Mentes se limpia los ojos de lágrimas, y se recompone. Un tentáculo, aquí, abajo, golpea las paredes de la torre desde fuera y hace caer polvo del techo. Dante sigue en posición, pero nadie avanza. Arriba, el amigo de Mentes le pregunta si necesita algo, y él asiente con la cabeza, pero yo no he ordenado eso, noto cómo el control se me ha escapado y sé que ahora lo tiene Social. Los disparos de su bastón desde fuera acaban con los golpes en la pared.
—No he sido yo mismo últimamente —dice—. No encuentro palabras ahora, pero... ¿Te quedarías a mi lado?
Dante nos mira, se nota que está nervioso incluso si sus ojos son blancos. Está intentando reclamar el control como mente... pero le estamos bloqueando, entre todos. No puede hablar por Mentes. Finge estar tranquilo, pone ahora la sonrisa confiada que ha puesto siempre, pero es vulnerable, no tiene el aura blanca a su alrededor. La gema está incrustada en el suelo, con el códice de Erudito fundido. Escucho sonidos de maquinaria pesada, muchos, y muy presentes. Optimismo está rabioso. ¡Albino!, dice Dante, con tono provocador. A Optimismo le digo que se espere, que no haga caso, pero Optimismo no escucha, se lanza desbocado, da el lanzazo, que Dante desvía moviendo el brazo, Dante lo agarra, ahora lo ha lanzado por los aires. Corre hacia la gema, yo corro hacia él, pero Jacob lo intercepta antes, ruedan los dos por el suelo. Dante da un corte al aire, Jacob se aparta, y acaba haciendo un tajo en la pierna de Optimismo. De una patada manda a Jacob lejos, esquiva el lanzazo de Jil y le empuja también, Dante se arrastra hacia la gema, y casi le clavo la espada en la mano cuando estaba a pocos centímetros.
Energía le cubre de aura aguamarina como tentáculos, y Dante sale despedido por la puerta, afuera.
—¡Que no entre dentro! —grito a todos.
Los sonidos de maquinaria pesada son intensos, como el olor a agua salada, e incluso ha empezado a temblar el suelo. Más allá de los árboles se abren paso tres vehículos armados, que comienzan a bombardear con disparos blancos los tentáculos de Miedo. Algunos tentáculos son gigantes... Se deshacen, con un chirrido estridente, se retuercen, se pudren en el suelo, y otro agujerea el suelo y ocupa su lugar. La tierra debajo se está rompiendo. Los tentáculos se abren paso e intentan enroscarse a la torre. Esta se ha convertido en un catalizador de energía, que apunta un rayo blanco constante hacia el cielo, que deshace las nubes a su alrededor. El cielo que toca el rayo es profundamente negro.
Un disparo pasa cerca de mi cabeza.
Energía combate contra Dante, que parece ser incluso más fuerte que ella sin la gema. Optimismo dispara la lanza, Dante la aparta con el brazo, otra vez. Aunque Energía envuelve la espada de Dante con brazos aguamarina enormes, necesita ayuda. Dirijo un tajo desde abajo, al tiempo que Stille salta y apunta con su shai al cuello. Mi tajo lo esquiva sin problemas, agarra el shai con una mano, con la otra dispara a los brazos de Energía, así logra liberarse antes de mi contraataque. Ha partido el shai de Stille con la mano. Verle detener los ataques de Stille y los míos, a una velocidad que casi no puedo procesar, resulta inspirador. Los disparos que Social le lleva un rato haciendo con el bastón ni siquiera le afectan. Dante dispara a Jacob, que absorbe el disparo con las manos y se lo devuelve, y Dante sale despedido, aún más lejos de la torre.
Los cañones comienzan a retronar en toda la zona, disparan a los tentáculos de Miedo, que cada vez saca más a la superficie. Debajo de mí surge una grieta entre dos tentáculos, incluso esquivo el azote de uno a tiempo. Energía lo rodea con brazos gigantes aguamarina y lo deshace en un momento.
Dante rompe la lanza de Optimismo, tira lejos la de Jil. Stille logra desarmar a Dante, pero él sigue esquivando los continuos asaltos de Jacob, cuerpo a cuerpo. Coloca el cuerpo de Jil como escudo, y luego le noquea de un solo golpe en el cuello. Un tanque comienza a dispararnos, yo me tiro al suelo, los pedazos de tierra que saltan se meten en los ojos, un disparo casi me da en el pie.
—¡No! —grita Dante al cañón—. ¡No! ¡Son míos!
Dante se golpea el pecho, y extiende los brazos hacia nosotros, provocativo. El tanque da media vuelta. La espada vuelve volando a su mano. Entre él y la gema hay ahora veinte metros, por lo menos. El blanco de los cañones, el gris de la torre, el verde de Energía, se estrellan en la hierba y se reflejarán en el metal, pero delante de mí, la hierba y el metal solo reflejan el brillo rojo del rubí. Empiezo a sudar, pero siento frío. Los susurros negros y carmesí son tentadores, pero no puedo perder el control. No estoy preparada.
Stille retrocede, después de un golpe bajo las costillas, y yo ocupo su lugar, juraría que Dante detiene mis golpes antes de que quiera darlos, como si pudiese leer mi cabeza. No sé dónde mira, pero da igual, porque parece que mira en todas direcciones, incluso los golpes que le llegan por la espalda. Social sigue disparando, para nada. Stille lanza un kunai, muy cerca de mi brazo derecho, y se clava bajo sus costillas. Está rodeado. Energía le ha levantado con sus brazos aguamarina y le ha estrellado contra el suelo boca abajo. Jacob le requisa la espada, yo apoyo todo el cuerpo y agarro su brazo. Uno a uno, todos nos tumbamos sobre él, Stille el otro brazo, Optimismo las piernas, y Energía empuja la espalda hacia abajo con su nueva fuerza.
Dante respira sudor evaporado, la tierra se deshace entre sus dedos. Hace fuerza para levantarme solo con su brazo, pero no lo consigue, por poco. Los truenos de los cañones deshacen los tentáculos que asaltan la torre. Un tentáculo fino y retorcido surge cerca de mí, no tengo claro que se haya dado cuenta de que estoy a su alcance.
—¡Haced fuerza! —digo—. ¡Que no se mueva!
La tierra sobre la que estoy se tiñe de sangre por la herida del kunai. Social se acerca y apunta a la cabeza con el bastón, está cargando un buen disparo. Cuando lo suelta, nada cambia, ni siquiera el gesto de su cara. Le digo que nos ayude a someterlo, pero alguien más está pidiendo ayuda, es Jacob. La espada de Dante intenta atravesarle, como si tuviese vida propia, se retuerce entre sus manos, se clava en la tierra, porque Jacob también se retuerce desde el suelo y logra esquivarla. Social corre para ayudarle, yo le llamo la atención y les lanzo mi espada. Social tira de la espada de Dante, Jacob la detiene con el acero negro.
Entonces sé que Dante me ha cogido, cuando ya me ha lanzado al aire, y mi cuerpo está encima de Stille. Dante gira el cuerpo, da una patada en la cara a Optimismo, dirige su espada, de Jacob directa hacia Energía. Intento agarrarla. Solo la rozo. El acero vuela y la atraviesa por el estómago. Energía agarra al metal, que sigue empujando, aunque todo el acero ha atravesado el cuerpo. La hierba se tiñe de aún más violencia.
Energía se arrodilla. Por un momento, ha perdido casi todo su brillo. Lo recupera, de forma intermitente. Energía...
Golpeo a Dante en la cabeza, un puñetazo bien lanzado, una estupidez, es como golpear a la roca, él me agarra y me tira al suelo. Veo cómo saca el kunai de su cuerpo, se lo lanza a Stille y ella debe tirarse al suelo, luego dirige su espada de nuevo, sale del cuerpo de Energía y va directa a mi pecho. No hay tiempo.
Casi me había levantado, pero caigo al suelo otra vez. El cuchillo de emergencia detiene el golpe, la espada de Dante se queda pegada a mi cuerpo, solo con el metal de por medio, exactamente en el mismo lugar en el que Lisa me hizo la cicatriz. Están cayendo sobre mí las gotas de sangre de Energía. El sonido es estridente cuando su metal raya el mío... Miro a Dante a los ojos, él me está mirando, porque pensaba matarme, y él lo sabe, se le nota. Jacob se acerca desde atrás, y corta el aire con mi espada. Dante se gira, pero no es tan rápido. La sangre vuela alto, desde su cara. Él grita tan fuerte que su espada vibra junto a mi pecho. Dante se mira la mano izquierda, llena de sangre que viene de su ojo izquierdo, le da tiempo a impedir que Jacob le vuelva a cortar, le golpea en el cuello, luego en el corazón, y Jacob cae. Además de los cañones, comienzo a oír aullidos, esos aullidos de esos monstruos. Dante empieza a correr hacia la torre, arrolla a Social según intenta detenerlo, se lleva a la espada consigo. Está solo.
Me levanto y corro también, tanto como puedo, Stille corre a mi lado. Debo correr, más, muy rápido, más rápido. Ya casi le tenemos, solo metro y medio. Dante cojea por la herida del kunai. Desde la izquierda, un tanque vuelve a disparar, pero no lo hace a nosotros, no, dispara claramente hacia Dante, él salta los disparos, la tierra que salta me golpea en la cara como balas de caucho. El tanque sigue disparando, no le acierta. Un tentáculo golpea y derriba a Stille, otro me ataca a mí después desde abajo, lo salto. No veo nada por el sudor. Un metro, casi en las puertas de la torre. Más rápido. Me lanzo hacia adelante, con el cuchillo en la mano, y corto a Dante, tanto como puedo. Pero mal... porque solo corto la tela de su gabardina blanca.
Toco la hierba amarillenta con la barbilla... me he mordido un pedazo de lengua. El sabor de la sangre acompaña el brillo blanco de la gema cuando Dante la levanta, el portal donde está ahora Madurez, desaparece. También desaparece la sensación de ser una mente, otra vez. Stille va a ayudarme, pero las piernas le fallan. A unos metros está Optimismo, y también cae. Social, que ayudaba a lo lejos al resto, ya no está de pie.
Uno de los tentáculos palpa a Optimismo. Se echa encima de él, y está empezando a retorcerse alrededor, sin que pueda hacer nada.
Suena el acero pesado, lejos... es la puerta del tanque. Eissen está saliendo de dentro, con dificultad.
—¡No veo nada! —dice Dante.
Sale fuera de la torre, con la mano derecha tapando su único ojo. La otra mitad de su cara está llena de líneas carmesí, algunas marcas tienen la forma de sus dedos. Y el aura blanca cubre por completo su cuerpo. Levanta el puño de la gema. A lo lejos, los cuerpos del resto se levantan en el aire, y vuelan rápido hasta aquí. Deja caer en el suelo a todos, también a Energía herida, pero Jacob permanece en el aire. Está tumbado, retenido por una fuerza blanca que le mantiene a la altura de Dante.
—Eres... —Dante le señala—, eres un... ¡mira, joder! ¡Mira lo que me has hecho!
Se señala el ojo, le tiembla el brazo. Dante hace que Jacob abra los brazos, luego levanta el brazo con la espada, y la baja, directa hacia el cuerpo de Jacob... diría que ha pasado entre la mano de Jacob, y su muñeca. El sonido del metal clavado en la tierra, luego, el de un cuerpo pequeño que cae. Eso confirma lo que me temo. Desde que Dante ha bajado el brazo, la mano izquierda de Jacob ya no pertenece a su cuerpo... Jacob se mira, abre la boca, pero no puede gritar. Jacob vuelve la cara al frente, otra vez obligado por Dante.
—Eso es —dice—. Mírame a los ojos... Jacob. Como a mí me gusta. A ver cómo me devuelves los disparos sin esa mano.
Dante se gira hacia todos. Levanta la gema en el aire, que brilla aún más, y nos empuja a todos aún más hacia el suelo, Jacob cae desde arriba. Los tentáculos de Miedo que hay cerca se están deshaciendo, solo por su aura. Otra vez vuelvo a... a dejar... de pensar.
Los susurros son bienvenidos. Vuelvo a ese mundo etéreo, rojo y negro, donde los gritos algún día me consumirán, pero mientras llego a ese vacío...
Me duele la nariz. El brillo del rubí ilumina a Dante, justo antes de caer, y mi cuerpo pierde el brillo rojo.
—¿Creías que iba a caer en el mismo truco dos veces? —dice Dante—. Soy el dios de este mundo ahora.
Si hubiera tenido unos días más para dominar el rubí, lo hubiera conseguido. Social, junto a mí, se está arrastrando un poco, ahora que Dante mira a los otros. ¿Cómo? Yo no puedo apenas moverme, pero él logra avanzar hacia una bolsa que hay en el suelo, la bolsa de hierbas... La gabardina de Dante tiene un tajo en el lado derecho, incluido el bolsillo. Dante sigue hablando.
—En el fondo está bien que os tenga aquí a todos, incluido los dos de ese tanque de ahí. —Dante señala hacia el tanque—. Os ayudaré a que encontréis vuestro verdadero lugar en este mundo.
Social sigue arrastrándose a duras penas, con la mirada perdida, como las semanas anteriores. Abre la bolsa. Mastica todas las hojas con codicia, pega la frente a la tierra... Cuando la separa, sé que vuelve a ser él mismo, por su cara de rabia. Levanta el bastón y apunta hacia Dante, él le ve... pero Social ya ha disparado. A su mano.
La gema cae al suelo, y vuelve a perder brillo. Ya no hay yugo. Lo siguiente es el cuerpo de Energía, levantado por una columna aguamarina, un puñetazo hacia Dante desde abajo que lo levanta, un tentáculo que lo agarra en el aire y lo lanza hacia el suelo. Un martillo, o algo parecido, también aguamarina, que sube y baja, con el movimiento de los brazos de Energía, una extensión de sus manos. Sus ojos están más encendidos que nunca, encima del cuerpo tumbado de Dante. Energía grita, más fuerte con cada mazazo contundente que pega en la cabeza de Dante, hasta que Dante pierde el conocimiento, su brazo se desploma entre la hierba aplastada, y su dedo casi roza la gema del suelo.
Cojo la llave de Núbise. Energía sigue golpeando a Dante, pese a que ya está vencido, sigue gritando, e incluso de su herida en el estómago sale sangre y vapor aguamarina a partes iguales.
—¡Energía, basta! —grito.
El martillo se deshace en un vapor que vuelve a su cuerpo. Se queda con las manos en alto, con los pelos rojos tapándole la cara. Gime, más que respira. Luego, se toca el estómago, y se retuerce.
—Yo... —dice Energía—. No sé qué me ha pasado, Luchadora. Lo siento.
Que alguien la cure ahora mismo, digo a todos. Entro dentro de la torre y coloco la gema de nuevo, en su sitio. El portal se restaura, la torre vuelve a lanzar un rayo al cielo. Siento que las mentes volvemos a ser nosotras, que volvemos a tener el control, qué sensación tan bienvenida. Cuando vuelvo con el resto, Optimismo aparece por detrás, casi arrastrándose hacia nosotros.
—Miedo ha intentado convertirme —dice—. Pero va a necesitar algo más que tenerme inmóvil diez segundos.
Optimismo se acerca hacia Dante, tumbado boca arriba, inconsciente. Miro a Social, que se arranca la camiseta para vendar las heridas de Jacob y Energía, pero ella, en lugar de tocarse el estómago, ahora se está tocando la cabeza. Optimismo coloca el pie encima de la cara de Dante, y la gira.
—Dejadme matarlo a mí —dice.
—No —digo.
Me mira con cara de enfado.
—¡Me pertenece ese derecho! —me grita.
—Nadie va a matar a Dante hoy.
Cuando digo eso, los ojos de Optimismo, que antes eran de furia, pasan a ser otros, de sorpresa, diría. Sigue a pocos centímetros de mí, no obstante, con el pecho hinchado, retador. Quiero igualar su reto, pero más bien siento lástima por él.
—¿Cómo? —dice Optimismo—. ¿Es que vas a dejarle vivir? ¿Después de lo que ha hecho?
—Madurez me lo ha pedido —digo.
—¿Y qué? ¿Ahora haces caso a una niña? —Señala a Dante—. ¿Acaso le has perdonado?
—¡No! No le he perdonado, pero Madurez es de la familia, y si me pide que no le mate, es porque tiene sus motivos, y no voy a dejar que nadie lo haga.
Optimismo está empezando a temblar. Sigue señalándole, y con la otra mano prepara su lanza... Stille también ha reaccionado a eso. Escucho el sonido del tanque más cercano, con Eissen de pie encima, que se acerca. Optimismo tensa el brazo del arma, y está a solo unos centímetros de Dante. Cualquier gesto rápido, y podría matarle.
Hago un gesto, y Stille le bloquea desde atrás con una llave. Optimismo se defiende con codazos, yo le golpeo la boca del estómago con la culata de la espada, y así se queda más tranquilo. Grita dos veces, las dos cortadas por la falta de aire. Stille lo aleja, y yo me quedo mirando a Dante, pensando una manera de atarle, antes de que despierte. Voy a preguntar a Jacob y Energía cómo se encuentran, primero. Oigo un grito, de pronto.
Es el grito de Eissen, subido al tanque, que se ha parado. Veo a Duch, que se asoma para verle. ¿Pero, qué...? Eissen sigue gritando, de forma desgarradora, se arrodilla, y se agarra con fuerza la cabeza, tanto como lo está haciendo Energía ahora mismo. Algo brilla en el cuerpo de ella, y no es aguamarina.
Optimismo también ha gritado, una sola vez. Camina hacia atrás, con Stille, que le suelta un poco. Se palpa el antebrazo con una mirada fuera de control, unos ojos... aterrados. Rasca fuerte en la piel, y la mirada se transforma a una fuera de toda realidad, Optimismo está ido. Eissen sigue gritando. Optimismo baja el antebrazo, y nos lo enseña... es la marca de Miedo. Tiene la marca de Miedo. Sigue caminando hacia atrás, y Stille le sigue, confusa. La Marca de Miedo. Optimismo extiende el brazo para alejar a Stille de él, mientras continúa hacia atrás, hacia el acantilado.
El aire trae el aroma a sal y ceniza. Los aulladores gritan en los límites del bosque negro. Eissen sigue gritando. Energía tiene un brillo también morado, en el antebrazo izquierdo, debajo de la tela que lo cubre.
—Energía —digo—. Tranquila.
—Yo... —dice—. Me siento un poco rara, Luchadora. Más aún que antes.
Saco el cuchillo, y comienzo a cortar la tela. Veo varias líneas cruzadas que acaban en tridente, grabadas en la piel morena. La marca de Miedo.
Miro atrás, donde Optimismo está al borde del acantilado, aún enseñándome su marca. Stille está parada, cerca de él. Optimismo cierra los ojos y salta, hacia atrás. No... Eissen sigue gritando. Algo se oye dentro del cuerpo de Energía, y de sus ojos aparecen pequeños destellos violetas.
—Energía —digo—, sé fuerte.
No contesta. Se arranca sin esfuerzo la tela con la que Social vendó sus heridas, ya no sale sangre de ellas, sino un líquido morado que se solidifica. Se levanta, yo la apunto con el arma. Social se lleva a Jacob. Energía me mira, parece que quiere decir algo, pero no lo dice. Es como si fuera a vomitar, escucho ruidos dentro de su cuerpo. Su herida ya ha cicatrizado. Jil, más lejos, se está levantando, pero hay algo en él que no está bien.
El fuego de los ojos de Energía se vuelve color morado. Sus pupilas, blancas. De ella, de sus brazos, piernas, pelo, surge una extensión morada que la elevan en altura, en anchura, sus brazos morados son enormes, sus ojos tapan casi toda su cara.
—Luchadora.
Su voz es suya, pero hay algo que no está bien, hay otra voz en ella que ya he oído antes, grave, aguda como la de una niño, muy, muy poco inocente.
—Te mentí —dice Miedo, a través de su boca—. En realidad sí que quiero poseerte. Llevo años deseándolo.
Los brazos de Energía conectan con mi cuerpo, y noto corriente eléctrica, frío, náuseas. Hay un punto agradable en todo esto, en dejarse llevar y no sufrir, no pensar en Razón y el resto de mentes, de pronto todo eso se olvida, el rubí, Julio, el divorcio y la denuncia... pero yo no soy así. Me alivia, pero me duele. Me quema. ¡Yo no soy así!
Solo corto uno de los brazos con la espada, el otro ya lo había deshecho Social con el bastón. Energía se eleva un metro más, y levanta poco a poco los brazos. Un enano aparece por la torre, el mismo que estaba muerto, junto al portal.
—Ahora puedo poseer a los muertos —dice Miedo, a través del enano—. Incluso si mueres, podré obtenerte.
Jil camina hacia nosotros, un tentáculo pequeño nace de su cuello. Energía camina despacio hacia nosotros, también el enano. Social, Jacob, yo. Los tres retrocedemos. El tanque de Duch dispara... pero no hacia Energía. Mucho más hacia el bosque. Entre la tierra que Duch esparce por el aire, se levantan tres figuras. Metálicas. Roja, verde, azul. Los Creadores han venido, y miran hacia aquí. Altaír, el rojo, comienza a caminar, y Arisa, el verde, le sigue. Duch les dispara, Arisa salta hacia delante, y absorbe el golpe. Es un disparo demasiado fuerte como para que un cuerpo, por más metálico que sea, lo soporte... Arisa detiene con el brazo el primer disparo, sin problema, pero en los siguientes, empieza a ceder terreno. Otro tanque dispara también hacia Arisa, que se envuelve en tierra y humo. Altaír corre hacia la torre. Joder... ¡Otro que corre hacia la torre!
Corro yo también, para interceptarle, no debe coger la gema. El corazón me da un vuelco cuando me doy cuenta de lo que voy a hacer, de los restos de Defensor sobre las rosas... de un único disparo, y partió a Susurro en dos.
Pero caigo al suelo. Energía extiende los brazos morados y agarra mis piernas con ellos, me clava las garras y vuelvo a conectarme con ella, lo eléctrico, lo nauseabundo. Unos pasos se acercan, pero no son los de Altaír. Yo... siento que mi esencia desaparece... Pierdo la conexión con Energía. Los pasos eran de Eissen, y tiene la espada de Razón con él, con la que ha cortado el vínculo. Energía le mira, con asco. Social dispara al enano, y con un solo golpe ha descolocado su cabeza hasta darle media vuelta. Energía carga contra Eissen, le rodea la espada con sus brazos morados. Yo corro hacia la torre, donde Altaír ya ha entrado por la puerta. No está. La gema sigue en su sitio, el portal está intacto, tampoco le veo dentro del portal. Ni siquiera se ha llevado a Dante. ¿Es que ha entrado? Por Mentes, ¿y Madurez? Corro hacia el portal, quiero comprobarlo, entonces, los disparos. Me tiro al suelo. El Creador azul me está apuntando, pero no dispara más. Ha fallado adrede... las otras balas eran un aviso.
Altaír ha desaparecido. Arisa camina despacio, con un escudo que apenas soporta los disparos de los cañones. Solo Tubán está quieto, en la lejanía. Su ojo luminoso nos mira a nosotros. Vienen a mí las memorias... Razón. Afrodita. Nuestra casa. Sigue de pie, pero ha desplegado su cañón en la espalda, su abertura brilla más que su ojo. Mi grito no se escucha. Un disparo hacia los míos, como hielo en toda la espalda. Da de refilón a Energía, que logra bloquearlo, Stille lo salta dando una voltereta hacia atrás. Si ese rayo nos alcanza, nos mata. No puedo perder a más mentes...
Corro hacia él. ¡Morirá por eso! ¡Por Razón y Afrodita! ¡Por todo!
Escucho los pasos en la tierra, me centro en el olor amargo de este campo de batalla. La espada está en posición. Su cargador tiene cuarenta balas, y no lleva cargador, y su cañón solo puede disparar seis, y ya lo ha hecho una. Es mortal. Cuanto más me acerco a Tubán, más grande es... y es fuerte, pero también mortal. Está enjaulado.
Energía asedia a Jacob, y cuando él le devuelve el poder que ha absorbido con su única mano, le veo sufrir. El enano muerto se vuelve a colocar la cabeza, y camina hacia Social. Stille pelea contra Jil. Y ahora, Tubán camina hacia nosotros... pero yo estoy libre. Un tentáculo grande se desploma, roto, hacia mí, lo salto, justo cuando cae al suelo. ¡Yo estoy libre, Tubán! Y Tubán me mira, me ha visto llegar, orienta hacia mí el cañón... no. Lo orienta hacia Energía.
Me paro, para que no me dé el disparo láser que acaba de dar a Energía. Ella se protege con un escudo morado, y aunque retrocede, aguanta el disparo entero.
—¡Yo la potencio, Tubán! —dice Miedo a través de ella—. No me decepciones.
Clava los brazos en tierra. Noto cómo tiembla... justo antes de que dos tentáculos salgan de la tierra y se enrollen en el cuerpo metálico de Tubán. Deshace el primero con la garra de su brazo izquierdo, entonces, los brazos de Energía también aparecen desde el suelo y comienzan a poseerle. ¿Qué está haciendo? Pero Tubán no se inmuta. Rompe el segundo tentáculo solo con abrir los brazos, y corta el vínculo con Energía solo moviendo la garra... ha convertido sus brazos en vapor. Su cañón vuelve a brillar, el disparo da de lleno a Energía, lo detiene con el escudo, pero su cuerpo se ha estrellado contra la torre. Solo le quedan tres balas. Él entonces me mira. Desde tan cerca, es tan imponente... Su esfera de luz desaparece cuando cierra el ojo, y... juraría que le he oído suspirar. Abre el ojo otra vez, me apunta con el fusil que es su brazo derecho, algo vuela, y le da de lleno.
Tubán grita. Donde debería tener el ojo, tiene algo, es difícil de decir... pero parece la estrella de metal de Stille.
Detrás de todos, Stille aún tiene la postura de haber lanzado, en un momento en el que Jil le ha dado espacio. Las esquirlas de cristal caen a mis pies. Tubán grita, diría que con rabia, carga el cañón y dispara de abajo a arriba, es un acto reflejo, pongo la espada en el hombro y aun así lo noto hervir y deshacerse... me ha dado. Miro mi cuerpo, desde el suelo. La armadura está intacta, ¡la espada ha resistido el disparo! Ahora está ardiendo en mi mano, y tiene una raya azul en el medio, irregular. Sí. Debajo del color negro, hay un azul brillante, rodeado del naranja típico del metal recién fundido...
El cañón de Tubán sigue disparando, miro a dónde, me encuentro con Jacob, con la mano donde acaba el láser. Su cara es de agonía, pero el disparo acaba, y está bien. Tiene la palma quemada... cierra los ojos. Sin moverse, le envía su propio disparo. Uno que su armadura no puede soportar... y sale despedido, más allá del acantilado.
Jacob lo ha conseguido. Tubán es mortal, como dijo el maestro. Ahora tenemos que ayudar a Eissen y Social, porque Energía intenta poseerles.
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Orfeo cae de rodillas sobre el montículo de tierra, y comienza a chillar. Juraría que escucho ecos a lo lejos que devuelven el chillido. Miro alrededor, este lugar gris, frío, silencioso... no quiero llamar la atención. Le pregunto qué le pasa, pero no contesta, se mira el antebrazo, mientras tiembla. Detrás de la tela sucísima que cubre el antebrazo izquierdo hay algo que brilla entre dos manchas. Cuando retiro la tela, tiene como un tatuaje morado, que le está brillando. Justo al lado de donde acaba la esposa. ¿Qué es esto?, pregunto, pero él no contesta, le tiembla la cabeza, y tiene los ojos en blanco. Toco la herida, nunca había visto algo así...
Cuando la toco, juraría que está silbando, ¿no? Como cuando echas agua a la madera que arde. Cuanto más la toco, más aliviado se siente él, así que la sigo tocando, y está perdiendo el brillo. Cubro el antebrazo con las dos manos. Orfeo se relaja, poco a poco. Cuando vuelvo a mirar, la marca está apagada y queda una herida costrosa, en el brazo.
—¿Qué es esto? —le pregunto.
—No lo sé.
—¿No te había pasado antes?
—Ahora que lo dices, no estoy seguro.
Se mira el brazo, pero el cielo negro y rojo apenas ilumina. Se toca la cabeza, resopla, pero ahora está mucho mejor.
—Sigamos —dice.
Delante de nosotros está el árbol que salía en los libros. Nunca he visto un árbol tan gigante y tan frondoso... no veo nada detrás de él, porque llena todo el ojo, si miro hacia arriba, tan solo veo la mitad del cielo. Los tonos rojos que apenas iluminan, arriba, se reflejan en las millones de hojas grises que abarrotan las ramas alargadas. Es precioso, de una manera distante, como si el sol hubiera desaparecido, y fuéramos un planeta que se perdiera en el cosmos hacia ningún lugar, mientras se enfría, poco a poco. El tronco es negro, casi tan grueso como una casa. Las raíces son tan grandes que han cambiado el suelo plano... el montículo sobre el que estamos, seguro que es porque hay una raíz debajo.
—¿Cuántos años tendrá este árbol? —dice Orfeo.
—No lo sé. Me hace sentir triste.
El lugar entero, el cielo, pero también la tierra, y las plantas... siento como si absorbiera lo que soy. Me siento vacía por dentro, y más ligera por fuera. Como si ahora pudiera saltar dos metros hacia arriba, y al mismo tiempo, sé que me agotaría hacer el mínimo esfuerzo ahora mismo.
Comienzo a caminar, otra vez, Orfeo viene detrás, escucho la cadena de las esposas que lleva, y ahora que pienso, cuando volvamos al mundo real tendremos que rompérselas. No importa cuánto caminemos rodeando el árbol... siempre está en el mismo sitio, no se mueve. Así de grande es. A la izquierda continúa el camino, y tal y como decía el libro, a los dos lados hay árboles muertos, alguno incluso ha caído. Cuando veo una forma humana, sentada a un lado del camino, me ha dado un algo, en el corazón. He agarrado la tela del hombro de Orfeo, para avisarle, y la he estrujado. Caminamos despacio, cada vez más cerca de la mujer que hay sentada. Es mayor. Se ve rara.
¿Cómo va a reaccionar? Ay, estoy muy nerviosa. No se mueve. Tiene la cara casi enterrada entre las rodillas, y el pelo largo y gris. De pronto se mueve, nos mira, y noto algo, un vacío inmenso en sus ojos, aparto la mirada. No escucho los pasos de Orfeo, me giro, está parado, mirándola. Tiro de su brazo y sigo caminando. Ella no nos sigue.
—¿Eso era...?
Lo repite, otra vez. Un muerto, le digo. Sus ojos eran grises, casi blancos, también su piel, podía ver a través de ella, y no, no era vieja, y su pelo no era blanco, sino gris, como toda ella. Me ha parecido ver algo entre los árboles de la izquierda, algo brillante, pero ahora no veo nada. En el lado derecho la tierra baja y los árboles me dejan ver un enorme lago en un valle, rodeado de pequeñas montañas. En una de ellas, al fondo, está el santuario, un edificio negro y oscuro. Solo puedo verlo cuando en esa parte del cielo hay más rojo.
Hay algo en los árboles. Un hombre cuelga de la rama de un árbol, sin cuerda, solo está él, colgando, inmóvil. Otro hombre le está mirando. Desvío la mirada, hacia delante, donde nos cruzamos con un ser bajito con una gran cabeza... no, es una máscara de madera, que ya he visto en algún lugar. No he dejado de mirarle... y con la máscara, no sé si él podía verme a mí. Pero acelero el paso, por si acaso.
Enfrente está el puente que decía el libro, está todo exactamente como lo describió. Debajo de él, solo veo mucho negro, es una caída muy fea. La montaña se ha partido ahí, y el puente une ambas partes. La madera cruje, conforme apoyo el pie con cuidado. La cuerda es áspera y ya me pican las manos solo con tocarla. Orfeo tiene más miedo que yo, y avanza mucho más lento, le digo que no mire abajo, pero no me hace caso.
El descenso es más sencillo, porque es cuesta abajo. Hay cuerpos sentados a ambos lados de la hierba gris, hay muchas flores negras, pero ni un animal, nada vivo más allá de seres con forma humana... aunque esos seres tampoco están vivos. A veces es difícil distinguirlos cuando están lejos, con la falta de luz, pero sí que hay, hay muchos, más conforme nos acercamos al lago, pero no se meten con nosotros. La mayoría ni siquiera nos mira, como si no les interesáramos. No hay más ruido que mis pisadas, no sopla el viento, no hace calor, solo un frío lento que me está calando en el cuerpo, por más que tengo la chaqueta abrochada. No hago vapor. Es casi como si el aire que soltara dejara de existir según se va de mi cuerpo.
Orfeo me ofrece la mano. Como me ha visto frotándolas, seguro que quiere calentarme una. Y de hecho, tiene la piel caliente, no sé cómo lo consigue. Me sonríe. Y es como si me tranquilizara... no sé.
Me abro paso entre los cuerpos que están tumbados en la hierba, cerca de la orilla. Me ha parecido ver a dos enamorados, pero estaban tan cerca que me ha dado cosa mirarles, a ver si se van a enfadar. Suspiro, y es lo único que se oye. Me siento tan fuera de aquí que no sé cómo sigo adelante con tanta dedicación, y saber eso hace que me tiemblen aún más las manos. Suelto la mano a Orfeo para que no lo descubra, cuando llegamos a la orilla. Sabía que esto era un lago porque lo leí en el libro, de lejos no lo parecía, y ahora, todavía menos. Cada línea negra y roja en el cielo se ve reflejada con absoluta precisión y claridad, como un espejo, una pista de baile excelentemente pulida que se distorsiona cuando la toco. El agua no está fría, no está caliente, no es espesa. Me da la sensación de que no he tocado nada... Orfeo también la toca, y se frota los dedos húmedos. Tenemos que encontrar ya a las mentes y salir de este lugar, porque si no están aquí, quizá estén en el templo.
Veo un brillo en cuanto doy el primer paso. Luego veo otro, de un color distinto. Hay varios, en realidad, cerca de la orilla, al otro lado del lago. Comienzo a correr, esquivo los cuerpos a toda prisa, inmóviles en la hierba, hay uno que lo he saltado, pero espera, ¿y si se enfadan? ¿Y si correr era lo que no debía hacer? Orfeo me sigue, pero nadie más lo hace, no lo parece. Vale. Miro al frente corriendo, por si uno de los cuerpos apareciera delante de mí con aspecto amenazante. Mejor que deje de pensar en esto, quiero encontrar a las mentes y sacarlas de aquí, sé que puedo hacerlo, Luchadora dice que se puede, así que se puede. Claro que se puede. Las necesitamos.
Los brillos desaparecen, pero sé dónde estaban, creo. ¡Ahí! Vale, lo tengo. Cuando llego, no me queda aire para respirar, apenas hay aire aquí, siento que me ahogo. Toso. ¿Debería tener este miedo ahora mismo? Veo esas formas a lo lejos, por las que he venido corriendo hasta aquí, pero no quiero saber si son las mentes, porque lo podrían ser. Me estoy acercando, pero no quiero hacerlo. No quiero verlas. Orfeo palpa mi espalda, me anima a continuar, en realidad... y no me opongo, pero quisiera. Distingo los cuerpos grises que hay delante. Distingo sus caras. Reconozco a Susurro, y ese de ahí es... es Razón... Y Defensor, cómo no verle, si es enorme...
No pasa nada. Voy a sacarles de aquí. Todo está bien.
Es Defensor el que se ha girado hacia mí, y avisa a sus compañeros con la mano, sin dejar de mirarme, con un brillo rojo en el pecho. Todos me están mirando ahora. Todos están grises. La cadena de Orfeo tintinea, detrás de mí.
Cuando llego hasta ellos me siento tan débil, tan pequeña. Vacía.
Relativismo y Narciso sonríen, y me saludan, con un cristal naranja y otro azul oscuro. Razón está mucho más serio que ellos, pero también me saluda, tiene un cristal rosa en el pecho. Susurro me lanza un beso, con una sonrisa cálida, con un cristal gris. Defensor está más bien sorprendido. Hay alguien con ellos, un hombre calvo de color gris más oscuro, que no tiene cristal. Erudito tampoco lo tiene, puede caminar, y no tiene una cara tan vieja y cansada como los últimos meses... La última es Afrodita, con un cristal verde. Ella empieza a caminar hacia mí, con los brazos extendidos, sonriente. Hay una chica más allá de Afrodita, pero tampoco la reconozco.
¿Por qué tengo tanto frío, si por fin puedo mirarles a los ojos blancos, y sacarles de aquí?
—¡He venido a rescataros! —mientras hablo, intento sonreír—. ¡Vamos a salvar a Mentes!
Afrodita se para, junto a mí, rodea mi cabeza con las manos, y me da un beso en la frente.
Ha sido un desgarro, como agua helada que cae dentro de mí a la altura de la tripa. Durante un momento me he quedado quieta, sin siquiera respirar.
No he sentido a Afrodita en ningún momento, he sentido algo frío, pero no era piel. Sé que me ha tocado, sé que me ha dado un beso, lo he visto, pero no había nada ahí. No puede ser. Según ella se aleja, levanto la mano para tocar bien su brazo, pero cuando por fin rozo su piel, la mano continúa. La he atravesado. Y no he sentido nada... No. ¡No! Levanto los brazos y aprieto mucho las manos para cogerla, pero no pasa nada, es como si no estuviera. Toco sin querer el cristal, que ahora ha empezado a girar en su pecho. El cristal sí que he podido tocarlo. Ella lo mira.
—Afrodita, ¿qué te pasa? —digo.
Toco también a Erudito, pero no puedo. No hay nada ahí, es como aire frío, yo les estoy tocando. Pero no les alcanzo.
—¡Susurro!
Pero por más que palpo su pelo, no agarro ningún mechón. Ella me mira, apenada. Abre la boca... abre la boca. Ha dicho algo. Pero no he oído nada.
Mil años en completo silencio, dijo Dante. Sin poder hablar con nadie, sin que nadie pudiera escucharle.
Razón me acaricia el hombro, pero no le estoy sintiendo. Sonríe, pero en seguida deja de hacerlo.
—Madurez... —dice Orfeo—. Lo siento...
No hay nada que sentir. Porque ellos aún pueden venir, ¿verdad? Les llamo la atención con los brazos, les señalo a lo lejos y dibujo la forma del portal con los dedos. Camino hacia allá, dos pasos, les digo que vengan conmigo, con los brazos, con la cabeza.
—¡Vamos! —grito.
Pero ellos no vienen. Solo se acerca Afrodita, ahora con el cristal brillante entre las manos, me lo está ofreciendo. Yo le digo que no. Niego con la cabeza. Retrocedo. Pero ella me sigue. Se queda muy cerca de mí, con el pelo alocado hacia todas direcciones, y aún parece que va a mojarlo en mi leche del desayuno. Me acerca el cristal verde, hasta mi mano. Cierro los ojos, y la abro, para que me lo dé. Lo siento caliente... Cuando abro los ojos, Afrodita me está lanzando un beso al aire.
Susurro también llega, se lleva la mano al pecho, y me da su cristal gris. Lo pone en el mismo lugar que el cristal verde, y los dos se unen. No siento más peso, ni más temperatura, solo... ahora es un verde más pálido. Ella pasa el dedo por mi mejilla, pero no puede borrar mis lágrimas. Cuando narciso pone el suyo, se convierte en un azul pálido, y cuando lo pone Relativismo, se vuelve amarillo. Defensor se quita el cristal y convierte el de la mano en rosa anaranjado, y después, me revuelve el pelo con la mano, solo que no me lo revuelve, está igual.
—Por favor, parad... —digo.
Razón es el último. Su color de pelo parece tan blanco ahora... y sus ojos son blancos, muy blancos, igual que el resto, y también igual que todas las personas que he visto aquí. Me entrega el cristal, y este se vuelve de un rosa casi blanco, pero cálido. Y brilla, aún más que antes. Razón sonríe, igual que todos. Erudito aparece, se coloca las gafas, y me asiente. No sé qué quiere decir... pero no le escucharía.
Aparece la chica desconocida, entre Susurro y Afrodita. Es más bajita que yo, su piel es un gris más claro que el resto, y el pelo es largo, muy largo, y muy blanco, como su vestido. Es muy joven, y muy guapa.
El corazón me ha dado un golpe, repentino. Ahora va muy deprisa.
Alargo la mano hasta la chica, toco su mejilla, pero... no siento nada. Noto frío en el brazo, porque ella lo está acariciando con las dos manos. Luego me toca también la mejilla, me aparta un mechón que tengo sobre la cara, sin que el mechón llegue a moverse. Y sonríe, mucho, tan cálidamente.
—Mamá... —digo.
Me seco el ojo, pero no sirve de nada. Quiero tocarla, pero no puedo, ella tiene los iris blancos, pero aun así tiene una mirada tan cercana, con tanto significado...
Se acerca más, y me da un abrazo.
—Mamá —digo.
No puedo decir más. Quisiera hacerle mil preguntas, pero no se me ocurre ninguna. Quisiera quedarme así mucho, mucho tiempo. Ella se separa, al final. Señala a todos con el brazo. Se señala al pecho, al corazón. Y me señala a mí. Una lágrima entra dentro de la boca.
No quiero ver más, pero lo quiero ver todo...
—Madurez, tenemos que irnos —dice Orfeo.
—¡No! —grito—. ¡Tienen que venir!
—Es hora de volver.
Noto la piel caliente de Orfeo sobre los hombros, pero no es justo, ¡no quiero un cristal! Venid, digo, pero tan bajito que seguro que no me oyen. Venid.
Empiezo a oír algo, parece aire. Como si ahora pudiera oír cosas. O como si alguien más estuviera aquí. El sonido es lejano, pero se está acercando. No es aire, son propulsores, como un cohete. Las mentes se miran, preocupadas, y me dicen con los brazos que me vaya. Distingo algo en el cielo, pero es algo muy pequeño para ser un cohete, ¿verdad?
Orfeo me agarra del brazo, las mentes señalan hacia un lugar, los matorrales que empiezan a crecer a la izquierda y cada vez son más grandes. El cenagal que decía el libro.
La figura que vuela se acerca hacia aquí. Orfeo sigue tirando de mí, me giro hacia atrás, para verles otra vez. Se están despidiendo de mí, con la mano... Yo quería verles más tiempo. Veo los ojos de mi madre, sus ojos blancos.
Orfeo me empuja, y caigo en barro, entre ramas. Los propulsores se oyen demasiado cerca. Me dice que entre dentro, yo oculto los pies para dejarlos dentro del arbusto, y me arrastro un poco para estar más escondida.
—Mamá... —susurro.
Ha sido como un estruendo, como si la figura hubiera aterrizado de golpe. Le escucho caminar, y ese sonido no es de persona normal. Es como máquina, sonido metálico. Me tapo la boca. Los Creadores de los que me habló Dante. Veo sus piernas entre las ramas, camina hacia nosotros. Sigo con la boca tapada, no paro de mirar las piernas que se acercan. Rojas, como el cielo. Está junto a nosotros, pero no se agacha. Puedo ver su ojo brillante entre las hojas, mirando a un lado y a otro. Su brazo derecho es un cañón, su mano izquierda, una mano de dedos finos y brillantes. Juraría que está respirando.
Echa a volar, de nuevo, el aire que mueve me ha secado los ojos, y me ha llenado de polvo. Orfeo y yo nos miramos.
—Tenemos que movernos sin que nos vea —susurra.
Saco la cabeza, despacio, pero aquí no está, le he perdido de vista. Desde aquí no puedo ver a las mentes, me tapa un arbusto alto, quiero asomarme. Orfeo tira de mí. Camina hacia el lado contrario, hacia el cenagal, pendiente del cielo. Un camino de tierra blanda, con el agua sucia del lago a los dos lados. Pero más que agua, parece tierra líquida, pero no estoy segura, porque la hierba alta que lo cubre no me deja ver bien. Orfeo tira de mí, casi está corriendo y está un poco agachado. Las botas se hunden en esta tierra, que huele como estiércol. El árbol de hojas grises está en lo alto de una subida pronunciada, no muy lejos. Sus hojas son para mí como un faro gigante de luz roja, más brillante que el cielo. Altaír está volando, veo el brillo al otro lado del lago, lejos, más que el árbol. Pero es una máquina... ¿quién sabe si en realidad puede vernos desde aquí? Orfeo corre ahora como si fuera un atleta, pero yo no lo tengo tan claro, quizá debamos escondernos un poco.
El sonido de los propulsores se hace más fuerte, y Orfeo, como si fuera otra máquina, ya me está empujando hacia el agua, hacia la, oh... huele a agua estancada, y está llena de barro... Es difícil caminar, siento como si me hundiera en el suelo, rodeada de plantas que salen de ahí, y poco a poco, el agua se hace más fluida, cuando prácticamente estamos nadando, porque casi no hago pie. Orfeo sí que debe hacer, porque va más rápido y decidido que yo. Quiero decirle que me espere, pero la máquina se ha parado justo encima de nosotros. Tiene cuatro luces en la espalda. Está quieto. Veo su ojo brillante, a través de la hierba alta. Si ahora Orfeo o yo hacemos cualquier ruido, él lo sabrá. Mira a un lado y otro del camino. Si supiera que estamos tan cerca de él... Activa los propulsores. Vuelve a volar, pero vuela hacia nosotros, no sé qué hacer, así que me hundo a toda prisa en el agua.
Todo es negro bajo el agua. Está la luz roja del cielo, pero cuanto más abajo estoy, más oscuro está todo, sobre todo a los lados, como si hubiera un cuenco de luz, y luego nada. Lo único que veo claramente son las luces de los propulsores, que me indican lo que está arriba. A dónde voy a tener que nadar corriendo en cuanto las luces desaparezcan, porque apenas he respirado antes de bajar. Poco a poco, mi cuerpo está subiendo, pero Altaír sigue ahí, y si nado hacia el fondo, haré ondas arriba, y me verá. Me agarro a la hierba alta, y eso parece que funciona. Ya he echado el aire que tenía. Los pulmones me queman. Los propulsores se están yendo, poco a poco, pero demasiado lento, y necesito respirar ya, ¡respirar... ya!
Me ha hecho daño, después de respirar poco a poco y sin hacer ruido, cuando el cuerpo me pide que coja el aire con la boca y a toda prisa, además con este aire tan ligero, tan... pobre. Altaír deja de volar, y se queda en el camino, estoy escuchando su cuerpo caminar, hacia delante, hacia atrás. Ahora es peor. Si nado, podría oírme, pero ahora no toco el suelo para nada. Y si me apoyo en las hierbas, podría moverlas. No veo el árbol. Miro el collar, donde la flecha apunta la dirección correcta, la que está siguiendo Orfeo. Estoy nadando despacio, pero sigo haciendo ondas pequeñas. ¿Por qué casi no respiro? Me duele la tripa de aguantar el aire.
Delante, hay una parte sin hierbas altas, que Orfeo la está cruzando bajo el agua, pero lleva un rato. Altaír viene hacia aquí. La luz que hace su único ojo parece una linterna, y mira hacia donde debería salir Orfeo. Si ahora me sacara el corazón, seguiría respirando. Altaír deja de mirar y continúa hacia delante, hacia el árbol. Orfeo entonces saca la cabeza. Joder...
No sé si puedo hacerlo ahora. Altaír está pasando por aquí, ¿y si nota cómo nado bajo el agua? La tripa me duele, bueno, más bien me arde. Altaír ya ha dado media vuelta, ahora está a mi altura, y Orfeo me señala algo, oculto de la luz de su ojo, pero no le veo bien. Cuando Altaír pasa, veo que me indica que venga. Cojo todo el aire del universo, y me hundo en el agua. No veo nada, no me puedo perder, tengo que concentrarme. No me estoy hundiendo bien. No puedo hacerlo, me voy a quedar sin aire. Aquí está la hierba, la cojo, y la trepo pero hacia abajo. Aquí está la tierra. Voy a gatas por el fondo, pero poco a poco estoy subiendo, así que suelto aire. Tranquila. No, no estoy tranquila, esto no va a salir bien. ¿Estoy yendo bien? ¿Dónde está Altaír? Me coloco el collar, que se ha dado la vuelta y me está ahogando. Todo está negro, pero su metal brilla un poco con la luz roja. Veo la flecha, que señala un poco hacia la derecha, es esa la dirección correcta... No me queda más aire en los pulmones. Sigo en la dirección del collar, gateando la tierra, no sé dónde está la luz del ojo, no tengo aire, ¡voy a morir...! ¡ay! Algo me ha dado en la cabeza. Las manos de Orfeo me cogen los hombros y me llevan a la superficie. Lo que más me duele es coger el aire despacio.
Espero unos segundos a que el corazón vaya más despacio, a que el cuerpo se acostumbre de nuevo al aire. Cuando Orfeo se apoya en la hierba, veo sus esposas gigantes y pesadas. No sé ni cómo puede mantener la cabeza fuera del agua.
Altaír ya ha vuelto a volar antes de que lleguemos al final de la ciénaga, se ha ido a otro lado, pero no escucho sus propulsores. No me gusta. Sin él, Orfeo y yo volvemos a estar solos. Solo escucho el barro sobre la tierra, las piedras que caen abajo después de pisar, nuestra respiración fuerte. Al final de la gran subida, estaremos bajo el árbol gris.
Otra gran explosión. Arisa, el Creador verde, ha destruido otro tanque... espero que no sea el de Duch. Por aquí no disparan más los cañones, y cada vez hay más tentáculos. Social dispara a Energía, pero, ¿de qué va a servir, si detenía los disparos de Tubán? Stille y yo apenas atacamos, no merece la pena. El cuerpo está rodeado de una masa morada de energía que la vuelve invulnerable, tampoco queremos matarla. Aguantar hasta que Madurez vuelva con las mentes... Recuperarla de las garras de Miedo, si fuera posible.
Ella salta, sus brazos se vuelven de un morado más denso, y cae. Libera una onda de fuerza que nos derriba a todos. Tengo tierra en la cara.
Me intento incorporar un poco... pero no puedo. ¿Queda mucho combate aún? Social y Eissen parecen estar entreteniendo a Energía, pero si no me levanto, estaremos vendidos en cuanto ella les derrote. Jacob está en tierra, con el brazo repleto de sangre, y con la otra mano, aún expulsa de su cuerpo energía que ha absorbido de Miedo. El rubí me brilla tan fuerte ahora... sé lo que me dice, que libere su poder, que me una a él, que le sirva. Stille está junto a mí, tan derrotada como yo. Se incorpora un poco, lo intenta, pero no puede más allá de estar arrodillada. Y con este golpe, Social cae al suelo. También lo hace Eissen. Energía extiende su esencia hasta ellos. Se gira hacia nosotras. Levanta un brazo, ya veo, tiene forma de cuchilla. Tengo que hacer algo... palpo en el suelo donde creo que está la espada negra, no, solo hay hierba, pero sí encuentro algo.
Llamo a Stille, aunque Energía apunte hacia mí la cuchilla. Le enseño el colgante de Susurro, que se le había caído, y se lo doy. Stille me mira con los ojos tan abiertos... Ella pone su mano encima de mi pecho, agarrando aún el colgante, Energía dispara la cuchilla morada, la tierra salta, pero salta lejos, y después del impacto, la cuchilla se deshace en bruma morada. Ha sido Stille quien la ha desviado, con su última estrella.
Se levanta, haciendo un gran esfuerzo, y también me levanta a mí, prácticamente ella sola.
Qué idiota... Vamos a seguir peleando, que esto no ha terminado. Me doy una bofetada, me agacho, y cojo mi espada. Vamos.
Un brillo desde el acantilado me hace daño en el ojo. El sol que empieza a salir ilumina el metal de Tubán, que ha acabado de escalarlo. Definitivamente, esto no ha terminado... Se pone de pie, y empieza a correr hacia Energía. Vacía todo el cargador de su fusil durante la carrera. Los tentáculos que hay cerca atacan a Tubán, pero se deshacen conforme se estrella con estos, hasta que llega hasta Energía, salta, y cae en el suelo encima de ella. Eissen y Social dejan de tener dentro su aura morada.
Tubán dispara su cañón a bocajarro, el quinto de seis, los dos desaparecen en un brillo blanco. Juraría que he sentido rabia en ese disparo. Cuando el cañón acaba, Tubán la machaca a golpes, cuatro, seis... Esquivo el golpe de un tentáculo, lo corto. Tubán sigue golpeando a Energía. Escucho múltiples aullidos detrás de mí, que me sacuden por dentro.
Energía está inconsciente, tirada en el suelo. Tubán está encima. El cañón de su espalda comienza a cargar otro disparo. ¡No, espera! Levanto el brazo, por puro instinto, el cañón cambia su brillo, y cuando dispara, lo hace cerca de nosotras. Cuando su luz termina, veo a Eissen junto a Tubán. Ha empujado el cañón, ha salvado a Energía. Tubán se levanta, mueve el brazo del fusil, Eissen esquiva el ataque, vuelve a moverlo, y lo manda lejos, dentro de la torre.
Grito, y cargo hacia Tubán. Veo a Social disparar a Jacob para que absorba sus disparos. Stille corre conmigo.
—¡Ya no le quedan balas! —grito—. ¡A por él!
Y él va a por mí, cómo no. Primero ataca con su garra envenenada, fácil de esquivar, luego un golpe con el reverso de su cañón, fácil de detener. Se nota que está ciego. Muchos golpes los da por instinto, pero he de admitir que sabe lo que está haciendo, porque está intuyendo la mayoría de mis pasos. Desde luego, ha combatido muchas veces. Jacob trepa por él, ágil, y descarga la energía acumulada en su cuello, Tubán lo agarra para lanzarlo... ¡No!, grito, cuando veo que la garra podría haberle tocado.
Me golpea entonces, un golpe tremendo que me tira al suelo. Tiene el brazo del arma sobre mí, hace fuerza, y empieza a ganar centímetros a mi espada. Es tan grande que no llego a golpear sus piernas con las mías. Realmente no tiene rival en fuerza, es una maldita máquina, y me aplasta sin problemas contra el suelo. Me defiendo ya con la espada plana, porque pronto va a aplastarme el pecho. Los demás le disparan y golpean, pero ni siquiera se inmuta.
Más allá, en el bosque, no hay sol, ni cielo. La niebla de Miedo lo está cubriendo todo, y avanza rápido hacia aquí. Sus tentáculos han abrazado por completo la torre. No veo ningún tanque, Arisa acaba de despedazar otro, junto a la torre... ¡Au! Este cabrón realmente me va a aplastar el pecho, puedo ver su ojo vacío y sin luz, apenas a dos palmos. Escucho crujidos, que no son de cañones, sino de... piedra.
La torre ha dejado de emitir luz. Los tentáculos gigantes la han resquebrajado, y ahora comienza a deshacerse. El rayo que enviaba hacia arriba, no existe. ¡Madurez! No puedo respirar...
Madurez...
Es como un susurro. Casi un grito. El vórtice negro y carmesí viene hasta mí, para reclamarme como suya. Me recuerda a los caídos, el cansancio, el sufrimiento. Vuelvo a ver a Julio, asfixiándose delante de mi impotencia, y luego, los ojos de Altaír, Tubán y Arisa. El ojo ciego de Tubán se cierra un poco, cuando más fuerza hace para que no vuelva a respirar. Quizá hayamos llegado hasta aquí para ver a Madurez desaparecer con la torre. Nada tiene sentido. El vórtice brilla, veo algo en él más allá del negro y del vacío que siempre ha tenido dentro. Me reclama. Toda mente puede ser cualquier cosa, le digo. La vida es dura. El vórtice me dice que tome represalias, que haga justicia. Acabo de perder a Madurez. La he perdido yo. Tubán y Dante, sí, pero también Energía, y Razón. También yo.
Toco el vórtice, y ahora es él el que se retuerce. Abro la palma de mi mano, y le dejo entrar dentro de mí.
Si va a ser un ciclo de muerte, que así sea. Pero yo quiero romperlo.
Levanto el metal de Tubán, que centímetro a centímetro, sube. Gruño, cuando cargo toda su fuerza en mi brazo izquierdo, muevo la espada con el derecho, y corto la garra con la que iba a atacarme. Tubán chilla, ciego, tullido, pero no ha visto nada. De una patada, le dejo de pie, me levanto yo, y comienzo a cortarle, con cada corte, retrocede un metro, así que le corto mucho. El metal ha llegado a rajarse con los cortes más fuertes, y debajo, veo músculos grises que se mueven. El resto de mentes también le ataca.
—Luchadora —dice Tubán—. La mente guerrera.
—No —digo—. Luchadora, Guardiana de la Furia.
Los aulladores invaden la pradera, a medida que la niebla avanza, y ya casi está encima. Duch llega con nosotros, hecho una porquería, pero luego habrá tiempo para saludos. Con su cuerpo grande, carga un mazazo contra Tubán, lo detiene, pero no puede parar mi estocada a su pecho. Es hora de matar a una máquina.
—¡Esto por Razón! —digo.
Tubán chilla, de su pecho estalla una onda de energía, pero nos incorporamos pronto. Si me ataca a mí, los otros le harán daño. La espada hace que el metal rajado chirríe.
—¡Esto por Madurez!
Stille apuñala la carne que hay bajo la máquina.
—¡Esto por los demás!
Tubán salta hacia atrás, y se agacha un poco.
—Hemos acabado de jugar —dice.
Su cañón se enciende, entonces. Va a disparar, con todos nosotros delante de él. Pero, ¿cómo? ¡Solo tenía seis balas!
Caemos, nos traga el suelo. Veo el rayo blanco pasar por encima de mí, luego el sonido del viento, luego frío en la espalda. El gran portal que se ha abierto se ha cerrado. Lo último que he visto ha sido la niebla morada, devorándolo todo, detrás de ese disparo... Me incorporo. Estamos en la montaña, en una llena de nieve. Hay un bosque al sur, la montaña crece más al norte, yo... he estado aquí. Claro que he estado aquí. El brillo rojo me desaparece del cuerpo.
—Entonces corre todo lo que puedas.
—¿Seguro? Haremos mucho ruido —digo.
—No, porque usaré una buena distracción. Pero tú corre, ¿vale?
Me preparo. Me tiemblan las piernas y el labio... una cosa es que te disparen los enanos, y otra, que te persiga un monstruo de metal. Pero sé que su plan es bueno, porque es suyo, y me ha dicho que confíe. Vale... puedo hacerlo. Hemos llegado hasta aquí y saldremos de esta. Él me susurra que espere a su señal, y ya entiendo por qué lo dice. Se va a esperar a que dé la vuelta y se coloque lo más lejos posible de nosotros...
—Ahora —dice.
¿Qué, cómo? Ahora está justo delante de nosotros, se tiene que haber equivocado... Miro atrás, pero ya no está. Ha trepado la roca, y ha saltado hacia Altaír.
—¡No! —grito.
Está encima de Altaír, lo está estrangulando con sus esposas gigantes, y la máquina se defiende. No... no hagas esto, por favor... La máquina apunta hacia mí el cañón, grito, pero Orfeo mueve su cuello hacia atrás, y dispara encima de mí.
—¡Corre! —grita—. ¡Ahora!
Tiene la herramienta de purita en la mano, y se la clava en el cuello. Altaír se arrodilla, yo corro, lo más rápido que puedo. Corre, dice otra vez Orfeo. Detrás de mí escucho ruidos de máquina, incluso un disparo, seguido de más ruidos de máquina. Casi no veo el portal, aunque lo tengo delante de mis ojos. Cuando lo cruzo, me tropiezo, y ruedo por el suelo de la torre. Miro atrás. Altaír derriba a Orfeo, lo ha tirado al suelo, y me apunta con su cañón. Algo se pone delante, justo cuando se escucha desde dentro el disparo.
Eissen está delante de mí, de espaldas, con la gema en sus manos. Ya no hay portal.
No veo nada. Ahora puedo ver a Mentes, ahora hay color, el aire pesa cuando lo respiro... pero me siento aún más vacía que antes. Grito, de pura angustia, de rabia, de impotencia, ¡de yo qué sé! Palpo el aire donde debería estar el portal, debería estar aquí. Le digo a Eissen que vuelva a poner la gema, pero no contesta. ¡Hazlo!, grito, pero no dice nada, sigue con los ojos cerrados, con la gema en alto. Orfeo está ahí dentro. Tenemos que dejarle salir. Están todos dentro. Apenas puedo respirar el aire entre gemido y gemido. No veo los colores, porque estoy llorando. No miro más allá del cielo, porque no me lo merezco. Los únicos sonidos que hay aquí son gritos de agonía, golpes, y aullidos. Si este es el olor de la guerra, es el peor de todos.
Eissen me mueve el hombro, hasta que abro los ojos. Me da la gema. Veo que ha colocado la alfombra en la piedra, yo me arrastro para destaparla... pero no me deja.
—Escucha... —dice—. Sal de aquí, busca a Luchadora.
—Espera. Está ahí dentro.
—No puedes volver allí. Esto es una locura. Tienes que salir de aquí, con ella.
Entonces, ¿Orfeo no va a salir de aquí conmigo?
—¡Ve! —grita Eissen.
Ha abierto la puerta que lleva al sótano, mientras me enseña la misma marca que Orfeo dejó de tener, es la misma, con el destello morado. Me ha parecido que dice lo siento, pero no lo tengo claro. Ni siquiera puedo pedirle que repita... se ha ido.
La torre entera está crujiendo, el techo se acaba de agrietar en dos, y por la grieta cae el polvo. Tengo que salir de aquí. Miro la gema en mis manos, la alfombra doblada que tapa el hueco, un pedazo de techo cae, con él cae otra lágrima. Doy media vuelta, hacia la salida, donde un tentáculo gigante de Miedo está bloqueando la puerta entera, y esto va a caerse a pedazos. ¡Aparta!, grito, y empujo el tentáculo... ¿y qué es esto? Mis manos se hunden dentro, como si estuviese... oh, madre mía... El tentáculo se está deshaciendo, con un silbido muy molesto, como si le doliera. Vuelvo a tocarlo. Cuando lo toco, se deshace. Empiezo a aplastarlo, conforme empiezan a caerse los primeros trozos de la torre. Cuando pierde altura, veo la figura que está al otro lado, está a contraluz, pero distingo perfectamente a Dante. Retrocedo varios pasos y caigo, entonces, el crujido grande. Y todo se viene abajo. Si he gritado, no he podido escucharme.
Me duele la cabeza... algo me ha dado ahí, pero estoy bien, estoy viva. No veo nada, y cuando toso, siento como si tuviera polvo en toda la garganta. ¡No veo nada! ¿Por qué no veo nada?
La luz aparece con el sonido de roca pesada. Veo cómo Dante, a mi lado, levanta una roca enorme con mucho esfuerzo, y con un gruñido final, la aparta a un lado. ¿La ha cargado para que no me aplastara? El cielo nos ilumina, aunque estamos en la primera planta de todas. La torre ha caído de lado, sobre el acantilado, y sobre la playa. Dante me mira, enfadado. Solo tiene un ojo... Se agacha, y coge la gema de mis manos, como si yo no la estuviese agarrando con todas mis fuerzas.
—Esto me pertenece, pequeña —dice.
Cuando la gema brilla, su ojo blanco también lo hace. Su pelo, su chaqueta, vuelven a flotar. Su esencia aleja el polvo de la piedra. La gema empieza a silbar, algo que nunca le había escuchado hacer. Nunca había hecho ni un ruido, solo la canción de Erudito que escuché cuando la toqué. El silbido empieza a crecer. Dante la mira, pero... ¿ese brillo intermitente es normal? Y ese sonido... no era una nota, era un grito. La gema empieza a gritar frente a nosotros, hasta que suena a cristal partido, y entonces, calla. Se ha partido. Las dos mitades han caído al suelo, una se queda con él, la otra rueda hasta que golpea el tobillo. Él coge una mitad... yo la otra. Dante tiene la boca abierta, y los ojos, aún más.
—La purita lee el alma de la persona que la toca —digo—. Lo ponía en tus libros.
—Pero... —dice—. Pero yo tengo el alma más fuerte de este mundo...
Arriba, el cielo está dejando de ser de día, se está volviendo morado, como la niebla que cubre la Isla de Inconsciente. Y escucho muchos aullidos, cerca. Un tentáculo gigante se ha movido, y apunta en dirección a Dante, que aún está mirando la mitad de la gema.
—¡Dante, cuidado! —grito.
El tentáculo carga como un aguijón, y a Dante no le da tiempo ni darse la vuelta. ¡Oh, no, le ha atravesado! Dante grita. ¡Le ha atravesado y le está levantando en el aire! Otro tentáculo aparece, empujando los escombros del suelo, y se le clava en el pecho. ¡Dante!, grito, pero no sirve de nada. ¡Lo va a matar! De repente, los tentáculos se vuelven más líquidos, comienzan a trepar por su cuerpo, le cubren la boca, los ojos, la cara entera. Él deja de gritar. Deja de retorcerse. No puedo estar más lejos de él, pero la puerta está al otro lado de estas ruinas. Ya no se mueve... No, por favor, no... No...
Cuando lo suelta, no cae a plomo en el suelo, como lo haría un cadáver. ¡Está vivo! Voy a llamarle, pero hay algo en él que no está bien... no. Hay algo que está mal. Es él, pero... no parece él. No se mueve como lo haría él, cuando se mira las manos, cuando se quita el polvo de una de las mangas. Las heridas que tiene han cerrado con líquido negro. Su ojo no es blanco, no. Todo el ojo ahora es morado, lo único blanco es el iris. Se cruje el cuello. No sé qué hacer. Se fija en la gema que agarra, pero aunque es el cuerpo de Dante, ha perdido todo lo que le hacía ser él.
—Miedo —dice una voz de mujer—. Debes darnos ese cuerpo. Nos pertenece.
Dante se gira. En lo que queda del arco de la puerta, hay una máquina verde, con el ojo también brillante.
—Ahora Dante es parte de mí —dice Dante, con una voz que no es la suya, es mucho más siniestra—. Podéis considerarlo un castigo justo por sus crímenes.
—Dante será procesado para su ejecución —dice Arisa.
—Lo único que podía detenerme se ha roto. —Levanta la gema—. No solo será un buen guardián para mi colección, sino que ayudará a reforzar nuestro trato.
Arisa no contesta. Ahora que está quieta, la siento respirar, pero los aullidos es lo único que oigo, aullidos, y algún que otro crujido de piedra que viene de la playa. La niebla morada entra en las ruinas, y envuelve el lugar muy deprisa. Ahora solo veo a Arisa por su ojo brillante, y apenas puedo ver a Dante. Cuando respiro, sale vaho... y ese vaho, deshace la niebla que tengo justo delante.
Unos tentáculos finos se escurren entre los escombros. Son fríos y viscosos, están empezando a agarrarme, ¡no! ¡Quietos! Según me aprietan, se vuelven calientes, se deshacen con un silbido agudo y desagradable, y caen sobre la roca.
Entonces veo cómo Dante se gira, y me mira, a mí. Hay algo en ese ojo que está mal, siento frío solo de verlo, morado, pupila blanca, pero al mismo tiempo, no puedo apartar la mirada de ellos. Cuando lo consigo, estoy jadeando, en el rincón que queda de la torre, encima de escombros.
—Tú... —dice Dante.
Su voz es aguda, pero tan grave que me encoje el alma. Otro tentáculo me golpea en el hombro, otro en la pierna. Hay un tercero que se me enrosca en el pecho, pero se están deshaciendo, según me tocan.
—No puede ser —dice Dante.
Saca su espada, y la apunta hacia mí, empieza a caminar deprisa.
—¡Alto, Miedo! —grita Arisa.
Cuando Arisa grita, su palabra es ley. Dante se detiene, pero no deja de mirarme. No deja de apuntarme.
—Has reclamado este cuerpo para reforzar nuestro trato —dice Arisa—. Sea. Pero la niña no merece morir. Si la matas, nuestro trato correrá peligro.
Dante ríe, de forma sutil, pero insana. Nunca había escuchado esa risa, nunca... Me ha congelado por dentro.
—Nuestro trato seguirá en pie —dice Dante—, porque os conviene a vosotros, más que a mí. He visto el interior de esta niña... así que sabes que no puedo dejar que se vaya.
—Conocemos tus miedos mejor que tú —dice Arisa—. Igual que sabemos que un ente que crees bajo tu control cumple más nuestra voluntad que la tuya.
—¡No!
Dante tensa los brazos, carga la espada para disparar. Creo que he gritado mientras me hundo en el suelo, hasta que caigo sobre nieve, y de pronto hace frío. He visto el disparo, quemar el aire muy cerca de mí... pero ahora estoy lejos. Se cierra el portal. Veo el cielo gris. Está nevando.
—Te voy a reunir con el resto de mentes —dice.
—Ni se te ocurra. Bueno, deja que el caballo vaya con ellas, yo iré a otro sitio.
—¿Dónde, entonces?
Le enseño la marca de Miedo.
—A donde pertenezco —digo.
Inconsciente se queda quieto. Tarda, pero al final asiente, y empieza a abrir otro portal, que me llevará al último lugar donde querría estar.
—Te va a castigar mucho por esto —digo.
—Lo sé.
—¿Por qué lo haces, entonces?
Inconsciente parpadea, muy rápido. En ese tiempo, sé que le han clavado una aguja, en otro lugar.
—Porque si alguien puede acabar con Miedo, esos sois vosotros —dice.
El primer portal se abre, hay nieve, y montaña... hasta aquí me llega el frío. Empujo a Aristóteles con cuidado, pero está frenando. Insisto, pero sigue quieto.
—Aristóteles... —digo—, ¡vamos!
Se abre el segundo portal, dentro aparece tierra estéril, niebla morada, árboles caídos. Animales muertos. El aire sopla fuerte, y algunos trazos de la niebla densa empiezan a colarse dentro de la forja. Aristóteles camina un paso hacia el segundo portal. Inconsciente cierra el primero.
—Ese lugar es peligroso para ti —le digo.
Pero el caballo está delante del segundo portal, quieto, firme. Le acaricio el cuello, y me monto encima. No puedo culparle por querer venir... igual que es mi decisión, también es la suya.
Cruzo el portal, y se cierra, detrás de mí. El aire que sopla aquí es fuerte, oigo graznidos a lo lejos. Apenas veo nada, por la niebla. La Isla de Inconsciente. Si un lugar tiene respuestas a mis preguntas, es este. Un lugar lejano, donde no puedo hacer daño a las mentes... mi verdadera familia.
Está llorando.
—Y yo a ti —le digo—. Muchas.
No soy la única que se alegra por verla. Social y Stille se acercan, también quieren tocarla, y hablar con ella después de tanto, así que les dejo que hablen, yo ya tendré tiempo de hacerlo. Les digo a todos que entremos dentro, porque el frío está empezando a calar debajo de la armadura, y Jacob necesita ahora mismo que le curen la herida. Cargo con él, para ayudarle a caminar, y con la otra mano guío a la Señorita Lorraine. Tan solo toco el cuello con la palma de la mano, ni siquiera necesito agarrar la correa. Incluso me ha acariciado con respeto cuando me he acercado a ella.
—Rescatamos a la niña —dice Jacob.
—Un poco más y hago que la perdamos otra vez.
—No fue culpa tuya. Es una chiquilla muy valiente.
Caminamos los tres hacia la puerta del edificio principal del palacio. Los ecos, las gotas de nieve derretida que caen por las grietas del techo... Los demás entran, detrás. La Señorita Lorraine deshace parte de la segunda puerta que da al patio de jardines, lo hace como si nada. No demasiado destrozo, pero tanto ruido de piedra en este lugar me ha aturdido un poco. Jacob se sienta en el borde del parterre de plantas congeladas, y Lorraine acaba en una esquina donde pueda descansar.. Madurez se sienta al lado de Social, que ya está atendiendo las heridas de Jacob. Acaricio a la jabata, ahora que empieza a roncar. Stille es la última que entra, arrastra a Ánima y carga a duras penas con Duch, que está al borde del desmayo. Le sentamos con el resto. Stille está a mi lado, de pie, seria, y mira a todos los que somos. Duch, Madurez, Social, Jacob. Ella. Yo. Todos los que somos.
—¿Dónde está Eissen? —digo—. ¿Está vivo?
—Sí que lo está —dice Madurez—. Pero se ha ido por su cuenta. Me señaló un símbolo que le brillaba en el brazo.
Así que finalmente lo ha hecho. Ha logrado irse solo, tal y como él lleva queriendo durante tanto tiempo.
Stille mueve los brazos. Es el gesto que utiliza para referirse a Energía. Suspiro.
—Hemos perdido a Energía —digo—. Ahora la tiene Miedo. Igual que a Jil.
Decir esto ha sido como recibir un puñetazo en la boca del estómago.
—Pero... ¿cómo? —dice Social—. ¿Por qué?
Intento pensar y atar cabos, como a Razón tanto le gustaba hacer. Por suerte, estos son fáciles de atar.
—Miedo hizo un trato con Jil y sus hijos —digo—. Y Energía controlaba a uno de ellos.
—Entonces... ¿cuánto tiempo lleva Miedo controlando lo que hacemos?
Explorar esa pregunta nos lleva a un abismo negro.
—Dante también ha acabado absorbido por Miedo... —dice Madurez—. Siento haberte dicho que le dejaras vivir. Me equivoqué.
Me acerco hasta ella. Paso el dedo por la lágrima que le recorre la nariz, y le aparto el mechón que le tapa la cara.
—Has hecho lo correcto —le digo—. Estoy muy orgullosa de ti.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa feliz. Detrás de esa cabezota tiene que haber muchas preocupaciones, y pienso conocerlas todas. Le doy un beso en la frente, y me levanto.
—Os voy a ser sincera, mentes —digo—. No tengo ni idea de qué hacer. La niebla de Miedo aún no ha llegado aquí... pero no sé qué hacer para detenerla.
—Yo sí.
Madurez se levanta, para ponerse a mi altura.
—Miedo no puede tocarme —dice—. Es alérgico a mí. Quizá... quizá pueda deshacer la niebla. Quizá podamos retomar nuestra casa, la de siempre.
—Eso es un suicidio, Madurez —digo—. Una provocación. Nos atacará con todo lo que tenga.
—¿Y tenemos otra solución? Tenemos que atacar, tenemos que matarle, porque podemos hacerlo. —Los ojos con los que me mira son los suyos, pero... son más centrados—. Si no le matamos, nos perseguirá hasta el final.
Niego con la cabeza.
—Eso no va a salir como tú crees —digo.
—¿La mente guerrera niega un combate?
—No es la mente guerrera —dice Social, mientras acaba de vendar de nuevo a Jacob—. Es la Guardiana de la Furia, ¿no es así?
Sonrío. Miro abajo, donde aún sujeto la espada negra, ahora con un lado rayado de azul intenso, brillante. Furia. Es un buen nombre para una espada.
Stille habla. Hace el gesto de caminar, y me señala a mí. Me seguirá allá donde vaya, tanto si decido atacar, como si decido huir. Tenemos que recuperar a María de nuevo, eso es lo único que es seguro. Arriba, el amigo de mentes le dice que debe buscarse un abogado, y debe hacerlo ya. Pero el amigo de mentes es abogado.
—Sí, necesito ya ese abogado —dice Jacob—. Y mucha ayuda.
—Por eso te necesito a ti —dice Social.
El amigo de mentes se queda extrañado. Le dice que no, que no puede intervenir, que es algo de los dos, que él también es amigo de María.
—Por favor —dice Jacob—. Sé que te resulta difícil, pero te necesito.
—Tenemos que luchar para que todo vuelva a la normalidad —dice Madurez.
Luchar, repite Madurez, sin que Mentes lo diga. Me mira, casi entusiasmada, pero hay algo más, no es entusiasmo, es casi... fijación. No lo sé, no lo veo claro. Somos muy pocos. Ataquemos o huyamos, aseguraría este lugar y esperaría a que recuperemos fuerzas. Ahora es cuando Energía habla y da un buen consejo, ¿no? Suspiro. Los Creadores. Miedo. Pero, sobre todo, las mentes que aún quedan en pie. Cojo a Madurez y la abrazo, la aprieto fuerte contra el pecho.
Necesito unos días para pensar, y para asimilar todo lo que ha ocurrido hoy.
Cuando la toco, juraría que está silbando, ¿no? Como cuando echas agua a la madera que arde. Cuanto más la toco, más aliviado se siente él, así que la sigo tocando, y está perdiendo el brillo. Cubro el antebrazo con las dos manos. Orfeo se relaja, poco a poco. Cuando vuelvo a mirar, la marca está apagada y queda una herida costrosa, en el brazo.
—¿Qué es esto? —le pregunto.
—No lo sé.
—¿No te había pasado antes?
—Ahora que lo dices, no estoy seguro.
Se mira el brazo, pero el cielo negro y rojo apenas ilumina. Se toca la cabeza, resopla, pero ahora está mucho mejor.
—Sigamos —dice.
Delante de nosotros está el árbol que salía en los libros. Nunca he visto un árbol tan gigante y tan frondoso... no veo nada detrás de él, porque llena todo el ojo, si miro hacia arriba, tan solo veo la mitad del cielo. Los tonos rojos que apenas iluminan, arriba, se reflejan en las millones de hojas grises que abarrotan las ramas alargadas. Es precioso, de una manera distante, como si el sol hubiera desaparecido, y fuéramos un planeta que se perdiera en el cosmos hacia ningún lugar, mientras se enfría, poco a poco. El tronco es negro, casi tan grueso como una casa. Las raíces son tan grandes que han cambiado el suelo plano... el montículo sobre el que estamos, seguro que es porque hay una raíz debajo.
—¿Cuántos años tendrá este árbol? —dice Orfeo.
—No lo sé. Me hace sentir triste.
El lugar entero, el cielo, pero también la tierra, y las plantas... siento como si absorbiera lo que soy. Me siento vacía por dentro, y más ligera por fuera. Como si ahora pudiera saltar dos metros hacia arriba, y al mismo tiempo, sé que me agotaría hacer el mínimo esfuerzo ahora mismo.
Comienzo a caminar, otra vez, Orfeo viene detrás, escucho la cadena de las esposas que lleva, y ahora que pienso, cuando volvamos al mundo real tendremos que rompérselas. No importa cuánto caminemos rodeando el árbol... siempre está en el mismo sitio, no se mueve. Así de grande es. A la izquierda continúa el camino, y tal y como decía el libro, a los dos lados hay árboles muertos, alguno incluso ha caído. Cuando veo una forma humana, sentada a un lado del camino, me ha dado un algo, en el corazón. He agarrado la tela del hombro de Orfeo, para avisarle, y la he estrujado. Caminamos despacio, cada vez más cerca de la mujer que hay sentada. Es mayor. Se ve rara.
¿Cómo va a reaccionar? Ay, estoy muy nerviosa. No se mueve. Tiene la cara casi enterrada entre las rodillas, y el pelo largo y gris. De pronto se mueve, nos mira, y noto algo, un vacío inmenso en sus ojos, aparto la mirada. No escucho los pasos de Orfeo, me giro, está parado, mirándola. Tiro de su brazo y sigo caminando. Ella no nos sigue.
—¿Eso era...?
Lo repite, otra vez. Un muerto, le digo. Sus ojos eran grises, casi blancos, también su piel, podía ver a través de ella, y no, no era vieja, y su pelo no era blanco, sino gris, como toda ella. Me ha parecido ver algo entre los árboles de la izquierda, algo brillante, pero ahora no veo nada. En el lado derecho la tierra baja y los árboles me dejan ver un enorme lago en un valle, rodeado de pequeñas montañas. En una de ellas, al fondo, está el santuario, un edificio negro y oscuro. Solo puedo verlo cuando en esa parte del cielo hay más rojo.
Hay algo en los árboles. Un hombre cuelga de la rama de un árbol, sin cuerda, solo está él, colgando, inmóvil. Otro hombre le está mirando. Desvío la mirada, hacia delante, donde nos cruzamos con un ser bajito con una gran cabeza... no, es una máscara de madera, que ya he visto en algún lugar. No he dejado de mirarle... y con la máscara, no sé si él podía verme a mí. Pero acelero el paso, por si acaso.
Enfrente está el puente que decía el libro, está todo exactamente como lo describió. Debajo de él, solo veo mucho negro, es una caída muy fea. La montaña se ha partido ahí, y el puente une ambas partes. La madera cruje, conforme apoyo el pie con cuidado. La cuerda es áspera y ya me pican las manos solo con tocarla. Orfeo tiene más miedo que yo, y avanza mucho más lento, le digo que no mire abajo, pero no me hace caso.
El descenso es más sencillo, porque es cuesta abajo. Hay cuerpos sentados a ambos lados de la hierba gris, hay muchas flores negras, pero ni un animal, nada vivo más allá de seres con forma humana... aunque esos seres tampoco están vivos. A veces es difícil distinguirlos cuando están lejos, con la falta de luz, pero sí que hay, hay muchos, más conforme nos acercamos al lago, pero no se meten con nosotros. La mayoría ni siquiera nos mira, como si no les interesáramos. No hay más ruido que mis pisadas, no sopla el viento, no hace calor, solo un frío lento que me está calando en el cuerpo, por más que tengo la chaqueta abrochada. No hago vapor. Es casi como si el aire que soltara dejara de existir según se va de mi cuerpo.
Orfeo me ofrece la mano. Como me ha visto frotándolas, seguro que quiere calentarme una. Y de hecho, tiene la piel caliente, no sé cómo lo consigue. Me sonríe. Y es como si me tranquilizara... no sé.
Me abro paso entre los cuerpos que están tumbados en la hierba, cerca de la orilla. Me ha parecido ver a dos enamorados, pero estaban tan cerca que me ha dado cosa mirarles, a ver si se van a enfadar. Suspiro, y es lo único que se oye. Me siento tan fuera de aquí que no sé cómo sigo adelante con tanta dedicación, y saber eso hace que me tiemblen aún más las manos. Suelto la mano a Orfeo para que no lo descubra, cuando llegamos a la orilla. Sabía que esto era un lago porque lo leí en el libro, de lejos no lo parecía, y ahora, todavía menos. Cada línea negra y roja en el cielo se ve reflejada con absoluta precisión y claridad, como un espejo, una pista de baile excelentemente pulida que se distorsiona cuando la toco. El agua no está fría, no está caliente, no es espesa. Me da la sensación de que no he tocado nada... Orfeo también la toca, y se frota los dedos húmedos. Tenemos que encontrar ya a las mentes y salir de este lugar, porque si no están aquí, quizá estén en el templo.
Veo un brillo en cuanto doy el primer paso. Luego veo otro, de un color distinto. Hay varios, en realidad, cerca de la orilla, al otro lado del lago. Comienzo a correr, esquivo los cuerpos a toda prisa, inmóviles en la hierba, hay uno que lo he saltado, pero espera, ¿y si se enfadan? ¿Y si correr era lo que no debía hacer? Orfeo me sigue, pero nadie más lo hace, no lo parece. Vale. Miro al frente corriendo, por si uno de los cuerpos apareciera delante de mí con aspecto amenazante. Mejor que deje de pensar en esto, quiero encontrar a las mentes y sacarlas de aquí, sé que puedo hacerlo, Luchadora dice que se puede, así que se puede. Claro que se puede. Las necesitamos.
Los brillos desaparecen, pero sé dónde estaban, creo. ¡Ahí! Vale, lo tengo. Cuando llego, no me queda aire para respirar, apenas hay aire aquí, siento que me ahogo. Toso. ¿Debería tener este miedo ahora mismo? Veo esas formas a lo lejos, por las que he venido corriendo hasta aquí, pero no quiero saber si son las mentes, porque lo podrían ser. Me estoy acercando, pero no quiero hacerlo. No quiero verlas. Orfeo palpa mi espalda, me anima a continuar, en realidad... y no me opongo, pero quisiera. Distingo los cuerpos grises que hay delante. Distingo sus caras. Reconozco a Susurro, y ese de ahí es... es Razón... Y Defensor, cómo no verle, si es enorme...
No pasa nada. Voy a sacarles de aquí. Todo está bien.
Es Defensor el que se ha girado hacia mí, y avisa a sus compañeros con la mano, sin dejar de mirarme, con un brillo rojo en el pecho. Todos me están mirando ahora. Todos están grises. La cadena de Orfeo tintinea, detrás de mí.
Cuando llego hasta ellos me siento tan débil, tan pequeña. Vacía.
Relativismo y Narciso sonríen, y me saludan, con un cristal naranja y otro azul oscuro. Razón está mucho más serio que ellos, pero también me saluda, tiene un cristal rosa en el pecho. Susurro me lanza un beso, con una sonrisa cálida, con un cristal gris. Defensor está más bien sorprendido. Hay alguien con ellos, un hombre calvo de color gris más oscuro, que no tiene cristal. Erudito tampoco lo tiene, puede caminar, y no tiene una cara tan vieja y cansada como los últimos meses... La última es Afrodita, con un cristal verde. Ella empieza a caminar hacia mí, con los brazos extendidos, sonriente. Hay una chica más allá de Afrodita, pero tampoco la reconozco.
¿Por qué tengo tanto frío, si por fin puedo mirarles a los ojos blancos, y sacarles de aquí?
—¡He venido a rescataros! —mientras hablo, intento sonreír—. ¡Vamos a salvar a Mentes!
Afrodita se para, junto a mí, rodea mi cabeza con las manos, y me da un beso en la frente.
Ha sido un desgarro, como agua helada que cae dentro de mí a la altura de la tripa. Durante un momento me he quedado quieta, sin siquiera respirar.
No he sentido a Afrodita en ningún momento, he sentido algo frío, pero no era piel. Sé que me ha tocado, sé que me ha dado un beso, lo he visto, pero no había nada ahí. No puede ser. Según ella se aleja, levanto la mano para tocar bien su brazo, pero cuando por fin rozo su piel, la mano continúa. La he atravesado. Y no he sentido nada... No. ¡No! Levanto los brazos y aprieto mucho las manos para cogerla, pero no pasa nada, es como si no estuviera. Toco sin querer el cristal, que ahora ha empezado a girar en su pecho. El cristal sí que he podido tocarlo. Ella lo mira.
—Afrodita, ¿qué te pasa? —digo.
Toco también a Erudito, pero no puedo. No hay nada ahí, es como aire frío, yo les estoy tocando. Pero no les alcanzo.
—¡Susurro!
Pero por más que palpo su pelo, no agarro ningún mechón. Ella me mira, apenada. Abre la boca... abre la boca. Ha dicho algo. Pero no he oído nada.
Mil años en completo silencio, dijo Dante. Sin poder hablar con nadie, sin que nadie pudiera escucharle.
Razón me acaricia el hombro, pero no le estoy sintiendo. Sonríe, pero en seguida deja de hacerlo.
—Madurez... —dice Orfeo—. Lo siento...
No hay nada que sentir. Porque ellos aún pueden venir, ¿verdad? Les llamo la atención con los brazos, les señalo a lo lejos y dibujo la forma del portal con los dedos. Camino hacia allá, dos pasos, les digo que vengan conmigo, con los brazos, con la cabeza.
—¡Vamos! —grito.
Pero ellos no vienen. Solo se acerca Afrodita, ahora con el cristal brillante entre las manos, me lo está ofreciendo. Yo le digo que no. Niego con la cabeza. Retrocedo. Pero ella me sigue. Se queda muy cerca de mí, con el pelo alocado hacia todas direcciones, y aún parece que va a mojarlo en mi leche del desayuno. Me acerca el cristal verde, hasta mi mano. Cierro los ojos, y la abro, para que me lo dé. Lo siento caliente... Cuando abro los ojos, Afrodita me está lanzando un beso al aire.
Susurro también llega, se lleva la mano al pecho, y me da su cristal gris. Lo pone en el mismo lugar que el cristal verde, y los dos se unen. No siento más peso, ni más temperatura, solo... ahora es un verde más pálido. Ella pasa el dedo por mi mejilla, pero no puede borrar mis lágrimas. Cuando narciso pone el suyo, se convierte en un azul pálido, y cuando lo pone Relativismo, se vuelve amarillo. Defensor se quita el cristal y convierte el de la mano en rosa anaranjado, y después, me revuelve el pelo con la mano, solo que no me lo revuelve, está igual.
—Por favor, parad... —digo.
Razón es el último. Su color de pelo parece tan blanco ahora... y sus ojos son blancos, muy blancos, igual que el resto, y también igual que todas las personas que he visto aquí. Me entrega el cristal, y este se vuelve de un rosa casi blanco, pero cálido. Y brilla, aún más que antes. Razón sonríe, igual que todos. Erudito aparece, se coloca las gafas, y me asiente. No sé qué quiere decir... pero no le escucharía.
Aparece la chica desconocida, entre Susurro y Afrodita. Es más bajita que yo, su piel es un gris más claro que el resto, y el pelo es largo, muy largo, y muy blanco, como su vestido. Es muy joven, y muy guapa.
El corazón me ha dado un golpe, repentino. Ahora va muy deprisa.
Alargo la mano hasta la chica, toco su mejilla, pero... no siento nada. Noto frío en el brazo, porque ella lo está acariciando con las dos manos. Luego me toca también la mejilla, me aparta un mechón que tengo sobre la cara, sin que el mechón llegue a moverse. Y sonríe, mucho, tan cálidamente.
—Mamá... —digo.
Me seco el ojo, pero no sirve de nada. Quiero tocarla, pero no puedo, ella tiene los iris blancos, pero aun así tiene una mirada tan cercana, con tanto significado...
Se acerca más, y me da un abrazo.
—Mamá —digo.
No puedo decir más. Quisiera hacerle mil preguntas, pero no se me ocurre ninguna. Quisiera quedarme así mucho, mucho tiempo. Ella se separa, al final. Señala a todos con el brazo. Se señala al pecho, al corazón. Y me señala a mí. Una lágrima entra dentro de la boca.
No quiero ver más, pero lo quiero ver todo...
—Madurez, tenemos que irnos —dice Orfeo.
—¡No! —grito—. ¡Tienen que venir!
—Es hora de volver.
Noto la piel caliente de Orfeo sobre los hombros, pero no es justo, ¡no quiero un cristal! Venid, digo, pero tan bajito que seguro que no me oyen. Venid.
Empiezo a oír algo, parece aire. Como si ahora pudiera oír cosas. O como si alguien más estuviera aquí. El sonido es lejano, pero se está acercando. No es aire, son propulsores, como un cohete. Las mentes se miran, preocupadas, y me dicen con los brazos que me vaya. Distingo algo en el cielo, pero es algo muy pequeño para ser un cohete, ¿verdad?
Orfeo me agarra del brazo, las mentes señalan hacia un lugar, los matorrales que empiezan a crecer a la izquierda y cada vez son más grandes. El cenagal que decía el libro.
La figura que vuela se acerca hacia aquí. Orfeo sigue tirando de mí, me giro hacia atrás, para verles otra vez. Se están despidiendo de mí, con la mano... Yo quería verles más tiempo. Veo los ojos de mi madre, sus ojos blancos.
Orfeo me empuja, y caigo en barro, entre ramas. Los propulsores se oyen demasiado cerca. Me dice que entre dentro, yo oculto los pies para dejarlos dentro del arbusto, y me arrastro un poco para estar más escondida.
—Mamá... —susurro.
Ha sido como un estruendo, como si la figura hubiera aterrizado de golpe. Le escucho caminar, y ese sonido no es de persona normal. Es como máquina, sonido metálico. Me tapo la boca. Los Creadores de los que me habló Dante. Veo sus piernas entre las ramas, camina hacia nosotros. Sigo con la boca tapada, no paro de mirar las piernas que se acercan. Rojas, como el cielo. Está junto a nosotros, pero no se agacha. Puedo ver su ojo brillante entre las hojas, mirando a un lado y a otro. Su brazo derecho es un cañón, su mano izquierda, una mano de dedos finos y brillantes. Juraría que está respirando.
Echa a volar, de nuevo, el aire que mueve me ha secado los ojos, y me ha llenado de polvo. Orfeo y yo nos miramos.
—Tenemos que movernos sin que nos vea —susurra.
Saco la cabeza, despacio, pero aquí no está, le he perdido de vista. Desde aquí no puedo ver a las mentes, me tapa un arbusto alto, quiero asomarme. Orfeo tira de mí. Camina hacia el lado contrario, hacia el cenagal, pendiente del cielo. Un camino de tierra blanda, con el agua sucia del lago a los dos lados. Pero más que agua, parece tierra líquida, pero no estoy segura, porque la hierba alta que lo cubre no me deja ver bien. Orfeo tira de mí, casi está corriendo y está un poco agachado. Las botas se hunden en esta tierra, que huele como estiércol. El árbol de hojas grises está en lo alto de una subida pronunciada, no muy lejos. Sus hojas son para mí como un faro gigante de luz roja, más brillante que el cielo. Altaír está volando, veo el brillo al otro lado del lago, lejos, más que el árbol. Pero es una máquina... ¿quién sabe si en realidad puede vernos desde aquí? Orfeo corre ahora como si fuera un atleta, pero yo no lo tengo tan claro, quizá debamos escondernos un poco.
El sonido de los propulsores se hace más fuerte, y Orfeo, como si fuera otra máquina, ya me está empujando hacia el agua, hacia la, oh... huele a agua estancada, y está llena de barro... Es difícil caminar, siento como si me hundiera en el suelo, rodeada de plantas que salen de ahí, y poco a poco, el agua se hace más fluida, cuando prácticamente estamos nadando, porque casi no hago pie. Orfeo sí que debe hacer, porque va más rápido y decidido que yo. Quiero decirle que me espere, pero la máquina se ha parado justo encima de nosotros. Tiene cuatro luces en la espalda. Está quieto. Veo su ojo brillante, a través de la hierba alta. Si ahora Orfeo o yo hacemos cualquier ruido, él lo sabrá. Mira a un lado y otro del camino. Si supiera que estamos tan cerca de él... Activa los propulsores. Vuelve a volar, pero vuela hacia nosotros, no sé qué hacer, así que me hundo a toda prisa en el agua.
Todo es negro bajo el agua. Está la luz roja del cielo, pero cuanto más abajo estoy, más oscuro está todo, sobre todo a los lados, como si hubiera un cuenco de luz, y luego nada. Lo único que veo claramente son las luces de los propulsores, que me indican lo que está arriba. A dónde voy a tener que nadar corriendo en cuanto las luces desaparezcan, porque apenas he respirado antes de bajar. Poco a poco, mi cuerpo está subiendo, pero Altaír sigue ahí, y si nado hacia el fondo, haré ondas arriba, y me verá. Me agarro a la hierba alta, y eso parece que funciona. Ya he echado el aire que tenía. Los pulmones me queman. Los propulsores se están yendo, poco a poco, pero demasiado lento, y necesito respirar ya, ¡respirar... ya!
Me ha hecho daño, después de respirar poco a poco y sin hacer ruido, cuando el cuerpo me pide que coja el aire con la boca y a toda prisa, además con este aire tan ligero, tan... pobre. Altaír deja de volar, y se queda en el camino, estoy escuchando su cuerpo caminar, hacia delante, hacia atrás. Ahora es peor. Si nado, podría oírme, pero ahora no toco el suelo para nada. Y si me apoyo en las hierbas, podría moverlas. No veo el árbol. Miro el collar, donde la flecha apunta la dirección correcta, la que está siguiendo Orfeo. Estoy nadando despacio, pero sigo haciendo ondas pequeñas. ¿Por qué casi no respiro? Me duele la tripa de aguantar el aire.
Delante, hay una parte sin hierbas altas, que Orfeo la está cruzando bajo el agua, pero lleva un rato. Altaír viene hacia aquí. La luz que hace su único ojo parece una linterna, y mira hacia donde debería salir Orfeo. Si ahora me sacara el corazón, seguiría respirando. Altaír deja de mirar y continúa hacia delante, hacia el árbol. Orfeo entonces saca la cabeza. Joder...
No sé si puedo hacerlo ahora. Altaír está pasando por aquí, ¿y si nota cómo nado bajo el agua? La tripa me duele, bueno, más bien me arde. Altaír ya ha dado media vuelta, ahora está a mi altura, y Orfeo me señala algo, oculto de la luz de su ojo, pero no le veo bien. Cuando Altaír pasa, veo que me indica que venga. Cojo todo el aire del universo, y me hundo en el agua. No veo nada, no me puedo perder, tengo que concentrarme. No me estoy hundiendo bien. No puedo hacerlo, me voy a quedar sin aire. Aquí está la hierba, la cojo, y la trepo pero hacia abajo. Aquí está la tierra. Voy a gatas por el fondo, pero poco a poco estoy subiendo, así que suelto aire. Tranquila. No, no estoy tranquila, esto no va a salir bien. ¿Estoy yendo bien? ¿Dónde está Altaír? Me coloco el collar, que se ha dado la vuelta y me está ahogando. Todo está negro, pero su metal brilla un poco con la luz roja. Veo la flecha, que señala un poco hacia la derecha, es esa la dirección correcta... No me queda más aire en los pulmones. Sigo en la dirección del collar, gateando la tierra, no sé dónde está la luz del ojo, no tengo aire, ¡voy a morir...! ¡ay! Algo me ha dado en la cabeza. Las manos de Orfeo me cogen los hombros y me llevan a la superficie. Lo que más me duele es coger el aire despacio.
Espero unos segundos a que el corazón vaya más despacio, a que el cuerpo se acostumbre de nuevo al aire. Cuando Orfeo se apoya en la hierba, veo sus esposas gigantes y pesadas. No sé ni cómo puede mantener la cabeza fuera del agua.
Altaír ya ha vuelto a volar antes de que lleguemos al final de la ciénaga, se ha ido a otro lado, pero no escucho sus propulsores. No me gusta. Sin él, Orfeo y yo volvemos a estar solos. Solo escucho el barro sobre la tierra, las piedras que caen abajo después de pisar, nuestra respiración fuerte. Al final de la gran subida, estaremos bajo el árbol gris.
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Otra gran explosión. Arisa, el Creador verde, ha destruido otro tanque... espero que no sea el de Duch. Por aquí no disparan más los cañones, y cada vez hay más tentáculos. Social dispara a Energía, pero, ¿de qué va a servir, si detenía los disparos de Tubán? Stille y yo apenas atacamos, no merece la pena. El cuerpo está rodeado de una masa morada de energía que la vuelve invulnerable, tampoco queremos matarla. Aguantar hasta que Madurez vuelva con las mentes... Recuperarla de las garras de Miedo, si fuera posible.
Ella salta, sus brazos se vuelven de un morado más denso, y cae. Libera una onda de fuerza que nos derriba a todos. Tengo tierra en la cara.
Me intento incorporar un poco... pero no puedo. ¿Queda mucho combate aún? Social y Eissen parecen estar entreteniendo a Energía, pero si no me levanto, estaremos vendidos en cuanto ella les derrote. Jacob está en tierra, con el brazo repleto de sangre, y con la otra mano, aún expulsa de su cuerpo energía que ha absorbido de Miedo. El rubí me brilla tan fuerte ahora... sé lo que me dice, que libere su poder, que me una a él, que le sirva. Stille está junto a mí, tan derrotada como yo. Se incorpora un poco, lo intenta, pero no puede más allá de estar arrodillada. Y con este golpe, Social cae al suelo. También lo hace Eissen. Energía extiende su esencia hasta ellos. Se gira hacia nosotras. Levanta un brazo, ya veo, tiene forma de cuchilla. Tengo que hacer algo... palpo en el suelo donde creo que está la espada negra, no, solo hay hierba, pero sí encuentro algo.
Llamo a Stille, aunque Energía apunte hacia mí la cuchilla. Le enseño el colgante de Susurro, que se le había caído, y se lo doy. Stille me mira con los ojos tan abiertos... Ella pone su mano encima de mi pecho, agarrando aún el colgante, Energía dispara la cuchilla morada, la tierra salta, pero salta lejos, y después del impacto, la cuchilla se deshace en bruma morada. Ha sido Stille quien la ha desviado, con su última estrella.
Se levanta, haciendo un gran esfuerzo, y también me levanta a mí, prácticamente ella sola.
Qué idiota... Vamos a seguir peleando, que esto no ha terminado. Me doy una bofetada, me agacho, y cojo mi espada. Vamos.
Un brillo desde el acantilado me hace daño en el ojo. El sol que empieza a salir ilumina el metal de Tubán, que ha acabado de escalarlo. Definitivamente, esto no ha terminado... Se pone de pie, y empieza a correr hacia Energía. Vacía todo el cargador de su fusil durante la carrera. Los tentáculos que hay cerca atacan a Tubán, pero se deshacen conforme se estrella con estos, hasta que llega hasta Energía, salta, y cae en el suelo encima de ella. Eissen y Social dejan de tener dentro su aura morada.
Tubán dispara su cañón a bocajarro, el quinto de seis, los dos desaparecen en un brillo blanco. Juraría que he sentido rabia en ese disparo. Cuando el cañón acaba, Tubán la machaca a golpes, cuatro, seis... Esquivo el golpe de un tentáculo, lo corto. Tubán sigue golpeando a Energía. Escucho múltiples aullidos detrás de mí, que me sacuden por dentro.
Energía está inconsciente, tirada en el suelo. Tubán está encima. El cañón de su espalda comienza a cargar otro disparo. ¡No, espera! Levanto el brazo, por puro instinto, el cañón cambia su brillo, y cuando dispara, lo hace cerca de nosotras. Cuando su luz termina, veo a Eissen junto a Tubán. Ha empujado el cañón, ha salvado a Energía. Tubán se levanta, mueve el brazo del fusil, Eissen esquiva el ataque, vuelve a moverlo, y lo manda lejos, dentro de la torre.
Grito, y cargo hacia Tubán. Veo a Social disparar a Jacob para que absorba sus disparos. Stille corre conmigo.
—¡Ya no le quedan balas! —grito—. ¡A por él!
Y él va a por mí, cómo no. Primero ataca con su garra envenenada, fácil de esquivar, luego un golpe con el reverso de su cañón, fácil de detener. Se nota que está ciego. Muchos golpes los da por instinto, pero he de admitir que sabe lo que está haciendo, porque está intuyendo la mayoría de mis pasos. Desde luego, ha combatido muchas veces. Jacob trepa por él, ágil, y descarga la energía acumulada en su cuello, Tubán lo agarra para lanzarlo... ¡No!, grito, cuando veo que la garra podría haberle tocado.
Me golpea entonces, un golpe tremendo que me tira al suelo. Tiene el brazo del arma sobre mí, hace fuerza, y empieza a ganar centímetros a mi espada. Es tan grande que no llego a golpear sus piernas con las mías. Realmente no tiene rival en fuerza, es una maldita máquina, y me aplasta sin problemas contra el suelo. Me defiendo ya con la espada plana, porque pronto va a aplastarme el pecho. Los demás le disparan y golpean, pero ni siquiera se inmuta.
Más allá, en el bosque, no hay sol, ni cielo. La niebla de Miedo lo está cubriendo todo, y avanza rápido hacia aquí. Sus tentáculos han abrazado por completo la torre. No veo ningún tanque, Arisa acaba de despedazar otro, junto a la torre... ¡Au! Este cabrón realmente me va a aplastar el pecho, puedo ver su ojo vacío y sin luz, apenas a dos palmos. Escucho crujidos, que no son de cañones, sino de... piedra.
La torre ha dejado de emitir luz. Los tentáculos gigantes la han resquebrajado, y ahora comienza a deshacerse. El rayo que enviaba hacia arriba, no existe. ¡Madurez! No puedo respirar...
Madurez...
Es como un susurro. Casi un grito. El vórtice negro y carmesí viene hasta mí, para reclamarme como suya. Me recuerda a los caídos, el cansancio, el sufrimiento. Vuelvo a ver a Julio, asfixiándose delante de mi impotencia, y luego, los ojos de Altaír, Tubán y Arisa. El ojo ciego de Tubán se cierra un poco, cuando más fuerza hace para que no vuelva a respirar. Quizá hayamos llegado hasta aquí para ver a Madurez desaparecer con la torre. Nada tiene sentido. El vórtice brilla, veo algo en él más allá del negro y del vacío que siempre ha tenido dentro. Me reclama. Toda mente puede ser cualquier cosa, le digo. La vida es dura. El vórtice me dice que tome represalias, que haga justicia. Acabo de perder a Madurez. La he perdido yo. Tubán y Dante, sí, pero también Energía, y Razón. También yo.
Toco el vórtice, y ahora es él el que se retuerce. Abro la palma de mi mano, y le dejo entrar dentro de mí.
Si va a ser un ciclo de muerte, que así sea. Pero yo quiero romperlo.
Levanto el metal de Tubán, que centímetro a centímetro, sube. Gruño, cuando cargo toda su fuerza en mi brazo izquierdo, muevo la espada con el derecho, y corto la garra con la que iba a atacarme. Tubán chilla, ciego, tullido, pero no ha visto nada. De una patada, le dejo de pie, me levanto yo, y comienzo a cortarle, con cada corte, retrocede un metro, así que le corto mucho. El metal ha llegado a rajarse con los cortes más fuertes, y debajo, veo músculos grises que se mueven. El resto de mentes también le ataca.
—Luchadora —dice Tubán—. La mente guerrera.
—No —digo—. Luchadora, Guardiana de la Furia.
Los aulladores invaden la pradera, a medida que la niebla avanza, y ya casi está encima. Duch llega con nosotros, hecho una porquería, pero luego habrá tiempo para saludos. Con su cuerpo grande, carga un mazazo contra Tubán, lo detiene, pero no puede parar mi estocada a su pecho. Es hora de matar a una máquina.
—¡Esto por Razón! —digo.
Tubán chilla, de su pecho estalla una onda de energía, pero nos incorporamos pronto. Si me ataca a mí, los otros le harán daño. La espada hace que el metal rajado chirríe.
—¡Esto por Madurez!
Stille apuñala la carne que hay bajo la máquina.
—¡Esto por los demás!
Tubán salta hacia atrás, y se agacha un poco.
—Hemos acabado de jugar —dice.
Su cañón se enciende, entonces. Va a disparar, con todos nosotros delante de él. Pero, ¿cómo? ¡Solo tenía seis balas!
Caemos, nos traga el suelo. Veo el rayo blanco pasar por encima de mí, luego el sonido del viento, luego frío en la espalda. El gran portal que se ha abierto se ha cerrado. Lo último que he visto ha sido la niebla morada, devorándolo todo, detrás de ese disparo... Me incorporo. Estamos en la montaña, en una llena de nieve. Hay un bosque al sur, la montaña crece más al norte, yo... he estado aquí. Claro que he estado aquí. El brillo rojo me desaparece del cuerpo.
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Llevaré por lo menos un minuto pensando, pero no se me ocurre nada. Estoy tiritando, me tiemblan las manos, Orfeo no sonríe. Miro el collar. Claramente la flecha apunta a ese lugar, donde Altaír está haciendo guardia. El portal que hay más allá de él. Si salimos de donde estamos, nos va a ver. Si las mentes entran para buscarme, él las va a ver. Detrás de la roca no podrá vernos, pero de la roca al portal hay muchos metros. Es que... no. No hay manera de que no pueda vernos, y si nos ve, nos disparará. Orfeo se toma su tiempo cogiendo aire, y dice que sí, pero no sé a qué dice que sí.
—Tengo una idea —susurra.
Los sonidos de máquina están tan cerca... no creo que pueda oírnos, pero no para de dar vueltas, y a veces pasa muy cerca de esta roca.
—¿Una idea para salir? —digo.
—Usaré una distracción. Voy a lanzar algo lejos, y él irá a ver qué pasa. Eso nos dará tiempo de sobra.
Me parece una idea muy buena, pero vamos a tener que correr mucho. Pero, si corremos mucho, haremos ruido, y entonces se girará. Me mira, juraría que con los ojos húmedos, pero no le puedo ver bien.
—¿Confías en mí? —dice.
—Claro.—Entonces corre todo lo que puedas.
—¿Seguro? Haremos mucho ruido —digo.
—No, porque usaré una buena distracción. Pero tú corre, ¿vale?
Me preparo. Me tiemblan las piernas y el labio... una cosa es que te disparen los enanos, y otra, que te persiga un monstruo de metal. Pero sé que su plan es bueno, porque es suyo, y me ha dicho que confíe. Vale... puedo hacerlo. Hemos llegado hasta aquí y saldremos de esta. Él me susurra que espere a su señal, y ya entiendo por qué lo dice. Se va a esperar a que dé la vuelta y se coloque lo más lejos posible de nosotros...
—Ahora —dice.
¿Qué, cómo? Ahora está justo delante de nosotros, se tiene que haber equivocado... Miro atrás, pero ya no está. Ha trepado la roca, y ha saltado hacia Altaír.
—¡No! —grito.
Está encima de Altaír, lo está estrangulando con sus esposas gigantes, y la máquina se defiende. No... no hagas esto, por favor... La máquina apunta hacia mí el cañón, grito, pero Orfeo mueve su cuello hacia atrás, y dispara encima de mí.
—¡Corre! —grita—. ¡Ahora!
Tiene la herramienta de purita en la mano, y se la clava en el cuello. Altaír se arrodilla, yo corro, lo más rápido que puedo. Corre, dice otra vez Orfeo. Detrás de mí escucho ruidos de máquina, incluso un disparo, seguido de más ruidos de máquina. Casi no veo el portal, aunque lo tengo delante de mis ojos. Cuando lo cruzo, me tropiezo, y ruedo por el suelo de la torre. Miro atrás. Altaír derriba a Orfeo, lo ha tirado al suelo, y me apunta con su cañón. Algo se pone delante, justo cuando se escucha desde dentro el disparo.
Eissen está delante de mí, de espaldas, con la gema en sus manos. Ya no hay portal.
No veo nada. Ahora puedo ver a Mentes, ahora hay color, el aire pesa cuando lo respiro... pero me siento aún más vacía que antes. Grito, de pura angustia, de rabia, de impotencia, ¡de yo qué sé! Palpo el aire donde debería estar el portal, debería estar aquí. Le digo a Eissen que vuelva a poner la gema, pero no contesta. ¡Hazlo!, grito, pero no dice nada, sigue con los ojos cerrados, con la gema en alto. Orfeo está ahí dentro. Tenemos que dejarle salir. Están todos dentro. Apenas puedo respirar el aire entre gemido y gemido. No veo los colores, porque estoy llorando. No miro más allá del cielo, porque no me lo merezco. Los únicos sonidos que hay aquí son gritos de agonía, golpes, y aullidos. Si este es el olor de la guerra, es el peor de todos.
Eissen me mueve el hombro, hasta que abro los ojos. Me da la gema. Veo que ha colocado la alfombra en la piedra, yo me arrastro para destaparla... pero no me deja.
—Escucha... —dice—. Sal de aquí, busca a Luchadora.
—Espera. Está ahí dentro.
—No puedes volver allí. Esto es una locura. Tienes que salir de aquí, con ella.
Entonces, ¿Orfeo no va a salir de aquí conmigo?
—¡Ve! —grita Eissen.
Ha abierto la puerta que lleva al sótano, mientras me enseña la misma marca que Orfeo dejó de tener, es la misma, con el destello morado. Me ha parecido que dice lo siento, pero no lo tengo claro. Ni siquiera puedo pedirle que repita... se ha ido.
La torre entera está crujiendo, el techo se acaba de agrietar en dos, y por la grieta cae el polvo. Tengo que salir de aquí. Miro la gema en mis manos, la alfombra doblada que tapa el hueco, un pedazo de techo cae, con él cae otra lágrima. Doy media vuelta, hacia la salida, donde un tentáculo gigante de Miedo está bloqueando la puerta entera, y esto va a caerse a pedazos. ¡Aparta!, grito, y empujo el tentáculo... ¿y qué es esto? Mis manos se hunden dentro, como si estuviese... oh, madre mía... El tentáculo se está deshaciendo, con un silbido muy molesto, como si le doliera. Vuelvo a tocarlo. Cuando lo toco, se deshace. Empiezo a aplastarlo, conforme empiezan a caerse los primeros trozos de la torre. Cuando pierde altura, veo la figura que está al otro lado, está a contraluz, pero distingo perfectamente a Dante. Retrocedo varios pasos y caigo, entonces, el crujido grande. Y todo se viene abajo. Si he gritado, no he podido escucharme.
Me duele la cabeza... algo me ha dado ahí, pero estoy bien, estoy viva. No veo nada, y cuando toso, siento como si tuviera polvo en toda la garganta. ¡No veo nada! ¿Por qué no veo nada?
La luz aparece con el sonido de roca pesada. Veo cómo Dante, a mi lado, levanta una roca enorme con mucho esfuerzo, y con un gruñido final, la aparta a un lado. ¿La ha cargado para que no me aplastara? El cielo nos ilumina, aunque estamos en la primera planta de todas. La torre ha caído de lado, sobre el acantilado, y sobre la playa. Dante me mira, enfadado. Solo tiene un ojo... Se agacha, y coge la gema de mis manos, como si yo no la estuviese agarrando con todas mis fuerzas.
—Esto me pertenece, pequeña —dice.
Cuando la gema brilla, su ojo blanco también lo hace. Su pelo, su chaqueta, vuelven a flotar. Su esencia aleja el polvo de la piedra. La gema empieza a silbar, algo que nunca le había escuchado hacer. Nunca había hecho ni un ruido, solo la canción de Erudito que escuché cuando la toqué. El silbido empieza a crecer. Dante la mira, pero... ¿ese brillo intermitente es normal? Y ese sonido... no era una nota, era un grito. La gema empieza a gritar frente a nosotros, hasta que suena a cristal partido, y entonces, calla. Se ha partido. Las dos mitades han caído al suelo, una se queda con él, la otra rueda hasta que golpea el tobillo. Él coge una mitad... yo la otra. Dante tiene la boca abierta, y los ojos, aún más.
—La purita lee el alma de la persona que la toca —digo—. Lo ponía en tus libros.
—Pero... —dice—. Pero yo tengo el alma más fuerte de este mundo...
Arriba, el cielo está dejando de ser de día, se está volviendo morado, como la niebla que cubre la Isla de Inconsciente. Y escucho muchos aullidos, cerca. Un tentáculo gigante se ha movido, y apunta en dirección a Dante, que aún está mirando la mitad de la gema.
—¡Dante, cuidado! —grito.
El tentáculo carga como un aguijón, y a Dante no le da tiempo ni darse la vuelta. ¡Oh, no, le ha atravesado! Dante grita. ¡Le ha atravesado y le está levantando en el aire! Otro tentáculo aparece, empujando los escombros del suelo, y se le clava en el pecho. ¡Dante!, grito, pero no sirve de nada. ¡Lo va a matar! De repente, los tentáculos se vuelven más líquidos, comienzan a trepar por su cuerpo, le cubren la boca, los ojos, la cara entera. Él deja de gritar. Deja de retorcerse. No puedo estar más lejos de él, pero la puerta está al otro lado de estas ruinas. Ya no se mueve... No, por favor, no... No...
Cuando lo suelta, no cae a plomo en el suelo, como lo haría un cadáver. ¡Está vivo! Voy a llamarle, pero hay algo en él que no está bien... no. Hay algo que está mal. Es él, pero... no parece él. No se mueve como lo haría él, cuando se mira las manos, cuando se quita el polvo de una de las mangas. Las heridas que tiene han cerrado con líquido negro. Su ojo no es blanco, no. Todo el ojo ahora es morado, lo único blanco es el iris. Se cruje el cuello. No sé qué hacer. Se fija en la gema que agarra, pero aunque es el cuerpo de Dante, ha perdido todo lo que le hacía ser él.
—Miedo —dice una voz de mujer—. Debes darnos ese cuerpo. Nos pertenece.
Dante se gira. En lo que queda del arco de la puerta, hay una máquina verde, con el ojo también brillante.
—Ahora Dante es parte de mí —dice Dante, con una voz que no es la suya, es mucho más siniestra—. Podéis considerarlo un castigo justo por sus crímenes.
—Dante será procesado para su ejecución —dice Arisa.
—Lo único que podía detenerme se ha roto. —Levanta la gema—. No solo será un buen guardián para mi colección, sino que ayudará a reforzar nuestro trato.
Arisa no contesta. Ahora que está quieta, la siento respirar, pero los aullidos es lo único que oigo, aullidos, y algún que otro crujido de piedra que viene de la playa. La niebla morada entra en las ruinas, y envuelve el lugar muy deprisa. Ahora solo veo a Arisa por su ojo brillante, y apenas puedo ver a Dante. Cuando respiro, sale vaho... y ese vaho, deshace la niebla que tengo justo delante.
Unos tentáculos finos se escurren entre los escombros. Son fríos y viscosos, están empezando a agarrarme, ¡no! ¡Quietos! Según me aprietan, se vuelven calientes, se deshacen con un silbido agudo y desagradable, y caen sobre la roca.
Entonces veo cómo Dante se gira, y me mira, a mí. Hay algo en ese ojo que está mal, siento frío solo de verlo, morado, pupila blanca, pero al mismo tiempo, no puedo apartar la mirada de ellos. Cuando lo consigo, estoy jadeando, en el rincón que queda de la torre, encima de escombros.
—Tú... —dice Dante.
Su voz es aguda, pero tan grave que me encoje el alma. Otro tentáculo me golpea en el hombro, otro en la pierna. Hay un tercero que se me enrosca en el pecho, pero se están deshaciendo, según me tocan.
—No puede ser —dice Dante.
Saca su espada, y la apunta hacia mí, empieza a caminar deprisa.
—¡Alto, Miedo! —grita Arisa.
Cuando Arisa grita, su palabra es ley. Dante se detiene, pero no deja de mirarme. No deja de apuntarme.
—Has reclamado este cuerpo para reforzar nuestro trato —dice Arisa—. Sea. Pero la niña no merece morir. Si la matas, nuestro trato correrá peligro.
Dante ríe, de forma sutil, pero insana. Nunca había escuchado esa risa, nunca... Me ha congelado por dentro.
—Nuestro trato seguirá en pie —dice Dante—, porque os conviene a vosotros, más que a mí. He visto el interior de esta niña... así que sabes que no puedo dejar que se vaya.
—Conocemos tus miedos mejor que tú —dice Arisa—. Igual que sabemos que un ente que crees bajo tu control cumple más nuestra voluntad que la tuya.
—¡No!
Dante tensa los brazos, carga la espada para disparar. Creo que he gritado mientras me hundo en el suelo, hasta que caigo sobre nieve, y de pronto hace frío. He visto el disparo, quemar el aire muy cerca de mí... pero ahora estoy lejos. Se cierra el portal. Veo el cielo gris. Está nevando.
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Parte de la puerta de la sala de máquinas se ha roto. El acantilado, supongo que por el peso de la torre que acaba de caerse, se ha venido abajo sobre la playa. Pronto, la niebla de Miedo lo cubrirá todo, pero no pasa nada. Estaré a salvo... al fin y al cabo, soy parte de Miedo. Sí, soy parte de Miedo. Me dijo que atravesara a Luchadora con la espada de Razón. Me dijo que dejara inconsciente a Madurez antes de despedirme. Me ha quemado tenerle al margen, pero lo he conseguido. Energía y Jil, no.
En la forja, Aristóteles sigue amarrado, exactamente en su lugar, y está bien, pero Ánima no está por ningún lado. Miro alrededor... no está. ¿Ya la ha cogido Duch?
Escucho ruidos desde el interior de la mina. Gritos. Posiblemente enanos, o los trabajadores que picaban la piedra. Suspiro. Al final sí traje algo a esos pobres desgraciados, pero no era la verdad absoluta y divina, sino miseria. Quizá lo más cercano a lo que podría llamar familia, los creados, los hijos de nadie. Posiblemente mi sitio estuviese aquí picando piedra... pero algo dentro me dice que no.
Escucho ruidos desde el interior de la mina. Gritos. Posiblemente enanos, o los trabajadores que picaban la piedra. Suspiro. Al final sí traje algo a esos pobres desgraciados, pero no era la verdad absoluta y divina, sino miseria. Quizá lo más cercano a lo que podría llamar familia, los creados, los hijos de nadie. Posiblemente mi sitio estuviese aquí picando piedra... pero algo dentro me dice que no.
—Eissen.
Grito tan fuerte como salto, y luego relincha Aristóteles. Detrás de mi está... ¿quién es? Ah, cómo no, Inconsciente, detrás de un portal. Hacía mucho que no le veía.
—Por favor —dice—, dirige a este caballo por el portal que voy a abrirte. No me gusta hacer caer a los animales.
—¿Qué estás haciendo?
Inconsciente está serio, pero dentro de él veo la amargura más grande. Sé que lo están torturando ahora mismo, en otro lugar, lo sé, porque es Miedo quien lo está haciendo.
—Ni se te ocurra. Bueno, deja que el caballo vaya con ellas, yo iré a otro sitio.
—¿Dónde, entonces?
Le enseño la marca de Miedo.
—A donde pertenezco —digo.
Inconsciente se queda quieto. Tarda, pero al final asiente, y empieza a abrir otro portal, que me llevará al último lugar donde querría estar.
—Te va a castigar mucho por esto —digo.
—Lo sé.
—¿Por qué lo haces, entonces?
Inconsciente parpadea, muy rápido. En ese tiempo, sé que le han clavado una aguja, en otro lugar.
—Porque si alguien puede acabar con Miedo, esos sois vosotros —dice.
El primer portal se abre, hay nieve, y montaña... hasta aquí me llega el frío. Empujo a Aristóteles con cuidado, pero está frenando. Insisto, pero sigue quieto.
—Aristóteles... —digo—, ¡vamos!
Se abre el segundo portal, dentro aparece tierra estéril, niebla morada, árboles caídos. Animales muertos. El aire sopla fuerte, y algunos trazos de la niebla densa empiezan a colarse dentro de la forja. Aristóteles camina un paso hacia el segundo portal. Inconsciente cierra el primero.
—Ese lugar es peligroso para ti —le digo.
Pero el caballo está delante del segundo portal, quieto, firme. Le acaricio el cuello, y me monto encima. No puedo culparle por querer venir... igual que es mi decisión, también es la suya.
Cruzo el portal, y se cierra, detrás de mí. El aire que sopla aquí es fuerte, oigo graznidos a lo lejos. Apenas veo nada, por la niebla. La Isla de Inconsciente. Si un lugar tiene respuestas a mis preguntas, es este. Un lugar lejano, donde no puedo hacer daño a las mentes... mi verdadera familia.
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Según el frío penetra mis músculos, el rojo de la piel acaba por desaparecer. La Señorita Lorraine y Ánima también están aquí, Inconsciente las ha traído con nosotros, al antiguo palacio de las mentes. Igual que hace un mes, o quizá haga más de eso, los edificios se encuentran enterrados en la nieve, al menos, uno de sus lados. Fríos. Abandonados. Lejos de la niebla y el interés de Miedo.
Un portal se abre, y Madurez cae de él, aturdida. Madurez. ¡Madurez!, grito, y corro a abrazarla, ella aún está confusa, porque me ha dado dos buenos puñetazos en la espalda, pero parece que ya me ha reconocido. Me separo de ella, pero necesito volverla a abrazar.
—Creía que te había perdido en el mundo de los muertos —digo.
Le doy besos, más de diez, más de quince, todos en la mejilla. Ella me abraza también.
—Tía —dice—, tengo que contarte muchas cosas...
Está llorando.
—Y yo a ti —le digo—. Muchas.
No soy la única que se alegra por verla. Social y Stille se acercan, también quieren tocarla, y hablar con ella después de tanto, así que les dejo que hablen, yo ya tendré tiempo de hacerlo. Les digo a todos que entremos dentro, porque el frío está empezando a calar debajo de la armadura, y Jacob necesita ahora mismo que le curen la herida. Cargo con él, para ayudarle a caminar, y con la otra mano guío a la Señorita Lorraine. Tan solo toco el cuello con la palma de la mano, ni siquiera necesito agarrar la correa. Incluso me ha acariciado con respeto cuando me he acercado a ella.
—Rescatamos a la niña —dice Jacob.
—Un poco más y hago que la perdamos otra vez.
—No fue culpa tuya. Es una chiquilla muy valiente.
Caminamos los tres hacia la puerta del edificio principal del palacio. Los ecos, las gotas de nieve derretida que caen por las grietas del techo... Los demás entran, detrás. La Señorita Lorraine deshace parte de la segunda puerta que da al patio de jardines, lo hace como si nada. No demasiado destrozo, pero tanto ruido de piedra en este lugar me ha aturdido un poco. Jacob se sienta en el borde del parterre de plantas congeladas, y Lorraine acaba en una esquina donde pueda descansar.. Madurez se sienta al lado de Social, que ya está atendiendo las heridas de Jacob. Acaricio a la jabata, ahora que empieza a roncar. Stille es la última que entra, arrastra a Ánima y carga a duras penas con Duch, que está al borde del desmayo. Le sentamos con el resto. Stille está a mi lado, de pie, seria, y mira a todos los que somos. Duch, Madurez, Social, Jacob. Ella. Yo. Todos los que somos.
—¿Dónde está Eissen? —digo—. ¿Está vivo?
—Sí que lo está —dice Madurez—. Pero se ha ido por su cuenta. Me señaló un símbolo que le brillaba en el brazo.
Así que finalmente lo ha hecho. Ha logrado irse solo, tal y como él lleva queriendo durante tanto tiempo.
Stille mueve los brazos. Es el gesto que utiliza para referirse a Energía. Suspiro.
—Hemos perdido a Energía —digo—. Ahora la tiene Miedo. Igual que a Jil.
Decir esto ha sido como recibir un puñetazo en la boca del estómago.
—Pero... ¿cómo? —dice Social—. ¿Por qué?
Intento pensar y atar cabos, como a Razón tanto le gustaba hacer. Por suerte, estos son fáciles de atar.
—Miedo hizo un trato con Jil y sus hijos —digo—. Y Energía controlaba a uno de ellos.
—Entonces... ¿cuánto tiempo lleva Miedo controlando lo que hacemos?
Explorar esa pregunta nos lleva a un abismo negro.
—Dante también ha acabado absorbido por Miedo... —dice Madurez—. Siento haberte dicho que le dejaras vivir. Me equivoqué.
Me acerco hasta ella. Paso el dedo por la lágrima que le recorre la nariz, y le aparto el mechón que le tapa la cara.
—Has hecho lo correcto —le digo—. Estoy muy orgullosa de ti.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa feliz. Detrás de esa cabezota tiene que haber muchas preocupaciones, y pienso conocerlas todas. Le doy un beso en la frente, y me levanto.
—Os voy a ser sincera, mentes —digo—. No tengo ni idea de qué hacer. La niebla de Miedo aún no ha llegado aquí... pero no sé qué hacer para detenerla.
—Yo sí.
Madurez se levanta, para ponerse a mi altura.
—Miedo no puede tocarme —dice—. Es alérgico a mí. Quizá... quizá pueda deshacer la niebla. Quizá podamos retomar nuestra casa, la de siempre.
—Eso es un suicidio, Madurez —digo—. Una provocación. Nos atacará con todo lo que tenga.
—¿Y tenemos otra solución? Tenemos que atacar, tenemos que matarle, porque podemos hacerlo. —Los ojos con los que me mira son los suyos, pero... son más centrados—. Si no le matamos, nos perseguirá hasta el final.
Niego con la cabeza.
—Eso no va a salir como tú crees —digo.
—¿La mente guerrera niega un combate?
—No es la mente guerrera —dice Social, mientras acaba de vendar de nuevo a Jacob—. Es la Guardiana de la Furia, ¿no es así?
Sonrío. Miro abajo, donde aún sujeto la espada negra, ahora con un lado rayado de azul intenso, brillante. Furia. Es un buen nombre para una espada.
Stille habla. Hace el gesto de caminar, y me señala a mí. Me seguirá allá donde vaya, tanto si decido atacar, como si decido huir. Tenemos que recuperar a María de nuevo, eso es lo único que es seguro. Arriba, el amigo de mentes le dice que debe buscarse un abogado, y debe hacerlo ya. Pero el amigo de mentes es abogado.
—Sí, necesito ya ese abogado —dice Jacob—. Y mucha ayuda.
—Por eso te necesito a ti —dice Social.
El amigo de mentes se queda extrañado. Le dice que no, que no puede intervenir, que es algo de los dos, que él también es amigo de María.
—Por favor —dice Jacob—. Sé que te resulta difícil, pero te necesito.
—Tenemos que luchar para que todo vuelva a la normalidad —dice Madurez.
Luchar, repite Madurez, sin que Mentes lo diga. Me mira, casi entusiasmada, pero hay algo más, no es entusiasmo, es casi... fijación. No lo sé, no lo veo claro. Somos muy pocos. Ataquemos o huyamos, aseguraría este lugar y esperaría a que recuperemos fuerzas. Ahora es cuando Energía habla y da un buen consejo, ¿no? Suspiro. Los Creadores. Miedo. Pero, sobre todo, las mentes que aún quedan en pie. Cojo a Madurez y la abrazo, la aprieto fuerte contra el pecho.
Necesito unos días para pensar, y para asimilar todo lo que ha ocurrido hoy.
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