Me balanceaba lento pero intranquilo
como un metrónomo sobre la silla del escritorio, viendo la pantalla
del ordenador sin saber qué hacer, pensativo.
Ten una carrera. Destaca en la carrera.
Métete en una asociación voluntaria.
Destruye el mal de tu interior y ayuda
a gente con tus descubrimientos. Ellos no te comprenderán, te
tacharán de dogmático, te negarán, te dejarán.
Te juzgarán, por los actos pasados que
ahora intentas resolver y por los que ahora no controlas.
Ten un motivo para sufrir y un objetivo
inalcanzable que te sirva para fantasear cuando duermas y la realidad
no pueda molestarte.
Ten una vida. Escoge tu vida. Ten
libertad para escoger qué clase de peón ser.
Tiré los dados y salió que tocaba
sufrir, tocaba buscar el bien propio en el bien ajeno, aunque sabía
que eso era imposible.
Es una pena eso de ser uno mismo...
porque debes aguantar que otros te juzguen y te lastren creyendo que
te conocen, creyendo porque no eres capaz de explicar tu personalidad
con palabras.
Me balanceaba, giraba, me obligaba a
jugar a juegos. Quería pensar en la realidad, pero no podía, porque
tenía miedo.
Miré mis manos recordando que si había
llegado hasta ahí era a base de luchas. Contra Religión, contra
Sever. Evité que las islas flotantes se desmenuzaran cuando se
precipitaron contra el vacío, y arranqué el palacio de aquel
moribundo acantilado y lo llevé a territorio seguro...
Siempre peleando. Y sabía que todo
acabaría ya cuando muriese Sever. Y sabía que tenía que hacer un
último esfuerzo pero aquel jabalí gigante en forma de recuerdos que
fue derrotado en la Sala de las Ocho Antorchas no quería aparecer.
Tenía miedo de que las estatuas
blancas estáticas, ahora entre los escombros del Templo de las
Mentes Carmesí, volviesen a la vida y me asesinasen mientras dormía.
¿Por qué desapareció el jabalí pero
continuaron las estatuas?
Pensativo en mi habitación; y oculto
en la oscuridad de una inexistencia en mi cabeza, en mi mundo, pero
fuera de él. Abrazaba mis piernas, nervioso. No quería entrar en mi
mente, que había quedado congelada.
Los pastos verdes ahora se estrellaban
contra el gélido viento helado, abandonados, fríos y distantes.
Miraba absorto el agua que besaba la
roca escarpada de una de las islas flotantes que había aterrizado en
el mar, ladeada, mientras mis mentes discutían en otra isla entre
seguir la razón y el sentimiento; y entre darme a mí o a los demás,
en un doble debate que no llegaría a ningún sitio... y Luchadora
contemplando pálida, de pie y anonadada una lápida en la que ponía
un nombre, sin atender a la contienda.
Comenzaba a desvanecerme con un fulgor
dorado mientras caía lentamente al suelo inundado de las ruinas de
mi palacio, roto en un segundo nivel, donde Eissen dictaba quién
debía o no morir, y los pobres peones dirigían su acero contra sus
compañeros.
Entre la niebla del tercer nivel,
recuperado en mi pecho, comenzaba a incorporarme a la vez que varias
decenas de ojos de bestias ocultas me obligaban a pegarme a la pared
de aquella extraña sala derruída en medio de la nada, con los
cuchillos de Luchadora en ambas manos, y mi espadón en la espalda.
En todos el tiempo no transcurría. En
todos una lágrima sufridora recorría sus pálidas mejillas.
Y entonces miraba a los lados en la
oscuridad mientras abrazaba mis piernas, acurrucado en un lugar que
no era mi mundo. Porque ahora no estaba en él.
No había luces, porque era ciego para
ver la verdad.
¿Para qué levantarse, si no van a
comprenderte jamás?
¿Para qué comprender y escuchar a los
demás? ¿Qué me aportaría eso? ¿Más herramientas? ¿Más armas,
más mentes?
¿Para qué quería herramientas que
serían contaminadas por Sever en el instante en el que llegasen a mi
conocimiento?
¿Por qué más armas si no podrán impedir que continúe luchando día tras día?
¿Por qué más armas si no podrán impedir que continúe luchando día tras día?
¿Más mentes para que se maten entre
ellos?
Y Sever sonreía tranquilo, solo entre
aquellas colinas verdes, mirando aquella cruz de madera rota apoyado
sobre una de las paredes de piedra. Dueño y señor de mis colinas
sonreía por orgullo, pues jamás podría resucitar a Religión y
ponerla a su servicio pues no la mató él.
Vibró el móvil, un mensaje que leí y
me devolvió la tranquilidad. Y me recordó que algunos trataban de
comprenderme y me miraban con buena cara. ¿No conocían o habían
aceptado mis defectos? Me recordó que había personas que me
seguirían aunque no me comprendiesen del todo. ¿Era necesidad de
atención por mi parte, o verdadera confianza en que sus vidas
mejorarían? ¿Mejorarían? ¿Y quién era yo...?
Aparecieron en mis colinas ellos,
buscándome, gritando mi nombre. No era Sombra, que decidió vivir la
vida por su cuenta. No era Oscuridad, que tras eliminar el veneno que
sentía hacia ella, extrañamente desapareció de mi vida.
Pero allí estaban Escarcha, Polar, Gueko y Calíope,
personales reales, personas que al llamarme molestaron al solitario
Sever, que fingiendo indiferencia se retiró de aquellas colinas.
Aunque no estaba allí, no en mi mundo.
Y con un ruido sordo y estruendoso unas
luces gigantes me cegaron, y extendiendo una mano hacia delante y
cubriéndome el rostro con el otro brazo, me incorporé lentamente.
Solo oscuridad había en aquella sala
de límites indefinidos. Solo oscuridad, salvo aquellos focos de luz
que cegaban pero no iluminaban.
¿Qué eran? ¿Pantallas?
Mis pupilas contraídas se atrevieron a
enfrentar el resplandor.
Eran recuerdos. De los buenos, de los
malos, de los presentes y los olvidados...
Recuerdos.
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