27 de junio de 2018

La casa tranquila.


Cae la lluvia sobre el claro. Los ojos de Afrodita están cerrados. Energía está a mi lado, cabizbaja, y detrás de ella está Stille, quieta y solemne. Social se lleva las manos a la boca. La luz del rayo ilumina a Jil y a Jacob, y este, con los ojos cerrados como Afrodita, tiene la mano en el pecho. Se escucha el trueno. Social estalla con él, su voz rasgada da forma a las gotas de lluvia que caen sobre la piel pálida de la mujer. Social grita más, coge la mano de Afrodita. Es inútil. Otro rayo dibuja sombras fantasmagóricas en los cuerpos de los dos, y pareció por un momento que Afrodita abría los ojos. Me ha dado un vuelco el corazón. El trueno llena el bosque con una vibración severa.
El mundo se ha hecho muy pequeño. Hay demasiados cuerpos aquí, a mi alrededor, demasiadas sombras tras la luz de los relámpagos. Me levanto... el claro no es suficiente. El bosque parece ahora el fondo del océano, negro, pesado. Intento alejarme de la lluvia, porque atrapa el aire y lo hace descender al suelo, donde no puedo respirarlo, yo corro, pero en lugar de correr estoy nadando. Necesito irme. La raíz que no había visto me lleva al suelo, pero ni siquiera acercando la nariz a la tierra aspiro el aire que necesito. Está fría y húmeda.
El rayo ilumina el poste de madera, está quieto y me observa, estoy a sus pies, postrada. Yo miro su contorno, iluminado a duras penas por la luna. Se escapa un quejido cuando suelto el aire. Me levanto, así me quedo a su altura, aunque él sea mucho más alto.
El primer tajo deja bloqueado el acero negro en el corazón de la madera, después de entrar toda ella en el poste. Después de tirar varias veces, vuelve a liberarse, y un segundo golpe parte en dos su cabeza. El mango de la espada es frío y resbaladizo, no puedo cogerla bien. Apoyo la pierna para retirar la espada de una sola vez, y este tercer golpe siento que tiene que ser el definitivo. Tengo una sensación de hormigueo en el brazo, y cuando lo muevo, siento que mi brazo sigue atrás, aún en posición de ataque, como si jamás lo hubiese movido, como si ese brazo que ha acompañado a la espada y ha partido en dos el poste no fuera el mío. Las venas de mis manos están iluminadas de destellos rojos, pero no son por el reflejo de mi rubí, sino que la mano brilla desde dentro, como en la montaña. Veo destellos rojos dentro de la armadura, a través de las fisuras.
Y al brillo lo acompaña un susurro. No me dice nada en concreto, solo quiere que esté con él, tengo en mis ojos la imagen de un fondo rojo y negro, pero no puede ser, porque estoy en el bosque. Llueve, pero el susurro me reclama como suya, y aunque al principio he sentido alivio, luego salta una sensación de amarga urgencia. Ese susurro no es bueno.
¡Alguien me llama! He escuchado mi nombre desde el claro, desde tan lejos, más bien es un eco, un espejismo de llamada, no es real, ¿cómo iba a serlo? Nadie querría hablar conmigo. La lluvia cae sobre mí, también la tierra, y los árboles. Pero no puedo oírla.
Toco mi cara, que parece que también brilla, y así lo hace mi pecho, cuando presiono la armadura contra la piel, y el destello se filtra a través del tajo que hizo Lisa. Vuelvo a escuchar mi nombre, y como una profecía, veo los ojos aguamarina en el cuerpo que ocupa Energía. La luna se está volviendo rojiza, y hasta su pelo brilla como el fuego en una noche oscura como esta...
Deshago el camino, hacia ella. Extiendo la mano, y el brillo rojo se apaga, también el susurro. Su cara es un bálsamo.

Pero Energía desaparece. La luna también, y sin brillo ni luz, he dejado de ver. Las gotas que caen son las que se filtran del árbol de arriba, y son más frías. También noto el aire, también frío, y lo respiro con ansia. Las fuerzas acaban de fallarme, y siento que el suelo es inestable y se mueve a mi alrededor, pero seguro que es porque estoy desorientada, no es real... Es el rubí. Me debo haber mareado. Una de las gotas frías se cuela por el cuello, y recorre la espalda. No escucho los gritos de Social.
No estoy en el mismo lugar que antes.
Me incorporo rápido, camino fuera del alcance del árbol y la lluvia golpea la piel de nuevo, también aparece la luna. Nada a mi alrededor es familiar, no estoy en el camino, y las montañas del sur están más cerca que nunca. Detrás, la oscuridad del bosque, delante, una depresión en el terreno, cruzada por un río. Veo una lumbre, y lo que podría ser una casa, a lo lejos.
Grito el nombre de Energía, pero nada me contesta. Lo grito otra vez. No quiero volver al bosque. Corro hacia el fuego, a un centenar de metros. La tierra debajo de la hierba está embarrada y llena de agua, un chapoteo por cada vez que hundo la bota. Hace frío. Guardo el acero, antes de que me congele la mano derecha. Me falta el aire. No habré corrido ni un cuarto del camino, pero estoy cansada. Ventilo. No sirve de nada. Siento una presión en el pecho que no sé si es por una herida, el frío, el aire, o simplemente el cansancio. La presión comienza a convertirse en pinchazos en el costado.
Salpico una bota cada vez que la otra pisa el suelo. La luna es roja. Los pinchazos se acentúan, no sé si el aire llega hasta los pulmones o solo lo muevo hasta la garganta. Me duelen las piernas. La hoguera se apaga, a veces, pero no puede ser. La mitad del camino, algo más. Extiendo la mano hacia la casa, justo antes de tropezar, de que mi cabeza falle por completo.

Abro los ojos cuando sé que estaba soñando algo desagradable, pero no me acuerdo de qué era. Estoy en un interior, junto a Stille, que afila uno de sus kunais, y comprueba que está equilibrado. Su tono de piel coge el de la luz de las velas que hay encima de la chimenea. Me mira, entonces, y se levanta rápido. Y se va afuera, de donde entra luz del sol. ¿Qué hago aquí?
Toso, igual que lo haría un enfermo, guardo la flema, me giro, y la lanzo al suelo de madera. He cogido frío. La lluvia... la cabaña, el bosque. Corté el colmillo de Lorraine y amenacé a Jacob... ¡Afrodita! Me incorporo rápido, pero los brazos me duelen... me dejo caer, poco a poco. Vuelvo a toser, intento guardar la flema de nuevo, pero he empezado a hacerlo tarde, y baja por la garganta. Siento el cuello agarrotado, también las muñecas, y las piernas parece que están dormidas, pero responden. Todavía me duele la herida en el pecho, la que me hizo Lisa.
Stille vuelve a la habitación, y Energía la acompaña. Las saludo, pero ellas no responden, y caminan, hasta estar cerca de mí.

—Luchadora —dice Energía—. Quisiera saber cómo te encuentras.
—Estoy bien —respondo—. Me muero de sed, y de hambre.

Me incorporo para sentarme, pero noto algo. No puedo mover los tobillos más que unos centímetros del centro. Inspecciono también las muñecas, que están atadas con una cinta de cuero a la cama. Me han atado.

—¿Qué... qué pasa? —digo.
—Te movías mucho mientras dormías, Luchadora —dice Energía—. Tus manos brillaban, y te golpeaste dos veces. Lo hicimos por ti.

Intento alcanzar una de las hebillas con la otra mano, pero no puedo.

—¡Quitadme esto ahora mismo!

Stille me quita una de las cintas, yo me doy prisa para desabrochar el resto. Me siento en la cama a toda prisa, resoplo, varias veces, hasta que el aire sale más suave. Tengo sangre seca debajo del pulgar.

—¿Qué ha pasado? —digo—. No recuerdo nada después de... bueno. De eso.

Energía se sienta a mi derecha, y pone su mano encima de mi pierna. Stille se sienta a mi izquierda, algo más lejos.

—Perdiste el control, Luchadora, y partiste en dos el poste de madera. —Hace una pausa para coger aire, y cierra los ojos—. Luego, desapareciste. Yo avancé hasta tu posición, y al volver al campamento, me teletransporté. Vi que corrías por el valle hacia esta choza. Yo fui detrás de ti, y cuando desfalleciste, te cogí y llamé a la puerta. El dueño, que se llama Bhimani, se ofreció a darnos cobijo.

Miro a Stille, que tiene la frente apoyada en una mano, y niega con la cabeza.

—¿Y el resto? —pregunto.

Energía mira a Stille, pero ella sigue quieta, y no atiende a su mirada.

—Más o menos lo mismo —dice Energía—. Sobre eso...
—¿Qué? —digo.
—Todos desaparecimos, Luchadora. Los que quedaban... —Señala a Stille, que sigue con la mano en la frente, y los ojos muy cerrados—. Pensaban que sufríamos un ataque. Tarde o temprano, todos avanzaron más allá del poste, y acabaron retrocediendo.
—¿Y Afrodita? —digo.

Los ojos de Energía han perdido intensidad, por un momento, y he podido ver las pupilas oscuras de su cuerpo. Cuando vuelven, estallan en vapor aguamarina que escapa de las comisuras de los ojos.

—La Señorita Lorraine, Sombra y... Afrodita... aún siguen en el bosque.

Stille se levanta de pronto, y se va a buen ritmo de la casa. Energía la sigue con la mirada, unos segundos.

—Volvamos a por ello —digo.
—No podemos, Luchadora.
—¿Por qué?
—El anciano que nos acoge, Bhimani, nos ha hablado del bosque. Para avanzar hay que retroceder, y cada vez que entras, vas a parar a una instancia diferente cada vez.
—¿Qué? —digo.
—Que cada vez que entras, vas a un bosque distinto. Nunca recuperaremos a Afrodita.

No solo la hemos perdido, sino que la hemos abandonado. Me llevo las manos a la cara, igual que hizo Stille antes, resoplo, también se humedecen los ojos. El rubí empieza a brillar, tanto, oh, dios... Tanto, que ha empezado a silbar. Me ha hecho daño.
Miro a Energía, desconcertada y tocándome la piedra preciosa, pero ella no parece haber oído nada. Sus ojos se han achicado en una mueca de pena, pero se le pasa enseguida.

—¿Qué hemos hecho? —digo.
—Afrodita ahora pertenece a la naturaleza. Es parte del ciclo de la vida.
—¡La hemos dejado a la intemperie!
—Está en paz —dice.
—¡Ella se merecía algo mucho mejor! ¡Cu... cualquier animal podría olerla, y la estúpida jabalí puede arrimar el morro y ensuciarla!

No contesta. Miro las velas junto a la chimenea, la puerta por la que se ha ido Stille. Oigo voces fuera. Lo que huelo... ¿es incienso? Hay un atrapasueños de tela junto a la cama. Es una escena tan tranquila, tan cerca del bosque terrorífico... de la montaña de Miedo. De la torre de Dante. Del cuerpo de Afrodita.
Me levanto. Cuando Energía me coge del brazo, descubro que mi cara estaba siendo de terror.

—¿Te gustaría que salgamos, Luchadora? —dice Energía.
—Sí, por favor.

Toca mi espalda con su mano, y deja que pase primero por la puerta. Las nubes grises tapan el sol, pero pese a la luz gris y el viento frío, me golpea el clima tan intensamente calmado, como si todo el entorno pudiera reflexionar y meditar como lo hacía Razón, y respirar de forma pausada. La hierba cubre toda la tierra que alcanza mi vista, una parecida al valle de los ríos que cruzamos hace días, pero mucho más verde e intensa. Un río cruza, de hecho, la zona cercana, con un rumor tranquilo. Junto a él veo a Jil y a Jacob, que conversan con otro hombre, de bastante menos tamaño, con el pelo blanco y largo, recogido en una coleta corta. No tiene mucho pelo. Su ropa, sin embargo, es de un naranja mucho más brillante y llamativo. Los tres, ahora que me fijo, llevan un vaso que humea. Busco a Social con la mirada, y acabo viéndole tirar piedras al río sin fuerza ni gracia, en un lugar que parece el comienzo de una cascada, junto a un árbol bonito de hojas rosas.
Energía camina directa hacia el viejo, y yo la sigo. Debo agradecerle que nos acogiera durante la noche. No sé ni cómo hemos cabido todos.

—Bhimani —dice ella—, te presento a Luchadora, que ya se ha recuperado. Luchadora, este es Bhimani.

El hombre se gira y sonríe ampliamente. Sus ojos son tan pequeños que casi no puedo verlos. Hace una pequeña reverencia, y señala a Jil y a Jacob.

—Por fin te conozco, Luchadora —dice—. Estos dos hombres honorables me han dicho que eres una gran líder, que les ha conducido hasta aquí desde muy lejos.

Llevo la mirada lejos, a otro de los árboles bonitos junto al río. Haber hablado así de mí es desafortunado, lo hayan dicho en serio o no.

—¿Eso dicen? —digo.
—Tu amiga Energía me ha contado vuestra historia esta mañana —dice—. Siento mucho vuestra pérdida, todas ellas, de hecho. Ha sido un viaje duro, desde el norte, pero aquí estáis a salvo.
—Bhimani procede de la Isla de Inconsciente, Luchadora —dice Energía—. Y conoce a Los Creadores.

Le miro con ojos de sorpresa, y él me responde con una sonrisa cálida, tranquila, que marca sus arrugas. Avanzo hacia él un paso.

—Por favor, dinos todo lo que sepas —digo.

El hombre asiente. Dos pequeños pájaros revolotean, juguetones, bajan hasta el río, y continúan hasta el árbol rosado junto al que se encuentra Social. El anciano habla.

—Os contaré todo lo que sepa, pero no hasta que estéis todos vosotros.

Jil llama a Stille, que medita en la hierba, lejos. Social sigue lanzando piedras más allá de la cascada, un rumor que absorbe todo el sonido de la zona. Cabizbajo. Sujeta, con la otra mano, el bastón de Afrodita.

—Es como si estuviéramos todos —digo—. Dante le ha hecho algo a Social... Es como si no estuviera.
—Cuando estemos todos os diré lo que queréis —dice Bhimani.
—Social no va a enterarse.
—Insisto —dice.
—Por favor, Luchadora —dice Energía—. Todos tenemos derecho a saberlo.

No digo nada. Según Stille llega al grupo y se coloca a mi izquierda, Energía llama a Social, que hasta la tercera llamada no se entera de que lo están llamando. Se acerca arrastrando los pies, cabizbajo, sorbiendo los mocos y pasándose el brazo por la cara antes de llegar.

—Por favor, anciano —le digo—. Si conoces nuestra historia, entonces sabes que estamos desesperados por ayuda.
—¿Cuánto sabéis de Dante y Los Creadores? —dice él.

El anciano mira a Jacob primero, pero él niega con la cabeza, con las palmas en alto. Luego mira a Jil, pero decide pasar el turno. Social no dice nada, probablemente no haya escuchado la pregunta.

—Dante es una mente traidora —dice Energía—. Sus acciones llevaron a Los Creadores a nuestra casa. Por lo que nos han contado, podrían ser dioses.
—No son dioses —digo—. Solo son asesinos.

Bhimani asiente, y me da la palabra, pero no tengo nada que decir. Cuando el viejo mira a Stille, ella se da la vuelta, y le da la espalda. Puedo ver su cara de enfado, y en la mano derecha sujeta el kunai que estaba afilando, con gran tensión.

—Es muy difícil enfrentarse a un enemigo que no se conoce, ¿no creéis? —dice el anciano—. Por suerte para vosotros, conocí a Dante, y también a Los Creadores. Ambos están más relacionados de lo que parece.
—¿Qué? ¿Por qué?

Avanzo un paso hacia él, pero cuando me doy cuenta de que deshago el círculo, vuelvo a mi posición.

—Dante es una mente antigua —dice él—. Apareció en nuestra isla, perdido, lleno de dolor. Nunca nos dijo de dónde vino, pero debió ser un lugar horrible. En cuanto recobró la compostura y la memoria, nos dijo que lo único que quería era matar a Los Creadores. Culpó a ellos de su sufrimiento.
—Entonces... —dice Energía—, ¿sugieres que todo lo que Dante ha hecho ha sido por matar a los dioses?
—¡Ya vale, Energía! —digo—. ¡Que una tribu los llame dioses no los convierte en dioses! ¡Que nos vencieran no los convierte en dioses, tampoco!

El anciano se acerca a mí, y coloca la mano en mi frente. Yo retrocedo, pero él no la aparta. Está tocando mi rubí. Le pregunto qué hace, pero no contesta. Ladea la cabeza, sé que está pensando, pero no sé qué piensa hacer.

—Los Creadores son antiguos —dice Bhimani—, y son tres. Altaír es rojo, Tubán es azul, y Arisa, verde.

Se aleja de mí, va más allá del centro del círculo, y se sienta en una roca junto a la que están sentados Jil y Jacob.

—Les he visto dos veces —sigue—. La primera, cuando era joven. Cuando nos crearon para ser mentes.
—¿Os crearon? —digo—. ¿Esas máquinas tienen la capacidad de crear?
—Son máquinas —dice—, pero también organismos. Sé que puede ser un concepto difícil de asimilar, pero no solo han creado generaciones y generaciones de mentes para guiar al humano que hay más allá, sino que también han determinado cómo se comportará cada una.

Lo que explica parece más bien parte de una religión ciega. Todos le atienden, absortos, menos Social. Yo sé que Los Creadores no son infalibles. Nada lo es.

—Si eso fuera verdad —digo—, que Dante se rebelara estaría dentro de sus planes, y además, tendrían la capacidad de saber dónde está.
—Llevo días mirando más allá del cielo —dice él—, y Atoa se comporta como nunca lo hizo. Ahora que conozco vuestra versión, lo entiendo. Dante debe de haber usado alguna clase de poder para robárselo a Los Creadores. Es una mente antigua, y cuando digo antigua, me refiero a que fue de la primera generación, antes de que las máquinas existieran.
—¿Cuántas generaciones ha habido? —dice Energía.
—Muchas. Muchas... Hasta pasados los tres años de Atoa, Los Creadores no dieron con el equilibrio que ellos deseaban, vosotros. Cualquier ser vivo que interfería en su equilibrio, fue exterminado.

Bhimani habla ahora con los ojos cerrados y las piernas cruzadas, una posición muy similar a la que usa Stille para meditar. A Susurro le encantaba desconcentrarla.

—Me surgen muchas preguntas, Bhimani —dice Energía—. ¿Fuiste el único superviviente de tu generación? ¿Quieren matar nuestra generación en favor de una nueva? ¿Matar a la mitad de los nuestros era parte de su plan?

El anciano abre los ojos, y la mira, en silencio. Él fue una mente del pasado, de cuando el Gran Cham no había abierto el ojo. Lo que a Mentes le debió pasar en un año, en este mundo debe de haber sido una eternidad, por eso Energía dijo que Dante podía tener mil años. Bhimani sigue mirándola, y Energía le mira a él, los dos en completo silencio. Social vuelve a sonarse los mocos. Jil llama la atención al anciano, pero permanece igual, inmutable.

—Entiendo que tengáis tantas preguntas —dice el anciano—, pero no voy a poder resolverlas todas hoy.
—¿Hoy? —le digo—. No podemos quedarnos más días, tenemos una prisionera que rescatar.
—Vuestra prisionera no vivirá si vais a ella en vuestro estado. Vi hace poco a un hombre pálido, joven, que también buscaba la torre. Si hubiera sabido lo que pasaba, se lo hubiera impedido.

Es Optimismo. Está vivo, y busca también a Madurez. Energía me mira, también lo hace Stille. Social levanta la cabeza, con ojos abiertos, intenta hablar y aunque no pueda, sabemos lo que diría. Se lleva las manos y el bastón a la cabeza, y así se queda. El viejo le ve, asiente en silencio. Señala a Energía.

—Tú no usas todo tu poder —dice, y me señala—, tú no controlas el tuyo —señala a Stille—, y tú ya no estás centrada. Puedo ayudaros a haceros más fuertes para enfrentaros a Dante, pero si vais así, os destrozará.

Stille pone cara de enfado, Energía se rasca la cabeza. ¿Mi... poder?

—Disculpa —dice Jacob—. ¿Podrías hacer que yo fuera mejor?

El anciano niega con la cabeza, rápido.

—Eres todo lo que puedes —dice, y me mira—. Pero vosotras tres podéis ser mucho mejores.
—No podemos quedarnos —digo.
—No será más de una semana, y os ayudará mucho. Si no queréis, podéis iros.

Energía propone una votación. Jil vota que no rápidamente, yo también. Stille vota que sí, y también Energía. Jacob prefiere no intervenir. Entonces, el que tiene el voto definitivo es Social. Pero parece que no responde.

—Social —le digo—. Si marchamos ahora, podríamos alcanzar a Optimismo.

Social sigue con la mirada perdida en algún punto del suelo, tiene el cuerpo enteramente apoyado en el bastón de Afrodita. Por su gesto de tensión, sé que tiene que estar pensando.

—Quiero quedarme —dice Social—. Yo no puedo hacer nada contra Dante... pero vosotras podéis ser más fuertes, y vencerlo.
—Pero Optimismo... —digo.
—Optimismo sabe cuidarse —dice—. Creo que puedo aguantar una semana más sin verle.

El anciano asiente y pide una partida de caza antes de que anochezca. Jacob se ofrece voluntario, y también Energía. Él les señala hacia el este, donde podrán encontrar liebres y salmones. Pregunta en alto si alguien sabe reparar telas, y Jil contesta que su mujer se dedicaba a eso y él sabe alguna que otra cosa, así que lo conduce hacia la casa. Cuando se va, Social sonríe.

—Está vivo —nos susurra—. Tengo ganas de verle.

Stille le sonríe y le arropa la cara con sus manos.

—Somos pocos —digo—, nos hubieran venido bien dos manos fuertes. Eso si Dante no le descubre, y mata a Madurez.

Vamos a perder una semana a costa del sufrimiento de una pobre niña, que no tiene culpa de que no seamos lo suficientemente fuertes. Energía levanta los hombros, y me palmea el hombro.

—Tengo entendido que este gesto os reconforta —dice—. Quizá un chiste te mejore el ánimo.
—No, Energía, no me apetece... —digo.

Pero ella sigue hablando.

—¿Sabes cómo Luchadora, es decir, tú, afila sus colmillos? —dice—. Los parte en dos.

Cuando se calla, me mira con ojos inexpresivos, pero brillan mucho. ¿En serio acaba de decir lo que he oído? Sin saber ni por qué, estoy riendo. Quiero golpearla, pero antes quiero parar de reír.

—¿De verdad te ha hecho gracia? —dice—. Me lo acabo de inventar.

Stille le mira con cara de enfado, extendiendo las manos, como preguntando, ¿pero qué haces? Energía mira a una, y luego a otra, repetidamente.

—Ha sido un poco cruel —dice—. Me siento fatal.

Cuando acabo de reír, le golpeo en su hombro. Jacob llama a Energía, dándole prisas para la caza, y ella se va con él. Bhimani vuelve, le pregunta a Social si podría ayudarle con la limpieza de la casa. Stille se ofrece, pero el anciano insiste.

—A vosotras dos os quiero descansadas —dice—. Mañana vais a moveros mucho. Pero en mi casa no llevaréis vuestras armaduras.
—No tengo otra ropa —le digo—. Esta armadura es mi ropa, es... Es mía.

Nos indica que vayamos con él, hasta la casa. Tengo que dejar pasar a Jil, que sale cargado con varias telas. Dentro, debajo del escritorio, en un baúl, él saca varios papeles, y extrae de debajo cuatro prendas anchas de tela, dos azules, y dos blancas. Extiende las blancas, y compara tamaños.

—Es mi ropa —dice—, pero por suerte, los tres tenemos una altura parecida.

Le da las ropas blancas a Stille, y le mira con cara mezcla de sentir asombro y disgusto, y me da a mí las azules. Stille mira el blanco de la tela, brillante y llamativo, mientras la sujeta con dos dedos por mano, lejos de su cuerpo.

—Gracias —digo—, pero no es necesario. He llevado esta armadura desde...
—¡Nada de armaduras en mi casa! —dice el viejo—. Solo sirven para protegerse, y aquí no será necesario. Mañana, según salga el sol, entrenaréis.

Se va y cierra la puerta tras él. Las dos nos miramos. Ella señala mi ropa azul, me pide que se la cambie, pero de eso nada, yo también prefiero la azul. Me mira, molesta, y comienza a quitarse la ropa, compuesta de dos piezas, su cinturón y el resto. La envidio... me está costando quitarme la primera hebilla del brazo. Ella afronta el ponerse el pantalón de tela como un trauma que no puede evitar, y se lo está pensando mucho. Mucho. Coge aire, coloca la primera pierna cerrando mucho los ojos, y cuando va a colocar la segunda, le doy una patada pequeña en el trasero, y casi se cae. Ella me da otra, bastante más fuerte, pero sonriendo.
Mueve los brazos. Me pregunta si estoy mejor.

—No —digo—. Yo... siento muchas cosas.

Tiro el segundo brazalete al suelo, y comienzo a desenredar las cintas de la placa pectoral. Ella, con el pantalón puesto, pone la mano en mi hombro, cerca del cuello. Yo retrocedo, no me es agradable. No merezco sus ánimos, tampoco los de Energía de antes.

—No, ahora no —le digo—. No quiero hablar de esto.

Cuando acaba de colocarse el camisón blanco, tan reluciente, que encima le queda grande, se mira con cara de asco, y luego me mira a mí. No puedo evitar sonreír. Nunca le había visto vistiendo otro color más allá del negro. Pero la verdad es que resalta sus ojos oscuros.
Ella me señala, luego se señala, y luego señala a Mentes. Choca las palmas. No la entiendo, pero al repetir, hace los mismos gestos.

—¿Dices que tú y yo luchamos por Mentes?

Ella lo niega, y mueve las manos como borrando lo que acaba de decir. Cuando acabo de ponerme la camisa, ella me señala, luego se señala a ella, y se coge las manos.

—¿Dices que estamos juntas?

Ella asiente. Cuando desabrocho la correa de la espada y queda la funda separada de la armadura, siento algo difícil de explicar. Siempre he dormido con ella, y ahora la tengo en la mano. Stille la coge, y blande la espada con funda y correa, y cara de enfado. Después de unos segundos, caigo en la cuenta de que quizá me esté imitando. Ella se señala, despacio, hace el gesto de unión, y después, un abrazo.

—¿Cómo llevas tu pérdida? —digo.

Es una pregunta audaz. Prefiero no ver su reacción, por si es negativa... así que me centro en ver si la placa de la pierna cae encima de las dos botas, pero solo cae sobre una. Qué narices... yo soy Luchadora, debo afrontar todo lo que haya que afrontar, la miro, y la encuentro mirando su colgante, esta vez cerrado. Su cara es triste. Los ojos le brillan.
Lo señala, y luego mueve los brazos, imita lo que sucedió aquel día. El proyectil debió darle a ella, pero Susurro se interpuso. Ella me dice que lo vio todo, cómo su cuerpo se partía en dos, con sus propios ojos. Una lágrima cae por su mejilla. Cierra los ojos y se da la vuelta, pero no hará eso conmigo.

—Stille. Mírame.

Se gira, poco a poco. La mirada que tiene me inspira el vacío más negro y absoluto, un vacío solitario, nunca compartido. Parece que quiere decirme algo, pero le cuesta. Mueve las manos, despacio. La quería, me dice.

—Lo sé —digo—. Lo sé.

Siento una presión en el pecho, y no es por culpa de la armadura, ni por la herida que aún cicatriza. Pensar que, mientras Susurro salvaba una vida, yo estaba quieta, sin saber qué hacer... y luego, huir... El dolor se hace insostenible, como una piedra atragantada en el esófago, pero se va calmando, hasta que puedo soportarlo. Cojo su mano. Ella la aprieta.
Luego, me pongo el pantalón azul, que me queda pequeño, como la camisa.

—Vaya pintas tenemos —le digo, y ella sonríe.

Cuando salimos, Bhimani nos echa un vistazo. Unas verdaderas guerreras, dice, mientras sopla las ramas pequeñas que arden sobre las brasas de la hoguera anterior. Social y Jil deben de estar detrás del edificio, porque no les veo. Pronto cenaremos, nos dice el anciano, porque pronto se irá el sol.

—Energía y Jacob se han ido demasiado tarde —digo—. No creo que cenemos pronto.

Me dice que se ofrecieron para cazar hace horas, pero querían asegurarse primero de que yo volvía a despertar y estuviera bien. ¿Jacob también dijo eso?

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Duch tararea la canción con la que tanto nos dio la brasa el último verano. Mentes solía ponerla mucho desde internet, y yo la escuchaba tanto desde arriba, como desde allá donde estuviera Duch. Afrodita le regañaba, normal, porque María también estaba harta de la cancioncita... pero Duch se reía. Ahora que no puedo ver ni oír nada que Mentes haga, lo echo de menos. Primero el divorcio, luego la denuncia... ¿Qué tendrán que contarme después?

—Paremos por hoy, —digo— está anocheciendo.
—¿Vas a parar para dormir en plena roca áspera y cuesta arriba?

Vuelve a cantar la canción de siempre, pero silbando. Acaricio a Aristóteles. Si él pudiera darle una coz...

—Aristóteles está muy cansado —digo.
—Ánima también está cansado, pero no se queja tanto como el tuyo.
—¡Oye! Un respeto. Ha caminado continentes enteros en las últimas semanas.
—Pues si quieres parar aquí, adelante. Yo esperaré a que la cuesta aminore.

Bufo bien alto, y acaricio otra vez al caballo. No voy a quedarme solo en mitad de la noche. No escuchando aullidos, sin luz. Ayer me despertó uno.

—¿No te preocupan los fantasmas que gritan por las noches? —digo.
—Los fantasmas no me preocupan, la última vez uno me pegó un buen tajo y apenas me hizo sangrar. Lo que me preocupa es que cada noche se escuchen más cerca.
—Miedo les estará guiando —digo.

Es una suposición a ciegas, pero podría ser. Puede ser que sean siervos suyos, o no sé, no lo tengo claro, pero la herida que le hizo en la espalda rezuma un morado brillante, bien incrustado en la piel gruesa de Duch. Mi marca también es morado brillante, y teniendo en cuenta que el aullido de esas bestias me hiela el alma, sí podrían ser esbirros de Miedo. Puede que mi marca les guíe. La noche que pasamos en la montaña, rodeados... Me entra un escalofrío, que me deja la piel de gallina en el cuello y los brazos de gallina, intento centrarme en las notas afinadas de los silbidos de Duch, en lugar de los gritos de agonía. Debería haberme exiliado yo solo, no quería poner en peligro a Duch... ni a Madurez.

—¡Espera! —digo—. Si los aulladores me siguen, debería irme.
—Ya estamos otra vez.
—¡No me entiendes! Si los atraigo hasta Madurez, la pondría en peligro.

Él piensa. Se muerde el labio, y ahí sigue, deteniendo poco a poco a su toro.

—Podría ser un peligro, pero también una distracción —dice.
—No pondré la vida de Madurez en juego.
—Yo me encargaría de ella, no lograron traspasar mi piel.
—¿Qué? —digo—. Te cortaron en la parte más gruesa de la piel, con esas escamas raras que tienes.
—¡No son escamas! Son... durezas, eso es todo.
—Cuando seas pequeño podrían partirte en dos la cabeza.
—¿Y por qué iba a ser pequeño? —dice.
—¿Cómo quieres colarte y rescatar a Madurez?
—Pequeño no.

No lo entiendo. Si lo que ha sugerido, y no me parece horrible, es que él se infiltre y se encargue de Madurez mientras dejo que los aulladores me sigan hasta la torre como maniobra de distracción, ¿cómo piensa pasar desapercibido midiendo casi dos metros?

—Pues si quieres rescatar a Madurez tú solo —digo—, tendría que ser en tu forma pequeña.
—¡No me gusta! ¡Soy muy escandaloso, muy... activo cuando me vuelvo pequeño! Me pongo muy nervioso. Lo odio.
—Pues entonces no podrás colarte.
—Para colarse ya tenemos a Stille —dice—, yo no sería útil.
—Ahora no está Stille.
—¡Da igual! Tengo la piel oscura, podemos... ya sabes, hacerlo por la noche.
—Estarás de broma —digo.
—Por las noches paso desapercibido.

Suspiro. No, definitivamente no está siendo buena idea nada de esto. ¿Y por qué no me detengo? Nos dirigimos hacia un fracaso total, quisiera parar en seco a Aristóteles y deshacer el camino, pero no lo hago. No lo sé. Quiero bajar, pero de verdad que no puedo. Empiezo a ponerme nervioso, no quiero hacer daño a Madurez.
El terreno comienza a allanarse. No solo eso. Ya podemos ver el mar anaranjado, el final del continente. Por fin. Giramos hacia la derecha, y a cada metro, se revelan cientos de paisaje. Junto a la costa, encima de un acantilado, veo la torre, donde Madurez, a cientos de metros, está cautiva. No puedo creer que por fin la esté viendo, después de todo lo que ha pasado.
La situación me recuerda a cuando vi por primera vez el Faro, con el Albino.

—Quédate aquí —dice Duch—. Cuida de los animales, busca un riachuelo si puedes en el que puedan beber, si no, dales de mi cantimplora.
—¿Qué piensas hacer?
—Voy a reconocer el terreno.
—¡Eres enorme, no puedes!
—Tengo la piel oscura.

El hombre se queda quieto, mira fijamente la torre, luego escudriña el bosque, cuyos árboles se ven pequeños, y no brillan de morado.

—Bueno, vale —dice—. Tú ganas. Te odio.

Avanza por la roca, hasta que gira con el camino hacia la derecha, y desaparece. No me ha dicho cuánto tiempo voy a tener que esperar. El toro Ánima, poco a poco, comienza a perder peso, hasta volver a ser una vaca. Me bajo de Aristóteles. No sé qué comer, pero tengo hambre... y no sé cómo buscar agua para los caballos.
Un aullido se escucha a través del paso. Esta situación no me gusta.

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