Le miró con rabia. ¡Qué descaro! ¡Qué poco caballero! Los cinco chantajistas seguían ahí. Su Susurro seguía ahí, inmóvil como el resto. Con razón el predicador seguía soltero.
-Me has... llamado... ¡¿fulana?!
Frunció el ceño y respiró firme mirándola con esos ojos horribles, dispuesto a ser un hombre.
-Así es - el sensual susurro del viento tensó las dos
miradas de silencio -. Y así lo pienso. Fulana.