28 de enero de 2020

Noche de fiesta.


La patrulla pasa. No parece que vaya a dar media vuelta pronto. Los tres, ocultos detrás de los matorrales, ocultos también de la luna, esperamos la señal de Eissen de que ya no hay peligro. No se nos oye ni la respiración. El cadáver del cuervo me mira desde abajo, desde los huesos... hay muchos por aquí. Animales muertos que nunca han sido enterrados, ni recogidos, ni aprovechados por otro animal carroñero, porque también han muerto, hasta la tierra que crece aquí es estéril, malsana, lo veo incluso de noche. Morirían, supongo, cuando Miedo tomó esta parte de la isla, y apuesto a que fue poco tiempo después cuando descubriría, atónito, que el cerebro de un cuervo no aguanta la pesada carga de un ser milenario.

18 de enero de 2020

Una chispa, ¿o una excusa?


El estallido de la puerta al cerrarse nos ha dejado despiertas y desorientadas. No hay nadie en la casa. El aire frío de la noche la ha estrellado contra el marco en un arrebato, que sé que no va a dejarme dormir hasta que amanezca. El sueño que estaba teniendo era muy placentero, no lo recuerdo del todo, imágenes. La lluvia golpeaba un porche de metal, en una casa en el campo, como la de aquí, pero construida hace poco. Todas las mentes controladas por Miedo así seguían en el sueño, sólo estábamos Madurez y yo, pero estábamos tranquilas, en un mundo en el que Miedo no quería controlarnos. Había una foto en la pared por cada miembro de la familia que habíamos perdido, pero no les llorábamos, sino que les dábamos las gracias por el tiempo que compartieron con nosotros. Ojalá poder vivir así. Saber que seguirán vivos y que no les recuperaremos cambia las cosas. Además, yo estuve allí, formé parte, vi cómo se iban sin poder hacer nada, y aquí sigo, mientras ellos ya no. Hay cientos de kilómetros entre ese sueño y yo, ahora mismo. Pero es la idea, ¿no? Intentar construir una casa, en algún lugar recóndito entre las montañas. Ver qué podemos hacer por Mentes desde la sombra, cualquier cosa.

10 de enero de 2020

Lacrimosa. Mi niña.


Salimos de la cueva ya de mañana, aparecemos en la orilla pedregosa de un río que parte una colina en dos mitades, y nosotras en el centro de la grieta. Bordeamos una de las mitades, subimos por ella. Cada paso duele. Ella carga con la mitad de mi cuerpo. Nos elevamos poco a poco sobre las flores marchitas que dejamos atrás, después de haberlas pisado. Estamos en el centro de la gran llanura que hay en el oeste de la isla, en las únicas colinas escarpadas, a kilómetros de cualquier otra cosa. La vista es bonita, pero sólo hay un color, y desaparece pronto entre la niebla. Cada paso me duele. Hay casas en lo alto, desde las que se podría ver toda la llanura, si no fuera por la niebla densa y fría. Las montañas, al oeste y al este, son formas oscuras y desdibujadas. El sol no parece redondo. Dos puentes caídos unen las dos mitades de esta colina escarpada, un pueblo de casas rotas que debió vivir aquí hace siglos. Una casa aún sostiene su techo. Madurez gruñe cuando recoloca mi brazo sobre ella, luego abre la puerta vieja y agujereada. Casa vacía. Hay mantas a la izquierda que cubren algo muy voluminoso que ocupa gran parte, restos de utensilios podridos y oxidados a la derecha, restos de cerámica, y en la esquina, dos cadáveres, huesos. El esqueleto más pequeño abraza aún al grande, pese al tiempo, los dos mirando hacia aquí, hacia la puerta. Los Creadores debieron haber venido, y el padre se interpuso entre ellos y su hijo. Siempre la misma historia. Sus huesos entrelazados. Los Creadores ni siquiera estaban infectados por Mal cuando hicieron esto. Es difícil decir cuáles de todas las esquirlas caídas del yeso de las paredes fueron las que saltaron con sus disparos.

7 de enero de 2020

Uróboros.


Paramos los jabalíes enfrente del pequeño muro que separa la estepa de la parcela de El Círculo. No hay guardias, ni defensa de ningún tipo. Ni rastro de los exploradores. La hierba aquí no es amarillenta, sino morada, y la niebla es muy intensa, oscura. Stille me mira, y no hace falta que me diga nada más, ya sé que llegar hasta aquí ha sido demasiado fácil. Bajo de la montura y me reúno con Madurez pronto, aprieto su lanza contra su cuerpo y le pido que no se separe de mí, bajo ninguna circunstancia. Ella asiente, con esos iris amarillos que reflejan el brillo rojo de los míos, también el atardecer discreto del sol, a punto de ponerse por el oeste y muy mitigado por la niebla. No hay nadie en los alrededores, tampoco asomados en las ventanas de la mansión, por eso reúno a todos en un corrillo. Nos abrazamos todos.

6 de enero de 2020

Familiar y personal.


La mañana aquí está siendo fría, pero más allá del cielo hace mucho calor, y Mentes está sudando. Cierro la puerta de su casa con la pierna, y, con cuidado para no romper los huevos, dejo con cuidado las bolsas encima del banco de la cocina. Saco las cosas y las voy guardando en su sitio, menos los productos de limpieza y los que van para el baño, que los dejo en una esquina. Abro con cuidado el cartón de los huevos y, uno por uno, los voy dejando en los huecos que hay para ellos en la nevera, siempre comprobando que no se caigan, porque a Helena le gustan los más grandes y los agujeros son estrechos y están muy juntos. El ruido de la nevera cuando tiene la puerta abierta es excesivo, está colmándome la paciencia. Me está poniendo difícil que esta vez lleguen todos enteros a su sitio.