1 de marzo de 2014

Plan en contra.


Aquel edificio no era lo suficientemente grande para abarcar a mis nuevos huéspedes, por lo que se añadió una planta y expandieron los costados. En el primer y segundo piso del ala Este se instaló el laboratorio, la sala de máquinas y artefactos, la gran biblioteca y los cañones de defensa, todo a disposición de Erudito, incluyendo su preciada Conoscenza, su único cañón manual. En la planta baja creamos un juego de fuentes y pequeñas cascadas de agua precioso, con ventanas grandes donde podía verse el mar apaciguado y las lejanas montañas. En la planta última se habilitó una sala de meditación, que si bien en principio estaba pensada para Razón, descubrimos pronto que una mente llamada Relativismo también reaccionaba de manera especial a ella. Había también una sala de creatividad, y enfrente de la puerta principal, en su lado contrario, una habitación pequeña en la segunda planta, en cuyo centro una columna con una bola brillante de un palmo de diámetro brillaba con fuerza. Esa bola nos costó mucho crearla, pero según otra mente llamada Nadir, servía para encontrar rincones perdidos de nuestra personalidad y rescatar la energía que había en ellos y no se utilizaba. Él la usaba frecuentemente, pero pasaron los días y no pensaba que diera muchos resultados.

El ala Oeste era diferente: en su planta baja creamos varias salas especializadas, como la sala abstracta de Ziffer, una rata que no salía de allí y cuyo carácter mecánico no gustó a prácticamente nadie; en la primera planta y la segunda levantamos las grandes salas de entrenamiento, donde todas las mentes podrían encontrar un rincón donde mejorar sus habilidades, con armas similares a las suyas o las suyas propias. La última planta estaba llena de pasillos y habitaciones vacías esperando ser utilizadas para necesidades futuras que aún no existían. Solo dos estaban ocupadas: la sala oscura de entrenamiento especial de Stille, y la terraza donde Susurro practicaba tiro con arco, con un simulador de viento, y un pequeño aparte donde poder experimentar con los artilugios que le proporcionaba Erudito. Había una puerta en el ala Oeste, en la planta baja, que conducía a las mazmorras. Solo tres mentes las frecuentaban, y fue por voluntad propia. Se excavaron bajo el palacio una sala silenciosa, donde Desánimo y un hombre alto y calvo de piel cobre brillante permanecían sin hacer nada, y un laboratorio científico aún a más profundidad, del cual un viejo algo gordo y calvo llamado Wissenschaft no paraba de hacer experimentos químicos y apenas salía de allí. Cuando conversábamos, la mitad de las frases que decía eran correcciones a mi pronunciación de su nombre. Era, sin embargo, un genio, que creó útiles, mejoras para los artefactos de Erudito e ideas psicológicas. Los dos sabios eran como la noche y el día, y con sorna a veces nos reíamos Optimismo, Humilde y yo comparándoles y haciéndoles trabajar juntos y discutir en nuestras realidades inventadas.

Nuestro mundo se había asentado, y comenzaba a florecer. No era algo que existiera antes del cofre, todo lo habíamos creado nosotros. Pasaron pocos días hasta que una joven volvió a las colinas. Luz. Nunca se fue del todo, pero hablaba conmigo, y la notaba más cercana que nunca. Recordé que ella fue la que me salvó de la confusión, y me alentó e inspiró para recobrar el mundo que una vez tuve. Siempre me sentí en deuda con ella, y pensaba cómo devolverle el favor. Ayudándola, dándole mi amistad. O algo más.
Ella era, desde luego, la chica con más personalidad que había conocido, y era muy parecida a mí. Era muy fuerte, guapa y alegre, y mi admiración por ella sobrevivió a los embates de varias mujeres que luchaban por estar ahí arriba. Así que hablé más con ella. Me preocupé más por ella. Creía saber cómo ayudarla con sus problemas, y apliqué mi criterio a sus reglas, levantándola todos los fantasmas a la vez para que combatiese, como yo solía hacer. La daba consejos. Intentaba llamarla, casi todos los días. La demandaba más atención. Exageraba las deudas que tenía con ella para adularla. Vaya, estaba saliendo todo a la perfección.
Todas las mentes estaban deseosas de que nuestro encuentro se produjera, con todas las fuerzas y con ninguna, y como los ningunos callaban, todas me apoyaban. Había construido este mundo, no en balde, gracias a ella, y posiblemente para ella. No podía ser de otra forma, pues si invertía mucho por alguien, ¿no sería porque la quería?
Poco a poco me fui acostumbrando a permanecer en mi mundo, más y más tiempo. No lo había hecho completamente cuando ya planeaba el siguiente paso, y el esquema estaba claro: a más mentes, más poder.
El palacio continuó quedándose pequeño, y algunas mentes caminaban por la hierba sin nada que hacer pues no veían cubiertas sus funciones. Por ello se levantaron dos edificios más a unas decenas de metros de El Palacio. Los edificios Oeste y Norte, así los llamamos, y al otro lado levantamos la gigantesca Sala de los Recuerdos. Razón fue nombrado Jefe del Mundo, y Razón aprobaba cada proyecto, Razón organizaba a las mentes y Razón mantenía el mundo a salvo mientras dormía. Nunca tuvo tanto poder, y lo llevaba a cabo con confianza e ilusión, sabiendo que todas aquellas mentes representaban el futuro. Nadie se oponía, pues algunas mentes callaban por el bien de todos.

Cavilando los próximos pasos a seguir caminaba por aquella pequeña ciudad recién construida entre decenas de mentes que conversaban, sonriente, estrenando los caminos que unían nuestro imperio. Stille se entrenaba en silencio muy cerca de mí, haciendo equilibrio en silencio en un palo de madera que ella misma había estacado en la hierba, y Susurro, zarandeándolo logró derribarla, y juguetona trepó y comenzó a hacer ella los equilibrios ante su enfado. Me encontraba en paz, mirando al sol anaranjado que comenzaría muy pronto a ponerse tras el mar y la brisa golpeando mi rostro, hasta que una voz familiar me sobresaltó.

-¡Que nadie dé un solo paso!

Tronando por todo mi mundo, el chillido de Sever movilizó todas las miradas asustadas, congelándome la sangre con vergüenza y enfado por haberme olvidado de él. Alzado algo más de diez metros sobre la hierba, a mi derecha, con mirada enfadada y sonriente cargaba un objeto pesado en su brazo izquierdo. Su voz se expandía por todo el mundo, escuchándose fuerte y con claridad. Giré hacia él mi cuerpo enfocado hacia el mar.

-¡No deis un solo paso si queréis vivir, maldita sea! -gesticuló fuertemente con su mano derecha -. ¡Ahora mismo, uno de vosotros se encuentra justo encima de una mina sin detonar!

Un suspiro de consternación inundó el lugar. Todas las mentes paradas comenzaron a mirar el suelo que pisaban, todas las mentes asustadas se quedaron petrificadas, levantando la vista suplicante hacia Sever. Apreté mis puños y bloqueé mi mente todo lo que pude. Si alguien podía soportar la explosión de una mina, era yo.

-¡Y no lo digo por la seguridad del desafortunado! -su fuerza espiritual parecía que petrificaba mi cuerpo cuando me mostró su palma en señal de pausa -. Sé que eso os da igual -hablaba con lentitud, marcando cada sílaba -. Pero esa mina, esa única y solitaria mina, en caso de explotar, activaría una señal que, desgraciadamente, haría detonar las cargas colocadas en el laboratorio subterráneo. No hace falta saber cuántas hay... solo que suficientes para decir adiós a vuestros palacios, y a la gran mayoría de vuestras vidas -hizo un gesto a un punto entre El Palacio y el edificio Oeste -. Algunas mentes inteligentes no correrán esa suerte, como mi nuevo y fiel amigo Wissenschaft -la menté voló hasta su nuevo y vil aliado, y con una reverencia traidora hinchó mis venas y aceleró mi pulso, enfurecido -. Por favor, Wissenschaft, saluda. Nada de esto hubiera ocurrido sin ti.

Las mentes miraron a su alrededor, asustadas. Susurraban entre ellas, asustadas. Una de ellas estaba enfocada por la muerte, y podría ser cualquiera, podría ser yo. Un paso desafortunado, y todo lo que habíamos creado podía morir ese día.
Sever sonrió, triunfante. Ayudándose de su brazo derecho, cargó con el artefacto en su otro brazo y lo alzó hacia el cielo. Ante la mirada impasiva de Wissenschaft, nervioso y exultante al mismo tiempo, traidor, una energía de un morado muy oscuro comenzó a condensarse en su parte más alta. Un haz de luz siguió a la liberación de la energía, que lejos de salir disparada como un proyectil, se dispersó y formó una cúpula que encerró a nuestros edificios y mentes, sumiéndolo en la noche.

-¡En la última batalla de Religión, allá en vuestro primer nivel, pude obtener muestras de vuestra sangre! -tranquilo, siguió preparando el artefacto inerte, ante nuestra mirada de impotencia -. Ahora, voy a avanzar un paso más. Voy a obtener vuestros cuerpos.

Aquel bastardo nos tenía bien cogidos. No sabía qué pretendía, pero nos habíamos vendido a él por confiarnos demasiado, nos sentimos reyes de nuestro mundo y no le costaba sobornar a los nuestros para desmentirnos de la manera más cruel. Todos sobre una única mina, una probabilidad de una entre doscientas de morir. Nadie salvado de la sospecha, nadie... hasta que miré hacia atrás.
Susurro asustada me miraba, acuclillada haciendo equilibrios sobre una estaca de madera. No podía estar pisando la mina.

-¿Wissenschaft, tienes lo que te pedí?
-¡Desde luego, Maestro, aquí tienes el catalizador del escáner!
-¡Susurro! ¡Detenlos!

Cogiendo apenas aire asintió, nerviosa, saltando y volando hacia el enemigo ante cientos de mentes que la animaban con su mirada. Sever gruñó, alzando aquella herramienta y obligando al científico a sostenerla. La chica, lanzándole una bomba de humo que le hizo desaparecer, le lanzó otra congelante, controló su látigo y le dirigió un duro golpe, sumergiéndose en la oscuridad. Todo fue silencio tenso y nervioso durante varios segundos, hasta que poco a poco fue disipándose el humo. No vimos nada con claridad, solo una figura quieta mientras comenzábamos a comprender. Sever sonreía, con su brazo y su flequillo cubiertos de escarcha, agarrando a la muchacha por la armadura de su hombro izquierdo y el látigo enredado en la otra. Todos en silencio. Optimismo flexionó las piernas, me miró a decenas de metros. Quería ayudar a su amiga, pero tenía miedo de matarnos a todos... ¡Susurro! No te mueras...

-Te voy a decir una cosa -nada se oía más que su voz, dirigida a la muchacha asustada -. ¿Por qué eres leal a alguien que te envía a la muerte?

La muchacha permanecía en silencio, perdida entre sus profundos ojos dorados. Sever deslizó poco a poco su mano derecha, desde su hombro hasta su cuello, fino y frágil. Con delicadeza colocó su mano frente a su deltoides...
Y clavó sus garras en la clavícula de la chica de ojos grises.

-¡No me gusta que la gente meta sus narices donde no debe por culpa de tus estúpidos canales! -con los ojos en blanco, la chica se retorcía mientras su hueso y la piel sobre él comenzaba a convertirse en piedra -. ¡Yo soy mejor que cualquiera de ellos! ¡Tú no estás hecha para vencerme!

Su brazo derecho logró moverse antes de que Aura Carmesí recibiera un estallido de escarcha en su espalda. Con un aullido de furia, la miró a los ojos con la mirada desencajada, y con un estallido de energía roja deshizo el hielo, cargando esa energía en su mano la agarró de la armadura de cuero en su pecho y la lanzó con brutalidad contra el cemento del camino. Pasaron los segundos, y ella no se movía. No... fui un cobarde... ¡debía moverme pero no quería explotar!

-¡Wissenchaft! -Sever se colocó el flequillo, resoplando -. Activa la máquina.

Un haz de luz brilló de pronto a espaldas de Sever. Una cortina, recta y brillante comenzó a desplazarse por la cúpula, como una fotocopiadora. ¿Qué demonios estaba planeando? Estaba harto de tanta pasividad...

-¡Mil Mentes!

Una figura se acercó, resoplando, abriéndose paso entre todos los cuerpos a toda prisa para llegar hasta mí. Joven, alto y rubio, aquella figura corría sin miedo, hasta detenerse y clavar en mí sus ojos azules.

-¡Mil Mentes, yo puedo ayudar a detener esto, bajo mí no hubo ninguna mina!
-¡Chiquillo, ¿y cómo diantres lo has averiguado?! -Erudito habló a varios metros de distancia, podía ver a duras penas su rostro.
-¡Caminé y nada explotó, señor!
-¿Caminaste? ¡¿Estás loco?! ¡¿Y si hubieras sido tú?!
-¿Puedo detener esto o no? -el chico le miró, serio, resoplando aún, cortando cualquier discusión inútil.
-Sí, ven -el viejo no contestó en seguida, pero el joven se plantó rápidamente frente a él tras pedirle que le hiciera caso -. ¿Cómo te llamas?

Aquella cortina brillante seguía avanzando, y ya atravesó a las primeras mentes, que fueron bañadas por su luz.

-Eissen, señor.
-Muy bien, Eissen. Ve a mi laboratorio inmediatamente. Sobre la mesa más grande verás una serie de planos, quiero que cojas el de papel amarillo más cercano a la máquina alta, a la izquierda. ¿Me has oído?
-El plano amarillo más a la izquierda, ¡sí! -se marchó ágil hacia El Palacio.
-No te acerques demasiado a ninguno de nosotros, por lo que más quieras...

La cortina avanzaba, volcándose sobre las mentes que conteniendo el aire alzaban los brazos hacia arriba intentando detenerla. Luchadora ardía de furia, gruñía estoica con la espada clavada en el suelo esperando su inminente baño de luz.

-¿Qué contenían esos planos, Erudito?
-Un modelo de escáner -señaló hacia arriba -. Como ese, pero su fuente de energía es la propia energía espiritual del mundo. Puede encontrar lo que quieras, pero aún no ha sido construido.

La cortina bañó a la mujer guerrera, que esperaba alguna clase de dolor. Miró hacia arriba, como yo, hacia los dos hombres que cumplían su plan, el nervioso y el tranquilo. No quedaba apenas tiempo.

-¿No está construido?
-¡Tranquilo, yo me encargo!

Eissen se apareció frente a Erudito con un plano de arquitecto en sus manos, enrollado. No perdió tiempo, y ante su orden lo desplegó sobre el suelo. La luz comenzaba a cubrirme y me obligó a cerrar los ojos durante algunos segundos. Pasaron otros hasta que Erudito, manchado por formas oscuras que permanecían allá donde mirase, apareció más allá de la cortina. Quedaban pocos metros para que finalizase su recorrido, por eso Erudito se concentraba. Como si hubiese sido creado para ello, comenzó a generar energía, a moldearla y solidificarla consumiendo los recursos a su alrededor y creando, agarrado por su brazo izquierdo, una máquina similar a la de Sever pero mucho más ligera. Las últimas mentes eran bañadas por la luz y Erudito generó una luz proyectada de su artefacto, que con calma recorría cada punto de nuestro alrededor, como un radar.

-¿Ya?
-¡Espera!

Un chasquido puso fin al recorrido de la cortina de luz, que desapareció al instante. La cúpula de color morado oscuro comenzó a deshacerse de abajo a arriba, llenando el mundo poco a poco de luz. Sever comenzaba a coger su máquina para cargarla en su espalda.

-¿Erudito?
-¡Todos contra él! ¡No existe ninguna mina!

Bastardo...
La furia de cientos de mentes hizo temblar el cemento al volar todas contra aquel que se rió de nosotros. Sever apretó los dientes mirándonos con furia, y no perdió ni un segundo al convertir su antebrazo izquierdo en un escudo que parara las balas, y su derecho en una espada blanca con la que rebanar el pescuezo de Wissenschaft. La sangre salpicó su rostro antes de que con un sonoro chasquido se despidiera de todos desapareciendo completamente.
Un disparo atravesó el aire. Todos frenamos en seco, con cara asustada y rabiosa, mirando como estúpidos el lugar donde hacía nada se encontraba a tiro nuestro enemigo.

Un cuerpo grande caía a plomo en el suelo, salpicándolo con sangre abundante.

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