10 de agosto de 2014

Los edificios derruidos.


Dos tristes fieras fueron juntas a un funeral.
El fuego, canción seca, entonando con voz afinada las tristes notas de humedad en sus ojos, el acorde de las hienas que en un derroche de maldad apartó a una fiera de sus brazos para no verla más.
Los pastos fatigados, las colinas abrasadas, los amigos que se acercaron, tendidos en ristra, algunos muertos en vano, otros con ojos abiertos y sorpresa sincera, preguntándose el por qué de la atrocidad. Calíope de pie entre ellos, frente al hoyo negro, sollozando junto al cadáver de Faro, pendiente de la promesa de que su chico no regresaría hasta derrotar a la bestia que privaba su corazón de paz. Prometió ser su pareja, prometió volver con la integridad ilesa para estar con ella, y ella esperaba, sin más esperanza de que la espera acabara como mereciera acabar.

Sus ojos secaron ante la idea nueva de que en tanto que lloraba, algo sí pudiera hacer por encontrar su final.
Dos tristes fieras fueron juntas a un funeral.

El desgarrado eco de las cadenas reverberaba entre las castigadas paredes y el suelo lleno de adoquines. El lugar era desolador, y el enemigo volvía a sonreír porque, hiciera lo que estuviera haciendo, pensara lo que estuviera pensando, me estaba alejando de su muerte.

-Respóndeme tú a eso, Sever. Yo ya no quiero contestar, si tú te sabes todas las respuestas.
-No quiero matarte. De hecho no puedo. ¿Qué soy sin ti, Carlos? Nada, solo ira que se pierde. Si cambiaras completamente, si olvidaras todo tu pasado por completo, yo también me esfumaría. Necesito liberar mi ira, ¡mi ira, necesito liberarla! -pausó de pronto cogiendo aire, intentando calmarse -. Mi meta siempre ha sido convencerte de que la ira liberará el mal que guardas.
-¿Y si lo derroto?
-Ojalá pudieras. La verdad, a las alturas que has llegado, sería una pena que cayeras. Pero mírate, Carlos. ¿Crees acaso que controlas lo que haces? Ni siquiera sabes dónde te metes. Hasta tú hueles el peligro.

Apreté los puños antes de cerrar los ojos bajando la cabeza. En un interior aún más profundo cogía aire fuertemente, pidiendo por favor salir y deshacerlo todo. ¿Dónde me había metido? ¿Dónde estaba mi mente? A veces, cuando no hay ni argumentos ni motivos, solo nos queda el coraje.

Agarraba sus piernas recubiertas de tela rígida con sus brazos, guarnecidos por protectores de cuero. No conservaba el arco, ni las flechas, ni su gancho. La miraba él a través de sus lentes, apoyando su nuca contra la madera del armario, sentado frente a ella. Calculaba que al menos el cincuenta por ciento de sus artefactos de investigación estaría dañado, y posiblemente el tejido cutáneo de Aura Carmesí se hubiese perdido. La situación no era favorable, y mientras la miraba recordó al joven que marchó, que llamó a Sever como El Caído. Lo cierto es que creía por qué lo había dicho, y si era así ese chico sabía mucho, y no era tan joven como aparentaba. De hecho, aquella mirada le resultó familiar, pese a estar completamente seguro de que nunca lo había visto. Expulsó vapor de agua de su boca, sin ideas. Ojalá ese chico se hubiera quedado, mandarle a buscar a Valerie fue una estupidez. Comenzó a temblar la joven, dejando que su pelo liso y negro ocultase su rostro a la luz que se filtraba de la ranura del armario.
Luchadora había muerto, era oficial. Estaba seguro de que ella lo sabía, así que no quiso comentar nada con ella para no empeorarla el ánimo. Era triste, pero cuando uno ya se ha hecho viejo, después de observar durante toda una vida lo que sucede, comprende que todo se reduce a estadística. Probabilidad de vencer, de no morir o de sí hacerlo, y la chica siempre tuvo la primera y la tercera de las posibilidades más altas que el resto. El mueble por completo fue sacudido ligeramente, de pronto. Aquel monstruo azul volvía a pasear cerca del lugar, marcando el tempo de su caminar como los segundos de un reloj, y la muchacha se encogía de miedo, con los pensamientos turbados de nuevo. Respiraba el viejo, cerrando los ojos y concentrándose para no caer víctima del poder del aura de Miedo. Aquel simio les había vencido, y solo quedaba salvar la vida y rezar por que las cosas a lo lejos fueran mejor, pero no lo iban, dato completamente probable. Sabía que aquel mono era una pieza importante en los planes de El Caído, pero se encontraban entre la espada y la pared.
Logró que Susurro se centrara, haciéndola ignorar los puños que rompían el suelo. Gastando la mayoría de sus trampas le tendieron una emboscada, pero salió mal. Aquel monstruo era tan resistente que supo dar la vuelta a su ventaja inicial y sorprender a lo preestablecido, hiriendo a la joven y rompiendo todas sus armas, salvo su espada. Casi no sale viva, pero una bomba en el suelo que colocó ella sin detonar explotó cuando disparó él un láser de energía creado ahí mismo, y aquel monstruo cayó al piso anterior. Ahora, sin prácticamente armas y él agotado, solo quedaba esconderse. ¿Qué fue del Erudito que él conoció? Definitivamente, aquel monstruo estaba afectándole a su potencial, aunque no aún a su cordura.
Las vibraciones cesaban, soltando ella todo el oxígeno que guardó en sus pulmones, comenzando a llorar. Él la miraba, con lástima, también sin ideas.

-Susurro... aguanta. Eres fuerte.
-No, Erudito, no lo soy...
-Sí lo eres, estás siendo muy valiente, pero tranquila, en este armario no corremos peligro.

Agarró con más fuerza sus tibias y las apretó contra su pecho, apretando la mandíbula, intentando detener su llanto.

-Susurro... por favor, sé fuerte... pronto vendrá la ayuda.
-Déjame en paz, Erudito -le miró con ojos grises y abiertos, apartándose el cabello del rostro -. No va a venir ninguna ayuda. No soy estúpida. Me he encontrado en momentos tan difíciles como este, pero aquí nadie me puede ayudar.

Notaba que intentaba abrir sus canales externos, y por momentos lo conseguía. Estaba intentando obligar a Mentes a pedir consejo a su círculo cercano.

-Para, Susurro. Sabes perfectamente lo que Mentes te...
-¡Una mierda! -susurraba -. ¡No me importa nada! Mentes debe enchufar su teléfono ya.
-Debes esperar, Susurro, por favor.
-No lo va a conseguir. No lo vamos a conseguir.
-¡Eres de lo mejor que hay en este mundo! Por favor, Susurro, contrólate.

Un ruido grave e intenso se escuchó no muy lejos. Seguramente fuera un tabique destrozado, y rezaba en secreto para que el que estaban estaban apoyados no corriera la misma suerte.

-Eso ha sido un golpe bajo, Erudito.
-¿El qué?
-Venga -ocultó su rostro, y tardó en continuar -. Lo sabes. No soy de lo mejor de este mundo. Soy la escoria que les ha fallado a todos.
-¿De qué hablas?
-¿De qué voy a hablar? -los ojos claros de la muchacha volvían a llorar, clavando sus pupilas en las de el sabio -. Yo era la encargada de defender este palacio. Y en vez de estar concentrada y preparada para luchar, no he hecho más que quejarme y sentirme la más inútil de este mundo por haberme quedado aquí mientras Lágrima Valerie iba a pelear. Ahora estoy escondiéndome por mi vida porque he fracasado en mi única y simple misión. Y descubro que la escoria que soy lo soy ahora, y no antes. Y ni siquiera tengo la valentía de responsabilizarme de mi derrota.
-Susurro... -él se acercó todo lo que pudo -. Nadie imaginó que nos atacaría algo tan poderoso. De ser así, estoy seguro de que hubieran enviado a alguien más. Por favor, joven, entiéndelo, es imposible que una sola mente derrote a eso. ¿Crees que yo no he necesitado ayuda en la vida? Mírame -zarandeó a la chica que volvió a mirar al suelo -. Mírame. Mi hermano y yo llevamos recopilando información y creando teorías toda la vida, y los actos de uno siempre han sido obra de la interacción de ambos. Sin embargo, cuando fallamos, fue mi hermano el que cargó con toda la culpa, porque sabía que yo no podría soportarla. Yo me enfadé al principio por eso, ¿sabes? Pensé que él infravaloró mi poder, que me sobreprotegía, o que directamente no me consideraba la mitad de meritorio de nuestro trabajo conjunto. Sin embargo, cuando le pregunté, él me dijo que lo hizo porque me quería, porque a mí me necesitaban más que a él, porque prefería recibir mil disparos si con ello conseguía salvarme, y no pude recibir su amor y perdonarle de verdad hasta que ya se fue hacia la batalla. Susurro -los ojos de la joven lloraban sin detenerse, temblando su cuerpo al compás de su diafragma -, no eres ninguna carga. Cumpliste tu deber hasta el final, y no pudiste porque tienes limitaciones que poco a poco vas mejorando. No hay nada de malo en esperar la ayuda si algo te puede, pues para eso existimos el resto, para apoyarnos los unos a los otros, hasta el final. De hecho... siento mucho no haberte apoyado lo suficiente, Susurro. Si hubiese sido mejor guerrero...

Los dos lloraron al son de los pasos, los golpes y los rugidos, abrazados. La joven apretaba su mandíbula. La noche, el rumor muy lejano de las olas, el sentir de cada uno de sus compañeros. Realmente era consciente de la destrucción y desgaste que estaba ocurriendo... Pero este era el final, ¿o acaso no? No solo despedirían a un villano al llegar el día, dirían adiós a un estilo de vida, por fin podría librarse de sus prejuicios y volver a un modelo sano, ajeno de tantos errores suyos y ser el sabio por fuera que realmente era por dentro.
La joven se separó de él, con ojos rojos y temblorosos. Su respirar era acelerado, pero cogió mucho aire, mostrando las marcas de combate de su armadura. Y se levantó, dentro de aquel armario.

-Susurro, vuelve a sentarte.
-Tienes razón, Erudito. No es justo que me desgracie tanto por mis errores. No es malo el caer, lo malo es seguir rodando en el suelo. Acepto que tengo derecho a pedir ayuda, pero mis compañeros están sacrificando su vida para que seamos libres, hasta su último aliento. Y debo seguir su ejemplo.
-Susurro, por dios, vuelve a sentarte... -extendió la mano hacia ella, nervioso.
-No, Erudito, mi puesto es este. Has sido un gran amigo, y un inmejorable maestro -le dio en aquella mano delgada y arrugada dos bombas de hielo, una bomba de pared y un detonador -. No voy a tener tiempo para usar tantas, tómalas...
-¡Susurro! -se levantó, corriendo.
-La mente Susurro cumplió con su deber hasta el último de sus días.
-¡Susurro!

La joven abría las puertas de madera con fuerza, corriendo con su espada hacia el lugar donde venía el estruendo.

-¡Susurro! -el viejo no podía seguirla el paso y extendía la mano, jadeante de adrenalina.
-¡Miedo! ¿Dónde estás, maldita bestia?

El gruñido se escuchó no muy lejos, y ella apretó el paso hasta torcer una esquina en su encuentro. ¡Estaba loca! ¡Debía pedir ayuda! Debía hacer algo, pero su mente se encontraba embotada y desesperada, con un dolor en el pecho, disgustado. ¡Susurro! No, no, no, debía hacer algo...
Sintió a la joven mientras él la alcanzaba lanzar una bomba de hielo a su cabeza, a su pierna izquierda y deslizarse entre los adoquines del suelo, enganchando la pierna restante con su espada y produciéndola un corte profundo.

-¡Mie... do...! -aullaba entre rugidos, tras el estruendo al caer, incorporándose de nuevo ante la muchacha que se alejaba, mirándola mientras cogía carrerilla.
-¡Ven a por mí, bastardo! ¡Este es mi puesto!

Corría cojeando el monstruo hecho un amasijo de furia, luciendo una extraña herida grisácea en su pierna, incorporaba sus brazos para aumentar su velocidad, y llegaba ya hacia ella...
Una explosión tronó en el pasillo, destrozando el suelo, desapareciendo de pronto la bestia por el agujero, intentando agarrar a Susurro antes de estrellarse contra el cemento de la sala de máquinas del hombre sabio, dos pisos de caída porque el piso intermedio ya perdió su superficie en una batalla anterior. Incorporándose del golpe del dedo índice gigantesco, Susurro enganchaba su espada y descendía. Quieto Erudito, dio su corazón un vuelco cuando los gruñidos de la bestia aún continuaban con toda su fuerza.

-¡No, no, no, por favor, no! -gritaba sin remedio mientras bajaba cada peldaño.

Mientras llegaba al lugar, los gritos, rugidos y golpes aún continuaban. Asomándose desde el hueco de la planta superior, con congoja observaba a la chica engancharse al saliente con su arma para impulsarse ascendentemente, saltar de la pared y alcanzar la monstruosa faz del simio, cortándola y escurriéndose de él. Furioso, el monstruo azotando al aire con ciega rabia no lograba por poco golpearla. El viejo, con pulso tembloroso, comenzaba a crear allí un láser con las energías que le quedaban...
Rápida, ágil, Susurro le cortaba desde abajo, soportando un golpe que la derribaba. Esquivó la muerte, volviendo a engancharse y aterrizando con un gemido de esfuerzo en la cabeza del simio, colocando su última bomba ahí y saltando de ella con gracia... ¡Era posible!
Su pulgar rozaba el suave tacto de su detonador cuando la garra enorme la apresaba en el aire completamente, apretando su cuerpo con fuerza brutal, escurriéndosele el dispositivo de entre sus dedos.
Aquel primate albino la miró a los ojos cuando casi tenía listo su primer disparo. Apretó ligeramente su mano, abriendo la boca la joven para aspirar un aire que no era suyo.
Un rápido movimiento hacia el cielo. El sonido de su cuerpo, chocando y rompiéndose contra el suelo dejó fragmentada el alma de Erudito. Entre los escombros, el monstruo retiraba su palma abierta, descubriendo el cuerpo inerte de Susurro, para agarrar con cuidado el detonador en su cabeza y lanzarlo contra un pasillo.
Un sonido avisó al erudito de que ya tenía su primer disparo. Arrodillándose veía a través de sus lentes a ese monstruo satisfecho. A su izquierda, reposaban junto a la pared unos metros de cuerda que sobraron de aquel día que volaron a ese mundo.

-¡No! -una luz surgió de su cañón e impactó de lleno en el rostro de la repugnante bestia.

Estrellando su espalda contra la pared contraria, mientras se incorporaba Erudito deshizo su arma, colocó su explosivo bajo él y agarró la cuerda, descendiendo hasta el monstruo, en la misma sala de sus cañones.

-¡Muere, monstruo!

Cargó el monstruo contra él, pero mantuvo firme su posición, brillantes sus togas verdes a la luz de la luna llena. Lanzó sus bombas de hielo, y la fuerza del monstruo se detuvo, golpeando con brutalidad la trampa con sus gigantescos brazos. Detonó la carga, y el techo se derrumbó en su posición, ralentizándole. Corrió el sabio, concentrado de pura venganza, hacia su cañón Conoscenza. Ágil se montaba mientras el monstruo quedaba libre. Rápido daba el gran arma media vuelta mientras el monstruo corría. Con aquel sonido característico cargaba el disparo, cuando el monstruo agarraba el cañón y lo empujaba con fuerza hacia el techo. Erudito caía, mientras el simio golpeaba a su arma, mientras doblaba el cañón, mientras casi sin esfuerzo reducía a Conoscenza a un montón de chatarra. Sonriente lo bordeaba, con lento caminar, con una gran sonrisa blanca que mostraba todos sus colmillos. Erudito, junto a las ventanas, con sus lentes rotas a su lado, retrocedía con sus codos débiles y magullados. Lentamente levantó su brazo derecho, ante el monstruo, sin miedo. Extendió su índice hacia él.

-Pi... caste.

La bestia, extrañada, se giraba al escuchar extraños ruidos a su espalda. Desde las esquinas de la habitación, seis cañones automáticos la apuntaban.
Una gran explosión cubrió de fuego la primera planta de El Palacio, humeantes sus ventanas, irrumpiendo como una erupción en cada presencia viva del mundo.

El sonido chirriante de los grilletes precedió al del metal golpeando contra el suelo.
La coraza que rodeaba al Corazón se deshacía, apareciendo de nuevo su destello azul fulgurante.
Miraba mis manos, libres frente a mis ojos. Tocaba mi rostro, incrédulo, mientras las cadenas aún tintineaban al otro extremo de la habitación.
Movido como un resorte, me levanté y erguí por fin, ayudado por mis brazos. Un fragmento de cristal, puntiagudo, relucía ante la escasa iluminación que allí había.

-Dime, Sever -no había más que silencio entre las dos pupilas, nada más que omisión entre los latidos de mis pasos -. ¿No era morir lo que querías?

Sever callaba, rígido, con solo un destello anaranjado en sus doradas pupilas que fijaban lo que agarraban mis manos.
Paso a paso. Latido a latido. A medio metro frente a él, y aún era peligroso. Pero no era peligro lo que inspiraba. Solo una mirada. Una mirada de un brillo anaranjado.
Solo silencio. Solo un brazo alzándose, solo un cristal que ansiaba la sangre de sus enemigos. Solo una mirada alzándose, solo unas pupilas encogidas adorando un destello, una acción, una sangre contra el pavimento, un asesinato.

-Carlos...
-Dime, Sever.
-Quiero que me mates...
-Lo haré.
-Pero mi naturaleza no... convéncela, por favor...
-Es normal. Permanece quieto.
-No...
-Será rápido.
-Cuanto más peligro... más liberaré mi poder...
-Adiós.

Una acción, un destello que perdía el enfoque de la luz, ¿y la sangre? Unas gotas cayeron al suelo, formaron un charco. Un charco que ya no brillaba, pero que estuvo entre mis dedos. Hubo más gotas, que borboteaban de los grilletes bien apretados en sus muñecas.

-¡Nadie puede derrotar el poder de Aura Carmesí!

Con la cara desencajada y los ojos bien amarillos, Sever escurría con lentitud las manos entre los grilletes fundidos y alzándose de pronto, con un grito, siguió subiendo y horadó el techo. El viento comenzó a azotar la habitación desde aquel vórtice que se perdía en ninguna parte, en una nada naranja. El ruido fue muy fuerte. Sever se escapaba, liberando todo su poder.

Fue una sensación insoportable la de cruzar el vórtice en su busca.

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