12 de marzo de 2013

Y la tierra se abrirá.


-Muchas gracias, Mentes -dijo aquel joven, tendiéndome la mano -. Soy Optimismo. Encantado de reconocerte.

Luchadora dijo que no hablase con ellos. Que no me iban a contestar, pero no era cierto.

-No, no era cierto. Veo que Prejuicios sigue cubriendo este lugar con su manto. Ella –señaló la copa de uno de los pinos que adornaban aquella isla flotante -, ella extiende un aura de ilusión que te engaña y confunde.


Los ojos azules de prejuicios se abrieron sorprendidos y su piel negra pareció palidecer. Allí se encontraba, recostada sobre la copa frondosa del árbol, inexistente para mí antes. Mirando nerviosa hacia sus laterales, rápidamente se convirtió en humo y desapareció de allí.

-Tienes que tener cuidado. Prejuicios es una cobarde, pero lo difícil es localizarla –sonrió -. En cuanto descubras su método, las cuerdas de tu observatorio se romperán y podrá cazarse antes incluso de aparecer.

Un sonido característico se escuchó a nuestra derecha y girándonos vimos la gran piedra movida por aquella joven frágil como si fuera papel, trataba de encerrarse de nuevo. Su mirada ida y clavada en el suelo, su piel blanquecina con un ligero toque verdoso brillante, su pelo de color oro oscurecido, y su túnica blanca de seda. Parecía una ninfa. ¿Qué podía ocurrirle a un ser tan bello?

-Eh –dije, agachándome ligeramente y tendiéndola mi mano con una sonrisa -, no te ocultes. Ven, queremos ayudarte.
-Yo… –dijo dudando, pero tras unos segundos de silencio en los que clavó sus ojos ámbar en los míos tomó mi mano bajando la mirada y salió lentamente -, muy… muy bien…

Caminamos los tres hacia el observatorio. Un excelente mirador con un catalejo gigante permitía ver todas las islas que flotaban reposadas en aquel mar de aire esférico rodeado por la niebla. En su sótano se encontraría Erudito, tras un gran montón de libros en blanco que él mismo había tirado. Pero no llegamos a entrar, pues Humilde se cruzó por delante de nosotros y Luchadora que le perseguía espada en mano se paró en seco al verme con aquellos acompañantes.

-¿Qué hace esa aquí? –puso sus puños sobre sus caderas con gesto molesto.

Lágrima bajó sumisamente la cabeza y se dispuso a irse, pero cogí su brazo y la retuve conmigo.

-Espera, ¿qué problema hay, Luchadora?
-Ella es el problema. No sé por qué no la has dejado encerrarse como hace siempre en vez de luchar y afrontar los problemas, como debería hacer.
-Luchadora… -la recriminó Optimismo.

La joven seguía inmóvil como la retuve, con la cabeza gacha y sus facciones tensas, como si estuviera aguantándose el llorar.

-¿No están aquí para mantener en funcionamiento a mi mundo? No creo que sea inútil, y seguramente tú tampoco.
-Bah –comenzó a correr hacia una gran roca para esconderse y tender una emboscada al chico -. Haz lo que quieras, ya sabes mi opinión. Ella sobra aquí.
-Gracias… -escuché con voz frágil y queda, un murmullo llevado por el viento.
-¿Estás bien? -me coloqué frente a ella mirándola a los ojos.

¿En que pensaba Luchadora?

-Mentes, ella simboliza tu dolor -dijo Optimismo -. No creo que esté bien.
-¿Simboliza? –la miré sorprendido, pues pensaba que no era más que una herramienta común de mi mundo...

¿Mi dolor, el mío?

-La última vez que abriremos este cofre, Mentes -me miró, seria pero nostálgica -. ¿Preparado?

Aspiré aire entre las paredes doradas del templo, mientras clavaba la vista en el cofre.

-¿Por qué dijiste antes eso a Lágrima Valerie?
-¿Estás preparado? -giró la cabeza tratando de eludir el tema.
-Sí -la miré -. Dale.

Un chorro de dolor y recuerdos salió del cofre, que se notaba que se estaba agotando, pues era pesado, salía rápido y su dolor era insoportable.
Una última carga, Carlos.
Una última y al fin dejaría de depender de aquel templo y podría realmente ser yo mismo de la manera más completa. Y todo dolor valía la pena…
La sangre acumulándose en mis sienes intentando bombear oxígeno a una cabeza a punto de estallar por la presión. La respiración lenta de Luchadora, que sujetaba la apertura del cofre sabiendo que de ir todo bien no volvería a cerrarla...
Todo en paz. Todo en calma. Las últimas piedras preciosas de mi personalidad acabaron de dar forma a mi cuadro compuesto de témperas, acuarelas y carboncillo, añadiendo toques de óleo y de lápiz infantil. Todo cuadraba, cada piedra en su lugar encajaba a la perfección y por fin lograría ser aquello que siempre quise ser.

Yo mismo.

Un estruendo amenazó por momentos desconcentrarme en mi tarea, pero fui fuerte y seguí.
Ya solo faltaba una cosa. La empatía que dejé enterrada en lo más profundo del cofre, aquella empatía a la cual guardé miedo, y relacionándola con mis fracasos dejé apartada.
Otro estruendo. La empatía, y algo más que no vislumbraba bien, pero que acabaría asimilándolo con dolor al final del día... y la primera comenzaba a recordarla... ya casi estaba, pese al sufrimiento...

El dolor paró de repente y como una bofetada me derribó al suelo confuso, tratando de dar sentido a las múltiples manchas borrosas de color que se aglomeraban en mi mente. Tanteé el suelo para hacerme una idea de dónde se encontraba mi cuerpo, pero unas manos agarraron mi pecho y me alzaron hasta lo que yo creí que era estar de pie, ante tanta luz, ante tanta confusión, ante tanto estruendo.
Ruidos distorsionados e ininteligibles.
Luz, ecos, pérdidas de equilibrio. El oro de la pared y mis uñas devolviéndome la estabilidad.
Luchadora vociferaba frases que no lograba entender del todo mientras lo que parecía el techo de la sala de las Ocho Antorchas acababa de abrirse ante el cielo, formando una grieta tremenda de un par de metros de grosor y varias decenas de profundidad, concluyendo en una figura oscurecida por el cielo rojizo que miraba hacia abajo con los brazos extendidos a cada lado de la grieta.

-¡Mentes! -me miró Luchadora, asegurándose de que estuviera bien -. ¡Mentes, nos atacan!

¡Nos atacaba! ¿Quién?
La espectacular grieta se ensanchó aún más, dejando la sala prácticamente expuesta a la iluminación rojiza de las colinas, deforme. Los quejidos de la tierra ahí abajo comenzaron a preocuparme gravemente, el techo comenzó a dejar caer piedras y polvo, y los lingotes de oro de la pared junto al cofre comenzaron a rechinar y desencajarse.

-Has llegado demasiado lejos -. Sonó la voz de Religión, pero no su potencia ni su fuerza, una voz que prácticamente parecía salirte de la misma conciencia -. Te he dejado vivir demasiado... soy bueno y paciente... pero no avanzarás más en tus blasfemias.

Miramos arriba y una figura colosal con sus manos a ambos lados de la grieta nos miraba, furioso. No veíamos sus pupilas, pero solo su peso nos obligaba a apartar la vista, nos tumbaba con su presión espiritual y unos destellos blancos delataron las canas que sustituyeron aquel pelo castaño que antes poseía.

De Jesucristo se había reencarnado en el mismo Dios.

Un pequeño punto se desprendió de él y bajó en caída libre por aquella enorme fisura hasta resquebrajar el suelo con un brutal impacto de gravedad y polvo.
Una fuerza proveniente de lo más alto apareció como un viento huracanado lanzándonos a ambos contra la pared de oro y junto al cofre. Sin esperar me levanté, simplemente dolorido, pero Luchadora se había llevado la peor parte y había deformado los lingotes con el golpe.
La figura que aterrizó allí a plomo se levantó con tranquilidad, sonriendo como siempre. Se limpió el polvo de sus ropas blancas, con aquellas manos blancas que tanto contrastaban con sus ojos negros y amarillos.

-Cuánto tiempo, Carlos... y cuánto tiempo -enfatizó esas palabras -, Luchadora.
-¿Qué quieres? -le miré amenazante mientras el espadón defendía mi cuerpo y la mujer acababa de levantarse desenvainando su espada casi negra.

Él miró arriba, y con aquella sonrisa incómoda volvió a dirigir hacia mí sus pupilas ámbar.

-Tras mucho hablarlo... Religión y yo hemos decidido unirnos frente a un enemigo común -levantó su índice -. Tú. Y queremos tu cofre, para empezar.
-Está vacío. No os servirá para nada.

Rió en una breve carcajada, con su mano apretando su su blanca cintura.

-Sabemos que aún queda lo más importante y valioso. Y es lo que queremos.
-¡Jamás! -apareció Luchadora, que cargó contra Sever con la furia de su alma.

Sever, impertérrito, esquivó su ataque, el siguiente agachándose. La empujó al centro de la sala, y la iluminación roja del cielo la debilitó de pronto. Muy cerca de las colinas, lugar al que no podía acceder... Apenas pudo levantar el arma, ya había agarrado su muñeca. Con la otra asió del cuello y la lanzó con brutalidad contra el suelo ya resquebrajado.
Yo salté contra el enemigo para asistirla, espadón en alto.
La diferencia entre ambos contrincantes era que una jugaba limpio, y el otro no.

-¡Ahora! -bramó Sever apretándose bajo una de las antorchas apagadas, en un lado de la pared deformada cubierta de la grieta.

Un huracán de poder expulsado de la mano de Religión se estrelló contra el suelo donde aún se encontraba tumbada Luchadora. Una cascada de omnipotencia que reventó la piedra en la que colisionó, derrumbando una buena parte del techo, golpeando de lleno a la chica, salvándose Sever por los pelos y empujándome a mí contra una de las paredes a una velocidad inmensa. Lejos de Luchadora, lejos del blanco, lejos del cofre.
Mi arma cayó al suelo mientras yo trataba de levantarme con una lágrima, preocupado por ella, por quien me lo dio todo.
Andar en aquel lugar tan súbitamente escarpado se había hecho difícil...
Un puñetazo de Religión en la superficie de las colinas sacudió el lugar y me derribó de nuevo. En todas partes podía oírse el quejido de la tierra partida, a punto de sucumbir.
Arriba... otra vez arriba... como ella me enseñó...
Ya podía ver su cuerpo inerte, camuflado entre los escombros...
Sever se acercó rápidamente al cofre, dispuesto a tocarlo.

-¡No!

Las fuerzas que tenía las invoqué en un grito, que envolvió al enemigo y tiró de él hacia mí. Los dos de mismo rostro y mismo aspecto, los dos en el suelo en una carrera por conseguir lo que queríamos.
Un nuevo golpe de Religión, más firme que el primero acabó derrotando al Templo de las Mentes Carmesí, y el retronar de la tierra desmoronándose contra sus salas se escuchó en todas las colinas. El polvo que dejó el derrumbamiento del último pasillo golpeó mi cara mientras acababa de levantarme tembloroso.
Luchadora, pálida y llena de cortes yacía inmóvil entre las piedras. El cofre importaba, pero ella más. Y por eso fui a cargar con ella para huir.
Pero Sever que también se había levantado convirtió su mano en un tentáculo que detuvo mi brazo, y su mente comenzó a conectar con la mía, amenazando un nuevo control mental.

Sin embargo Religión, que no advirtió de lo último, golpeó por tercera vez las colinas, en una nueva sacudida que desconcentró al blanco, que golpeé contra la pared de oro con fuerza mental.
Agarré a Luchadora por la cintura, y débil cargué con ella, sin saber cómo escapar de allí.
Una esfera de un morado realmente oscuro y del tamaño de una sandía apareció bajo la grieta.

-Ríndete, Carlos. Estás derrotado, no hay nada que hacer. No tienes arma, cargas con un cuerpo y nosotros aún nos encontramos en plena forma.

Ya está, había terminado. Sever agarró el cofre viejo de madera, y Religión me mataría con aquella bola de energía si no estaba dispuesto a cooperar.

-Déjanos el cofre y te permitiremos vivir. A ti y a tu amiguita.
-Yo... yo... -me arrodillé dejando a Luchadora en el suelo -. ¿Por qué os habéis unido contra mí? ¿Por qué? ¿Qué os he hecho aparte de existir?

Un aura roja cubrió mi cuerpo, el aura de la furia.
Una palabra me vino a la cabeza... Eissen... ¿Qué podía significar?
No importaba. Yo no tendría el cofre. Pero ellos tampoco lo conseguirían.

Mi espadón apareció de pronto entre mis manos con un fulgor dorado. Grité lo máximo que permitieron mis pulmones. Y a la vez que alzaba el arma, una agujero negro comenzó a materializarse en los pies de Sever, que alarmado se tiró al suelo alejándose de allí, y el cofre, mi viejo cofre de madera, cayó al suelo junto aquel orbe negro en el suelo.
Y desapareció.
Pues cayó a lo más hondo de mi persona, porque lo envié a lo más profundo de mi ser.
Y ni siquiera un Dios puede acceder al vacío eterno, al exilio donde con resignación envié aquel cofre.
Porque prefería no ser yo del todo, a que lo más valioso y escondido de mi persona fuera integrado por ellos.
Mi grito concluyó cuando mi espadón impactó entre las piedras rotas del suelo, creando una onda expansiva que golpeó a ambos enemigos, mientras el techo a mi alrededor caía por gravedad, desplomándose la última sala del Templo de las Mentes Carmesí.
Abracé a Luchadora justo antes de que una gran piedra nos aplastara.
Y aparecimos en la hierba de mi isla flotante más grande, tumbados y ensangrentados los dos, en un mundo que ya no poseía un nexo con las colinas, no, porque ya no lo necesitaba.

-Tienes cuarenta y ocho horas, Carlos -retumbó una voz en todo mi mundo -. Tienes cuarenta y ocho horas para rezar al Todopoderoso.

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