El enano está ahí. No me ha visto. Trepo el árbol un poco más, de rama en rama, sin hacer un solo ruido. Me clavo una astilla, pero no me importa, porque mi piel blanca la cicatrizará en menos de un minuto. Cuando veo el pájaro, él ya me ha visto y echa a volar, asustado. Me oculto corriendo de la vista del vigía, pegado al tronco. ¡Qué casualidad que estoy en el árbol con menos hojas! He podido escuchar cómo el enano se ha girado, puedo escucharlo todo. Ni siquiera respiro. Escucho la tela del vigía volver a doblarse, por eso sé que se ha girado de nuevo hacia adelante, y puedo seguir escalando para encontrar un mejor ángulo. No todos los vigías han sido tan fáciles como este. El que me vio sí que estuvo jodido, de haber fallado el tiro ya me habrían descubierto. Fue un buen tiro, ese. Cuando se quiso dar cuenta, el enano tenía veinte centímetros de piedra clavados en las costillas, todos sus órganos desgarrados, y caía a plomo contra el suelo. Su ropa fue muy útil contra el frío, muy útil en la noche, me aportó camuflaje y tapó mi piel blanca, aunque solo fuera la del cuello y los hombros.
Gracias a esta ropa, los siguientes vigías enanos cayeron de forma más ordenada. Como este. Este va a caer de manual.
Estoy en posición, un metro por encima de él, a tan solo tres metros de distancia, un tiro claro y sencillo, y para colmo he adivinado su patrón de vigilancia mientras subía, va a ser la muerte más limpia y bonita de todas las que he hecho. Escucho la tela de su ropa, cómo gira hacia la derecha, a esperar... yo espero... y ya la empieza a girar hacia la izquierda. Cojo la lanza y la levanto, me asomo hacia él, bien, tengo diez segundos para apuntar. El peso es correcto, el viento no afectará demasiado al tiro... Se rasca la nariz. Me está mirando, me ha descubierto.
Lanzo el arma, el hombre pone los brazos, le hace un corte el brazo pero desvía el tiro, se desequilibra, va a dar la alarma, salto hacia él y alcanzo a agarrarle el tobillo, el hombre me ataca según caemos del árbol, pero no me hará nada. Me golpeo con las ramas, trato de darme la vuelta, otro golpe, y finalmente, el suelo. Oh... Vale, debo darme prisa. He estado tres segundos sin poder respirar, pero ya está, me arrastro a donde ha caído el vigía. No hay tiempo para buscar la lanza. Cojo el cuchillo, aunque corte menos. El corte que me ha hecho en la muñeca ya se me ha curado, prácticamente.
El enano respira con dificultad, tumbado en el suelo, boca arriba. Tiene los ojos muy abiertos. Me coloco junto a él, y levanto el brazo del cuchillo.
—Por favor. —Casi no puede hablar—. Por favor.
—Por favor, ¿qué?
—No diré nada. No me mates. —Coge aire como puede—. Me iré corriendo, lo juro.
Suspiro. Bajo el brazo, porque no estoy en la mejor posición. Miro la muñeca. Antes me ha cortado en la zona que tengo irritada por el sol.
—Te diré lo que quieras —dice.
—Bien. ¿Está Dante en la torre ahora?
Él asiente.
—Ten cuidado —dice—, porque puede sentirte gracias a una piedra que controla. Róbale la piedra, y será mortal.
Asiento, comienzo a trazar otra estrategia. Esto tira por tierra todos los escenarios que me he imaginado meticulosamente. Si puede sentirme, el enfrentamiento directo será inevitable. Bueno, no me importa. Por la espalda o de frente, pagará por los asesinatos que ha cometido.
—Por favor, déjame vivir. —Me da un instrumento que parece una trompeta—. Te doy mi alarma, solo quiero irme y vivir otra vida. Ni siquiera me gustaba trabajar para Dante.
Miro la trompeta de juguete, la lanzo por ahí. Levanto el brazo del cuchillo, y lo clavo firme sobre la tráquea del enano. La sangre brota sin presión, sin salpicar, y me da tiempo para apartarme. Lo último que ha dicho ha sido por favor, justo antes de que le atravesase. Aún quedan vigías que matar, y cuantos menos queden, más solo estará Dante. Me incorporo, la espalda me cruje como una carraca rota. Estiro los brazos. ¡Bien! Sigamos con la tarea.
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La mañana es fría, el cielo está cubierto de nubes. No creo que llueva, mejor, pero la iluminación es molesta, cuesta abrir los ojos del todo. Repaso todas las correas de la armadura, que todo esté bien, limpio y seguro. Cuando me peino hacia atrás el pelo con los dedos, varios de ellos se quedan en mis manos. Podría hacer un mechón azul con ellos. Palpo mi rubí, lo palpo con ansia, pero sé que haciendo eso no voy a controlarlo mejor, y por más que me duela la frente, no me voy a concentrar mejor, ni nada de eso. Me gustaría tener un espejo ahora. No me hace falta.
Mido la fuerza del aire con el dedo, y practico varios movimientos con la espada, estudio cuánto afecta el aire a mi equilibrio. Miro hacia el norte. Ahora hacia el oeste. Jil sigue sentado en el mismo lugar de siempre, agarrado a su lanza. Energía medita dentro de la casa, Social simplemente la mira, y a Stille no la veo. Camino hasta el patio trasero. Está practicando puntería, ya tiene la máscara de boca puesta, y se ha peinado los dos moños como suele hacer antes de pelear. Lanza las tres estrellas con suma maestría, una al lado de la otra, a más de diez metros de distancia. Parece tranquila. Caray, no sé si lo parece o es que siempre es así. El resto también parecen calmados, al menos más que yo. Jacob acaricia a una liebre que tiene a su lado. Social se entretiene ahora frotando la tierra de sus botas. ¿Por qué tan tranquilos? Hay que... concentrarse, entrenar, asegurarse de que todo está bien. No es día para fallar. Da igual. Seguro que lo tienen todo preparado, y soy yo la que se lo ha dejado todo para el final.
Repaso unos cuantos ejercicios más, el contraataque, la defensa. Incluso medito un poco, pero cuando comienzo a escuchar los susurros abro los ojos y pienso en otra cosa. ¡No era una buena idea! Aparece Energía junto a mí, para decirme que ya está todo listo, que va a adentrarse en la niebla con sus aves. Me da la pala, ella se queda la azada. Caminamos hasta el claro, cerca de las dos tumbas, donde el sauce rosa puede mirarnos.
—Hay que dibujar un círculo en la tierra, Luchadora —dice—, en el que quepan exactamente doce personas de pie.
—¿Cómo?
Se me queda mirando, dos, tres segundos. Cuatro, hasta que abre la boca.
—Mejor lo hago de un lado y tú me sigues por el otro.
Intento copiar su trazo lo más exacto que puedo. Me es más difícil apartar la hierba que remover la tierra blanda, y conforme avanzo, el olor a lluvia, a tierra removida, es más notable. Cuando nuestras líneas van a juntarse, ella se para. Aprovecho para acabar el círculo y perfeccionar mi lado, lleno de picos y líneas rectas.
—¿Qué ocurre? —le pregunto.
—La isla se defiende de mí. De la niebla salen tentáculos morados que poseen a mis pájaros. Hay pocos animales vivos ahí, todo está controlado por Miedo. —Ríe—. Se nota que no quiere que restaure el símbolo.
—Pero... ¿podrás hacerlo?
—Sí.
Energía continúa clavando la azada en la tierra, dibujando líneas dentro del círculo, y me pide que haga otras simétricas a otro lado. Me comenta que lleva un día sintiéndose extraña. Yo le digo que serán los nervios. Ella asiente. Dice que lejos, en la isla, sus animales ya han limpiado el círculo exterior de raíces, y ya les queda poco barro que retirar en el interior de la piedra. Me imagino una horda de cuervos y otros pájaros escarbando la tierra con el pico, cada vez quedando menos, mientras se les unen escasos animales que rondan la zona y aún no habían sido absorbidos por Miedo. Ella acaba, y yo casi he igualado su trabajo. Cuatro líneas curvas caen desde arriba hasta la parte central de abajo, y otra, también curva, corta todas, con forma de montaña. Energía, por su cuenta, acaba de perfilar las últimas líneas, más pequeñas, en las dos mitades.
—Ya casi está —dice.
Espero con ella, el corazón va rápido. Tiro la pala lejos, para que no se me caiga y estropee el dibujo. Energía ya ha acabado aquí. Tira la azada, y espera de pie, más concentrada en el otro lugar. Cinco pájaros, dice. Puedo hacerlo, dice. Agarro el mango de la espada, no sé por qué, no sé si espero enemigos. Jacob ha venido, con cara de entender aún menos que yo. Energía, de pronto, levanta los brazos y los vapores aguamarina salen de sus ojos y sus manos, incluso su boca se ilumina por dentro cuando empieza a gritar.
—¡Inconsciente! ¡Energía, mente de este mundo, reclama que te reúnas conmigo!
Repite lo mismo, lo hace otra vez. Con cada grito, los surcos de tierra comienzan a llenarse de líquido negro que surge de la tierra. En el aire enfrente comienza a haber chispazos, y encima del dibujo se empieza a formar otro círculo negro, mirando hacia nosotros. Agarro la espada con más fuerza. Jacob se coloca a mi lado. Stille lleva a Social hasta nosotros. El aire se solidifica en un círculo negro, se abre, como si fuera una cortina, y más allá veo a un hombre, alto y delgado, la piel es blanca, el pelo, negro. Es Inconsciente. Está quieto, nos mira a través del portal, pero detrás de él no hay nada, solo bruma gris.
—Me has llamado —dice—, Energía, mente de este mundo.
—Requerimos de tus poderes, Inconsciente —dice Energía—, por primera vez en más de veinte años.
Inconsciente cierra los ojos y niega con la cabeza. Cuando los abre, me fijo que los bordes de sus ojos son casi del color de la sangre.
—Sea cual sea el problema, solo observo —dice él—. No puedo intervenir.
—Necesitamos que nos lleves en un portal a la torre de Dante —dice Energía—. Eres nuestra única esperanza para salvar a una mente joven.
—¿No escuchas? No puedo actuar.
Se señala el pecho, pero solo veo un traje elegante, ahora viejo y sucio. Su cuerpo es tan delgado... no parece que Miedo le esté tratando bien en su isla.
—Sé lo que te está haciendo Miedo —digo—. Esa mente, Madurez, es la única que puede derrotarle.
—Mi amo sabe que estoy aquí —dice—. Si os ayudo, lo sabrá. Y habrá consecuencias.
—Para nosotros también las habrá —digo—. En esa torre nos espera la muerte. Pero estamos dispuestos a pagar el precio, porque no pienso dejar a una niña sola, a la esperanza de todos.
Inconsciente baja la mirada.
—Sabes cómo está Mentes allí arriba —digo—. Si no hacemos algo pronto, este mundo podría morir.
Inconsciente tensa los brazos hacia abajo, sigue mirando a otro lado, moviendo mucho el pecho cada vez que respira.
—Mi amo me castigará si lo hago —dice.
Saco la hojas de Erudito del bolsillo, y levanto la mano.
—Y Mentes morirá si esa niña muere —digo.
Inconsciente se muerde el labio. Parece que va a hablar, pero calla. Cierra los ojos... cuando los abre, me está mirando a los ojos. Son tan negros, tan... profundos.
—Necesitáis un portal a esa torre, ¿cierto? —dice.
—Sí —dice Energía—. Gracias. Estamos esperando la señal.
—¿Qué señal?
—No lo sabemos —dice.
—¿Cuándo será?
—No lo sabemos —dice.
Inconsciente nos mira, impaciente o desesperado. Nos regaña por esto, nos dice que no puede quedarse mucho tiempo aquí, que su amo le reclama, que su castigo será muy grande. Le pido que espere, pero él responde mal, no nos dará mucho más margen. Miro a mis compañeros, están todos, solo queda Jil, que está sentado en el banco, con la lanza agarrada.
Más allá del cielo, suena el timbre de casa. La madre de Mentes no está, pero no es ella la que llama, sino el mejor amigo de Mentes. Está llamando a su casa, está ahí abajo, pero Mentes no hace más que enterrarse en su almohada. Grita para no oírlo. Tenemos que dejarle entrar, pero no hemos recibido la señal...
Inconsciente nos vuelve a advertir sobre el tiempo, yo le pido que espere un poco más. Detrás de nosotros, la bruma morada se cuela entre los últimos árboles del bosque. Miedo ya está aquí...
Veo cómo Jil se gira también para verla, después de eso se da golpes en la cabeza con la lanza. Se levanta, despacio, y camina hasta nosotros. El amigo de Mentes está llamándole también al teléfono, y Mentes lo lanza contra la pared.
—No lo hago por vosotros ni vuestra Madurez. —Jil me mira sin mirar, despeinado, sucio de tierra—. Solo voy por mi Orfeo.
—Tenéis que iros ya —dice Inconsciente.
Después de hablar, cierra los ojos un momento, juraría que ha tensado el cuello. ¿Está... sufriendo? Miro más allá del cielo... Mentes se levanta, y va a hablar. No me lo puedo creer... ¿Qué está pasando en esa torre? Yo también me siento diferente. ¡Sea como sea, es la señal que estábamos esperando!
—Luchadora —dice Social—. Me encuentro bien. De verdad, me encuentro bien de nuevo.
Se mira las manos, claramente expresivo. Se toca la cabeza, como otras veces, pero ahora mira a los ojos, su boca hace una mueca. Sí... yo también siento el hormigueo.
—Inconsciente —le digo—. ¡Ahora!
Inmediatamente, junto a él se vuelve el aire también negro, y comienza a solidificarse otro portal. En espirales, cada vez se vuelve más oscuro, pero no está siendo deprisa. La niebla morada empieza a tomar el prado.
—¿Inconsciente? —digo.
—Espera —dice—. Algo está ocurriendo en la torre.
—Lo sabemos, tenemos que llegar allí.
—No, aún no.
Nos miramos. ¿Soy yo la única que claramente está impaciente? Tenemos que llegar allí ya, Madurez necesita ayuda. ¡Tengo que entrar ahí! Jacob se cruje el cuello. Inconsciente parece concentrado, pero no mueve un músculo.
—Ahora —dice.
Finalmente, el portal se define, se abre, y en vez de dar a un lugar de bruma gris como el de Inconsciente, se abre a tierra verde que lleva a una estructura de piedra. La torre de Dante, a no más de veinte metros. Miro los ojos negros de Inconsciente. Le doy las gracias, pero no digo nada.
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Después de comprobar que el caucho me protege por completo de la pulsera, lo compruebo otra vez. Está tan ajustado... ¿y si se resbala y al final me electrocuto de todos modos? Me pica la muñeca, y me hace daño. Tengo los dedos negros, y la piel cercana a la pulsera también. Me oculto todo con la manga de la chaqueta. ¿Y si se resbala desde ahí? Mejor que lo compruebe otra vez. El ruiseñor canta hoy de una forma especialmente alegre, Erudito decía que los días claros y soleados son sus favoritos. No es que hoy sea un día precisamente soleado...
Por más que el plan de Eissen funcione, no quiero irme de aquí sin Orfeo. No está bien lo que le hice el otro día, abandonarle a su suerte en la habitación, porque no lo intenté lo suficiente. Pero está bien, ¿no? ¡Es que no me fío de las palabras de Dante, quiero comprobarlo con mis propios ojos! Él no tenía pulsera de metal, como la mía, pero tenía dos de un material que le impide cruzar la puerta, no sé exactamente qué pasaba con el oro... y ahora que recuerdo, siempre que le he visto fuera de su habitación, llevaba unas esposas gordas. Si quiero sacarle de ahí, tengo que conseguirlas. Debería tenerlas el capataz, ¿no? Recuerdo que había un baúl cerrado con llave en su despacho. Y las llaves, por supuesto, las tiene él.
Se abre la puerta, pero todavía no es hora de comer. Es Dante el que entra, esta vez sí parece más sereno. Los ojos son blancos, el aura blanca, pero se nota que la gabardina ha perdido brillo. Está como... sucia. Como si se hubiera dado un paseo por la cadena de transporte de la forja. Deja la gema en el bolsillo izquierdo, y se sienta donde ayer, esta vez sin arrastrarse. Parece que le cuesta empezar a hablar. Tartamudea, y lo intenta de nuevo.
—Tuve una hermana mayor, y un hermano mellizo —dice—. Mi madre murió dándonos a luz, así que nos cuidaba mi padre. Nos enseñó muchas cosas. Viajamos mucho con él.
Quiero dejar que acabe, sin una sola interrupción.
—A veces, solíamos tener los cuatro el mismo sueño, por las noches. Nosotros no soñamos, así que al principio se nos hizo raro. En realidad estábamos viendo a Mentes, pero entonces no lo sabíamos. Mi padre cambió. Empezó a pegarnos más de lo normal. A obsesionarse con la muerte.
Suspira, con cara de preocupación... Sus ojos blancos no transmiten nada.
—Da igual que nos alejáramos de esta torre, la enfermedad nos iba a seguir igualmente. Necesitábamos medicina, ¡no espiritualidad! —Cierra los puños—. La fiebre se llevó a mi hermano. Fue el que más suerte tuvo.
Me siento más cerca de él, junto a los barrotes, incluso apoyo las mejillas en dos de ellos. Él me sonríe, una sonrisa muy amarga.
—Al día siguiente, Tubán, el Creador azul, nos atacó. Mató a mi hermana... ¡sin que pudiera defenderse!
Después de gritar tan alto, coge aire y se relaja de nuevo.
—Nos persiguieron dos de esos monstruos, porque Arisa, el Creador verde, se unió a Tubán a partir de entonces. Mi padre fue listo, y logró despistarles. Lo suficiente como para llegar a la torre, a esta torre... pero nos estaban alcanzando.
Los dedos le tapan los ojos, pero percibo la angustia por su voz, por el gesto de su boca. Creo que le ha caído una lágrima. Sus brazos, la postura del cuerpo. No parece el mismo que el resto de días. Tiene la cabeza completamente caída. Cuando quita las manos de los ojos, son tan blancos e inexpresivos como siempre.
—Mi padre abrió un portal al reino de los muertos, gracias a esta gema y a esta torre. Me lanzó adentro, sin decirme ni una sola palabra, y cerró el portal, estando él fuera. No he vuelto a verle, Madurez. Los Creadores estaban cerca, pero no sé si le cazaron. —Está llorando—. No les volví a ver... ni a mi padre, ni a mis hermanos. Ni a mi madre. Pese a pasar casi mil años en el reino de los muertos. Solo, en ese lugar hostil. Toda mi vida allí, prácticamente.
Me mira, sin limpiarse las lágrimas. Aspira fuerte, para que los mocos no le caigan.
—Conocí a muchos espíritus, Madurez. Generaciones y generaciones de mentes, aniquiladas por culpa de los Creadores. No podían hablar conmigo, no podía tocarlos, no podían escucharme, porque yo estaba vivo. Pero me contaban sus historias a través de gestos, y yo... no paraba de hablar solo, ¡para rellenar el maldito silencio de ese lugar!
Estiro la mano, pero no llego a tocarle. Quisiera poner la mano sobre su hombro, decirle que le entiendo, que estoy aquí. Que yo puedo escucharle. Él no se da cuenta, porque solo mira hacia la montaña negra de enfrente. Vuelve a aspirar hacia adentro.
—Hace... no sé, algo más de veinte años, a las mentes les atacó un monstruo, y mató a muchos de los vuestros. Eso creó un portal enorme, que se mantuvo el tiempo suficiente para que llegara allí, y pude cruzarlo porque yo estaba vivo. Ni siquiera me despedí de los amigos que había hecho allí. El resto es historia.
—No sabía que habías pasado tanto tiempo encerrado en ese lugar... —digo.
—¿Qué? Conozco el plano de los muertos mucho mejor que el de los vivos.
Vuelve a reír amargamente, pero esta vez la sonrisa no dura, y veo en él una cara triste. Triste, sí, pero también furiosa.
—¿En todo el tiempo que llevas aquí... —digo—, nunca has abierto el portal?
—¿Para qué? ¿Para alertar a todos de que estamos aquí? ¿O para rememorar los recuerdos que me impuso mi padre?
Parte del abatimiento que tenía se convierte en el cuerpo tenso, casi tiembla.
—Tu padre lo hizo para salvarte... —digo.
—¡Me da igual! Envidio a mis hermanos. No llegaron nunca al plano de los muertos, ese lugar frío, y, y... muerto. Y ahora que estoy vivo, tengo un propósito.
—Vengarte.
—Acabar con cada uno de Los Creadores, aunque para ello deba morir.
—Eso podría no ser bueno para Mentes... —digo.
Él me mira.
—Prefiero un coma, o que Mentes viva vegetal toda su vida, ¡antes que saber que Los Creadores están vivos y siguen, mil años después, impunes por sus crímenes!
No sé qué contestar a eso. No soy nadie para saber cuánto son mil años y cuánto dolor y soledad ha tenido que soportar. Mil años de odio cambian a cualquiera.
—Dante —le digo—, tú eres mucho más que los mil años que has soportado allí.
—Gracias, pero te equivocas. Yo no soy más que los años que he vivido allí. ¡Mírame! Soy una mente fuera de tiempo y fuera de lugar.
—Eres bueno, en el fondo... —digo.
—¿Después de lo que he provocado, dices que soy bueno?
—Tú puedes saber mi esencia con mirarme a los ojos. Pero yo sé que no quieres esto cuando miro los tuyos.
—¡Mentira!
Se levanta tan fuerte que da dos pasos hacia delante, desenvaina la espada y el aire silba grave cuando la mueve, y el viento que arrastra me da en la cara, aunque estoy lejos. Luego se gira hacia mí.
—¡Yo quiero esto! —grita—. ¡Cada cosa que ha pasado, la prefiero antes que volver a vuestra casa estúpida, jugando a vivir tranquilo mientras el mundo se cae a trozos! ¡Y cuando mate a Los Creadores y me convierta en dios, reviviré a esas máquinas de nuevo para matarlas mil veces!
—¡Muy bien! —digo—. Seguro que vives así más tranquilo, mintiéndome sobre las mentes y jugando conmigo para que me ponga a tu favor. Seguro que eso es lo que más te encanta.
—Sí, bromea, Madurez —dice—. Cuando las mentes ataquen y sean mis prisioneras, tendré que sacarte bastante sangre. Te necesito para derrotar a Miedo. Seguro que ahí dejas de reírte.
Golpeo el barrote de la celda. Arriba, suena el timbre en casa de Mentes, y su madre no está. Seguro que es su amigo, el que dijo que vendría.
—¿Por qué me necesitas contra Miedo? —pregunto.
Dante gruñe, y envía a Mentes a su cuarto, lo tumba en la cama, incluso Mentes gruñe. Llamo a Dante, pero no me contesta. Vuelve a sonar el timbre, Dante grita al cielo, y esconde a Mentes debajo de la almohada.
—¡Ábrele! —le grito—. ¡Mentes necesita ayuda!
—No. Yo no necesito ayuda.
La puerta se abre, aparece Eissen, que entra en el cuarto. Mira a Dante cuando se retuerce de ira.
—Señor, el timbre —dice Eissen—. Ni se le ocurra contestar.
—¡Largo de aquí, Eissen! —le contesta.
El timbre vuelve a sonar, y Dante grita tan fuerte que incluso Mentes lo hace. ¡Vete!, escucho más allá del cielo, y Mentes mueve el brazo hacia atrás. Eissen me mira, y me guiña el ojo de forma sutil. Vale... vale. Necesito hacer algo.
—Ya está bien de gritos, Dante —digo
Dante, le llamo. Pero él sigue gritando.
—¡Dante!
Se calla por fin, y me mira. Eissen se acerca a él sin hacer ruido, pero no puedo mirarle a él.
—Para ya de llorar y retorcerte como un gusano —digo—. Si quieres mi sangre, tómala, pero con la condición de que dejes libres a las mentes.
Eissen desliza su mano en su bolsillo derecho.
—¿No lo entiendes, Madurez? —dice Dante—. He triunfado. He construido doce tanques en un entorno en el que solo hay madera. No soy rival para las mentes. Y si vienen... si vienen.
Suena el timbre de nuevo. Eissen saca la mano de su bolsillo, con el mando que activa la pulsera. Dante está muy quieto...
—Espera —dice—. ¿Dónde están mis vigías?
Se gira rápido hacia la terraza, ve a Eissen, agarra su antebrazo en el aire, tan rápido... Eissen intenta gritar, pero no le sale nada, se retuerce en el suelo, a merced de Dante. Le coge el mando, y lo vuelve a guardar en el bolsillo. Me mira.
—¿Qué estáis intentando hacer? —dice.
De un movimiento, Dante lanza a Eissen contra la pared en la que hace poco estaba sentado, se me escapa un grito. Una pistola cae al suelo, se le ha caído a Eissen. Él se agarra el brazo, con cara de dolor. Dante silba para llamar a Pegaso, y mientras el animal aparece en la terraza con un chirrido, él se agacha. Cuando coge la pistola, Eissen se ha protegido con los brazos. El móvil de Mentes ha empezado a sonar, y Mentes lo lanza lejos.
—Una bengala... —dice Dante—. ¿Por qué no me sorprende? Intentabas llamarles.
Coge la gema azul de su bolsillo, y la hace brillar frente a él. El aura blanca que estalla de su cuerpo llega hasta la celda. Eissen se levanta, despacio.
—Yo no soy una mente... —dice Eissen—, no me puedes someter aún.
—Pero no eres un luchador —dice Dante.
Dante golpea bajo el hombro de Eissen, y le da una patada que le desploma otra vez. Parece que está inconsciente. No, no lo está... aún se mueve. Dante me mira. De sus ojos sale fuego blanco.
—Y tú... ¡tú me has intentado distraer!
El timbre hace varios segundos que ha dejado de sonar. Tengo que contestar ya, Mentes lo necesita. Y nosotros también. Según Dante se aproxima... siento un hormigueo extraño.
No sé qué está pasando. Mentes se levanta de la cama, y se lleva las manos a la cabeza. Descalzo, comienza a caminar, recorriendo el pasillo hacia la puerta. Dante mira la gema, luego, a mí.
—¿Qué estás haciendo? —dice—. ¿Cómo...?
Sacude la gema en sus manos, me mira, pero Mentes sigue caminando. No puedo controlar esta sensación, está fluyendo dentro de mí, pero tampoco quiero que pare. El collar que tengo colgado ha girado la flecha, y no apunta a Dante, sino a mí... Dante deja la gema en el suelo y mete los brazos entre los barrotes, justo cuando Mentes abre la puerta de su casa. Su amigo aún sigue ahí, de espaldas, porque estaba empezando a irse. Se da la vuelta. Los dedos de Dante rozan los botones de mi chaqueta. Mentes está quieto, mirando a su amigo.
—Necesito ayuda —digo.
Esas palabras salen al mismo tiempo de la boca de Mentes. Y el amigo, cauteloso al principio, avanza hasta Mentes y le da un abrazo. Lo abraza con fuerza.
Dante se agarra a los barrotes, y apoya las mejillas en ellos. Ha gritado, y luego... se ha quedado paralizado.
—¿Por qué has hecho eso? —susurra.
Yo me acerco a él, despacio. Le miro a los ojos, desde muy cerca.
—Siento mucho lo que te hicieron Los Creadores, Dante... —digo.
Mi mano se está metiendo en el bolsillo de su chaqueta, y palpo con el índice la esquina del mando. La pulsera toca el barrote más cercano. Mirándole a los ojos, sigo hablando.
—Pero siento mucho más que creas que puedes ser un dios.
Cuando aprieto el botón, la jaula entera crepita y cruje. Dante, que aún me mira, ha abierto mucho los ojos, y convulsiona. Noto cómo una de sus manos quiere separarse de la jaula, nada más que un dedo lo consigue. Continúo pulsando el botón, más, más tiempo, porque no sé lo que se necesita en realidad. Pegaso relincha y galopa hacia nosotros, Eissen aparece y lo intercepta. El caballo salta con Eissen parcialmente agarrado a él, salta otra vez, y con un chirrido hace desaparecer a los dos. La mirada de Dante se pierde. Continúo con el botón pulsado, por si acaso no fuera suficiente, para asegurarme de que no haya sorpresas. La jaula no para de hacer ruidos y no paran de saltar chispas. Una de ellas me alcanza, grito de dolor. He soltado el botón. Le miro, corriendo. Pero Dante no se levanta. Con los ojos cerrados, cae a plomo en el suelo.
Escucho al ruiseñor cantar, solo al ruiseñor.
Rebusco en el bolsillo de Dante. Encuentro unas hierbas, que no quiero saber para qué son, las meto dentro otra vez, y cojo las llaves de la jaula. Abro la puerta y salgo, ¡au! La espalda entera me cruje, hasta el punto de dolerme, sobre todo el hombro. Miro a Dante, necesito un par de segundos para pensar qué hacer con él. Desenvaino la espada y la lanzo por la ventana. Compruebo que tiene pulso, y por suerte sí, bien, menos mal... Le arrastro como puedo hasta meterlo en la jaula, y cierro. Me quedo con las llaves, por si acaso.
La gema está en el suelo. Cuando la cojo, brilla un poco. Bajo las escaleras, y mientras, miro más allá del cielo, donde Mentes llora desconsoladamente en el sofá de casa, y su amigo está junto a él... la flecha del collar aún apunta hacia mí.
Yo... eh... ¿qué es esto?
La isla. El monstruo. Habitación oscura. Un trono.
¡Qué daño! ¡Mi cabeza! Cuando he tocado la parte metálica unida a la gema, he sentido algo. Estoy arrodillada, en mitad de la cocina, han pasado unos pocos segundos, pero siento como si hubieran pasado horas. He visto a Miedo, tomando la isla de Inconsciente. Un bosque brillando en la noche con colores vivos. Una cara, la de una niña que he visto en un dibujo, también a cientos de desconocidos. Y por encima de todo ello, la voz de Erudito. No era su voz, sino una canción, algo que sé que es él, pero no le he escuchado. Este aparato de metal fundido... ¿no es lo que Erudito se construyó en el pecho?
La gema brilla, pero solo cada ciertos segundos. Bajo corriendo las escaleras que me quedan. Me golpeo la mejilla hasta que vuelvo a la realidad por completo. Abro la puerta de piedra que da a la forja, corro pese a los enanos que me miran, corro hasta la habitación de Orfeo, donde le veo con el capataz. Tiene el cuello encadenado a la pared. Miro al capataz, y le apunto con la gema. Al ver su cara, veo siglos de historia que no alcanzo a comprender.
—¡Tú! —le digo—. ¡Ahora estoy yo al mando, así que como no traigas ahora mismo las esposas de Orfeo lo lamentarás!
El capataz se toca el pecho con las uñas, al principio solo retrocede, pero sale corriendo. Miro a Orfeo... tiene unas ojeras terribles. Corro hasta él, y le doy un abrazo, igual que hace Mentes a su amigo ahora mismo, sin parar de llorar. Él me lo corresponde...
—Madurez, ¿qué estás haciendo? —dice.
—Rescatarte. Te lo prometí.
Tanteo con cuidado la llave, hasta que encaja con el collar cruel que lleva Orfeo. Está hecho una porquería... y le veo débil, pero está bien. Una de las telas que le recubre el antebrazo ya se le empieza romper por abajo. Antes de lo que los dos pensamos, vemos correr al capataz con las esposas hacia aquí. Cuando llega, está jadeando... ¡y madre mía si pesan estas cosas! Orfeo las coge como si nada, las coloca en el suelo y pone los brazos dentro, primero cierra una, después, la otra. Con ellas, camina deprisa por la puerta, y la cruza, sin problema. Se gira, y me sonríe.
—Eres la mejor mente de todas —dice.
No puedo responder a ese cumplido, es... demasiado bonito. Solo sonrío, me lleno de aire, y salgo con él de este infierno. Lo último que he visto de la habitación es al capataz, arrodillado en un rincón, temblando. Lo último que veo de la forja es al resto de enanos apartarse de mi camino. Subimos las escaleras, se me están haciendo tan eternas... Nunca las había subido con él. Ahora hay que desaparecer, antes de que Dante recobre el sentido. Llegamos al piso principal, sin guardias, con la alfombra en medio de todo, con la que me he tropezado algunas veces. La cojo, tiro de ella, y veo lo que me ha estado ocultando todo este tiempo. Varios círculos concéntricos marcados, y en el centro, un hueco en la piedra con la misma forma exacta que la gema que llevo ahora mismo. El portal de los muertos, frente a mí. Pero miro al frente, porque Orfeo me advierte de algo.
—Señorita Madurez.
Epón está junto a la puerta. Se acerca, me mira, ve lo que llevo en las manos. Abre los ojos, retrocede.
—Señorita Madurez —dice—, ¿dónde está el amo?
—Me marcho, Epón, esta vez de verdad.
Le muestro aún mejor la gema. Epón también mira a Orfeo, que me está dando prisa por salir de aquí cuanto antes. Tal y como cojo ahora la gema... juraría que la noto palpitar.
—Vente conmigo —le digo a Epón.
Epón no dice nada, solo me mira. Se lo repito, y sonrío. Él baja la cabeza.
—Señorita... no puedo —dice—. ¿Usted ha creado eso de ahí fuera?
¿He creado algo? Cuando entrecierro los ojos, veo que hay algo negro fuera, como si fuera un vórtice de esos de ciencia ficción, pero no me consta que haya hecho eso. No es lo único que aparece, es una figura, ¿estoy viendo a Optimismo? ¡Optimismo! Parece que lleva una lanza...
Optimismo mueve el brazo, y antes de que pueda gritar, del pecho de Epón ha salido una punta afilada. Sale despedido hacia adelante, y cae tumbado, a mis pies, con la lanza que cae poco a poco hacia el suelo.
Grito. Orfeo retrocede. Optimismo avanza. Grito el nombre de Epón, le miro la cara. Epón, digo, él hace una mueca de dolor, y deja de hacerla. No...
Optimismo saca la lanza del cuerpo, me coge la barbilla, y me levanta. Me dice que estoy viva, como si fuera un milagro. Pero ha matado a Epón.
—¿Qué has hecho? —grito—. ¡Era mi amigo!
Optimismo no responde. Me mira, luego mira a la nada, vuelve a mirarme... Vuelve a mirar a la nada.
—¡Optimismo! —digo.
Le golpeo en el pecho, pero él sonríe, y acaricia mi cara. Sonríe aún más. Yo le grito. Él me hace un gesto para que me calle.
—¿Dónde está Dante? —dice—. Tengo que matarle.
—Optimismo, ¿dónde están los demás?
Miro atrás, a Orfeo, que está pegado a la pared contraria.
—¿Dónde está Dante, Madurez? —dice—. Corre. ¿Está arriba?
Comienza a caminar hacia las escaleras, pero me pongo en medio.
—¡No! —digo—. No mates a Dante. ¿Dónde están los demás?
El portal que hay afuera está empezando a hacer ruidos, y es muy, muy negro.
—¡Dante tiene que morir! —dice Optimismo.
Tal como grita, Optimismo parece ido de sí. No es él, no era así. ¿Qué está pasando?
—Optimismo, por favor —digo—. Dime dónde está Luchadora.
—¿Es que no lo entiendes? ¡Todos han muerto! ¡Déjame enfrentarme a él, le mataré!
—No. No han muerto.
—¡Quita, niña!
Me agarra de los hombros para apartarme, yo le doy en la cabeza con la gema, con todas mis fuerzas, luego le empujo. Él me mira, con cara de sorprendido, con una brecha cerca de la frente. Orfeo se coloca a mi lado, y choca las esposas para hacer ruido. El vórtice que hay fuera se abre, y de él aparecen varias personas, varias... esa es...
Veo a Luchadora, y a las mentes que hay detrás, caminando hacia la torre. Luchadora. Las mentes.
Corro hacia ellos, veo cómo se asustan cuando cruzo la puerta, cómo inmediatamente Luchadora enfunda la espada. Con los ojos húmedos, abrazo a Luchadora sin parar de correr, me he hecho daño incluso, y me da igual. ¡Me da igual! Sus brazos están calientes, ya ni siquiera recordaba su forma. Su pelo azul se me mete en la nariz, y ojalá se me metiera mil veces más. Reconozco su olor, las voces de quienes hay detrás, alguien más me está abrazando. Estoy tan apretada a la armadura áspera de Luchadora que me hace daño, y qué bien, qué buen daño. Algunos días pensé que no volvería a verles... ahora es como un sueño.
Cuando Luchadora se separa, la veo sonreír como nunca la había visto sonreír.
—Te he echado de menos... tía —digo.
Ella pierde la sonrisa, casi de forma fugaz, no deja de mirarme con sus ojos morados. Me coge la cabeza con las dos manos, y me planta un beso en la frente, seria.
—Y yo a ti, sobrina —dice—. Has crecido mucho.
En realidad, soy tan alta como ella, ahora. Me giro hacia los demás. Era Stille la que me abrazaba por detrás, la abrazo yo ahora, incluso la levanto en el aire, aunque me moleste su máscara. Al lado de Stille hay una chica que no conozco, negra, con el pelo rojo y rizado, pero esos ojos... Cuando la escucho hablar, y dice me alegro de verte, Madurez, reconozco la voz... es Energía. Le cojo las manos, y sonrío. Detrás veo a Social, que me saluda, muy alegre. Jil está a su lado, también un hombre barbudo que no conozco.
—Madurez, ¿cuál es la situación? —dice Luchadora.
—He electrocutado a Dante con esto. —Levanto el brazo para enseñar la pulsera—. Está en una jaula, pero no sé cuándo se despertará. Eissen está aquí, pero ha cogido a Pegaso y han desaparecido.
Luchadora mira dentro de la torre, donde aparece Optimismo. Orfeo está detrás de él, con los puños en alto. Social coore hacia Optimismo, y le da un abrazo. ¡Amigo mío!, grita. Optimismo no le corresponde... parece ido. Jil también está corriendo, y se abraza con Orfeo. Orfeo también ha gritado en cuanto le ha visto, feliz.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —dice Optimismo.
—Nos alegra verte bien —dice Luchadora—. ¿Te unes a nosotros?
—Ha matado a Epón... —digo.
Luchadora me mira. Optimismo se aparta de Social, incluso levanta el arma. Luchadora se coloca delante de mí, y empieza a sacar la suya.
—¿Qué hacéis vivos, si vosotros estabais muertos? —dice Optimismo.
—No morimos todos. ¿No lo ves? Nos atacaron, pero solo acabaron con la mitad.
Oírlo decir a Luchadora es aún más duro. En el fondo, tenía la esperanza de que todo lo que había dicho Dante fuera mentira. El amigo de Mentes le ha hecho una pregunta, pero no me he enterado, por suerte Luchadora la contesta. He sentido cómo la sensación de hormigueo se va casi del todo, y el collar señala a mi tía. El hombre barbudo aplaude, mirando hacia arriba, pero no sé si es por eso. Optimismo sigue confuso, camina hacia la izquierda, luego hacia la derecha... y así.
—Pero... —dice—. ¡Pero yo lo vi! ¡Cómo la niebla engullía la casa hecha pedazos!
—Estamos aquí, a tu lado, amigo —dice Social—. Queremos ayudarte.
—¿Y Dante no va a pagar por sus pecados? —pregunta, aún confuso.
—Lo hará —dice Luchadora—. Y de todos modos, hay una posibilidad de devolver a la vida a las mentes muertas, cuando destruyamos a Los Creadores.
¿Una... posibilidad? Golpeo a Luchadora, y le pregunto sobre esa posibilidad. Ella me dice que es muy largo.
—¡Sé cómo podríamos resucitarlas! —digo, y señalo la torre—. ¡Si coloco la gema ahí mismo, podré entrar en el mundo de los muertos! No hace falta matar a Los Creadores.
—¿Eso es verdad? —dice.
—¡Sí! Puedo entrar allí, he visto un mapa. Sé cómo llegar al lago, y al templo.
—¿Sabrías volver?
—Creo que sí.
Me sacude, tensa.
—Sí, podría volver —digo—. De verdad.
Luchadora se pone muy recta, y se estira. Susurra a Stille para que vigile a Optimismo. Camina hacia dentro, yo la sigo, pasamos de largo a Jil, que le está haciendo preguntas a Orfeo, pero Orfeo me está mirando a mí. Cuando aparecen enanos armados con escopetas que vienen de la forja, Energía extiende su esencia verde y se las quita todas, a todos. Yo retiro aún más la alfombra, que aún tapaba parte del dibujo, y coloco la gema en el centro. Encaja... a la perfección. Los círculos concéntricos se iluminan de azul y blanco, todos retrocedemos. Los enanos corren hacia la forja. También se iluminan varias líneas, en las paredes. Escucho un sonido vibrante, luego un estallido. No sé qué pasa... pero de la nada aparece un portal justo encima de la gema. Es un camino negro, rodeado de arbustos negros. El cielo es negro, y rojo... hace frío. Ni un solo ruido sale de ahí dentro...
Se escucha un estruendo fuera, pero no es de la torre. De la nada, unos tentáculos morados han aparecido. La torre se sacude.
—Es Miedo —dice Luchadora.
Me coge de la cintura, me arrastra y me lanza hacia el portal, tan fuerte que casi no aterrizo de pie. Tal como lo cruzo, dejo de sentir el aire, el sol, y cualquier rastro de hormigueo que tenía antes. Miro atrás. Orfeo cruza el portal y camina hacia mí, Luchadora está en la puerta. Jil aparece también.
—¡Hijo mío! —grita.
—Quiero ir con ella, papá —dice Orfeo—. Te quiero.
Jil se opone, también va a cruzar, pero Luchadora le retiene.
—¡Id los dos, deprisa! —dice—. ¡Os mantendremos el portal abierto!
—¡Por favor! —le digo—. No matéis a Dante, por favor. Hay más formas de hacer justicia. Él es bueno, en el fondo.
Lo último que miro del mundo real son los ojos morados de Luchadora. En el mundo oscuro, camino recto, para que Luchadora no me vea dudar, en un mundo en el que mis pisadas es todo el ruido que oigo, las mías y las de Orfeo, también el ruido que hace la cadena de sus esposas. Cada piedra que se mueve, es como si su sonido se fuera al infinito y volviese en forma de eco instantáneo. He olvidado el camino correcto. El suelo, color ceniza. El cielo, negro absoluto y rojo como sangre. No veo bien el camino. La hierba que nos rodea está marchita. Aquí no existe Mentes, porque por más que miro más allá del cielo, no veo nada. No hay un más allá del cielo, no hay... nada. Orfeo me coge la mano, y me sonríe. Empiezo a tiritar, me siento perdida, me falta el aire... pero él me ha sonreído. De una manera tan cálida, que puedo continuar.
Pegaso vuelve a saltar con otro chasquido, veo la torre por el rabillo del ojo, y me suelto, casi por instinto. Antes de que toque el suelo, Pegaso ha desaparecido de nuevo. Sé que estoy tumbado en la arena suave de la playa. Sé que el frío que noto en el pie derecho es el agua del mar. Sé que estoy quieto. Pero aún así, en mi cabeza aún me sigo moviendo, aún tengo la sensación de que esta arena me va a llevar a alguna parte, quizá lejos de la costa, y que incluso podría volver a teletransportarme a otro sitio en cualquier momento. He visto el desierto y el bosque Uut, al norte. He paseado por lo alto de una montaña repleta de nieve. Aún estoy mojado por lo que salpicaba una gran catarata que no he visto en mi vida, en un valle cerrado y muy verde. He estado en cuevas, también en tierra muerta y negra, cubierto de niebla morada, y al fondo de ese lugar, me ha parecido ver un palacio derruido, uno que fue claramente lujoso, como los de las películas de detectives ambientadas a comienzos del siglo anterior. Incluso en un cambio de lugar particularmente rápido, me pareció ver una serpiente gigante que nos estaba mirando. Sea como sea, sabía que si me soltaba de Pegaso en el momento equivocado, era hombre muerto.
Me levanto, y miro la torre, en lo alto del acantilado. Por la puerta abierta de la sala de máquinas están saliendo varios cañones, y un tentáculo gigante surge del mar, ya ha escalado el acantilado y ha llegado a enroscarse en la roca. Es morado, es gigante, dos tanques se han girado hacia él y lo están deshaciendo con disparos blancos de plasma, o algo parecido. El tentáculo se desenrosca de la torre y se orienta hacia nosotros, pero está tan desgarrado que se separa. Cae sobre una de las máquinas. Ha hecho temblar la tierra, incluso a mí se me ha separado parte del cuerpo del suelo. El tanque que hay debajo está destrozado.
Menos mal que no me he soltado en el momento equivocado...
Corro hacia la puerta, para eso rodeo el tentáculo muerto gigante, y paso de largo el resto de tanques, que circulan a mi derecha. En la forja, está todo igual de caliente, pero no hay ni un alma en la cadena de montaje. Un tentáculo rompe la roca de una de las paredes y palpa el techo. Hay otro también, cerca de la forja. Paso la puerta abierta del despacho, donde hay un enano con una pistola. Disparo la bengala al techo, caen pedazos de fuegos, y en lo que el enano recompone la vista, ya le he dado un puñetazo que seguro me ha descolocado algún hueso. Incluso sabiendo lo que iba a hacer, estoy medio ciego. Duch está delante, encadenado, diminuto... lleno, lleno de heridas. Me mira. Su cara está hinchada, llena de moratones. Por dios, está para el arrastre... Apenas responde cuando le llamo. Sobre la mesa están las armas. Oigo un ruido, debajo, cuando cojo la espada de Razón. El capataz enano está ahí, escondido. Se ha meado encima. Me mira. Yo le miro a él. No me dice nada, solo me da las llaves y sigue como antes, acurrucado, mirando al suelo. De acuerdo...
Libero a Duch, y ayudo a que se levante. Casi no tiene carne en los brazos.
—Llegas tarde —dice él, sonríe.
—No, perdona. —Yo también sonrío—. Te capturaron demasiado pronto.
Es difícil ayudar a caminar a alguien que mide casi la mitad que yo. Duch coge las dagas y se las guarda en las fundas. Coge aire.
—Ahora por fin podrás hacerte grande —le digo.
—¿Grande? —dice, con voz aguda—. ¿Para qué quiero ser grande? Así soy más ágil, más veloz, más... listo. Mi versión grande es lenta y estúpida.
—¿Y cuál es tu plan, genio?
Me sonríe, pícaro.
—Vamos a robar uno de esos tanques —dice.
Asiento despacio. Me parece un buen plan. Duch casi cae al suelo cuando dejo de ayudarle.
Por más que el plan de Eissen funcione, no quiero irme de aquí sin Orfeo. No está bien lo que le hice el otro día, abandonarle a su suerte en la habitación, porque no lo intenté lo suficiente. Pero está bien, ¿no? ¡Es que no me fío de las palabras de Dante, quiero comprobarlo con mis propios ojos! Él no tenía pulsera de metal, como la mía, pero tenía dos de un material que le impide cruzar la puerta, no sé exactamente qué pasaba con el oro... y ahora que recuerdo, siempre que le he visto fuera de su habitación, llevaba unas esposas gordas. Si quiero sacarle de ahí, tengo que conseguirlas. Debería tenerlas el capataz, ¿no? Recuerdo que había un baúl cerrado con llave en su despacho. Y las llaves, por supuesto, las tiene él.
Se abre la puerta, pero todavía no es hora de comer. Es Dante el que entra, esta vez sí parece más sereno. Los ojos son blancos, el aura blanca, pero se nota que la gabardina ha perdido brillo. Está como... sucia. Como si se hubiera dado un paseo por la cadena de transporte de la forja. Deja la gema en el bolsillo izquierdo, y se sienta donde ayer, esta vez sin arrastrarse. Parece que le cuesta empezar a hablar. Tartamudea, y lo intenta de nuevo.
—Tuve una hermana mayor, y un hermano mellizo —dice—. Mi madre murió dándonos a luz, así que nos cuidaba mi padre. Nos enseñó muchas cosas. Viajamos mucho con él.
Quiero dejar que acabe, sin una sola interrupción.
—A veces, solíamos tener los cuatro el mismo sueño, por las noches. Nosotros no soñamos, así que al principio se nos hizo raro. En realidad estábamos viendo a Mentes, pero entonces no lo sabíamos. Mi padre cambió. Empezó a pegarnos más de lo normal. A obsesionarse con la muerte.
Suspira, con cara de preocupación... Sus ojos blancos no transmiten nada.
—Da igual que nos alejáramos de esta torre, la enfermedad nos iba a seguir igualmente. Necesitábamos medicina, ¡no espiritualidad! —Cierra los puños—. La fiebre se llevó a mi hermano. Fue el que más suerte tuvo.
Me siento más cerca de él, junto a los barrotes, incluso apoyo las mejillas en dos de ellos. Él me sonríe, una sonrisa muy amarga.
—Al día siguiente, Tubán, el Creador azul, nos atacó. Mató a mi hermana... ¡sin que pudiera defenderse!
Después de gritar tan alto, coge aire y se relaja de nuevo.
—Nos persiguieron dos de esos monstruos, porque Arisa, el Creador verde, se unió a Tubán a partir de entonces. Mi padre fue listo, y logró despistarles. Lo suficiente como para llegar a la torre, a esta torre... pero nos estaban alcanzando.
Los dedos le tapan los ojos, pero percibo la angustia por su voz, por el gesto de su boca. Creo que le ha caído una lágrima. Sus brazos, la postura del cuerpo. No parece el mismo que el resto de días. Tiene la cabeza completamente caída. Cuando quita las manos de los ojos, son tan blancos e inexpresivos como siempre.
—Mi padre abrió un portal al reino de los muertos, gracias a esta gema y a esta torre. Me lanzó adentro, sin decirme ni una sola palabra, y cerró el portal, estando él fuera. No he vuelto a verle, Madurez. Los Creadores estaban cerca, pero no sé si le cazaron. —Está llorando—. No les volví a ver... ni a mi padre, ni a mis hermanos. Ni a mi madre. Pese a pasar casi mil años en el reino de los muertos. Solo, en ese lugar hostil. Toda mi vida allí, prácticamente.
Me mira, sin limpiarse las lágrimas. Aspira fuerte, para que los mocos no le caigan.
—Conocí a muchos espíritus, Madurez. Generaciones y generaciones de mentes, aniquiladas por culpa de los Creadores. No podían hablar conmigo, no podía tocarlos, no podían escucharme, porque yo estaba vivo. Pero me contaban sus historias a través de gestos, y yo... no paraba de hablar solo, ¡para rellenar el maldito silencio de ese lugar!
Estiro la mano, pero no llego a tocarle. Quisiera poner la mano sobre su hombro, decirle que le entiendo, que estoy aquí. Que yo puedo escucharle. Él no se da cuenta, porque solo mira hacia la montaña negra de enfrente. Vuelve a aspirar hacia adentro.
—Hace... no sé, algo más de veinte años, a las mentes les atacó un monstruo, y mató a muchos de los vuestros. Eso creó un portal enorme, que se mantuvo el tiempo suficiente para que llegara allí, y pude cruzarlo porque yo estaba vivo. Ni siquiera me despedí de los amigos que había hecho allí. El resto es historia.
—No sabía que habías pasado tanto tiempo encerrado en ese lugar... —digo.
—¿Qué? Conozco el plano de los muertos mucho mejor que el de los vivos.
Vuelve a reír amargamente, pero esta vez la sonrisa no dura, y veo en él una cara triste. Triste, sí, pero también furiosa.
—¿En todo el tiempo que llevas aquí... —digo—, nunca has abierto el portal?
—¿Para qué? ¿Para alertar a todos de que estamos aquí? ¿O para rememorar los recuerdos que me impuso mi padre?
Parte del abatimiento que tenía se convierte en el cuerpo tenso, casi tiembla.
—Tu padre lo hizo para salvarte... —digo.
—¡Me da igual! Envidio a mis hermanos. No llegaron nunca al plano de los muertos, ese lugar frío, y, y... muerto. Y ahora que estoy vivo, tengo un propósito.
—Vengarte.
—Acabar con cada uno de Los Creadores, aunque para ello deba morir.
—Eso podría no ser bueno para Mentes... —digo.
Él me mira.
—Prefiero un coma, o que Mentes viva vegetal toda su vida, ¡antes que saber que Los Creadores están vivos y siguen, mil años después, impunes por sus crímenes!
No sé qué contestar a eso. No soy nadie para saber cuánto son mil años y cuánto dolor y soledad ha tenido que soportar. Mil años de odio cambian a cualquiera.
—Dante —le digo—, tú eres mucho más que los mil años que has soportado allí.
—Gracias, pero te equivocas. Yo no soy más que los años que he vivido allí. ¡Mírame! Soy una mente fuera de tiempo y fuera de lugar.
—Eres bueno, en el fondo... —digo.
—¿Después de lo que he provocado, dices que soy bueno?
—Tú puedes saber mi esencia con mirarme a los ojos. Pero yo sé que no quieres esto cuando miro los tuyos.
—¡Mentira!
Se levanta tan fuerte que da dos pasos hacia delante, desenvaina la espada y el aire silba grave cuando la mueve, y el viento que arrastra me da en la cara, aunque estoy lejos. Luego se gira hacia mí.
—¡Yo quiero esto! —grita—. ¡Cada cosa que ha pasado, la prefiero antes que volver a vuestra casa estúpida, jugando a vivir tranquilo mientras el mundo se cae a trozos! ¡Y cuando mate a Los Creadores y me convierta en dios, reviviré a esas máquinas de nuevo para matarlas mil veces!
—¡Muy bien! —digo—. Seguro que vives así más tranquilo, mintiéndome sobre las mentes y jugando conmigo para que me ponga a tu favor. Seguro que eso es lo que más te encanta.
—Sí, bromea, Madurez —dice—. Cuando las mentes ataquen y sean mis prisioneras, tendré que sacarte bastante sangre. Te necesito para derrotar a Miedo. Seguro que ahí dejas de reírte.
Golpeo el barrote de la celda. Arriba, suena el timbre en casa de Mentes, y su madre no está. Seguro que es su amigo, el que dijo que vendría.
—¿Por qué me necesitas contra Miedo? —pregunto.
Dante gruñe, y envía a Mentes a su cuarto, lo tumba en la cama, incluso Mentes gruñe. Llamo a Dante, pero no me contesta. Vuelve a sonar el timbre, Dante grita al cielo, y esconde a Mentes debajo de la almohada.
—¡Ábrele! —le grito—. ¡Mentes necesita ayuda!
—No. Yo no necesito ayuda.
La puerta se abre, aparece Eissen, que entra en el cuarto. Mira a Dante cuando se retuerce de ira.
—Señor, el timbre —dice Eissen—. Ni se le ocurra contestar.
—¡Largo de aquí, Eissen! —le contesta.
El timbre vuelve a sonar, y Dante grita tan fuerte que incluso Mentes lo hace. ¡Vete!, escucho más allá del cielo, y Mentes mueve el brazo hacia atrás. Eissen me mira, y me guiña el ojo de forma sutil. Vale... vale. Necesito hacer algo.
—Ya está bien de gritos, Dante —digo
Dante, le llamo. Pero él sigue gritando.
—¡Dante!
Se calla por fin, y me mira. Eissen se acerca a él sin hacer ruido, pero no puedo mirarle a él.
—Para ya de llorar y retorcerte como un gusano —digo—. Si quieres mi sangre, tómala, pero con la condición de que dejes libres a las mentes.
Eissen desliza su mano en su bolsillo derecho.
—¿No lo entiendes, Madurez? —dice Dante—. He triunfado. He construido doce tanques en un entorno en el que solo hay madera. No soy rival para las mentes. Y si vienen... si vienen.
Suena el timbre de nuevo. Eissen saca la mano de su bolsillo, con el mando que activa la pulsera. Dante está muy quieto...
—Espera —dice—. ¿Dónde están mis vigías?
Se gira rápido hacia la terraza, ve a Eissen, agarra su antebrazo en el aire, tan rápido... Eissen intenta gritar, pero no le sale nada, se retuerce en el suelo, a merced de Dante. Le coge el mando, y lo vuelve a guardar en el bolsillo. Me mira.
—¿Qué estáis intentando hacer? —dice.
De un movimiento, Dante lanza a Eissen contra la pared en la que hace poco estaba sentado, se me escapa un grito. Una pistola cae al suelo, se le ha caído a Eissen. Él se agarra el brazo, con cara de dolor. Dante silba para llamar a Pegaso, y mientras el animal aparece en la terraza con un chirrido, él se agacha. Cuando coge la pistola, Eissen se ha protegido con los brazos. El móvil de Mentes ha empezado a sonar, y Mentes lo lanza lejos.
—Una bengala... —dice Dante—. ¿Por qué no me sorprende? Intentabas llamarles.
Coge la gema azul de su bolsillo, y la hace brillar frente a él. El aura blanca que estalla de su cuerpo llega hasta la celda. Eissen se levanta, despacio.
—Yo no soy una mente... —dice Eissen—, no me puedes someter aún.
—Pero no eres un luchador —dice Dante.
Dante golpea bajo el hombro de Eissen, y le da una patada que le desploma otra vez. Parece que está inconsciente. No, no lo está... aún se mueve. Dante me mira. De sus ojos sale fuego blanco.
—Y tú... ¡tú me has intentado distraer!
El timbre hace varios segundos que ha dejado de sonar. Tengo que contestar ya, Mentes lo necesita. Y nosotros también. Según Dante se aproxima... siento un hormigueo extraño.
No sé qué está pasando. Mentes se levanta de la cama, y se lleva las manos a la cabeza. Descalzo, comienza a caminar, recorriendo el pasillo hacia la puerta. Dante mira la gema, luego, a mí.
—¿Qué estás haciendo? —dice—. ¿Cómo...?
Sacude la gema en sus manos, me mira, pero Mentes sigue caminando. No puedo controlar esta sensación, está fluyendo dentro de mí, pero tampoco quiero que pare. El collar que tengo colgado ha girado la flecha, y no apunta a Dante, sino a mí... Dante deja la gema en el suelo y mete los brazos entre los barrotes, justo cuando Mentes abre la puerta de su casa. Su amigo aún sigue ahí, de espaldas, porque estaba empezando a irse. Se da la vuelta. Los dedos de Dante rozan los botones de mi chaqueta. Mentes está quieto, mirando a su amigo.
—Necesito ayuda —digo.
Esas palabras salen al mismo tiempo de la boca de Mentes. Y el amigo, cauteloso al principio, avanza hasta Mentes y le da un abrazo. Lo abraza con fuerza.
Dante se agarra a los barrotes, y apoya las mejillas en ellos. Ha gritado, y luego... se ha quedado paralizado.
—¿Por qué has hecho eso? —susurra.
Yo me acerco a él, despacio. Le miro a los ojos, desde muy cerca.
—Siento mucho lo que te hicieron Los Creadores, Dante... —digo.
Mi mano se está metiendo en el bolsillo de su chaqueta, y palpo con el índice la esquina del mando. La pulsera toca el barrote más cercano. Mirándole a los ojos, sigo hablando.
—Pero siento mucho más que creas que puedes ser un dios.
Cuando aprieto el botón, la jaula entera crepita y cruje. Dante, que aún me mira, ha abierto mucho los ojos, y convulsiona. Noto cómo una de sus manos quiere separarse de la jaula, nada más que un dedo lo consigue. Continúo pulsando el botón, más, más tiempo, porque no sé lo que se necesita en realidad. Pegaso relincha y galopa hacia nosotros, Eissen aparece y lo intercepta. El caballo salta con Eissen parcialmente agarrado a él, salta otra vez, y con un chirrido hace desaparecer a los dos. La mirada de Dante se pierde. Continúo con el botón pulsado, por si acaso no fuera suficiente, para asegurarme de que no haya sorpresas. La jaula no para de hacer ruidos y no paran de saltar chispas. Una de ellas me alcanza, grito de dolor. He soltado el botón. Le miro, corriendo. Pero Dante no se levanta. Con los ojos cerrados, cae a plomo en el suelo.
Escucho al ruiseñor cantar, solo al ruiseñor.
Rebusco en el bolsillo de Dante. Encuentro unas hierbas, que no quiero saber para qué son, las meto dentro otra vez, y cojo las llaves de la jaula. Abro la puerta y salgo, ¡au! La espalda entera me cruje, hasta el punto de dolerme, sobre todo el hombro. Miro a Dante, necesito un par de segundos para pensar qué hacer con él. Desenvaino la espada y la lanzo por la ventana. Compruebo que tiene pulso, y por suerte sí, bien, menos mal... Le arrastro como puedo hasta meterlo en la jaula, y cierro. Me quedo con las llaves, por si acaso.
La gema está en el suelo. Cuando la cojo, brilla un poco. Bajo las escaleras, y mientras, miro más allá del cielo, donde Mentes llora desconsoladamente en el sofá de casa, y su amigo está junto a él... la flecha del collar aún apunta hacia mí.
Yo... eh... ¿qué es esto?
La isla. El monstruo. Habitación oscura. Un trono.
¡Qué daño! ¡Mi cabeza! Cuando he tocado la parte metálica unida a la gema, he sentido algo. Estoy arrodillada, en mitad de la cocina, han pasado unos pocos segundos, pero siento como si hubieran pasado horas. He visto a Miedo, tomando la isla de Inconsciente. Un bosque brillando en la noche con colores vivos. Una cara, la de una niña que he visto en un dibujo, también a cientos de desconocidos. Y por encima de todo ello, la voz de Erudito. No era su voz, sino una canción, algo que sé que es él, pero no le he escuchado. Este aparato de metal fundido... ¿no es lo que Erudito se construyó en el pecho?
La gema brilla, pero solo cada ciertos segundos. Bajo corriendo las escaleras que me quedan. Me golpeo la mejilla hasta que vuelvo a la realidad por completo. Abro la puerta de piedra que da a la forja, corro pese a los enanos que me miran, corro hasta la habitación de Orfeo, donde le veo con el capataz. Tiene el cuello encadenado a la pared. Miro al capataz, y le apunto con la gema. Al ver su cara, veo siglos de historia que no alcanzo a comprender.
—¡Tú! —le digo—. ¡Ahora estoy yo al mando, así que como no traigas ahora mismo las esposas de Orfeo lo lamentarás!
El capataz se toca el pecho con las uñas, al principio solo retrocede, pero sale corriendo. Miro a Orfeo... tiene unas ojeras terribles. Corro hasta él, y le doy un abrazo, igual que hace Mentes a su amigo ahora mismo, sin parar de llorar. Él me lo corresponde...
—Madurez, ¿qué estás haciendo? —dice.
—Rescatarte. Te lo prometí.
Tanteo con cuidado la llave, hasta que encaja con el collar cruel que lleva Orfeo. Está hecho una porquería... y le veo débil, pero está bien. Una de las telas que le recubre el antebrazo ya se le empieza romper por abajo. Antes de lo que los dos pensamos, vemos correr al capataz con las esposas hacia aquí. Cuando llega, está jadeando... ¡y madre mía si pesan estas cosas! Orfeo las coge como si nada, las coloca en el suelo y pone los brazos dentro, primero cierra una, después, la otra. Con ellas, camina deprisa por la puerta, y la cruza, sin problema. Se gira, y me sonríe.
—Eres la mejor mente de todas —dice.
No puedo responder a ese cumplido, es... demasiado bonito. Solo sonrío, me lleno de aire, y salgo con él de este infierno. Lo último que he visto de la habitación es al capataz, arrodillado en un rincón, temblando. Lo último que veo de la forja es al resto de enanos apartarse de mi camino. Subimos las escaleras, se me están haciendo tan eternas... Nunca las había subido con él. Ahora hay que desaparecer, antes de que Dante recobre el sentido. Llegamos al piso principal, sin guardias, con la alfombra en medio de todo, con la que me he tropezado algunas veces. La cojo, tiro de ella, y veo lo que me ha estado ocultando todo este tiempo. Varios círculos concéntricos marcados, y en el centro, un hueco en la piedra con la misma forma exacta que la gema que llevo ahora mismo. El portal de los muertos, frente a mí. Pero miro al frente, porque Orfeo me advierte de algo.
—Señorita Madurez.
Epón está junto a la puerta. Se acerca, me mira, ve lo que llevo en las manos. Abre los ojos, retrocede.
—Señorita Madurez —dice—, ¿dónde está el amo?
—Me marcho, Epón, esta vez de verdad.
Le muestro aún mejor la gema. Epón también mira a Orfeo, que me está dando prisa por salir de aquí cuanto antes. Tal y como cojo ahora la gema... juraría que la noto palpitar.
—Vente conmigo —le digo a Epón.
Epón no dice nada, solo me mira. Se lo repito, y sonrío. Él baja la cabeza.
—Señorita... no puedo —dice—. ¿Usted ha creado eso de ahí fuera?
¿He creado algo? Cuando entrecierro los ojos, veo que hay algo negro fuera, como si fuera un vórtice de esos de ciencia ficción, pero no me consta que haya hecho eso. No es lo único que aparece, es una figura, ¿estoy viendo a Optimismo? ¡Optimismo! Parece que lleva una lanza...
Optimismo mueve el brazo, y antes de que pueda gritar, del pecho de Epón ha salido una punta afilada. Sale despedido hacia adelante, y cae tumbado, a mis pies, con la lanza que cae poco a poco hacia el suelo.
Grito. Orfeo retrocede. Optimismo avanza. Grito el nombre de Epón, le miro la cara. Epón, digo, él hace una mueca de dolor, y deja de hacerla. No...
Optimismo saca la lanza del cuerpo, me coge la barbilla, y me levanta. Me dice que estoy viva, como si fuera un milagro. Pero ha matado a Epón.
—¿Qué has hecho? —grito—. ¡Era mi amigo!
Optimismo no responde. Me mira, luego mira a la nada, vuelve a mirarme... Vuelve a mirar a la nada.
—¡Optimismo! —digo.
Le golpeo en el pecho, pero él sonríe, y acaricia mi cara. Sonríe aún más. Yo le grito. Él me hace un gesto para que me calle.
—¿Dónde está Dante? —dice—. Tengo que matarle.
—Optimismo, ¿dónde están los demás?
Miro atrás, a Orfeo, que está pegado a la pared contraria.
—¿Dónde está Dante, Madurez? —dice—. Corre. ¿Está arriba?
Comienza a caminar hacia las escaleras, pero me pongo en medio.
—¡No! —digo—. No mates a Dante. ¿Dónde están los demás?
El portal que hay afuera está empezando a hacer ruidos, y es muy, muy negro.
—¡Dante tiene que morir! —dice Optimismo.
Tal como grita, Optimismo parece ido de sí. No es él, no era así. ¿Qué está pasando?
—Optimismo, por favor —digo—. Dime dónde está Luchadora.
—¿Es que no lo entiendes? ¡Todos han muerto! ¡Déjame enfrentarme a él, le mataré!
—No. No han muerto.
—¡Quita, niña!
Me agarra de los hombros para apartarme, yo le doy en la cabeza con la gema, con todas mis fuerzas, luego le empujo. Él me mira, con cara de sorprendido, con una brecha cerca de la frente. Orfeo se coloca a mi lado, y choca las esposas para hacer ruido. El vórtice que hay fuera se abre, y de él aparecen varias personas, varias... esa es...
Veo a Luchadora, y a las mentes que hay detrás, caminando hacia la torre. Luchadora. Las mentes.
Corro hacia ellos, veo cómo se asustan cuando cruzo la puerta, cómo inmediatamente Luchadora enfunda la espada. Con los ojos húmedos, abrazo a Luchadora sin parar de correr, me he hecho daño incluso, y me da igual. ¡Me da igual! Sus brazos están calientes, ya ni siquiera recordaba su forma. Su pelo azul se me mete en la nariz, y ojalá se me metiera mil veces más. Reconozco su olor, las voces de quienes hay detrás, alguien más me está abrazando. Estoy tan apretada a la armadura áspera de Luchadora que me hace daño, y qué bien, qué buen daño. Algunos días pensé que no volvería a verles... ahora es como un sueño.
Cuando Luchadora se separa, la veo sonreír como nunca la había visto sonreír.
—Te he echado de menos... tía —digo.
Ella pierde la sonrisa, casi de forma fugaz, no deja de mirarme con sus ojos morados. Me coge la cabeza con las dos manos, y me planta un beso en la frente, seria.
—Y yo a ti, sobrina —dice—. Has crecido mucho.
En realidad, soy tan alta como ella, ahora. Me giro hacia los demás. Era Stille la que me abrazaba por detrás, la abrazo yo ahora, incluso la levanto en el aire, aunque me moleste su máscara. Al lado de Stille hay una chica que no conozco, negra, con el pelo rojo y rizado, pero esos ojos... Cuando la escucho hablar, y dice me alegro de verte, Madurez, reconozco la voz... es Energía. Le cojo las manos, y sonrío. Detrás veo a Social, que me saluda, muy alegre. Jil está a su lado, también un hombre barbudo que no conozco.
—Madurez, ¿cuál es la situación? —dice Luchadora.
—He electrocutado a Dante con esto. —Levanto el brazo para enseñar la pulsera—. Está en una jaula, pero no sé cuándo se despertará. Eissen está aquí, pero ha cogido a Pegaso y han desaparecido.
Luchadora mira dentro de la torre, donde aparece Optimismo. Orfeo está detrás de él, con los puños en alto. Social coore hacia Optimismo, y le da un abrazo. ¡Amigo mío!, grita. Optimismo no le corresponde... parece ido. Jil también está corriendo, y se abraza con Orfeo. Orfeo también ha gritado en cuanto le ha visto, feliz.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —dice Optimismo.
—Nos alegra verte bien —dice Luchadora—. ¿Te unes a nosotros?
—Ha matado a Epón... —digo.
Luchadora me mira. Optimismo se aparta de Social, incluso levanta el arma. Luchadora se coloca delante de mí, y empieza a sacar la suya.
—¿Qué hacéis vivos, si vosotros estabais muertos? —dice Optimismo.
—No morimos todos. ¿No lo ves? Nos atacaron, pero solo acabaron con la mitad.
Oírlo decir a Luchadora es aún más duro. En el fondo, tenía la esperanza de que todo lo que había dicho Dante fuera mentira. El amigo de Mentes le ha hecho una pregunta, pero no me he enterado, por suerte Luchadora la contesta. He sentido cómo la sensación de hormigueo se va casi del todo, y el collar señala a mi tía. El hombre barbudo aplaude, mirando hacia arriba, pero no sé si es por eso. Optimismo sigue confuso, camina hacia la izquierda, luego hacia la derecha... y así.
—Pero... —dice—. ¡Pero yo lo vi! ¡Cómo la niebla engullía la casa hecha pedazos!
—Estamos aquí, a tu lado, amigo —dice Social—. Queremos ayudarte.
—¿Y Dante no va a pagar por sus pecados? —pregunta, aún confuso.
—Lo hará —dice Luchadora—. Y de todos modos, hay una posibilidad de devolver a la vida a las mentes muertas, cuando destruyamos a Los Creadores.
¿Una... posibilidad? Golpeo a Luchadora, y le pregunto sobre esa posibilidad. Ella me dice que es muy largo.
—¡Sé cómo podríamos resucitarlas! —digo, y señalo la torre—. ¡Si coloco la gema ahí mismo, podré entrar en el mundo de los muertos! No hace falta matar a Los Creadores.
—¿Eso es verdad? —dice.
—¡Sí! Puedo entrar allí, he visto un mapa. Sé cómo llegar al lago, y al templo.
—¿Sabrías volver?
—Creo que sí.
Me sacude, tensa.
—Sí, podría volver —digo—. De verdad.
Luchadora se pone muy recta, y se estira. Susurra a Stille para que vigile a Optimismo. Camina hacia dentro, yo la sigo, pasamos de largo a Jil, que le está haciendo preguntas a Orfeo, pero Orfeo me está mirando a mí. Cuando aparecen enanos armados con escopetas que vienen de la forja, Energía extiende su esencia verde y se las quita todas, a todos. Yo retiro aún más la alfombra, que aún tapaba parte del dibujo, y coloco la gema en el centro. Encaja... a la perfección. Los círculos concéntricos se iluminan de azul y blanco, todos retrocedemos. Los enanos corren hacia la forja. También se iluminan varias líneas, en las paredes. Escucho un sonido vibrante, luego un estallido. No sé qué pasa... pero de la nada aparece un portal justo encima de la gema. Es un camino negro, rodeado de arbustos negros. El cielo es negro, y rojo... hace frío. Ni un solo ruido sale de ahí dentro...
Se escucha un estruendo fuera, pero no es de la torre. De la nada, unos tentáculos morados han aparecido. La torre se sacude.
—Es Miedo —dice Luchadora.
Me coge de la cintura, me arrastra y me lanza hacia el portal, tan fuerte que casi no aterrizo de pie. Tal como lo cruzo, dejo de sentir el aire, el sol, y cualquier rastro de hormigueo que tenía antes. Miro atrás. Orfeo cruza el portal y camina hacia mí, Luchadora está en la puerta. Jil aparece también.
—¡Hijo mío! —grita.
—Quiero ir con ella, papá —dice Orfeo—. Te quiero.
Jil se opone, también va a cruzar, pero Luchadora le retiene.
—¡Id los dos, deprisa! —dice—. ¡Os mantendremos el portal abierto!
—¡Por favor! —le digo—. No matéis a Dante, por favor. Hay más formas de hacer justicia. Él es bueno, en el fondo.
Lo último que miro del mundo real son los ojos morados de Luchadora. En el mundo oscuro, camino recto, para que Luchadora no me vea dudar, en un mundo en el que mis pisadas es todo el ruido que oigo, las mías y las de Orfeo, también el ruido que hace la cadena de sus esposas. Cada piedra que se mueve, es como si su sonido se fuera al infinito y volviese en forma de eco instantáneo. He olvidado el camino correcto. El suelo, color ceniza. El cielo, negro absoluto y rojo como sangre. No veo bien el camino. La hierba que nos rodea está marchita. Aquí no existe Mentes, porque por más que miro más allá del cielo, no veo nada. No hay un más allá del cielo, no hay... nada. Orfeo me coge la mano, y me sonríe. Empiezo a tiritar, me siento perdida, me falta el aire... pero él me ha sonreído. De una manera tan cálida, que puedo continuar.
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Pegaso vuelve a saltar con otro chasquido, veo la torre por el rabillo del ojo, y me suelto, casi por instinto. Antes de que toque el suelo, Pegaso ha desaparecido de nuevo. Sé que estoy tumbado en la arena suave de la playa. Sé que el frío que noto en el pie derecho es el agua del mar. Sé que estoy quieto. Pero aún así, en mi cabeza aún me sigo moviendo, aún tengo la sensación de que esta arena me va a llevar a alguna parte, quizá lejos de la costa, y que incluso podría volver a teletransportarme a otro sitio en cualquier momento. He visto el desierto y el bosque Uut, al norte. He paseado por lo alto de una montaña repleta de nieve. Aún estoy mojado por lo que salpicaba una gran catarata que no he visto en mi vida, en un valle cerrado y muy verde. He estado en cuevas, también en tierra muerta y negra, cubierto de niebla morada, y al fondo de ese lugar, me ha parecido ver un palacio derruido, uno que fue claramente lujoso, como los de las películas de detectives ambientadas a comienzos del siglo anterior. Incluso en un cambio de lugar particularmente rápido, me pareció ver una serpiente gigante que nos estaba mirando. Sea como sea, sabía que si me soltaba de Pegaso en el momento equivocado, era hombre muerto.
Me levanto, y miro la torre, en lo alto del acantilado. Por la puerta abierta de la sala de máquinas están saliendo varios cañones, y un tentáculo gigante surge del mar, ya ha escalado el acantilado y ha llegado a enroscarse en la roca. Es morado, es gigante, dos tanques se han girado hacia él y lo están deshaciendo con disparos blancos de plasma, o algo parecido. El tentáculo se desenrosca de la torre y se orienta hacia nosotros, pero está tan desgarrado que se separa. Cae sobre una de las máquinas. Ha hecho temblar la tierra, incluso a mí se me ha separado parte del cuerpo del suelo. El tanque que hay debajo está destrozado.
Menos mal que no me he soltado en el momento equivocado...
Corro hacia la puerta, para eso rodeo el tentáculo muerto gigante, y paso de largo el resto de tanques, que circulan a mi derecha. En la forja, está todo igual de caliente, pero no hay ni un alma en la cadena de montaje. Un tentáculo rompe la roca de una de las paredes y palpa el techo. Hay otro también, cerca de la forja. Paso la puerta abierta del despacho, donde hay un enano con una pistola. Disparo la bengala al techo, caen pedazos de fuegos, y en lo que el enano recompone la vista, ya le he dado un puñetazo que seguro me ha descolocado algún hueso. Incluso sabiendo lo que iba a hacer, estoy medio ciego. Duch está delante, encadenado, diminuto... lleno, lleno de heridas. Me mira. Su cara está hinchada, llena de moratones. Por dios, está para el arrastre... Apenas responde cuando le llamo. Sobre la mesa están las armas. Oigo un ruido, debajo, cuando cojo la espada de Razón. El capataz enano está ahí, escondido. Se ha meado encima. Me mira. Yo le miro a él. No me dice nada, solo me da las llaves y sigue como antes, acurrucado, mirando al suelo. De acuerdo...
Libero a Duch, y ayudo a que se levante. Casi no tiene carne en los brazos.
—Llegas tarde —dice él, sonríe.
—No, perdona. —Yo también sonrío—. Te capturaron demasiado pronto.
Es difícil ayudar a caminar a alguien que mide casi la mitad que yo. Duch coge las dagas y se las guarda en las fundas. Coge aire.
—Ahora por fin podrás hacerte grande —le digo.
—¿Grande? —dice, con voz aguda—. ¿Para qué quiero ser grande? Así soy más ágil, más veloz, más... listo. Mi versión grande es lenta y estúpida.
—¿Y cuál es tu plan, genio?
Me sonríe, pícaro.
—Vamos a robar uno de esos tanques —dice.
Asiento despacio. Me parece un buen plan. Duch casi cae al suelo cuando dejo de ayudarle.
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Acabo de verla, y tengo que dejarla ir de nuevo. El lugar al que han ido inspira pavor, quietud que hierve, no es para nosotros. Pero ahí dentro están las mentes que nos arrebataron Los Creadores, y podemos rescatarlas. La trampa a su ley, la excepción, tal y como dijo el maestro. Ojalá no encuentre problemas ahí dentro.
Fuera, los tentáculos de Miedo son gruesos, y están intentando derribar la torre. Energía sale y agarra uno de ellos extendiendo sus brazos aguamarina, Social le dispara con el bastón, tal y como ella le indica. ¡Hay que cortar esos tentáculos como sea!, grito. Enfrentaremos a Miedo, aquí, tal y como quería. Escucho ruidos de máquinas a lo lejos, abajo, máquinas pesadas. Voy a salir de la torre, a ver qué pasa.
—¡Luchadora! —grita Jacob.
La figura de Dante aparece al fondo de la habitación, por la puerta abierta que da a las escaleras que suben. Extiende la mano, hacia la ventana. Me está mirando. Jil levanta la lanza, Jacob se prepara, Optimismo ruge cuando entra en la torre.
—¡Dante! —grita.
Yo desenvaino la espada, y le apunto. La espada de Dante aparece por la ventana, y vuelve volando a la mano de su amo. Las últimas palabras de Madurez... ¿Por qué? ¿Qué ha visto en él? Dante dirige la espada a nosotros, en posición de ataque. No puede haber bondad en alguien como él, ¿verdad?
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