No era la sala, irreconocible ya, cubierta de guijarros, de ceniza, con solo tres cañones en las esquinas, inmóviles a la espera de órdenes. No eran sus lentes ya inservibles, ni el fuego, ni siquiera la energía cinética que maltrató sus vértebras y casi le precipita hacia el vacío. Máxima potencia, aquel primate no merecía menos... No era ni siquiera su preciada Conoscenza, que tuvo que pagar sus errores. Tumbada cerca del más alejado de los cañones, su compañera no se movía, y eso era lo que realmente importaba. Susurro... Se irguió dolorido, sin pensar en sus fisuras y hemorragias, mirándola, caminó hacia ella, le entró la tos debido a la alta densidad de partículas de polvo en el aire. Siguió bramando sin poder parar mientras caminaba, quemándose la garganta mientras su cuerpo rodeaba a la bestia muerta. Un extraño líquido empapó su calzado, fluyente directamente del monstruo. Aquello no era sangre, era... aceite...