El ocaso tocaba a su fin, y el murmullo del caer de las gotas de agua en un constante repiqueteo era lo único que se escuchaba en aquel frío lugar. Aquella sala grande pero poco espaciosa fue una de las pocas en quedar intactas tras la caída de el Palacio. Se pensó en construir otro para Sombra cuando volvió, presa de las inseguridades, buscando consuelo y pidiendo perdón por abandonarnos a nuestra suerte; pero ¿cómo basarse en algo que ya estaba roto?
Aquel constante sonido no parecía afectar a la concentración de Erudito, que ojeaba cada libro de la biblioteca, lenta pero concienzudamente, y cogía alguno que amontonaba en una pila que seguro cogería luego, y Susurro, que había encontrado un cubo de metal y lo había colocado bajo la grieta que dejaba pasar el agua del piso superior para recostarse en una pared y mirar cruzando los brazos, con total seguridad lo tendría que ayudar. Él era así: viejo de cuerpo, pero siempre joven de espíritu, y muchas veces se olvidaba de sus limitaciones.