Me desperté del shock repentinamente, como el que lo hace de una pesadilla persecutoria. Abrí los ojos con rapidez, mientras la luz se amontonaba en mis enormes pupilas.
No sentía dolor, ni molestia, ni picor.
Solo la humedad de la tierra en mi mejilla derecha. ¿Dónde estaba?
Me incorporé. A mi alrededor no había nada. Únicamente una extensión infinita de tierra árida, gris, húmeda, frágil, estéril, cubierta por un cielo nublado igualmente inacabable.
La niebla impedía ver más allá de veinte metros.
-¿Hola? -hablé alto, sabiendo que nadie me contestaría.