25 de febrero de 2013

Vida, acción y muerte.


Polvo eres. Y en polvo te convertirás.
La tierra. Tan eterna, tan recia, dura e inmutable. Cambia con paciencia, en medio de la nada inmensa que es el Universo. Sin embargo, la tierra nos ha dado un gran regalo: la vida.
Cede su espacio para nosotros, nos permite aprovecharnos de sus recursos y comparte la luz que recibe. Todo en un equilibrio, lento pero perfecto, una balanza que siempre que sube, baja, y de manera inflexible nos pone a prueba para acomodarnos en su propio juego cambiante.

La tierra nos regaló la vida a cambio únicamente de volver a ella, y sin embargo ahora nosotros nos empeñamos en maltratarla. En sobreexplotarla. Inmolamos el espacio ajeno talando bosques y legalizando más tierras para la contrucción, producimos infinitos recursos despilfarrados que la empobrecerán, y con grandes rascacielos nos empeñamos en acaparar hasta el último fotón de luz.
¿Qué sentido tiene legalizar algo que no es nuestro, empobrecerlo por avaricia y empeñarnos en hacerlo todo más grande e inmenso? ¿Qué sentido, si estamos descontrolados?

-¿Crees en algo? -mientras trataba de desenvolver el bocadillo sin dañar el aluminio.
-Creer... ¿de qué? -me miró, extrañado.
-Ya sabes, religiosamente.

Escuchaba a los demás mientras reflexionaba sobre la esencia de la religión. ¿Qué es y por qué todos los seres humanos tienen una? ¿Negar la religión es una religión?
Escuchaba a los demás esperando crear de nuevo un lienzo de múltiples tipos de colores, porque sabía que solo pensando aumentaría mi fuerza espiritual y de momento no era nada contra Religión. Necesitaba pensar.

-Por aquí -me conducía Luchadora por las escaleras blancas de piedra pulida que bajaban hacia el sótano de aquel edificio.

Señaló a un hombre aparentemente mayor y de espaldas, que a varios metros de nosotros devoraba libros almacenados en una pila recogida de las múltiples estanterías a su alrededor, que del suelo alcanzaban el techo de manera exacta y calculada. Vestía una túnica gris con una capa verde brillante, y no parecía saber de nuestra presencia.

-No puedo leer... -y tiró hacia atrás y sin mirar un ejemplar que cayendo de mala manera en el suelo, se abrió y reveló sus páginas completamente vacías, como otros libros que descansaban con él.
-Se llama Erudito.
-¿Seguro que pertenece a mi mundo? -le miré extrañado y desconfiado.
-Sí. Se encargan de que todo funcione correctamente. Él en concreto de asimilar los conocimientos nuevos.

Hice ademán de acercarme, pero me retuvo.

-No te contestará, Mentes.

Posiblemente, los hombres inventáramos la religión ante el miedo a la muerte, a la nada desconocida, porque el hombre no concibe la nada. Posiblemente, de la misma manera que el cerebro es capaz de autoengañarse, creamos un ente inculcándonos que fuimos creados por él. Todo para proteger una verdad... pero, ¿qué verdad? ¿El miedo a la nada... o algo más?
No había nada tras la muerte, y solo los más fuertes podían aceptar esa idea, solo los más fuertes podían no necesitar a Dios. Y leyendo a Nietzsche acabé convencido: la dura verdad solo podía ser asimilada por los capaces.
Los más fuertes espiritualmente mataron a su Dios. ¿Pues no éramos nosotros los dueños de nuestra vida y los dioses de nuestras acciones? Nada de dogmatismos: es el miedo del hombre el que le llevó a negociar  entre cada cultura una creencia común, una creencia que lograse levantarles el ánimo que un fuerte sabe que puede levantarse solo.
¿La religión entonces no existía?

-¿Qué es este lugar?

Giraba sobre mí mismo observando la pequeña sala de iluminación azul por el reflejo de aquellas cuerdas gigantes que reposaban al otro lado del cristal. Nos encontrábamos en un pequeño mirador sombrío, observando una sala bastante más grande de la que salían en techo y suelo unas protuberancias parecidas a cráteres volcánicos. Del centro de todas ellas, una gigante columna de un material que parecía esparto brillaba en un azul intenso producto de una luz que no sabíamos de dónde venía. Cada cuerda salía de un cráter y de manera casi perpendicular al suelo, llegaba a otro. Observé que unas de las múltiples que había estaban rotas.

-Este lugar representa los lazos que te atan a la subjetividad. Lazos que te impiden ver aún el mundo con claridad, que modifican tu opinión, te impiden conocerte, y debes destruírlos. Provocados por prejuicios, por la cultura, por ideologías que dicen guiarse por la razón como si fuera algo bueno...
-¿Y no lo es, si defiendes tanto la objetividad?
-Antes no la defendía, me convenció Razón de hacerlo. Y fue él mismo el que me advirtió que, si bien queremos llegar a la objetividad... no dejamos de ser personas, y no se nos puede tratar como números. La idea es ser capaz de ser objetivo, pero pudiendo ser subjetivo.
-Entiendo -me apoyaba en la pared para asimilar la lección -. ¿Y quién es Razón?
-¿Qué importa? -dijo sonriendo.

Así pasaron días, semanas. Intentando no molestar y no ser molestado por aquellos seres, seguí aprendiendo a combatir con Luchadora. Ya conocía muchas técnicas con mi espadón ancho, pero en poco tiempo mi aguante aumentó. Podía permanecer cada vez más tiempo en aquel mundo, podía hacer desaparecer y aparecer mi arma a placer y comencé a practicar el movimiento mental de los objetos. Pues, ¿no era mi mundo? ¿Por qué no iba a poder manipularlo?
Mover piedras, lanzar mi espada y hacerla volver, o incluso asestar un puñetazo a un objetivo a metros de distancia me agotaba rápidamente, y mi nuevo entrenamiento comenzó a consistir en acostumbrarme a ese poder, aumentando mi fuerza espiritual. Entrenando para, con la información recopilada por Erudito, vencer a Religión.
Sever apareció varios días entre las colinas. Sin venir a cuento aparecía cuando menos lo esperaba, y debía hacer grandes esfuerzos para librarme de su control mental y huir, pero no causó ningún daño grave. Pero a las pocas semanas, comencé a notar que siempre que venía, había unas condiciones previas que siempre se cumplían...
Siempre que me veía enfadado o acorralado. ¿Era Sever el enfado y el acorralamiento, o era la garra que necesitaba para salir de allí ileso? Pero ya en el pasado acordé conmigo mismo que no era la verdadera garra...

Pasaron semanas en aquella rutina, en aquel intenso entrenamiento, en el que aprendí grandes cosas sobre el funcionamiento de las religiones. Cuánto tiempo atrás...
"Grandes mentiras, al fin y al cabo", pensaba, mientras aquellas campanas emitían un sonido más bello de lo normal, y lentamente un coche negro avanzaba seguido por personas tristes y cabizbajas, que lentamente caminaban hacia la iglesia.
No era por mí, mi tristeza se basaba en la pena de los demás. Con dos lágrimas en la comisura de los ojos, avanzaba hacia los bancos de la primera fila pensando cómo aliviar su dolor, como calmar el desconsuelo de mi familia. ¿Cómo no creer en una religión? "Con Dios está", les decía, no porque yo necesitara creer eso, sino porque ¿qué puedes decir a alguien que ha perdido a un ser tan querido?

¿Es la muerte el final? Tras todo lo vivido y aprendido, ¿lo pensaba?
Entornaba los ojos mientras los dedos de mis guantes tocaban por última vez el ataúd de madera, y lentamente abrazaba a un familiar desconsolado.
Pues la alegría compartida se multiplica, y el odio compartido se divide.
¿A dónde has ido a descansar, abuela? ¿Realmente es el final? No es por debilidad, es por amor. "Abuela, ojalá hubiera una eternidad...".

Buscaba a una Luchadora desaparecida. Ni siquiera perseguía al juguetón de Humilde entre las ramas de los árboles, él riendo y ella espada en mano. Ni siquiera Humilde se encontraba por allí.
Busqué, pero solo encontré a un joven de cabellos negros, ligeros, peinados y suaves, que con aquellos brazos no podía mover la gran piedra con forma de moneda que trataba de empujar.
Luchadora dijo que no les hablase, pero ¿cómo iba a encontrarla? Dijo que no les hablase, pero aquel día lejano, igual que en el reciente momento del entierro, estaba destinado a crecer...

-Hola, buenos días...

Él paró para mirar arriba, extrañado. Me miró con ojos conocidos, como si siempre hubiese sabido de mi existencia.

-¿Sí?

Me contestó.

-¿Sabes dónde podría encontrar a Luchadora?
-Puf, ni idea... -se rascó la nuca con su brazo, enderezando su espalda, para mirarme de nuevo -. No sé dónde está. Pero una cosita, ¿podrías ayudarme a mover esta piedra antes de seguir buscándola?
-Sí...  -me aproximé a ella -. ¿Por qué lo quieres hacer?
-La ha vuelto a poner aquí para encerrarse dentro de la cuevecita, y llevo días intentándola sacar de ahí.

Quien quiera que hubiera sido, debía ser muy fuerte.
Poco a poco, la piedra cedió para iluminar una pequeña cavidad en la que arrodillada en la tierra una joven protegía sus ojos acostumbrados a la oscuridad.

-¿Por qué has vuelto a esconderte, Lágrima Valerie?
-Déjame, soy débil...
-Muchas gracias, Mentes -dijo aquel joven, tendiéndome la mano -. Soy Optimismo. Encantado de reconocerte.

Abrazada a mí lloraba en mi hombro desconsolada por aquella muerte, por aquel dolor compartido que sin embargo no medraba, y más que nunca aguantando las lágrimas como podía me acordaba de lo que aprendí aquellos días en los que me preparaba contra Religión. En la gran batalla que ocurrió poco después...
¿Qué somos, entonces? Somos una historia que contar. Un principio, un desarrollo y un final. Una enseñanza que mostrar a nuestros hijos, somos ensayo y error. Pero todo, ¿con qué fin? ¿Avanzar es el único propósito?

-Necesitamos creer en algo, tío -me contestó tras una larga pausa mientras mordía con voracidad su bocadillo del mediodía -. Tanto estudiar, tanto trabajar, ¿para qué?
-Necesitamos un propósito, aunque sea ficticio -completé.
-Exacto, necesitamos algo que nos complete y nos dé sentido. No importa lo que sea, como si prefieres no creer en nada. Cada persona según su personalidad le vendrá mejor creer en unas cosas, u otras.

Mordía mi almuerzo, interesado. No sabía que tras ese colega de recreos se ocultaba alguien que realmente hubiera pensado en ello, como yo.

-Entonces todo es una religión -pronuncié como pude.
-Sí. Y si no tiene suficientes motivos para vivir es porque la religión que ha escogido fue la incorrecta. Debemos hacer algo por algo. Un equilibrio, un caos, libertad, orden... da igual, porque al fin y al cabo...
-Todo son acciones.
-Exacto. Cristianos, judíos, hindúes, ateos... son solo personas que ven sus acciones recompensadas con lo más importante.

La tierra nos dio la vida, en un equilibrio perfecto muy difícil de dominar y muy difícil de crear. Un equilibrio que existe, pero no es suficiente para nosotros.
Varias cuerdas fueron rotas aquel día.
Me despedí de mi abuela entre lágrimas en la oscuridad de mi habitación.
Porque queremos saber siempre el por qué de nuestra vida, el porqué de algo que se nos ha dado sin nada a cambio, y cambiamos nuestro alrededor y nos sentimos perdidos porque no tenemos un vehículo que nos lleve a la meta de nuestro ser: lo más importante.

Un motivo para mover el mundo.

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