13 de septiembre de 2018

Canción para una madre.


El aire frío azota los sauces. La hierba queda plegada y sometida a la dirección única del viento, hacia el noreste, una zona seca, más allá del bosque, que no hemos llegado a ver. Los diferentes aparejos y cacharros que guardaba el viejo fuera golpean la pared de forma caótica. El aire también revuelve el pequeño huerto más allá del río, cuya verdura aún no ha madurado. El río es el único que permanece inmutable en toda esta locura, el río y también el cielo, gris homogéneo. Siento frío, por más que me froto los hombros. No hay cantos de pájaros a lo lejos, el viento lo ha callado todo, y él es el único que silba en todo el valle. El valle es suyo, él lo gobierna, todo, salvo a Stille. Permanece recta, impasible ante la fuerza del aire o la temperatura, sus ropas parecen velas blancas y rojas, su pelo una bandera que ondea. Está lejos. Lo único irreductible. Ella nunca perteneció a nadie, y mucho menos al viento. Ya la hemos llamado, pero no viene, quiere llorar a Sombra, enterrado junto a Bhimani, los dos a los pies del sauce rosa.
Creo que es algo que necesitábamos. En la tierra removida en la que ahora descansa el anciano también está la tumba de Afrodita, de Razón, Susurro, Servatrix, de Defensor... de todos. Y en la de Sombra, también está la de mi Hércules, la de todas las monturas que han muerto. En esos pequeños tramos de tierra, hay acumulada mucha muerte a la que debíamos honrar.
Jacob vuelve a llamar a Stille, pero ella ni se gira, sigue ahí parada, mirando la tierra de su Sombra. Una sacudida de aire alcanza a agitar las paredes de la casa. La Señorita Lorraine gruñe fuera, pegada como está a la pared donde menos sopla el viento. Yo empiezo a toser, y por querer parar pronto, me he hecho daño en el pecho.

—¿Qué vamos a hacer? —dice Jacob.

Ninguno respondemos, ni siquiera yo. Me obligo a hacerlo, pero no puedo. Quisiera tener una respuesta firme, saber que vamos a atacar y a extraer con éxito a Madurez. Pero ahora que Dante sabe que vamos, debe tener el paso muy vigilado. Y ninguno de nosotros, salvo Energía, pudimos plantarle cara. Acabó con todos con un barrido de su magia.
Por otro lado, mi espada demanda sangre.
No importa si atacamos sin cabeza o esperamos tres días a que Dante nos asfixie, el resultado acaba igualmente en combate. Podría haberlo conseguido, el rubí, el que ahora intenta comunicarse conmigo, me susurra, me dice cosas que no entiendo y noto cómo esparce sus tentáculos en mi cabeza. Podría haberlo dominado. Bajo las hojas rosas del sauce, junto a Stille, hay un montículo de tierra con los restos de mi maestro. ¿Cómo creías que iba a acabar esto? Eso dijo. ¿Cómo creías que iba a acabar esto?
Yo... no lo sé. Solo quería controlar mi poder. Descubrir mi lugar en todo esto.
Cierro la puerta de madera. El aire ya se detiene, y deja de hacer frío. Me abro paso entre Jacob y Social, me agacho para recoger las partes de la armadura y dejarlas sobre la cama, junto a Energía, que me mira en silencio. Sobre la tela azul que me prestó el viejo, comienzo a colocar, pieza por pieza, las diferentes partes de la armadura de cuero. Ahora la siento diferente, pero, al mismo tiempo, es la misma de siempre, la que tantas veces me ha acompañado. Estiro los brazos, las piernas. En el fondo, la echaba de menos.

—Luchadora —me dice Jacob—. Es momento de que tomemos una decisión.
—Quiero continuar —digo—,  pero no quiero que nos descubran, ni que nos derroten como ayer.
—¿Jil sigue allí?

Miro lejos, como si las paredes de la cabaña fueran invisibles.

—No lo sé —digo—. Supongo que no se ha movido.
—Luego volveré a hablar con él —dice.
—¿Entonces vamos a hacerlo? —Energía se inclina hacia nosotros desde la cama.

Cuento con Energía, Stille y Jacob. Con Jil no creo que pueda contar. Con Social... Tiene en sus manos el bastón de Afrodita, y puede hacerlo funcionar, pero no me fío. Somos demasiado pocos. Preparo la armadura de Stille sobre la cama, cojo la máscara que le protege la boca y salgo con ella de casa. Silbo a Stille, entonces ella me mira, y se la enseño. Noto cómo se estremece desde aquí, y vuelvo adentro, esta vez no cierro la puerta.

—Repasemos nuestras opciones —digo a todos—. Si nos quedamos los tres días, es para doblegarnos a los planes de Dante.
—Voto en contra —dice Jacob.
—Igualmente yo, Luchadora —dice Energía.

Social levanta la mano, temblando, y también dice que no, con la cabeza y los brazos. Miro hacia afuera, donde Stille está llegando. Cuando cierra la puerta, Jacob le habla sobre la votación. Ella entonces despliega un kunai en su mano, y lo clava en el suelo. Vale, estamos de acuerdo.

—Pero queremos a Madurez viva, todo esto es por ella —digo—. Si vamos, seguro que nos descubrirán.
—No tiene por qué, Luchadora —dice Energía—. Antes de fallecer, en medio de una de mis meditaciones, Bhimani y yo hablamos sobre Inconsciente.
—También habló conmigo sobre él —digo—. Me dijo que Miedo le tiene cautivo. ¿Qué pasa?

Energía se levanta. Sus iris verdes hacen un barrido por todos nosotros.

—Existe una manera de invocarle —dice.

Me acerco un poco a Energía. Ella se echa el pelo revuelto detrás de la oreja.

—¿Cómo...? —dice Jacob—. ¿Es eso posible? ¿Como si fuera un fantasma?
—Se necesita una marca en su isla y otra aquí —dice Energía—. Ya envié ayer unos pájaros hacia allí.
—La última vez que fuiste a esa isla mataron a tus animales —digo.
—Bhimani me ha enseñado a abrir mi mente —dice—, aceptar mis temores, mi fragilidad. En cuanto llegue a la isla, tomaré control de todo lo vivo que haya a la redonda, y restauraré una de las runas que Miedo ha destruido. Si mata a mis animales, poseeré sus cadáveres. No me expulsará fácilmente de esa isla.

Jacob y yo nos miramos. No sé qué estará pasando ahora por su cabeza. Aunque Inconsciente tenía el poder de abrir portales... ¿no?

—Quieres que Inconsciente nos teletransporte a la torre —dice Social, que se toca la cabeza.
—Así es, Social —dice Energía—. Esquivaríamos el paso, las antorchas, los vigías. Nos colocaríamos frente a Dante.

Inconsciente solía aparecer y saludarnos, de vez en cuando. Nunca me gustó. Una figura enigmática, inexpresiva, que ignora las leyes de la física. Me cruzo de brazos.

—Das por hecho que Inconsciente nos ayudará —digo—. Es un rehén. Los pájaros que envió hace tiempo frente a la casa... No. No me fío de Inconsciente.
—No puede no acudir a una llamada, Luchadora —dice—. No garantizo que nos vaya a ayudar, pero deberíamos intentarlo.

Miro a mi pequeño equipo. Tenemos muchas cosas por las que luchar.

—Si aparecemos en la torre, tendremos que ganar esa batalla. —Miro a todos, que me están mirando a mí—. ¿Estáis preparados?

Todos asienten.

—¿Cuándo lo hacemos? —digo.
—Mañana es el día idóneo, Luchadora —dice Energía—. Si nos negásemos en rotundo a sus exigencias, atacaríamos hoy, y si no lo tuviésemos tan claro, atacaríamos el tercer día. El mediodía del segundo nadie se espera un ataque. Nos da tiempo para planificar, y estaré más que preparada para adentrarme en la isla de Inconsciente.

Energía mira hacia arriba, y se toca la barbilla con los dedos.

—Y, si Inconsciente no colabora —sigue diciendo—, tendríamos treinta horas para llegar hasta la torre.

Sea pues. Golpeo los hombros de Stille y Energía porque son las que tengo a mis lados, las aprieto contra mí para formar un círculo. Jacob ayuda a Social a cerrarlo, porque no se había enterado... Me inclino hacia adelante, y respiro hondo. Le digo a Jacob que vaya a hablar con Jil, para convencerle de que vuelva a confiar en nosotros. Energía volverá a la meditación, para hacerse todavía más poderosa, y Stille y yo entrenaremos un último día juntas. Agarro las cabezas de Energía y Stille, y las aprieto contra la mía. Después, Stille se separa y comienza a cambiarse de ropa, Social vuelve a sentarse, y Energía comienza a meditar encima de la cama. Respiro profundamente... por fin vamos a hacerlo.
Bhimani murió para darnos toda esta información, pero no quiso acabar de entrenarme. Espero que tuviera razón, y logre estar a la altura sin la fuerza del rubí. Ha sido un camino muy largo, lleno de muertos... Pero no hago esto por los muertos, todo lo contrario. Los muertos lo están para que pudiéramos cumplir con esta misión, esto no es una venganza, es un rescate. Quizá hice mal por dejar que fuera Susurro la que salvara a Stille en lugar de ser yo, o dejar morir a Razón, pero estoy aquí, ahora. Por Madurez.
Palpo sobre mis bolsillos, hasta que noto un tacto algo más mullido en el costado. Con mucho cuidado lo abro, y comienzo a sacar un pequeño cuaderno, frágil, prácticamente deshecho. Con cuidado... En la portada, aún puedo leer el título. Para Madurez. Y abajo, deslucida e irreconocible, la firma de Erudito. Lo escrito entre las páginas apenas puede entenderse, la tinta se ha corrido en algunas partes, pero... puedo hacer un esfuerzo por entender.

Hola, querida Madurez. Durante mis últimos años de investigación, me he... me he... interesado por el auge de Miedo. Su poder es extremadamente curioso, es como un veneno, es tóxico, y todo lo... todo lo corroe. Aunque me dé coraje decirlo, siento miedo por su presencia. No es algo que se pueda detener así como así, Miedo es sólido, es líquido, y es gaseoso. Lo es todo.
Sin embargo, llegué a la conclusión de que una fuente de poder como la piedra que dejamos en nuestro antiguo palacio podría tener parte de las respuestas. Me equivoqué. Conforme seguí investigando y teorizando, llegué a la conclusión de que esa piedra es una llave a un poder superior, y que no tiene parte de las respuestas, sino todas las respuestas para la destrucción de Miedo. Esa llave es la clave para su derrota.
Como sabrás, me estoy muriendo. No es una... no es una... viejo... ah. No es una sorpresa porque soy viejo, pero necesito que tú continúes la investigación. Eres la más joven entre nosotros, aún puedes sustituirme. Si aprendes a dominar la llave, salvarás este mundo viejo y podrido. Hoy he mandado a Luchadora y a mi hermano a buscarla, así que pronto la tendremos para comenzar los estudios perti... pertinentes.
Madurez, hoy he descubierto que una de las mentes me ha estado envenenando con radiación durante los últimos meses. No sé quién puede ser, porque es una clase de radiación que no había conocido nunca, pero me temo que tu reto ahora se ha acrecentado. Confío a Luchadora, Servatrix y a mi hermano tu custodia y tutela. Ellos velarán por ti y darán su vida para que cumplas con tu misión. Te lo garantizo.

Paro la lectura para respirar con fuerza, me cuesta leer... Erudito no sabe cuánto de verdad hay en todo esto. Energía me pregunta qué pasa, pero yo le digo con un gesto que se lo diré luego. Stille ya se ha ido a entrenar. Miro el cuaderno. Espero no fallarte, viejo amigo. Sabes que daré mi vida por esa muchacha. La letra a partir de aquí se vuelve aún más temblorosa que antes, por lo que es casi irreconocible, así que comienzo a leer despacio y con más cuidado.

Dentro de poco, vas a tener que aprender todo lo que te falta para poder estudiar esta llave, Madurez. Me está enseñando muchas cosas, pero no te preocupes, porque lo estoy guardando todo en el códice electrónico que hay en mi pecho, así que cuando me vaya, voy a poder seguir enseñándote. Pero he descubierto algo, mi teoría inicial era la correcta. La llave no supone todas las respuestas, sino solo parte de ellas. He estudiado tu sangre personalmente, y, según mis suposiciones, tienes un poder compatible con la piedra.
Lo que significa que procedes de poder puro. Debes hablar con Razón y con Luchadora sobre tus orígenes, pídeselo de mi parte cuando me haya ido. Pero eres la elegida. Lo sé, como que en.

Como que en primavera aparece el vencejo. Puedo acabar la frase de Erudito sin que él la haya tenido que escribir. Sus últimas palabras escritas... y son increíblemente útiles para nuestra supervivencia. No lo diré en voz alta, Erudito, pero gracias. Si estás en algún lugar, viéndonos... gracias. Como siempre.
Le doy la carta a Energía, me levanto y me dirijo hacia Jacob, que ya me está mirando.

—Necesito que hagas algo por mí —digo.
—¿Qué es?

Debajo del pequeño escritorio de Bhimani encuentro rollos de papel. Será cuestión de tiempo que encuentre tinta y pluma.

—Manda un pájaro donde Energía vio a Madurez para que le lleve esta carta. Que nadie lo descubra.

Jacob asiente despacio, sale fuera, y silba muy fuerte.

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Por más horas que pasen, el metal sigue enfriando mis manos, hasta el punto de hacerme daño. Me duele la espalda, sobre todo en el lugar que mi camiseta no llega a cubrir hasta mis pantalones. El sol gris no ha iluminado la sala en todo el día, solo hay aire frío. Por más que arrastro la manta con los dedos hasta que la he aplastado con los dos lados de mi cuerpo, no puedo entrar en calor, no puedo si mi espalda aún toca el metal. Si me quito la chaqueta de la nuca, quizá acabe por entrar en calor... pero entonces se enfriaría mi cabeza. Intento contar las manchas que hay en el techo, pero paro, al tercer intento. ¿Cuántas llevaba? ¿Cuarenta y siete? Me da igual ya, no quiero seguir contando. No contaré más. Una motecilla canta cerca de donde estoy, probablemente en el árbol más cercano a la torre, desde donde se escuchan mejor. Antes he oído gaviotas, pero ya se deben de haber ido.
Cuando rozo la pulsera con el dedo, me he llevado un buen susto, tanto que estoy colocándome la manta de nuevo por el lado izquierdo. La vuelvo a tocar, poco a poco. Juraría que ahora no me da ningún chispazo. Abajo caí inconsciente, mientras corría de esas abominaciones. Las tengo ahí, en mi cabeza, los ojos negros, sí, pero sobre todo esa boca grande y llena de dientes. Los gritos. El olor a pescado podrido.
Sé que me desmayé delante de esas criaturas. Me llevo una mano al pecho, y la otra, a la parte baja de la tripa. Me siento frágil incluso ahora, en parte. Por otro lado, también me siento agradecida, porque sé que Dante me sacó de allí, recuerdo destellos blancos y azules, me parece que cargó con mi cuerpo al hombro, en algún momento.
¿Y por qué iba a sentirme agradecida? Él me electrocutó. Quizá esté viva por él, pero viva en una jaula. Golpeo uno de los barrotes... bah. ahora me duele el hueso del meñique, me tengo que volver a colocar la manta, y encima el golpe no ha hecho ruido. Escucho el canto de una cotorra, no, más de una. Libres. Con alas para volar lejos y decidir a dónde ir.
Suspiro. Al menos, Orfeo está bien. Cuando Dante me lo dijo, antes de irse esta mañana, algo se me quitó dentro del cuerpo, es como lo que Mentes decía, esa expresión, que se había quitado un peso de encima. Pues es verdad. Con tanto disparo, tanto caos, yo ya pensé que habrían matado a Orfeo, y no lo pensé al principio, qué va, si no me hubiera quedado con él... Es algo que quedó en mi cabeza sin que me diera cuenta. No. Soportar que Orfeo muriera por mi culpa... de verdad se me ha quitado un peso de encima.

La puerta se abre, no es Dante, sino Epón. Me mira serio, con cara tristona, más que enfadada, y entrega la bandeja con mucho cuidado. Abre la puerta pequeña, y pasa por ahí la comida, de nuevo en la cárcel. Me acuerdo cuando estiré de su mano, para huir. Sonrío, no sé bien por qué, pero recuerdo cuando él era el malo, un monstruo horrendo y siniestro, cómplice de Dante.
Lo siento, dice Epón, casi no puedo oírle. Se gira rápido y se va, apretando el paso, yo le llamo, pero no responde, cierra la puerta detrás de él. Otra vez huevos, revueltos y mezclados con una verdura que no había comido en mi vida, los pincho y levanto con el tenedor, dudando un poco. Llevo un pedazo minúsculo a la boca. En realidad... no están tan mal. Entonces empieza a cantar ese otro pájaro, ese del nombre que no me salía hace tiempo, es un ruiseñor, ¡eso es! Un ruiseñor. El del canto bonito, lo he adivinado.
Pía otro pájaro que no conozco, demasiado cerca de mí. Intento asomarme fuera de la celda, hasta que me quema la mejilla del barrote frío, y le veo ahí, gris y blanco, tan cerca, tan inocente, y taaaan mono... Es como si una paloma blanca hubiera tenido un hijo con un loro gris. El animal también se está asomando, curioso y tierno, me está mirando. Yo le saludo, sonriendo, mientras dejo la bandeja de comida a un lado. Pía, de forma cálida, simpática, y entra dentro de la sala. ¡Tiene una cola larga y emplumada! Quisiera comerlo a besos. Da saltitos por la piedra, se está acercando a mí. De hecho... va directo hacia mí. Pongo las manos para cogerle, pero da un rodeo, y se cuela entre los barrotes de la jaula. Empieza a rascarse la pata, ahí veo un papel pequeño atado con un cordel. El corazón me ha dado una especie de vuelco. Voy a deshacer el lazo, lo más deprisa que puedo y sin molestar al pájaro, pero estoy fallando. Intento tranquilizarme, para deshacer el nudo bien tengo que estar calmada. Ahora el otro dedo coge el otro extremo... Ya está. Cojo el papel y empiezo a desenrollarlo con cuidado, está al revés. El pájaro sigue conmigo. La letra es tan pequeña que casi no puedo leerla.

Madurez, soy Luchadora. Estoy con un grupo de mentes al otro lado de las montañas. Necesito que.

La puerta se abre de pronto, yo pego un bote, el pájaro sale volando hacia arriba. Eissen dispara algo, una red, que sale disparada hacia donde estoy, pero encima, y la escucho golpear contra la pared. Cae en el techo de la jaula. Eissen se queda quieto, con el arma encajada en el costado, sonriente. Yo guardo la carta en el bolsillo trasero del pantalón. No la he acabado.

—Son efectivas las herramientas de estos enanos, ¿verdad? —dice, sin dejar de sonreír.
—¿Qué haces? —digo.
—Oh, nada. Pasaba por aquí y me he dicho, oye, voy a capturar el pájaro que lleva una carta dirigida a Madurez.

No puedo creerlo. ¡No puedo creerlo!

—¡Yo no tengo nada! —grito.

Él solo extiende la mano, mientras se acerca. Tiene un dedo en la boca, que indica silencio.

—¡Déjame en paz, estúpido! ¡Epón! ¡Epón!

Él se agacha y me agarra los hombros con los brazos. Me mira con seriedad, me está haciendo daño... Luego él me empuja contra los barrotes, estrella mi mejilla contra un hierro, y me registra por atrás. Hago fuerza, pero no consigo que pare. Cuando se separa, tiene la carta. Ay... me duele la cara, está fría. Las mentes te matarán por esto, le digo, pero ni siquiera me mira. Lee corriendo la carta, acercando el papel a la poca luz gris del sol que llega por la ventana. El pájaro ha cantado una vez, casi un susurro. Entonces está vivo, en la red. Cuando aparecen Dante y Epón, ya ha enrollado el papel. Lo exhibe, como un trofeo, con la otra mano en la cintura.

—Te lo dije —dice Eissen a Dante—. Y no quisiste hacerme caso.
—¿Qué haces aquí? —le contesta.
—Salvarte de una buena. De nada.

Dante arrebata la carta que Eissen le ofrece, la extiende, y se detiene. Epón solo mira hacia abajo, con las manos cogidas. Eissen sonríe, increíblemente... ¿cómo se dice? Flipado. Con sonrisa de suficiencia. Dante me mira, después de esto, y al pájaro, que ha cantado otra vez desde el techo de la jaula.

—No entiendo —dice Dante—, cuando aparece un animal controlado por Energía, puedo sentirlo.
—¿No recuerdas? —dice Eissen—. Con ellos viaja un chamán, un guía que puede convencer animales para que hagan lo que él quiera.
—Sé quien dices. No quiso mirarme a los ojos, sabía lo que hacía. Y tú... ¿cómo has logrado subir hasta aquí?

Miro a los dos, pero sobre todo a Eissen. Tengo ganas de golpear los barrotes de la jaula hasta que pueda pasar mi cuerpo por ellos.

—Pude subir aquí desde el principio —dice Eissen—, pero solo lo he hecho cuando sabía que enviarían este pájaro. Son muchos años con ellos. Ya les conozco, así que solo tuve que esperar asomado a la ventana.
—Y ella... —Dante me señala—. ¿Ha leído la carta?

Eissen niega. La mirada de decepción pasa de uno a otro. Eissen siempre fue débil, cobarde. Y Dante... un mentiroso. Él sonrío despacio, con mirada satisfecha, y da una fuerte palmada a Eissen en el hombro. Más arriba del cielo, Mentes sigue mirando su móvil, igual que ayer, mirando las fotos que tiene guardadas. Deteniéndose en cada una en la que María saliera. Borrando todas en las que saliera Julio. Su madre entra en la habitación, y le dice que ha llamado a su mejor amigo, que vendrá aquí, a casa, mañana. Miro a Dante, luego vuelvo a mirar arriba. La compostura de Dante empieza a fallar conforme falla la de Mentes, y los brazos de Dante tiemblan como ahora empiezan a temblar los de Mentes.

—¿Cómo te atreves?

El bramido de Dante sorprende a Epón y a Eissen, los dos dan pasos hacia atrás hasta la pared. Con su grito, ha gritado Mentes, que ha causado el mismo efecto en su madre. Ella intenta explicarse, pero no encuentra las palabras.

—¡Te dije que quería estar solo! ¿Quién te crees que eres?

No es solo su cuerpo, el aura de Dante ha comenzado a cubrirle, va toda hacia arriba hasta que se estalla contra el techo. La madre de Mentes, abre la boca, pero calla. Mirando hacia abajo, con un último grito de Dante, ella cierra la puerta y desaparece de mi vista. Alcanzo oír un sollozo al otro lado... no sé si Dante lo ha oído, porque sigue iracundo, coge el perchero, con todos sus abrigos, y lo lanza contra la pared contraria. La mayoría de abrigos caen en la cama. Luego, Mentes golpea la cama como golpea Dante la roca. Cuando se separa, puedo ver las marcas que ha dejado... Estoy muy cerca, dice Dante. Mentes ya calla, ha enterrado su cara en la almohada. Estoy muy cerca, repite Dante, no necesito más molestias. Eissen le mira, con los brazos en alto. Epón sigue con la cara triste.
Cuando la respiración de Dante comienza a acercarse a lo normal, ordena a Eissen que vuelva a la forja, y a Epón le dice que avise al capataz. Que se prepare para un ataque inminente.
Eissen recoge el pájaro, y se va. Dante da un último golpe a la pared. No me mira. No se si sabe que le miro con la cara que tengo ahora, la única que él merece. Aunque se va y cierra la puerta, no se me va esa cara... no sé si se me irá. Aparto de mí el plato de comida, y vuelvo a tumbarme en la jaula. Incluso si las mentes están bien, y no están controladas por Miedo... veo todo esto una locura. Las marcas que hizo en la piedra, solo con puñetazos.
Me pregunto si podré dormir ahora, con el pulso acelerado. No tengo sueño, pero estoy tan agotada. Tan agotada. Como si llevara diez años entre los barrotes. La sensación es como un bulto en el pecho, es esa, me siento en una jaula total, en la cabeza tanto como en la realidad. Como si llorando se fuera a liberar todo, pero no puedo llorar, y se va acumulando dentro.
La única vez que fui libre acabé castigada. Literalmente, la única vez que fui libre. En un volcán. ¿Y Optimismo, estará bien, como Luchadora? Esta confusión... no saber quién está bien, quién no está, es... ya me he acostumbrado. Y de nuevo, no voy a llorar por ellos. Esté vivo, sea quien sea, va a ser una mala noticia. Cierro los ojos. Sí... tengo las piernas cansadas, y no hay manera de que estén rectas sin que los barrotes me hielen los tobillos. Estoy... agotada.

Me están dando golpes. Abro los ojos y me levanto a toda prisa, no sé qué pasa, Eissen está a mi lado. Cojo la chaqueta y me la pongo, me alejo un poco de Eissen, también, para que no pueda tocarme. La manta está lejos de mí, ahora, porque la he enviado a la esquina cuando me he despertado.

—Qué quieres —digo.

Levanta la mano, lleva algo entre los dedos, pero no lo veo bien. Pongo los ojos casi cerrados, es algo negro, a saber. No quiero acercarme.

—Caucho —dice Eissen—. Lo he encontrado en las minas, y es aislante. Te protegerá de la pulsera eléctrica, si lo colocas entre tu piel y la pulsera.

Me indica que le acerque el brazo derecho. No sé muy bien qué pretende... pero le hago caso.

—Escúchame —continúa—. Las mentes atacarán pronto, y tú puedes servirles la victoria en bandeja.

Está colocando el caucho debajo de la pulsera. Está sucio, y pica. También me hace daño.

—¿Cómo puedo ayudarles? —digo.
—¿Las suelas de tus botas están rotas?
—No.
—Bien. Cuando se active la pulsera, la electricidad no llegará hasta tu brazo, pero si la tocas, te volverás a electrocutar. —Golpea un barrote con el dedo, luego sigue colocando el caucho—. Y si lo que tocas con la pulsera es cualquier punto de esta celda, cualquiera que la toque se electrocutará. ¿Entiendes?
—¿Quieres que electrocute a Dante? —digo.
—Yo le robaré el mando, lo guarda en su bolsillo. Tú provoca que él la toque... y conecta la pulsera con el metal. Las mentes atacarán mañana al mediodía, tendremos que hacerlo para entonces.

Eissen se gira, de pronto. Arranca de pronto todo el caucho que ya casi me había colocado y me lo da, susurrando que me lo guarde. Escucho pasos detrás de la puerta, no sé dónde guardármelo, me lo meto en la boca, la puerta se abre. Es Dante. El caucho sabe a una cucharada de café en mal estado. Dante se queda quieto en el umbral, está mirando fijamente a Eissen. Luego me mira a mí.

—Has vuelto a subir sin mi permiso —dice Dante.
—Lo sé —contesta.
—Sabes que a ti no puedo sentirte, y no me gusta.

Se echa la gabardina a un lado, y muestra la espada enfundada.

—¿Qué has estado haciendo? —dice.

Dante está recto, con los ojos blancos. Todo en él parece normal, pero le noto algo en la voz, como si hubiera bebido. Se gira para mirarme.

—¿Qué tienes entre las manos? —me dice.

Avanza rápido, golpeándose un poco con la jaula cuando se agacha, y agarra mis manos, sucias del caucho. Tira fuerte de ellas, y de ahí, mete las dos manos en la jaula como hizo Eissen este mediodía, y me registra igual que él lo hizo. Busca, además, en los mismos sitios. Ahora sería tan buen momento para encender la pulsera...

—¿Qué te ha dado? —me dice.

Con los meneos que me está dando, una parte del caucho está tocando la campanilla. Me cuesta mantener la cara seria...

—Muy bien, sigue jugando a los enfados —dice, se levanta—. Es increíble, lo poco que te pareces a tu madre.

Se gira hacia Eissen, y le pregunta algo. Eissen responde que quería verme, que no me odia. Sigue hablando. Los dos conversan, Dante parece enfadado, pero no castiga a Eissen, señala con el dedo las escaleras. Eissen las baja, creo que le ha dado las gracias antes.
Dante ha hablado sobre mi madre. Tengo...
Tengo una madre.

—¡Dante, espera!

Tengo el caucho agarrado detrás, resbaladizo por la saliva. Lo coloco en el bolsillo trasero del pantalón, mientras él se gira, y espera. No puedo colocarlo, el bolsillo se dobla, y el caucho se me resbala. Quisiera escupir la saliva, seguro que es negra, pero tengo que tragar.

—¿Qué? —dice—. ¿Ahora no estás enfadada?
—Has dicho que tengo una madre.

Trato de disimular la posición de las manos, pero es que no puedo guardarlo. Él baja la cabeza, suspira. Cierra la puerta de las escaleras, casi se desploma sobre ella. Ahora, a solas, ha abandonado la rectitud de antes, e incluso a través de los ojos blancos se nota que no está bien. Se seca la frente, y camina, despacio, con el equilibrio afectado, hasta estar a un metro de la jaula, debajo de la ventana. Se deja caer, poco a poco, según las botas se deslizan por la roca, y su espalda por la pared. Huele a alcohol.

—Tuviste una madre —dice—. Murió justo antes de que nacieras tú. Su nombre era Valerie.

Valerie... qué nombre más bonito. Nunca me hablaron de ella, nadie. Nunca. Las mentes no nacen normalmente a partir de otras, solo Luchadora lo hizo.

—¿Conociste a mi padre? —digo.
—No hay padre.

No comprendo por qué ocultármelo. Por otro lado, siento que algo se me va a salir del cuerpo. No sé si Dante me está mirando, o si tiene la mirada perdida en el infinito. Cuando hablo, tengo miedo de que el caucho me haya dejado los dientes negros y él lo vea.

—Por favor. —Mi voz está temblando—. Háblame de ella.

Dante sonríe, pero pronto se convierte en una sonrisa amarga, prácticamente una cara de tristeza. Mira la montaña, que ahora es negra, casi tanto como el cielo. Los monstruos parecen lejanos desde aquí. Sigo intentando guardar el caucho, acabo de hacer un movimiento que se ha notado, seguro.

—Tu madre es... bueno —dice—. Una de las mejores mentes que he conocido. Muy guapa, con la piel blanca, bajita, como tú, y rubia, con una laaarga melena. Era buena, muy buena persona —para de hablar—. También sufría mucho.
—¿Por qué?
—Tenía a Mal dentro de ella. Sever encerró en ella al monstruo, cuando la concibió, a ella y a su hermana Luchadora.

Su hermana Luchadora.

—¿Y yo tengo a Mal? —digo.

Sonríe.

—No, para nada. Para nada. Por tener a Mal ella siempre estaba debilitada, y apenas podía correr. También le susurraba malos pensamientos, y ella tenía que soportar todo eso, y también el desprecio de sus compañeras mentes.
—¿Qué? —digo—. ¿Por qué le hacían eso?

El caucho casi se me escurre, pero acabo de guardarlo en el bolsillo. Disimulo con un cambio de postura. Él respira profundamente. Cuando cierra los ojos, golpea tres veces la pared con su cabeza, despacio.

—Porque ella era diferente... —dice Dante—, y las mentes desprecian lo que es diferente, lo que no comprenden. La única manera es mentir, aparentar que eres como ellos. Solo así te ganas su confianza.

Me imagino a todos, menos a Luchadora, yendo en contra de mi madre, y quisiera abrazarla, decirla que yo la entiendo y que todo va a salir bien. Pedirla que no se muera. Que quiero tocarla. Llamarla mamá.

—¿Y por qué murió? —digo.

Me seco los ojos.

—Cuando Sever se deshizo —dice—, ella se desestabilizó, no podía controlar ella sola al monstruo que tenía dentro. Era su destino, Madurez. Es... ¿Te das cuenta de cómo es la vida? La apartaron durante toda su vida porque era diferente, y al final su destino era morir, porque tenía que hacerlo, porque ya no actuaba en la ecuación de la vida. La vida es injusta, Madurez.

Da un puñetazo en el suelo, pequeño, pero hasta yo he sentido la vibración.

—La vida es mediocridad —dice—. Se quita de enmedio lo que ya no le interesa, crea a seres vivos a su capricho y, cuando ya no son útiles o van demasiado lejos, los mata. La vida te arrebata lo que quieres. Tu futuro. Tu lugar en el mundo. Tu familia.

Le miro. Él no llora, tampoco le veo furioso. Por fuera parece... tranquilo.

—¿Mal controla a Los Creadores? —digo.
—No creo. Los Creadores asesinaban ya mucho antes de que Mal llegara a este mundo. Mal es Miedo. Son prácticamente lo mismo... y Miedo protege a Los Creadores, en la Isla de Inconsciente.

Me arrastro hasta estar pegada a la esquina más cerca de él.

—¿Qué le pasó a tu familia? —digo.

Él abre los ojos, también la boca, y me mira. Mueve la cabeza, como si negara con ella. Se pone de pie, rápido.

—Te he contado demasiado —dice—. Ha sido... demasiado. Demasiado. No debería haberte contado nada de esto.
—¡No!

Él se acerca a la puerta, tambaleándose un poco, y la abre de forma brusca. Comienza a bajar.

—Hay cosas que quedaron en el pasado por algo —dice.
—¡Si las entierras, nunca las superarás!

Él para de bajar las escaleras. Poco a poco, su ojo blanco se gira hasta mirarme. No veo nada de él, salvo uno de sus ojos blancos en el fondo negro. Está brillando.

—Hay más en ti de lo que quieres aceptar, Dante —digo—. Si no lo aceptas... ¿cómo vas a encontrar tu sitio?

No dice nada. Su ojo blanco sigue brillando en la escalera. Oigo un aullido claro que viene del bosque. El ojo de Dante deja de mirarme, y poco a poco desaparece por el marco de la puerta, en el momento en el que su mano la agarra para cerrarla.
Valerie. Ella era guapa. Y tenía el pelo rubio, como yo.
¿Por qué... no me siento feliz por saber que tuve una madre? ¿Por qué, por más que ahora sepa la verdad, me siento más vacía, o con más ganas de nadar en el mar helado? ¿Tenía que enterarme así? ¿En esta celda?
Valerie. Ella era buena. Creo que me hubiera querido mucho.

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Jacob nos llama la atención a todos. Salimos todos fuera de la cabaña, a ver qué pasa. Su pájaro, el que envió hace horas, ha vuelto, claramente magullado, con otro mensaje atado en la pata. Jacob no tiene buena cara, y pide corriendo luz, Stille corre a por las antorchas. Me quito los dedos de la boca cuando me doy cuenta de que me estoy mordiendo las uñas. Energía directamente se tapa la boca con las manos. Jacob desenreda el papel, y comienza a leer con la antorcha improvisada que trae Stille.

—¡Todos en calma! —dice Jacob—. Madurez no corre peligro. El mensaje está escrito por Eissen.

El resoplido que doy no quiero disimularlo. Las piernas están empezando a fallarme, del mal cuerpo que estaba cogiendo. Energía entierra la cara en las manos. Stille sigue tranquila, como siempre, pero ha cerrado los ojos un momento.

—Dice que ha logrado entrar en la torre de Dante —dice Jacob—, y se ha ganado parte de su confianza. Tiene un posible plan para acabar con Dante y para salvar a Madurez, pero no da detalles. Dice que estemos atentos y que ataquemos sin miedo cuando dé la señal, pero no ha indicado cuál es esa señal. Duch está en las mazmorras, preso. También tendremos que rescatarlo.
—Lo ha conseguido —dice Energía—. No nos ha abandonado.

Aunque quisiera alegrarme, me inquieta que Madurez y Eissen estén tan cerca. Tiene la marca de Miedo, así que Miedo es el que nos habla.

—¡Esperad! —dice Jacob—. Continúa por atrás. Dice que, debido a que tiene la marca de Miedo, Miedo seguro que está dirigiéndose hacia la torre.

Pues eso. Precisamente lo que menos necesitábamos.

—Esa advertencia no le hace más noble —digo—. Podría seguir controlándole igualmente.
—Al menos es sincero, Luchadora —dice Energía—. Tendremos que entrar y salir antes de que aparezca Miedo.
—¿Tus pájaros están en posición? —digo.
—Sí, ya están sobrevolando la isla. Mañana por la mañana empezaré el descenso.

Tampoco me entusiasma que nuestra mejor opción para llegar allí sea el lacayo de Miedo. El grupo se dispersa. Stille me sonríe un poco, antes de dirigirse a la cabaña, Jacob resopla, con los ojos muy abiertos. En el banco junto a la entrada, Jil sigue sentado, quieto. No sé ni siquiera si nos habrá estado escuchando. Se negó a entrar dentro, con nosotros. Me acerco a él, despacio. Sé que soy valiente, porque voy a hablarle ahora mismo. De verdad le quiero como amigo, en lugar de convertirlo en un enemigo innecesario. Él... bueno. Fui una mentirosa.

—Jil —le digo—. Quiero que sepas que lo siento mucho. Lo siento todo.

Él calla. Sigue exactamente en la misma posición, desde que Jacob le convenció para subir. Su aspecto, incluso con la luz de las estrellas, se ve deshecho, rasgado. Roto.

—Nunca quise herir a tu hija —digo—. Nunca. Sueño mucho con ese momento, desde entonces. Fueron dos accidentes, pero eso no es lo más grave. Te mentí.
—La verdad no hubiera devuelto a mi hija.

Su voz suena ronca, desesperada.

—Pensé que era mejor que nos ayudaras a encontrar a Orfeo —digo—, en lugar de que lo intentaras por tu cuenta. Pero hice mal.

No dice nada más. Ya no queda nadie más por entrar... Quizá debiera hacer como el resto.

—No tienes por qué perdonarme —digo—. Ni perdonarnos. Pero si mañana luchas a nuestro lado, estarás luchando por tu hijo.

La puerta chirría cuando la cierro. Lo último que escucho son los grillos. No sé si lo he hecho bien, pero al menos, lo he hecho tan bien como he podido, y he sido sincera. Ahora solo me queda descansar, soñar tanto que se me quiten los dolores y la tos, y lo dudo bastante, porque no tengo sueño. De hecho, ahora podría entrar en la torre de Dante y enfrentarme contra todos uno a uno. ¿A quién voy a engañar? No voy a dormir. Pero puedo descansar los brazos, las piernas y el cuello, porque algo me dice que los voy a usar mucho. Ojalá no. Ojalá entrar y salir, todos vivos, todos rescatados.
Ojalá, pero no.

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