia!
-¡Tú eres la prepotencia!

Reuniendo toda la energía de mis nuevos y mejorados poderes le aparté para atacarle yo. Detuvo mi primer golpe con facilidad, pero otra vara fue directa a su cuello y se quedó inmóvil, permitiendo que la incrustase en él. Lentamente, con sus ojos bien abiertos mirándome, agarró la punta del arma, me la arrebató y la lanzó al océano. Sin pestañear, guardó su espadón ante mi posición inmóvil, y me dirigió una patada que volando me estrelló contra El Palacio, atravesando una ventana.

-¡Mil Mentes! -Servatrix me atendía mientras Repar cubría el boquete que había dejado y por el cual los clones hacían presión, y más mentes le apoyaron.

De pronto, todos recibimos una señal por Eissen. La Sala de los Recuerdos había sido tomada por los Clones Blancos, y entonces era el momento indicado para detonarla. Todos miramos a Razón, que sacó su mando dispuesto a apretar el botón.

-¡Esperad! -se desgañitó Servatrix, moviendo los brazos -. ¡No podemos detonarla ahora! ¡Love estaba en la azotea y fue derribada por un proyectil de Fuego, y aterrizó al lado del edificio!
-¿Estás segura, Servatrix? -Razón abrió mucho los ojos.
-¡Yo lo vi!
-¿Está viva? ¿Por qué no da señal? -Social gritó lo más alto que pudo.
-¡Debe de estar inconsciente, pero creo que está viva!
-¿Crees? -Razón.

Eissen nos envió otra señal. Debíamos detonarlo ya mismo. Solo era una mente, ahí dentro habían veinte clones.

-¡Solo era una mente rebelde, está ahí porque desobedeció! -gritó uno.
-¿No puede nadie ir a por ella?
-¡Imposible, Razón, nos atacan por todas las ventanas! -Repar.
-Razón... -Servatrix alzó la mano, tocándole en el aire -. Por favor.

Eissen nos mandaba señales intermitentes. ¡Debíamos hacerlo, un sacrificio por un bien mayor!

-¡Mil Mentes, ¿qué hacemos?!
-¡No lo sé! -grité al caballero -. No lo sé. Haz lo que creas, pero ya.

Razón sostenía el mando con el pulgar sobre el botón, inmóvil. Todos le miraban. Pulsarlo para matar veinte clones. No pulsarlo para salvar una vida que no sabíamos si saldría de aquella batalla. Servatrix respiraba muy profundo. La mano del caballero comenzó a temblar. Miró a Luchadora, que con mirada triste negó con la cabeza. Apretó Razón los dientes, entre los intermitentes avisos de Eissen. Y con un grito de furia, lo lanzó con fuerza al suelo quebrándolo. Los presentes le miramos consternados. A él, al aparato, a él. Confiando en que hubiera escogido la decisión adecuada. Eissen cayó, más consternado que el resto, boquiabierto, seguro de haber localizado al comandante de todos los traidores. Qué ironía. Sever le envió a aquel lugar con la principal intención de separarme de Razón. Y Razón resultó ser su mayor comandante. ¿Qué pretendía aquel monstruo enseñándole aquella jugada? ¿Qué quería Sever de él? No podía confiar en nadie, y pensó, para sí mismo, que quizá aun en una familia, Eissen estuviese siempre solo.
Una explosión abrió un gran boquete en el piso superior, y corriendo fui a ver lo que ocurría. Los Clones Blancos habían entrado, expulsando de la sala a las mentes, pero no iban a pasar. ¡No más! Con un bramido un torrente de energía les sacó de allí, y como un amasijo de furia salí por el agujero para perseguirles, cuando Sever apareció, serio frente a mí, bloqueando mi energía con la suya, lanzándome un puñetazo a la cara, un rodillazo al pecho, cortándome con su espadón de izquierda a derecha y dirigiendo otra patada que me envió de nuevo a El Palacio, donde los clones habían empezado a entrar.
No recuerdo muy bien qué ocurrió los segundos siguientes. Dos figuras me agarraron, y escoltados por varias mentes me lograron sacar por un agujero en la parte trasera del edificio principal. La madera saltando, las piedras derruyéndose, las mentes atrapadas luchando desesperadamente en cada edificio. Sentí un tramo de pasillo vencer y caer en la sala de los cañones de Erudito...
Y volví a la conciencia.

-¡Soltadme! ¡Soltadme he dicho!

Luchadora, agarrándome el brazo derecho y Razón el izquierdo, me arrastraban contra mi voluntad por el camino de losas que conducía al faro, pasado ya el Edificio Norte, entre las explosiones y ruidos allá a lo lejos. ¿Qué había hecho? ¿Dónde quedaban aquellos tiempos de paz? Soñé que vencía a Sever sin estar preparado. Soñé que mi adolescencia fue maravillosa, y que mi destino no era luchar. Triste, veía el resultado de mi obra, la destrucción de lo que construí, la muerte de quienes llevé a la vida, la inmisericordia de un enemigo que prevalece donde todo lo demás se acaba. Ojalá no le hubiera subestimado...
Miraba al cielo, hacia el color azul ahora rojo y negro por las explosiones y la ceniza... No sabía a dónde me llevaban. ¿Al faro? ¿Para qué?
Abrieron las puertas, cruzaron la sala y allí me dejaron, de pie contra la pared.

-¿Se puede saber qué estáis haciendo?
-Estás demasiado cansado como para enfrentarte a él.
-¡Llevo haciéndolo días! -el campamento, de hecho, ya había acabado.
-¡Mírate! -bramó Razón entre las paredes -. ¡Estás destrozado! ¡No tienes derecho a salir ahí fuera, dejar que te maten y ponernos en peligro a todos!
-Hazle caso, por favor... -Luchadora intentó ser dulce.

¿Por qué me decían eso? ¿Qué había hecho? Confiaba en ellos, pero no estaba a gusto...

-Está bien. Descansaré. Pero solo unos días.

Se fueron sonriendo, ellos se encargarían de defender El Palacio mientras descansaba. Tenían razón, debía hacerlo. Los ruidos hacían difícil la concentración, al principio. La completa oscuridad hacía parecer que todo era un sueño, que nunca existió una guerra. Lo cierto era que estaba allí, más allá de los muros, pero debía pensar en otra cosa... Debía pensar en recuperarme.

Una explosión derribó a Eissen y lo desconcentró de su tarea, devolviéndolo al mundo forzosamente. Se incorporó, aturdido, mirando el boquete que ahora había justo a la espalda del despacho, detrás de mi escritorio. La caja fuerte se había roto y abierto, y vio caer el pergamino que guardé ahí... ¿Qué guardaba con tanto ahínco? ¿Debía leerlo por si lo ayudaría a sobrevivir?
Le dio la vuelta, curioso, asustado por otra explosión. Y leyó.

-Tu lado oscuro es mucho más que un ente... Se encuentra... en cada rincón de tu mundo, en cada... ser... empañando lo que te rodea...

Extrañado y asustado, miró los diarios que reposaban aún en la caja. Y corriendo, ignorando las explosiones y los gritos, los leyó. Con ojos y dedos ágiles, devoró todos los contenidos, abrumado. No era mucho: solo una idea. Matar. Tiró el último mientras se sentaba en la mesa, con las manos en la cabeza. Mil Mentes, Sever... ¿Qué diferencia había? Los dos unos tiranos, los dos monstruos asesinos. Su familia no era yo. Su familia eran mis mentes, las mentes inocentes que como él no sabían nada de eso y daban su vida por mí, para utilizarlas como carne de cañón. Las mentes, debía protegerlas, debía unificarlas contra las órdenes de todo dictador, ¡debía liquidar a los traiores! Pero primero debían escapar, y luego ya ejecutaría...

-¡Retirada! ¡Retirada! -gritó por las salas, volando, esquivando todos los ataques de los clones que le veían -. ¡Todo el mundo fuera! ¡Nos reuniremos en el Edificio Norte!

Se trasladó al Edificio Oeste, donde atrajo a todas las mentes, aprovechando su influencia. En el Edificio Norte los reunió a todos, viendo cómo los Clones Blancos tomaban los edificios, cómo apilaban los cadáveres, cómo lograban detonar la Sala de los Recuerdos, destruyendo en vano mis modelos antiguos, por culpa del traidor que en esos momentos estaba en el faro, salvando al asesino... ¿Por qué? ¿Por qué quise hacer lo que hice? Debían prevalecer los inocentes, los débiles, la carnada. No había bando que escoger. Ya habría tiempo para explicaciones. Con un grueso destello azul, desaparecieron, permitiendo a los villanos derruir a placer los edificios, dejando solos a Luchadora y Razón contra una horda que corría hacia ellos, sin presencia de otras mentes, obligando al caballero a agarrar y teleportar a una guerrera que pensaba matarlos a todos. Permitiendo que llegasen al faro...
Poco a poco comenzaba a invadirme la paz... cada vez me sentía más unido a la tierra de mi mundo. Todo se apagaba. Mi espíritu sanaba y podría emerger de su mal... Unos extraños pulsos hicieron vibrar las baldosas donde meditaba. Más pulsos, más. No tuve tiempo para recobrar la conciencia, pues el faro entero explotó hacia el mar, rompiéndose en pedazos y esparciéndose por el fondo del acantilado. Justo castigo para quien decide jugar con cuchillos, obvio destino para el que guarda mentiras hacia los que le protegen, el que se autodilapida. No fueron los clones los que me ahogaron en el mar, fui yo mismo. Y fuera de mí era revuelto por remolinos más confusos que mis sentimientos... y más confusos... Pasaron días y no sabía si estaba vivo o muerto, ahogando o respirando. Seguí descendiendo... y descendiendo... hasta tocar el fondo con la nuca, abrir los ojos y dejarme sorprender por una tenue luz que iluminaba el lugar.

Un extraño huevo hueco de escamas de roca me protegía del oscuro frío del fondo del océano.

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