12 de marzo de 2014

Cuidado con lo que deseas, podrías no cumplirlo.


Aquellas esquivas manchas de luz permanecían estáticas, mientras trataba de encontrarme en el espacio, moviendo torpemente mi cabeza. Acabé notando un leve hormigueo en mi mejilla y supuse que estaba en contacto con la tierra. Sin embargo, el sabor de la sangre era siempre el mismo, tan característico...

-Ven conmigo, Eissen. Tenemos que hablar.

Dejé que el cazarrecompensas Yerro se deshiciese del cadáver de la forma que considerara más oportuna. El traslado de Susurro a la Enfermería, en el Edificio Oeste, fue más complicado.

-Claro... señor.

No hubo nunca ninguna mina. Aquel timador supo engañarnos, supo mantenernos a todos quietos y callados, permitiéndole hacer lo que quién sabía qué hizo, llevándose un cadáver y una baja que, aunque no respondía a las llamadas de Servatrix, permanecía con vida.
Abrí la puerta de mi sala propia, en el primer piso, al otro lado de la puerta principal. Lo más grave que ocurría no había sido eso: si pudo engañarnos, fue porque aquel monstruo sabía lo que no sabíamos. Había permitido que aquel bastardo supiera más que nosotros sobre un mundo aún desconocido, había permitido que un científico creara artilugios ilegales a nuestras espaldas y por nuestra ceguera... ¿Y qué más sabría Aura Carmesí? Eso, eso era lo que realmente me preocupaba. Y debíamos actuar rápido.

-Entra, Eissen... -le extendí mi brazo hacia mi despacho, impoluto.
-Claro, Mil Mentes -miró en derredor mientras le ofrecía asiento -. El Palacio entero necesitaría un buen repaso de limpieza, ¿no cree? -silencio -. Pero dígame, dígame, por favor.

Obvié su comentario mientras me sentaba detrás de la mesa, pensando que representaría la limpieza maníaca o algo parecido.

-¿Qué opinas sobre lo que acaba de pasar?
-Bueno, Mil Mentes... soy nuevo aquí, no querría mojarme demasiado...
-No digas tonterías. Venga.
-Pues a ver... -alzó su brazo derecho y lo reposó sobre su nuca -. No hemos gestionado bien nuestras posibilidades, pienso yo. Podríamos haber saltado todos a la vez. Podríamos haber atacado a ambos con nuestras armas a distancia. O incluso, podríamos haber prevenido el ataque. Si nuestra meta es derrotar a Sever, pienso yo que no deberíamos permitirle concluir ninguno de sus planes.
-Sabías que podrías estar pisando una mina que nos matase a todos, pero caminaste.
-¡Nadie se movía! -se colocó en el borde de la silla y se orientó hacia delante de pronto -. ¡Nadie hacía nada! ¡Nuestro mayor enemigo estaba cumpliendo su objetivo y todos se quedaron parados, llenos de miedo! In... -dudó -. Incluso usted se quedó así...
-No hace falta que me hables de usted.
-Bueno... -se recostó de nuevo -. Lo siento, Mil Mentes. Simplemente, no podía permitir que se fuera con la suya mientras le mirábamos. Y por eso asumí ese riesgo. Si cunde el miedo en el grupo... alguien debe hacer algo.

Reflexioné brevemente, recostado en el asiento cómodo de mi despacho impoluto.

-Escucha, Eissen. Los riesgos por el bien de un grupo pueden salir bien, o pueden destrozarlo. No quiero que vuelvas a arriesgar tanto.
-Era una posibilidad entre...
-Eissen.
-No lo repetiré, señor.
-Bien - me levanté lentamente, como si hubiese vivido suficiente, y comencé a pasear -. Sin embargo, lo que has dicho es verdad. Nadie hizo nada, todo el mundo se acobardó y se bloqueó. Pero tú no, y al final fuiste útil -le miré a sus ojos azules -. Controlar a todas estas mentes es difícil. No me sé el nombre de la mitad, por lo menos. He recurrido a mis mentes antiguas de confianza para mantener el orden... dime - me senté en mi mesa, frente a él -. ¿Qué representas?
-Represento -tardó en contestar -, el cumplimiento de los objetivos. Me encargo de que las cosas, las misiones, las mejoras, se consigan lo mejor posible. Todo por el bien del mundo.
-Bien... -pude escuchar el sonido del aire aspirado por mi nariz -. ¿Puedo contar contigo como mente de confianza?

La reacción a lo ocurrido en aquella sala no fue como esperaba. Luchadora discutía con Lágrima Valerie y otra mente, y les chillaba, presa quizá de la impotencia ante el fracaso. A ella la dijo que era una inútil, que no saltó cuando fuimos todos a por Sever, que nos parecimos a ella mientras nos quedábamos quietos. Ella contenía las lágrimas, y sin decir palabra alguna apenas podía meterme en su pensamiento y entender sus motivos. Nadie en aquel palacio tenía motivaciones más o menos ciertas, simplemente, tenía las suyas. Optimismo también recibió, por defenderla. Y con aquel panorama llegamos Eissen y yo y comuniqué la noticia. Muchos callaron, incluida Luchadora, que trataba de calmarse. Pero Razón y Erudito no lo hicieron. El menor de los hermanos se hallaba consternado.

-¿Mente de confianza, Mil Mentes? Hablemos en privado.
-No, Razón. No lo haremos.
-¡Ese jovencito casi nos vuela por los aires! -se colocaba un mechón lila que se le descolocó de la bien peinada melena.
-Mil Mentes... ¿seguro que un acto así justifica su ascenso? -Erudito habló -. No es solo tener iniciativa, es saber cómo usarla también...

No había nada que discutir, y quise dejarlo bien claro. Eissen ciertamente tenía aspectos que pulir, pero fue valiente donde nadie más supo. Necesitaba valor para derrotarle.
Y también la compañía de una buena mujer.
Love, encorsetada en un vestido deslumbrante, peinada y maquillada contaba sin vergüenza a las mentes de alrededor las virtudes de la que hasta entonces era la mejor candidata para aquel puesto. Razón se repuso rápido del suceso, y en cuanto Susurro despertó y mejoró comenzó una campaña hacia Luz. Sever podía esperar, de hecho, solo con Luz podríamos derrotar a Sever algún día, porque ella fue la creadora de todo aquel imperio, y a ella le debía todo lo que era... no podía ser de otra manera. Y todas las mentes volvieron a creer, volvieron a esforzarse y a trabajar juntas, contando los días que quedaban para vernos. Solo Luchadora nos recordaba al enemigo, solo ella estiraba del brazo a Humilde para hacerle razonar, hacerle aprender de los errores mientras Razón hablaba en sus discursos. Pero Humilde se veía ido y enrarecido, y no podía evitar escuchar al líder y comenzar a creer que realmente todo aquel despligue conjunto era digno de alguien especial. Ya no la enfadaba. Ya no huía trepando por los árboles...
Eissen se sumó a la protesta rápidamente, y eso molestó mucho a Razón.

-Pero ¿cómo tienes la poca lógica de llevarme la contraria en público con argumento semejante? -avanzó hacia aquellos ojos azules más iracundo de lo que pretendía -. Luz es la respuesta y la solución a Sever. Ella es la mejor para Mil Mentes. Nos curará. Nos hará felices. ¡Nos toca ya ser felices!
-¡Mientras todos nos enfocamos en ella Sever sigue libre y volverá a vencernos! -todos callaban y observaban el enfrentamiento.
-¿Vencernos? ¡Solo nos llenó de lucecitas! Este imperio es perfecto, lo dijo Mil Mentes, este imperio logrará la felicidad. Un imperio de la razón. ¡Humilde, tú que aplicas la lógica como yo, dinos si esta potencia es propia de alguien normal! ¡Ella nos querrá!

Un estruendo se escuchó en el horizonte. Unas manchas de color extraño comenzaron a bañar el cielo. Se fueron engrandeciendo poco a poco, hasta que el brillo del sol se reflejó en ellas y vi que avanzaban a toda velocidad hacia nosotros. Los gritos tiñeron el aire justo antes de que varias ondas se estrellaran contra hierba y cemento a modo de proyectiles, ondas que se rompían como si fueran de cristal y que explotaban como si fueran pura energía.
Me incorporaba mientras mirando arriba intentaba hallar la causa del ataque, pero antes de poder debía tirarme al suelo otra vez. Más allá del edificio Norte, alguien nos estaba volviendo a atacar.

-¡Mentes vivas o muertas, ¿qué más da si su pensamiento abstracto acabará perdiéndose en las infinidades inexorables de la muerte?!

Sever descendió hasta los ocho metros de altura, girando sobre sí y lanzando en direcciones aleatorias decenas de ondas electromagnéticas y cristalinas, llenando el lugar de caos y explosiones. Yerro y Susurro lograron disparar sus armas, también Fuego y Lasai, pero sus proyectiles fueron interceptados.

-¡Sever nos ataca!
-¡No es Sever! -Relativismo apareció junto a mí, que protegía a Lágrima con un escudo de energía -. Ese... soy yo.

Por primera vez atacó el filósofo que siempre levitaba, y pudimos ver su poder. Razón tampoco le guardaba simpatía, porque criticó siempre sus definiciones cuadriculadas, pese a que le cedía en ocasiones la sala de meditación. No le creíamos belicoso hasta que una onda con forma de escudo salió de sus manos, impactó con un proyectil cercano al enemigo y le hizo desestabilizar, deteniéndole y permitiéndonos ver su propio rostro, pero con la piel de Aura Carmesí.
Dos segundos de silencio pasaron al mirarle, mirar a Relativismo y volver a ver a su igual cargando hacia mí. Un rayo mío de energía rompió sus disparos, que al concentrarse en un punto permitieron que Yerro atravesase con dos balas su corazón, Cacciatrice clavase una flecha de energía en su cuello y Razón, posicionándose sobre él, le empalase con su lanza y electrocutando su cuerpo con sus rayos le clavase en el suelo con una humareda de polvo.
Razón, sucia de tierra su armadura dorada, salía de allí mientras se acercaban los curiosos. Miraban a Relativismo, pero no era él, y por tomar precauciones Repar lo agarró desde atrás, impidiéndole moverse. No acabaron de resolver el misterio cuando una figura se levantaba en el centro del corrillo y girando lanzó ondas de energía contra los desprevenidos. Se alzó de nuevo el muerto, dispuesto a contraatacar, y le vimos. Vimos sus heridas, su rostro deshecho rehaciéndose de nuevo en aquella mirada de odio, la herida de su corazón cerrándose...

-¡Nadie puede matar a un Clon Blanco del Maestro!
-¡Atrás! ¡Se regenera! -grité.

No importaba lo que atacáramos cientos de mentes, aquel ser caía derribado para volverse a levantar. Su capacidad de regeneración era igual a la de Sever, también su piel blanca, pero no era él, era el Clon Blanco de Relativismo.

-¡Vivís en vuestras certezas, pero todo es una ilusión y la única liberación posible es la muerte!
-¿Qué eres? -Humilde se preparó para atacar después de que Luchadora no pudiera esquivar un segundo proyectil.
-¡Já! -sonrió tétricamente aquel clon como su maestro, señalando a Relativismo -. ¡Yo soy él! Yo soy su versión más pura... ¡La versión de la supervivencia! ¡Yo soy su odio! ¡¿Qué eres tú?!

Lanzó cinco, siete, trece ondas de energía hacia el joven, que apretando los dientes absorbía mientras sus palmas sangraban por las astillas del cristal. Pero un último ataque no pudo aguantarlo y lo lanzó contra los cristales del juego de fuentes del Palacio antes de que la ayuda cortara la cabeza al enemigo, y lo mantuviera quieto cuatro segundos. Lo tratábamos de rodear, pero resistía el dolor con alaridos y escapaba de todas las emboscadas, vivo.

-¿Dónde está Razón? ¡Le quiero muerto! ¡Le quiero muerto por el bien de este mundo! -detuvo la vista en Lágrima Valerie, y comenzó a acercarse hacia  ella -. ¡Abajo la tiranía! ¡Viva lo subjetivo pues no tiene solución y se marchite el hombre, que lo contamina tratando de conocerlo!

Ignorando los ataques con gritos de rabia, alzó el brazo contra la muchacha, cuando desde las entrañas del edificio como pantera se abalanzó Humilde contra el clon, posando sus palmas en su frente y disparando una, cinco, siete, trece ondas de su misma energía apretando mucho sus dientes, aguantando la posición hasta que cada tejido, cada átomo de su carne se deshizo debido a la proximidad. Aterrizó en el cemento, ágil, con mirada desengañada y lúgubre, con sus manos rojas de sangre. Servatrix corrió para atenderle. Y resoplando de excitación y confusión, comenzando a encajar las piezas del puzzle, cuando el caos no había terminado, Relativismo me dijo aquello.

-Quiero ser encerrado, Mil Mentes.
-Relativismo... ¿por qué? Fue Sever el culpable... ¿no es así?
-Yo desde luego no he pretendido esto...
-¿Entonces?

Me dijo que al sentirse en proximidad a aquel ser sintió malestar. Me dijo que reconoció esos sentimientos, dormidos en lo más profundo de sí. Y aunque de pronto se sintiera bien, como si aquel reflejo solo fuera la personificación de su lado más tenebroso y atormentado, se miraba a sí mismo y encontraba sus sentimientos positivos no muy lejanos al enemigo, igualmente. Me dijo que se sentía un peligro, que no atisbaba a reconocer la complejidad de sus sentimientos y que, hasta que no se encontrase tranquilo, quería ser inofensivo, encerrado en sus pensamientos. Y a mi pesar lo encadené en una sala de las mazmorras.

-Pobres hierros no detendrán el firme caminar de una mente tan poderosa -una nube negra se formó a mis espaldas, de la que surgió una figura alta y raquítica -. Necesitas una prisión, y yo soy tu mejor carcelero.
-¿Quién eres? -dije apoyando la espalda contra la pared.

La figura, pálida y de ojos negros de grandes pupilas, de cabellos negros y largos recogidos por sus orejas, movió sus delgadas manos y su cabeza en señal de reverencia. Sus ropas, negras, ajustadas y rodeadas por una capa ajada y de forma indeterminada, no brillaban ante la luz de las antorchas.

-Soy Inconsciente. Algunos me conocen como El Carcelero, y créeme cuando digo que hago honor a mi nombre.
-¿Eres una mente?
-En cierta medida... sí -pausó un rato, clavando sus pupilas en las mías con mirada interesada, despreocupada pero centrada -. Pero no pertenezco al mundo de las mentes. Mío es el reino subterráneo, y solo ligando una mente a aquel lugar podrás encerrarla.

Miré a Relativismo a los ojos, el cual asentía lentamente, señalando el libro de Freud que desde mi mano lanzaba a mi cama, pensativo. Su sola presencia transmitía el frío más oscuro y el sentimiento más potente, reunido en una mirada de ojos negros que observaba mi reacción sin moverse.

-Tristes sucesos los que provoca tu enemigo, ¿no es cierto? No matan, no destruyen, pero rasgan y molestan. Bastan para robar la energía y la felicidad. ¿Mero terrorista, o quizá solo trate de llamar tu atención? ¿Hay algo que debas saber sobre ti?
-Yo... -vacilé, impresionado aún por su presencia -, yo aún debo saber cosas de mí.
-Por supuesto -se acercó lentamente a Relativismo -. Tu parte de ti estará segura conmigo. Le encerraré si lo desea, pero no lo haré hoy.
-¿Por qué?
-Porque hoy es el día en el que has quedado con Luz para intentar que se suba a tu barco, y creo que le vas a necesitar...
-¿Por qué, si acaba de sonar el despertador y ha ido todo a la perfección hasta ahora?

Giró su cuerpo mientras una nube negra comenzaba a tragarle lentamente, mirándome aún. ¿Por qué no iba a ir todo bien, si la hablé cada día, ignoré su bajo estado de ánimo y la insistí tanto mostrando mi necesidad? No había nada... que temer...
Una marabunta de imágenes comenzó a asaltar mi cabeza, imágenes que comenzaron a cuadrar los espacios vacíos de un pensamiento ido, un ego crecido que fue golpeado a golpes de martillo. Aparecí en el césped de mi palacio recién creado en forma de visión, rodeado de aquellas mentes nuevas, aquellos rostros mirándome sonrientes que de pronto se tornaron algunos serios, otros hostiles. Aparecí en aquella mesa de piedra con los puños en alto, rodeado de todos aquellos.

-¡¿Qué vais a hacer?!
-¡Destruir a Sever!
-¡No! ¡Sever debe reinar este mundo!
-¡Tú eres Sever!

Eran muchos y ninguno al mismo tiempo, y los ningunos ahora habían levantado la voz. No eran un coro dirigido, ahora cada uno alzaba el puño en una dirección en búsqueda de sus intereses. No era un equipo, más bien una jauría de perros diferentes que gruñía por su bocado. Con las manos en la cabeza asimilaba los recuerdos, en los que Razón no era un líder, sino un tirano simple emborrachado de poder que mantenía al pueblo callado con la falsa creencia de que todo iba bien...
Pero por todas las cosas, ¿qué era lo que no iba bien?
Detuve la respiración en seco, con la boca abierta y las manos en las sienes doloridas, quieto. Una presencia se hizo notar a mi derecha, alguien que había estado ahí y había callado todo ese tiempo. Giré la cabeza lentamente, atemorizado. Poco a poco, la silueta de una mujer de piel y cabellos negros, raquítica, me miraba sentada en el suelo clavándome aquellos ojos azules llenos de terror.
Prejuicios ahogó un grito justo antes de desaparecer deshaciéndose en el aire.

-Sube arriba, Carlos. Creo que te van a necesitar allí.

Le dirigí la mirada fuera de mí, con la boca abierta, dos segundos, antes de que mi cuerpo se girara completamente y comenzara a esprintar por las escaleras de un mundo que se derrumbaba para mí, un mundo que como una cortina que se retira comienza a dejar paso a la luz y el polvo, las paredes sucias y las escaleras torcidas sustituyeron a la pulcredad de unas paredes lisas y unas escaleras rectas y perfectamente calibradas. El suelo había dejado de tener brillo, las plantas del jardín en la entrada tenían las hojas secas y estaban descuidadas, y fuera...
Una tierra estéril y seca rodeaba El Palacio, una tierra sin hierba, ni mar ni montañas, un engaño perfecto, cientos de mentes que aunque juntas frente al edificio no parecían un equipo. ¿Dónde estuvo el mar, si jamás me bañé por sus aguas? ¿Dónde las montañas, si por más que caminaba hacia ellas no se acercaban? Sin brillo en su sucia armadura, Razón me miraba dos pasos por delante de todas, con los ojos completamente abiertos y la mandíbula desencajada.

-Mil Mentes...
-¡¿Qué está ocurriendo aquí?!

Siempre fue así, pero no hay mayor ciego que el que se niega a ver.

-Mil Mentes... Luz... no... Luz no ha venido hoy, señor. Le ha rechazado.

El Sol se ocultó entre las nubes para no presenciar mi desengaño, y vacío, sin palabra ninguna en la boca, completamente fuera de toda respuesta, rodeado de puro desierto y de cientos de mentes en las que no sabía si confiar, comencé a notar temblores en el suelo. Constantes. Débiles al principio, pero poco a poco comenzaban a aumentar su fuerza.
Se escucharon gritos cuando algunas mentes estuvieron a punto de perder el equilibrio. Varios cristales se rompieron por la vibración. Un estruendo cada vez más y más notorio se escuchaba a lo lejos, estremecedor y poderoso. Todos en guardia, todos asustados miramos el lugar de donde provenía aquel terremoto, una parcela de tierra que poco a poco comenzó a resquebrajarse. Con cada sacudida, cada estruendo, aquella grieta comenzó a hacerse más y más notoria, trepando metros crecía y se hacía más grande. Gritos. Terror.

Una enorme explosión destruyó el suelo, manchando el cielo de piedras y polvo, creando un enorme agujero del centro mismo de la tierra del cual salió una enorme figura de varias decenas de metros, que con un bramido aterrador sacudió nuestros corazones y anuló por completo nuestra mente.

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