19 de marzo de 2020

El hijo menor de Cronos.


Blanco. Intento acostumbrarme a la nueva luz, una mucho más limpia, pero los conos y bastones de mis pupilas se están ahogando, hay blanco por todas partes. El suelo que piso es blanco. El cielo se ha encapotado por una capa de niebla fina y blanca que flota estática, a una altura indeterminada. Todo a mi alrededor es blanco, menos el horizonte, que es algo más azulado. No veo a Luchadora, ni al resto.
Un momento, aquí no hay nadie.

13 de marzo de 2020

Cómo te sonrojas, cuando escuchas las cosas que te mereces...


Eissen sigue tumbado en la hierba, completamente inconsciente. Supongo que, en otras circunstancias, unas que hubiesen mantenido en pie el edificio junto al que estamos, ahora estaría ocupando una de las camas, que ahora están, todas ellas, enterradas entre piedra y ladrillo, junto a piezas rotas de robot y cientos de objetos, personales y valiosos, que habrá que desenterrar cuando la guerra termine. El cuerpo de Eissen, custodiado por Leúa, es lo último que veo antes de entrar dentro del edificio. Imica, arriba, que está haciendo guardia con Optimismo voluntariamente, habla fuerte y no para de preguntar a Optimismo el significado de ciertas palabras, y la última la he escuchado completamente vacía, entendiendo lo que ha dicho pero como si las paredes hubiesen robado toda la fuerza de su garganta. Lo que más se escucha ahora es el resonar de mi bastón en el suelo. La reverberación de cada uno de mis pasos. Optimismo ríe, Imica también, pero para mí, ríen desde la montaña lejana que abre la cordillera del oeste, la que me roba el sol moribundo entre las tablas de la ventana de esta habitación oscura. A veces crujen las paredes, pero no parece nada preocupante. No era la primera vez que Optimismo ríe hoy. Cuando Madurez iba a bajar de la primera guardia de la mañana y Optimismo subía con su plato de comida para hacer la suya de ahora, estuvieron unos minutos hablando, de forma cordial. Casi parece otro.

3 de marzo de 2020

El palacio de Circe.


Si hace un par de meses me hubieran dicho que podríamos recuperar El Círculo, una posibilidad real, no les hubiese creído. La idea se convierte en pasión cuando pienso en Bhimani y en lo que hizo por mí, pero dentro hay algo, está dentro pero también lo envuelve, lo convierte todo en gris, la pasión se agrieta. Cuando miro arriba, al acantilado que está junto a la pinza gigante de rocas, tan cubierto de niebla... busco algo que no encuentro dentro de mí. Pero tampoco lo encuentro en ese acantilado. Un asalto, ¿eh? Con Dante y Madurez, podríamos hacerlo. La arena roja cada vez está más cerca, y pronto llegará el momento de saltar. ¿Y las explosiones? A veces oigo ruidos del pueblo, Dante desbocado, Madurez lejos de mí... ¿cómo va a domar a esa bestia, a estar a salvo cuando se enfrente a toda la ira de Miedo, si no la enseñé a combatir lo suficiente? Debería haberlo hecho. Debería haberle dicho que era su tía desde que empezó a entender nuestro lenguaje, tendría que haberla acunado en mis brazos en vez de Servatrix, y despertarme yo cuando lloraba por las noches. El vacío que rodea a la pasión agrietada por recuperar El Círculo se hace más grande. Ahora es cuando estoy preparada para cuidar de Madurez, para volver atrás y hacer que mi hermana se sintiera orgullosa. ¿Por qué no antes?