11 de enero de 2018
La chamana fuerte.
Cuento a los demás lo que le ocurre a Afrodita, sin poder darles más que absolutamente nada. No sabemos la gravedad de su veneno, no sabemos nada salvo que tendrá que soportarlo, además de la rotura de su cadera. Tan solo sabemos que el veneno procedía del metal de uno de Los Creadores, el azul, que la hirió con su mano al agarrarla y lanzarla lejos. Imica, que me ha acompañado y coge mi mano, nos dice que la morfina también aliviará su dolor de cadera. Tendremos que racionarla todo lo posible, para que no sufra... hasta que se acabe. Todas las caras son de abatimiento, incluso la de Energía, y no me extraña. No podemos perderla, no ahora, ahora la necesitamos junto a nosotros, mucho más que lo que ella nos necesita a nosotros. Imica avanza hasta colocarse en el centro del círculo imperfecto.
—¡Basta de cara triste! Las Pleas decidirán si tu Afrodita viva o matan, nada que podamos hacer, verdad es. Uut ayudará Unucba Nachuza hasta la Núbise to, después, Afrodita lucha, ya está. Pero hoy no triste. Hoy Ror Ató, día bonita, noche brillante.
—No tengo nada que celebrar, Imica —dice Repar—. Afrodita...
—¡Uut despierta Afrodita para Ror Ató! Maroín para dolor, hierbas para despierta. Afrodita buena noche hoy, Imica dice, y doc onó, Imica dice y ocurre. Tú celebras. Hoy noche feliz, mañana triste si quieres, media cuerpo —señala a Repar.
Supongo que Imica tiene razón. Después de lo que ha pasado estos días, ¿de qué serviría deprimirse? ¿Acaso recuperaríamos a Madurez deprimidos? Camino hasta Repar y me apoyo en sus hombros, uno de carne y otro de metal, y le sonrío, le transmito mis fuerzas. Él asiente, y suspira. Su ojo izquierdo, visto desde cerca y con el brillo de la primera hoguera, se nota que no es natural. De su mejilla izquierda emerge el metal, pasa por el cuello y se une con el hombro. Sigue asintiendo y suspirando, según Stille me sigue y también le otorga su apoyo. Ella me sonríe, y yo la sonrío. Una flor rosada corona su pelo negro.
Eissen para a Imica, justo cuando iba a irse con los suyos, y le pregunta sobre la Núbise to, eso que ha dicho antes. Ella se le queda mirando un tiempo, como hace siempre, y nos pregunta por qué sabemos tan poco sobre estas cosas. Ninguno contesta, nadie nos dijo estas cosas... tampoco las hubiésemos creído. Ella comienza a explicarnos, que Núbise es una diosa, la de la muerte, y la Núbise to es el fin de todas las cosas, la muerte, la to, de la propia Núbise. El final de Mentes. Me acuerdo de Julio...
Mientras Imica y su pueblo acaban de encender los fuegos, y Duch, Social y Energía están con ellos, yo me siento en un tronco junto a una Uut embarazada, me sonríe. Yo la saludo, nagós, y ella me responde. Las luces anaranjadas chocan con el verde de los árboles y se mezclan con el cielo casi negro de las primeras estrellas, y las polillas giran a su alrededor, saturadas de luz como si el sol bajara hasta aquí para alumbrarnos, y forman sombras caóticas, a veces muy grandes. Una de esas polillas, particularmente grande, se ha detenido muy cerca de las dos, de color rojo y una cola azul grande que se divide en tres, y se alarga y encoge con su respiración. Social ha mascado otra de esas hojas que le activan, y tiene los ojos abiertos como platos, y ya está dando vueltas de nuevo al árbol, como si no estuviera bien de la cabeza.
Si Imica no puede llevarnos hasta Dante, tendremos que buscar otro guía que nos lleve. La chamana de la que habló es, por ahora, nuestra única esperanza.
Veo de reojo a Eissen acercarse despacio hasta donde estoy.
—¿Puedo sentarme?
—Puedes.
—Nagós —dice a la mujer.
Nagós, dice la mujer tribal, que está ensimismada con la preparación de las diferentes hogueras. Ya han acabado con las antorchas y los fuegos cercanos a los edificios, y están comenzando a montar una grande en el centro del claro. Eissen se sienta a mi lado.
—¿Podemos hablar? —dice.
—No me gusta que me digas eso.
—¿Por qué? No te lo he dicho nunca.
—Precisamente por eso.
Suspira, y no habla. Tenerle tan cerca me pone nerviosa, de alguna manera. Nunca se había acercado tanto, nunca... Bueno, miento, sí lo ha hecho. De hecho, solía hacerlo. Hasta que me mató por la espalda, como si yo fuera un puerco. Cambió.
—Siento mucho no haber estado ahí el día que... Bueno —dice—. El día que pasó todo.
Ahora la que suspira soy yo.
—Ya... Estabas haciendo tus cosas.
—Por eso. Ojalá no hubiera ido. Ojalá hubiera estado con vosotros, apoyandoos.
Él nunca fue como Social, que siempre se las apañó para quedar bien con todo el mundo, pero tiene el don de encontrar las palabras correctas.
—Yo siento haberte hablado mal ayer —digo.
—No te preocupes. Albino me tiene acostumbrado.
—Estuviste con Optimismo en el Faro cuando se destruyó, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué pasó?
Eissen se rasca la nuca varias veces, de forma tranquila, también de forma nerviosa. Mira para otro lado.
—Nos engañaron —dice.
—Quién, ¿Desánimo?
—No, Miedo.
—Cuenta.
Me dice que el edificio estaba predestinado a destruirse de todas formas. Cuando estaban cerca de llegar, dice, vieron cómo la luz del Faro desaparecía, corrieron hacia allí. Él habla, y mientras, los troncos de la gran hoguera comienzan a arder... Así que fueron los sicarios de Miedo. Un buen número, que apareció en el Faro y apagó el mecanismo, sin que Desánimo pudiera ni tocarlos. Y para cuando Optimismo y él lo activaron, ya fue tarde.
—Creía que el Faro tenía mecanismos de defensa contra intrusos.
—No estaban cuando llegamos.
Me echo las manos a la cabeza. En nuestras narices, Dante, Miedo, Los Creadores, todos han conspirado contra nosotros, y les hemos dejado. No importa lo que hagamos, Mentes siempre encuentra la forma de autodestruirse. En el centro del claro, la gran hoguera comienza a estallar en brazadas altas que intentan igualar la copa de los árboles. Los habitantes, entre los que se encuentran Energía y Social, se arremolinan delante de nosotros. Todos, en la noche iluminada por las hogueras, tienen el mismo color de piel anaranjado. Las luces brillan y se esconden delante de mí según varias manos agarran mis brazos y me empujan hacia adelante, y nos conducen a Eissen, a la mujer embarazada y a mí hacia el centro sin que apenas caminemos. ¿Ya está, comienza la celebración? Todos sonríen. En algún lugar, alguien canta tocando un tambor.
—¡Ror Ató!
Imica grita, y todos los demás corean sus palabras al unísono, repitiendo. Ella está subida a un cajón de madera que la eleva por encima del resto, mueve los brazos hacia nosotros en el momento en el que todos gritan Ror Ató, al tiempo que el tambor marca el tempo. Algunos señalan a las estrellas, justo donde la constelación de la mariposa brilla con enorme intensidad, en el centro mismo del claro, ligeramente desviada del círculo que los aldeanos han formado en lo alto de los árboles con las múltiples cuerdas que cuelgan.
Imica sigue alentando al resto, algunos comienzan a bailar, otros siguen con palmas el ritmo del tambor, como Repar, Energía contempla las estrellas, mientras Stille mira a su alrededor con cierto miedo o angustia, y agarra su colgante con la última foto de Susurro.
—¡Uut! —grita Imica por encima de todos—. ¡Ic nalá osono nii! ¡Ric cató onei pa!
Señala a la mujer embarazada, a mi lado, y es levantada entre varios, tumbada frente a Imica. El médico se separa de Afrodita, que está despierta y sentada en una pared, y corre hacia Imica... yo corro hacia Afrodita. La llamo, dos veces, y toco su cara de forma repetida hasta que me mira.
—Cariño... —dice.
—¿Cómo estás?
Imica lanza con los dedos un líquido brillante a la mujer, que sigue tumbada y elevada.
—No lo sé, cariño... Me siento rara...
—Esta noche me voy a quedar contigo, ¿vale? Te vas a poner bien.
—Tu pelo... —dice—. Con la luz... es precioso.
Cuando me doy cuenta, tengo una mano agarrando un mechón, que en una mitad es azul, casi negro, y en la otra es de un naranja casi tan brillante como el de la hoguera.
—¡Nuc balá! ¡Imica Enaí rucara na! ¡Ric cató onei rucara na! ¡Vida nueva nosotras celebra!
El golpe de tambor se vuelve, poco a poco, más acelerado, hasta duplicar o triplicar el ritmo. Los aldeanos se han vuelto locos. Saltan, bailan, gritan, y escucho atrás relinchar a uno de los caballos desde el claro donde se encuentran. Todos miran hacia el cielo, donde la constelación, tan brillante que no se ven estrellas a su alrededor, poco a poco se alinea con el círculo.
—¡Uut reciben Unucba Nachuza! ¡Unucba Nachuza tamé oo Uut! ¡Celebran! ¡Ror Ató! ¡Ror Ató!
Ror Ató.
Los ecos rebotan cuando en el claro se hace el silencio. Todos hemos callado, todos miramos el cielo. Afrodita, sentada a mi lado, mira de un lado a otro, sin entender bien lo que está ocurriendo, su respiración es lo único que escucho. Un hombre pasa por delante de nosotras, y apaga la antorcha que había cerca... Las está apagando todas. La poderosa luz de la hoguera central ilumina el claro, y convierte a Imica y al resto en un juego de sombras inmóviles. El hombre ha apagado todas las antorchas. Duch se acerca a Afrodita y le da un beso. Y nada más. Los tres permanecemos, tan quietos como el resto.
Estoy escuchando algo, un sonido lejano, muy leve, parece un tintineo, como cascabeles que suenan en la oscuridad del bosque. También me parece ver brillos azulados más allá de la hoguera. Los demás comienzan a mirar de un lugar a otro, y distingo los ojos aguamarina de Energía entre ellos. ¿A dónde miran? Hacia los árboles. Hacia los árboles miro yo, y veo luces. Veo brillos.
Me levanto y camino más hacia el centro, para ver mejor lo que está ocurriendo. Los troncos y las ramas de los árboles están comenzando a brillar de un verde cada vez más intenso. Unas líneas, a veces más gruesas, otras finas, algunas rectas y casi todas serpenteantes, resurgen de las plantas como si siempre hubieran estado ahí, y comienzan a tener un brillo que no puede envidiar al de la hoguera. Algunos árboles muestran destellos azules, los matorrales que hay enfrente tienen el color amarillo. Miro hacia dentro del bosque, el cual todo está comenzando a brillar con todos los colores que hayan existido, incluso la tierra brilla por los colores intensos que se filtran desde abajo, desde las raíces, toco un árbol, toco su línea verde gruesa que asciende, y tan solo palpo corteza. Frente a mí vuela una mariposa enorme, que revolotea de brillo en brillo, con sus alas repletas de finas líneas de naranja intenso.
La constelación, en el cielo, se encuentra en perfecta sincronía con el círculo dibujado en el cielo. Imica está de pie y en silencio, con los brazos extendidos a los lados y la mirada puesta en el cielo, la mujer embarazada brilla con las salpicaduras rosadas que le ha dejado el agua, y tanto ella como el resto murmuran algo con los brazos extendidos hacia el cielo. El sonido de cascabeles es ahora intenso y presente, es constante, y armónico, casi diría que cada árbol entona su propia nota. No importa hacia dónde mire... el bosque desaparece en una mancha de color iluminada y confusa. Vuelvo hacia Afrodita, y descubro que Duch le está enseñando los diferentes brillos que ella puede ver. Ella no dice nada, solo los mira con la boca abierta, y sus ojos devuelven las luces.
Depositan una gran manta frente a Imica, y cuando me acerco reconozco las flores amarillas y rojas que Duch estuvo ayudando a cortar. Una habitante me da tres de esas flores, que casi no me caben en mis dos brazos, y señala hacia Duch y Afrodita. El resto también reparte, y cada uno recibe la suya. Social me mira, cómo apenas doy a basto con las tres, y se sonríe. Le doy una a Duch, y la más grande y bonita, a Afrodita. Ella la huele.
—Gracias, cariño —dice—. Es muy bonita.
Cuando todos cogen su flor, alguien le acerca a Imica la última. Ella mira de uno en uno a todos, se queda mirando en silencio, supongo que para comprobar que todos hemos recibido nuestra flor... ¿Pero por qué las flores? Ella nos hace un gesto a los tres, porque estamos más alejados, y nos pide que vayamos junto a ella. Cuando Duch llega con Afrodita en sus brazos, Imica abre sus brazos de pronto, y las cuentas de sus pulseras, algunas con plumas, chocan.
—¡Unucba Nachuza, escuchan! —Coge aire—. Ror Ató, coí o nii.
Y con un gesto delicado, lanza la flor hacia el centro de la hoguera, y mientras se quema, sus llamas se vuelven verdes. Los habitantes de la tribu comienzan a decir lo mismo que Imica, se plantan alrededor de la hoguera y lanzan sus flores al fuego. Energía hace lo mismo, dice la frase, y lo lanza, la hoguera está cambiando de color toda ella, a uno más parecido a sus ojos, aguamarina. Cuando Duch enseña a Afrodita lo que tiene que decir, así aprendo yo también. Ror Ató, coí o nii, dice Afrodita, que lanza con ayuda de Duch la flor a las llamas. Ror Ató, coí o nii, dice Duch, y me deja espacio para que yo lo haga. La hoguera ha ganado altura con el nuevo color, y no siento que caliente como debería. Con curiosidad, acerco una mano a las llamas, y no, no quema, tan solo está caliente. Siempre pensé que éramos los únicos habitantes del mundo de Mentes... ¿Qué más cosas como esta me estaré perdiendo? Más allá, el bosque sigue brillando.
—Ror Ató, coí o nii.
Lanzo la flor con cuidado, y veo cómo se resbala entre dos troncos, mientras se consume lentamente.
Imica canta, el resto le sigue. Incluso yo me aprendo alguna canción, a fuerza de tanto repetir. Incluso me animo a cantar alguna, e incluso me apetece bailar una, hago el ridículo, pero nadie se ríe de mí, solo me enseñan a bailar y les parece bien haga lo que haga. Social ha sacado a bailar a Energía, que hasta ahora se ha negado de pleno a hacerlo, y viéndola, a ella, bailar tan increíblemente mal, se me pasa cualquier vergüenza. Social ríe y la corrige, y poco después se va porque necesita comer más hierbas que le liberen del control de Dante. Repar canta sentado en un tronco, y veo que un niño aún sigue mirando sus extremidades de metal cortadas.
La constelación hace rato que se ha movido del centro, pero el bosque sigue brillando con la misma intensidad. Un animal, de brillos rojizos, ha sobrevolado el claro. Ahora están jugando alrededor de la hoguera verdosa, y algunos la están saltando, algo que no acabo de entender, porque el montón supera sobradamente el metro de altura, y es ancha. Unos la saltan abriendo las piernas, saltan alto como si fueran cabras del monte, otros dan una voltereta en el aire, otros dando una voltereta diagonal. Nos han animado a que lo hagamos, pero yo no hago eso ni loca, enterraría los pies en mitad del montón de troncos y flores. Stille, sin embargo, sí se anima. Mira la hoguera desde lejos, concentrada, preparada para coger carrerilla, y todos la animal desde el silencio. Corre, salta, y cuando clava la voltereta y aterriza de pie en el otro lado, todos vitorean y aplauden. Yo río... tiene cenizas verdes en el pelo.
Cuando vuelvo para revisar cómo está Afrodita, ya se ha dormido, pese al jaleo. Duch está a su lado, cuidando de ella, yo me siento con él.
—Le he dado algo de morfina para que no padezca —dice.
—Vaya noche, ¿verdad?
—Ya... nos lo hemos estado perdiendo. —Él abre los brazos hacia los árboles verdes y azules que tiene al lado—. No había visto nunca algo así.
—Deberíamos viajar más después del rescate, ¿verdad?
Él calla, unos segundos.
—¿Eres optimista? —dice.
—¿Cómo?
—¿Crees que la liberaremos?
—Sí.
—¿Tú crees que seguirá viva?
—Por supuesto.
—Entonces —dice, y me golpea el hombro—, cuenta conmigo para ayudarte. Y con la dama durmiente, también.
—Gracias, Duch. —Veo a Eissen, apoyado en una pared, sonriente—. Ojalá Repar y Eissen también cambien de opinión.
—Eissen quiere liberarla más que nadie, créeme.
—¿Por?
—Le conozco —dice—. Ya son muchos años. Se siente fatal por no haber estado con nosotros el día que... bueno.
—Lo sé, me lo ha dicho.
Suspiro, y así lo hace él también. Stille acaba de dar otro salto a la hoguera, y Energía lo está dando todo bailando junto a los niños, mientras Imica y otros dos aldeanos les están enseñando a bailar.
—Tenemos que encontrar al Albino, también —dice Duch.
—Es verdad.
Recordar que está vivo me llena de ilusión, aunque se encontrase en malas condiciones, tal y como dijo la luna Desánimo. Espero que ahora esté bien.
—¿Qué me dices de volver cuando encontremos a Madurez y al Albino? —dice.
—¿Aquí?
—Es un buen lugar, es buena gente.
—Sí... muchos han encajado a la perfección.
—¿Y tú? —dice.
No quiero contestar a esa pregunta. Me arropo con la manta que le sobra a Afrodita... empieza a hacer frío. No pospongo la fiesta mucho más. Al final, las canciones acaban metiéndose en mi cabeza y se distorsionan, incluso me he quedado traspuesta un momento. Cargo con Afrodita con el mayor de los cuidados, y la dejo despacio sobre su cama improvisada, en la misma casa de ayer, la casa de Imica. Me acuesto a su lado, suspiro. Siento aún dolor en el pecho de la pelea que tuve contra Lisa. Me da vergüenza pensar sobre eso... procuro no pensar en nada. Cuando los ruidos de fuera quieren mantenerme despierta, el cansancio va ganando poco a poco.
Es de día. Afrodita sigue durmiendo, a mi lado, y más gente duerme, porque escucho varias respiraciones a mi espalda. Me giro con cuidado para no despertar a Afrodita, me levanto y veo a Energía, a Social, a Eissen, a Duch, a Stille... ¿y Repar? Cuando salgo, en el claro solo está él, avivando un poco las brasas de la hoguera de anoche, sentado en el tronco más cercano. Ya no hay brillos en los árboles, y el fuego de la hoguera no es más que un mechón rojo entre cenizas.
—¿Es que no duermes? —le digo.
—Qué va. Bueno, muy poco.
—¿Te quedaste con los aldeanos?
—Sí, ellos sí que no han dormido nada. Y se llaman Uut.
—¿Dónde están?
—Unos cazan, y los otros, no lo sé. Yo me quedo aquí porque... bueno. —Hace un gesto de conformismo—. No tengo pierna.
Miro la rama que tiene atada, de forma tosca. En los dibujos sobre piratas parecía más fácil.
—¡Claro que tienes! —digo—. Si no me ganas corriendo es porque no quieres.
Él ríe amargamente, y corta la sonrisa con un suspiro lastimero.
—No, qué va. Pero tengo proyectos. He construido tantos diseños de Erudito que aún recuerdo algún que otro truco. No podré flexionar ni brazo ni pierna, pero tengo ideas para sujetarlos.
—Extremidades de madera, ¿no?
—Sí... —dice—. Verás, Luchadora. Quería hablarte sobre algo.
Últimamente la gente quiere hablar conmigo. Nunca antes fue así, nunca.
—Claro, dime.
—Vosotros iréis ahora a rescatar a Madurez, ¿verdad?
—Iremos, iremos todos.
—Sobre eso quería hablar, precisamente.
Le miro, muy quieta. Él contesta mi mirada, y así nos quedamos. Los pájaros cantan trinos que ponen distancia entre nosotros.
—Tú vienes con nosotros, Repar.
—No.
—¿Cómo que no?
—Quiero que vayáis y rescatéis a la mocosa. Pero yo debo quedarme.
Me bloqueo, por la cantidad de preguntas que tengo.
—Explícame —le digo.
Él se toma su tiempo, parece que ordena sus palabras, o lo hace muy lento, o me encuentro muy impaciente. ¿Es que se ha enfadado con nosotros?
—Madurez está en peligro. Imica tiene razón, debéis ir a por ella. Deberíamos. Yo debería también, pero mírame. Tengo una pierna, y un brazo.
Miro más detenidamente la tela de su ropa, rasgada, el metal que sale de su piel, el contorno quemado de su hombro.
—Podemos llevarte —digo.
—¡Esa es la cuestión! ¡Necesitáis velocidad! ¡Necesitáis todas las manos que podáis para defenderos! En caso de complicaciones, seré una carga, debo quedarme aquí, y Afrodita también.
—Los dos os venís.
—¡No! ¡No lo entiendes! —Mira hacia la casa, y baja el volumen—. Aquí Afrodita tendrá lo más parecido a un médico, que podrá tratarla y ayudarla contra el veneno.
—Si el veneno puede al final con Afrodita, quiero estar con ella para cuando pase.
—¡Por Mentes, Luchadora, si se queda aquí tendrá más oportunidades!
—Debemos estar juntos.
Repar se enfada, lo veo en su cara y en sus gestos, y se ha balanceado tanto que por poco se tumba por el lado que no tiene brazo.
—¿Por qué no me escuchas? —dice.
—Yo te escucho, pero ahora que hemos perdido a tantos, necesitamos estar juntos.
—No. Necesitamos actuar rápido, y bien.
No veo a Imica hasta que la tengo detrás de mí. Me ha dado un susto tan grande que he llevado la mano al cinturón de la espada. Hoy lleva de nuevo su corona de plumas. Detrás de ella, llegan los cazadores.
—Yo hablado con vuestra compañera —dice Imica, señalando a Repar—. Toda bien. Repar Unucba Nachuza recupera brazo y quina en Uut.
Los dos dejamos que Imica siga hablando sobre lo que han estado haciendo, y nos explica la diferencia entre el felino ro-ro y el felino macana, que, al parecer, pueblan estos bosques. Noto que Repar me mira, pero cuando le busco, ya la ha desviado. No puedo creer que quiera quedarse... y, por más lógico que resulte, no entiendo por qué me enfada tanto.
—Soy Luchadora —me dice—, tú ojos de color... ehm...
—Morado.
—Por qué color así.
Sonrío.
—Pues no lo sé, la verdad.
—Tu color igual que bosque Aruunó, después de lluvia. Allí tú ir. Fin bosque Aruunó, Torre de Núbise. Dante.
—¿Cómo llegamos hasta ese bosque?
—Chamán fuerte, amiga de los Uut, quizá ayuda.
Me señala hacia el este, me indica que debo atravesar los lodazales, dejar el río a mi izquierda en todo momento, hasta que deje de escucharlo y vea un camino formado por raíces de árbol. Siguiéndolo, encontraría a la chamana. Tendré que decirle que Imica me envía, y luego decir también...
—Espera, ¿cómo has dicho? —digo.
—Impaciente, impúlsiva, irreflesiva.
—¿Le tengo que decir eso?
—Chamán llama así Imica.
—¿La chamana habla nuestra lengua?
—Ella enseñó a fuerte Onubagan, padre de Imica, lengua de guías de Gran Cham, y Imica después.
Me dice que la chamana puede adoptar formas de animales, y aunque no sabe si podrá ayudarnos, siempre ha ayudado a las... los Uut cuando ellos lo han necesitado. Me dice que, después de encontrarnos con ella, tendremos que viajar hacia el sur, y seguir hacia el sur siempre dejando el mar hacia nuestra derecha. Insiste, varias veces, en que no acampemos en las montañas. Dice que no es un bosque. Lo dice varias veces, no es un bosque. En realidad, estoy bastante intrigada por las formas cambiantes de la chamana... Energía puede poseer animales, pero sus ojos verdes son muy fáciles de detectar. En cambio, un animal que sea eso, un animal... podría ser la solución que buscamos. Debo convencerla. Cuando vuelvo de mis pensamientos, Imica está aullando, pero no sé bien por qué.
Los habitantes de la tribu van llegando de donde estuvieran, todos mojados, y también las mentes se van despertando. Menuda cara tiene Stille... se ve, se ve que ha pasado una buena noche... y Social ha vuelto a estar ido, sometido según él al yugo de Dante. Cuando Duch sale con Afrodita, ya estamos todos. Afrodita ha vomitado dentro, pero Imica no le da ninguna importancia, e insiste en que preparemos el viaje. El resto se entera de las intenciones de Repar de quedarse, y también su deseo de que se quede Afrodita.
—¿Cómo?
Duch pregunta, le mira como si no estuviese bien de la cabeza, y Stille le dirige una de sus miradas. Repar se explica. Duch protesta. Energía y Eissen están de acuerdo con Repar.
—Duch, cariño —dice Afrodita.
—Dime, ¿necesitas algo?
—Deja que hable por mí, ¿vale?
La voz de la mujer apenas es un susurro. Su piel está muy pálida y apagada, su herida tapada con grueso vendaje natural. Duch se mueve para que Afrodita pueda mirar a todos. De fondo, escucho los chillidos de la Señorita Lorraine al ser despertada.
—¿Crees que soy una carga, Repar?
—Los dos lo somos, no porque seamos inútiles, sino...
—Pues sí, lo soy. Soy una carga. No puedo moverme por mí misma. Dependo de medicina para soportar el dolor, y tengo un veneno dentro que me está destrozando. No sé si ya me lo habéis quitado o no, pero no soy tonta, y sé sumar uno más uno aunque no me digáis nada.
Nos miramos entre nosotros, en silencio.
—Sin embargo —sigue—, prefiero mil veces morir a esperar aquí sentada rezando para que salven a Madurez. Yo salvaré a Madurez, Repar.
—Pero...
—Tengo mi bastón, y tú puedes crearte una pierna por el camino. Veo que estamos jodidos de una manera parecida, y que los dos lo afrontamos de formas muy diferentes. Pues vale, quédate aquí. Yo salvaré a Madurez.
Repar no contesta, solo baja la mirada y niega con la cabeza. En el fondo, le entiendo... Afrodita se ha pasado un poco. Algunos Uut ya han preparado a las monturas y las traen junto a nosotros, con las alforjas llenas de alimento. Como las armas no caben, nos las dan, y ahora las llevaremos nosotros. Afrodita coge su bastón, y lo aprieta contra ella. Todos nos acercamos a Repar y le abrazamos, a modo de despedida, una despedida fría, en mi opinión. Estará bien, con ellos, se llevarán bien, y cuando volvamos, porque volveremos, tendrá una pierna y un brazo nuevos.
—Unucba Nachuza —dice Imica, que se despide con la mano—. Nagós.
—Nagós —dice el resto.
—Nagós, Imica —digo yo.
Ella camina como si flotara, como siempre, y me abraza con más fuerza de la que espero. Fuerte Luchadora, me dice al oído. En cuanto se separa de mí, da media vuelta y sigue con sus labores de líder, como si ya no estuviéramos allí. Subo a lomos de la Señorita Lorraine, Energía se sube conmigo, y abro el camino, hacia el este. Entre los árboles y helechos, nos abrimos camino, entre insectos e hilos de telaraña.
El camino continúa, escucho el rumor del río lejano, a mi izquierda, y también los múltiples trinos de decenas de pájaros diferentes. He escuchado a un mono, también. La luz nunca toca el suelo verde, tan solo llega el rumor de luz que atraviesa las hojas, lo suficiente para avisarnos de que es de día, y a los dos lados del camino crecen los hongos, la mayoría marrones, algunos azules. También veo una serpiente verde, tan gruesa como mi brazo, cuando se mueve y resulta que no son hojas, sino un depredador. Llegamos al lodazal, relativamente pronto, y sin demasiadas complicaciones para ser Lorraine la que camina por una selva poblada sin camino. Azuzo a la jabata para cruzar rápido el barro, no me hace caso, pero la azuzo más fuerte, y entonces sí, con un quejido aumenta la velocidad. El río se oye cada vez más cercano, y la vegetación a mi izquierda se está volviendo cada vez más densa y salvaje.
Dejamos de oír el río cuando más fuerte lo estábamos escuchando, y continuamos lo más recto que las ramas nos dejan, esperando encontrar pronto el camino de raíces. La Señorita Lorraine va emitiendo gruñiditos placenteros según camina, como si este camino, de tierra blanda sin llegar al punto del lodazal, le gustase. Sigo en la búsqueda del camino, ahora con cierta urgencia y preocupación por si lo he perdido, y lo acabo viendo a mi izquierda, un camino formado por dos hileras de árboles gruesos y enormes. Un camino demasiado estrecho para que pase una montura.
Dentro del pasillo, los árboles están tan juntos que apenas hay espacios entre ellos, y en algunos casos dos árboles se han hecho uno. Caminamos en fila por el camino de raíces, un camino difícil para caminar, porque son resbaladizas e irregulares, acabo de escuchar a Duch caer al suelo. Lo que me sorprende es lo paralelos que están todos los árboles de un lado a otro de la pared, desde luego no parece natural, es como si nos adentrásemos en algún lugar importante.
—Ya he estado en un lugar así antes —oigo hablar a Eissen.
—¿Dónde? —dice Duch.
—Con el Albino, en el noroeste de nuestra isla. Un camino sinuoso y paralelo, de roca, que acaba en una cueva artificial, con inscripciones y techo azulado.
Como si predijera el futuro, comienzo a ver árboles con una raya azulada, del mismo color que el techo de la cueva sagrada de los Uut, el color de la Llave de Núbise. La raya es fina, y sale de abajo hasta que desaparece entre las raíces.
—Eissen... Mira —le digo.
—¡Os lo dije! ¡Rayas azuladas!
—¿Veremos más inscripciones? —dice Energía.
Creo que veo el final del camino.
—Vale, chicos, tened en cuenta que la chamana podría adoptar la forma de un animal.
—¿Estás de coña? —dice Duch.
El claro se va abriendo más ante mí. Primero distingo el fondo, luego veo las piedras, luego el resto. Los árboles se cierran en un extraño claro de forma redondeada, donde la luz del sol no llega porque lo detienen hojas pintadas con el mismo color que la gema y que nos alumbran con destellos azulados. Hay tres grandes rocas en el suelo de por lo menos dos metros de altura, colocadas como si fueran un triángulo, y la más alejada enfrente de nosotros, y en el suelo hay adoquines que conectan las piedras formando un círculo.
—Os dije que habría azul —dice Eissen.
Por Mentes, hasta los troncos tienen ese azul. Aquí solo escucho sonidos lejanos, nada que provenga del claro.
—Las rocas... —dice Energía—. ¿Estarán ahí las inscripciones?
Un rugido truena y rebota con los árboles del claro, y yo, de un movimiento reflejo, ya he desenvainado la espada negra. Hay algo dentro, algo grande. Desde detrás de la tercera roca, una cabeza blanca emerge, y según comienza a mostrar también su cuerpo yo reconozco un tigre blanco, uno enorme, de colmillos tan grandes que se salen de su boca. El tigre vuelve a rugir, irguiéndose sobre la piedra y mostrando todo su tamaño, luego flexiona las patas, y salta varios metros hasta colocarse en el centro del claro. Avanza despacio, sin hacer ruido, hacia nosotros. Nos está mirando. A cuatro patas, él iguala mi altura y la supera.
—No puedo controlarle —dice Energía.
—Nos vamos. ¡Nos vamos! —susurra Eissen.
Miro el tigre, a tantos metros de mí, pero parecen tan pocos... Si la bestia quiere, estoy muerta, no tiene sentido correr, porque es lo suficientemente estrecha y ágil para caber por el pasillo. Pero la bestia no me quiere muerta, solo tiene que escuchar lo que tengo que decir. Clavo la espada en la tierra, con fuerza, y me aseguro de que se quede mirando. Camino hacia la cabeza del tigre, con paso decidido para que vea que no le tengo miedo, y me paro cuando está a punto de atacar.
—¡Gran chamana de la jungla! —grito—. No somos intrusos, hemos venido por ayuda. Imica nos envía. Imica, la impaciente, la impulsiva y la irreflexiva. Es una gran amiga nuestra que ha comprendido nuestro dolor y desearía ayudarnos, pero no puede abandonar a su pueblo. Por eso recurrimos a ti.
La chamana se me queda mirando, en silencio, algunos segundos. Luego tensa la nariz, abre la boca y comienza a bufar. Está enfadada. Pero Imica... dijo que nos ayudaría. El tigre prepara las patas para atacar, parece que duda, pero lo va a hacer, mi espada está lejos, y no me queda otra que poner los brazos.
Escucho un fuerte silbido desde arriba, y el animal para, de inmediato. Escucho algunas ramas a mi izquierda crujir, y de pronto, una figura salta de ellas, y cae, cae hasta la tierra, da una voltereta y se coloca junto a la bestia. Por lo menos siete metros de caída, como si tal cosa. El hombre es delgado, viste trapos cosidos de cuero, de larga melena y larga barba castaña. Miro al tigre, cuyos colmillos escarban sus mejillas. Miro al hombre, que ahora está apoyado en el animal, mirándome en silencio.
—¿Eres tú el chamán fuerte al que Imica se refería?
El hombre me sigue mirando, extrañado. No sé si el resto de mentes siguen conmigo, detrás. Pese al tono sucio de su piel, y las pronunciadas arrugas que tiene más allá de su melena y su barba, sus ojos tienen un tono de azul muy vivo, muy brillante. Entonces me fijo en su nariz estrecha y alargada. En el brillo rojizo de su pelo, disimulado por la luz azul que viene de los árboles. Me fijo en todo él, y de nuevo, en sus ojos.
Yo a él ya le he visto antes.
Mi boca se mueve sola, mucho más rápido que mi mente.
—Tú eres Humilde.
El hombre reacciona, mirándome con extrañeza, sin decir aún ninguna palabra.
—Tú eres Humilde —digo—. Pero no es posible. No.
No me quito de la cabeza aquel monstruo gigante, aquella masacre que hubo hace tantos años. Tanta violencia. No me quito de la cabeza ver su cuerpo en el suelo, sobre el charco de sangre.
—Tú estabas muerto —digo—. Yo te vi morir.
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