13 de junio de 2018

Vísceras.


Espoleo un poco a la Señorita Lorraine, y me recojo el pelo húmedo detrás de la oreja. El sol no calienta como solía hacer en casa, allí abrasaba la piel y había que buscar las sombras de los árboles, las veces que era necesario salir. Aquí no golpea, apenas lo siento, pero el aire es caliente, hace que mi armadura parezca más pequeña, y que la abertura para el cuello se estreche... necesito respirar más. Mis compañeros no se mueven, se limitan a existir detrás, sentados y cabizbajos. Más allá del cielo sin nubes, Mentes camina junto al parque, también cabizbajo. No sé en qué piensa exactamente, puedo ver sus acciones, pero no sé sacar ninguna conclusión. Puede que esté pensando en cómo solucionar con María la petición de divorcio... puede que baste hablar con ella, o puede que haya que reconquistarla, ¿pero cómo va a reconquistar Dante a María sin Afrodita? Ella balbucea algunas palabras que se mezclan con el sonido raspado de su cama contra la tierra, la escucho llamar a María casi sin fuerzas. Quizá esté soñando.
Arriba, Mentes pisa otro charco, con aparente indiferencia. Me pregunto si el sol le golpeará en la piel, o es como el que hay aquí y le hace sudar. Antes sí hubiera podido saberlo. Y puedo escuchar algo... Niños. Les oigo reír y correr por la arena, una niña grita en alto que no vale, que están haciendo trampa... y Mentes cruza la calle, en sentido opuesto. No me acordaba de que hoy era sábado, y no hay colegio. Ahora mismo, todo ese mundo me parece tan lejano de lo que somos ahora, porque con el colegio iba de la mano una vida segura, en la que las mentes teníamos hogar y éramos una familia.
Ahora, en el mundo no hay festivos ni laborales. No hay responsabilidades, ni una vida que dirigir, solo desiertos, junglas, montañas, y dormir cada noche con un ojo abierto para no despertarme y ver que la poca familia que me queda ya no está, y estoy sola, y tan lejos de casa.

La luz se filtra entre las hojas de los pinos, y cuando el aire caliente las mueve, el suelo brilla burlón. Parece mágico, pero no es magia, es mofa, es ridiculizar a un grupo de personas cansadas. Como una profecía autocumplida, ahí está, de nuevo el poste húmedo que tantas veces hemos dejado atrás, de nuevo delante. Uno de sus agujeros, el más carcomido de todos, parece una boca sorprendida, y dos manchas blancas por el liquen parecen los ojos. La madera cruje, como si pudiera vernos. Respiro hondo. Desmonto de Lorraine, que me gruñe, avanzo hasta el poste, desenvaino la espada y cargo con las dos manos. La hoja parecía blanca cuando la ha apuntado el sol, el aire ha silbado grave cuando he cortado el aire, y ahora uno de los filos está ensartado en la madera vieja. Cuesta sacarlo de ahí. Por más que muevo la espada de una lado a otro, ese maldito poste la ha atrapado bien, y su cara no ha cambiado lo más mínimo. Uso las piernas, para ayudarme, luego los puños. Stille agarra mi muñeca junto antes de que golpee otra vez la madera.
Me quedo mirándola, aún sin saber si debería dar el golpe en cuanto ella suelte el brazo. El moño que tenía en el lado izquierdo se ha deshecho, y la melena negra cae y tapa parte de su cara. Su piel es aún más blanca en los puntos donde la ilumina el sol, y sus ojos, negros, son una espiral que atraen a los míos para que no miren otra cosa.
Coloca su palma contra mi puño, y lo envuelve poco a poco. Con el otro brazo, tira de su cadena de oro hasta que la luz hace brillar su colgante, y lo abre, a espaldas del resto de mentes. Señala la foto de Susurro como si la acariciara, luego señala su mano envolviendo la mía, y luego la luz roja que sale de mi frente. Claro, ahora caigo. Susurro solía cogerle la mano después de que las dos discutieran... Pero Susurro ya no está.
Retiro el puño de ella y me alejo un par de pasos. Sin mirarla a los ojos, camino de nuevo hacia Lorraine.

—Espera, Luchadora —dice Energía—. No te subas.
—¿Y ahora qué? —digo.
—Social y yo tenemos hambre.

Miro al resto, que asienten en silencio, menos Afrodita. Solo puedo ver sus piernas desde aquí, y parece que tiemblan, más de lo normal... tenemos que medicarla de nuevo, y también deberíamos comer, pero no queda nada en las alforjas de los animales. Vamos a tener que cazar.

—Yo puedo intentar conseguir comida —dice Jil—. Esta lanza está pensada para atrapar peces, pero puedo intentar lanzarla a algo que encuentre.
—La única arma a distancia que tenemos es la de Afrodita —dice Energía—, y solo responde cuando ella la toca.
—Afrodita no debería moverse —dice Jil.

Jacob secunda lo que ha dicho Jil. Me acerco hasta Afrodita y cojo su bastón, que pierde su tenue luz rojiza de su punta al instante. Entonces ella abre los ojos un poco. Pregunta qué pasa, y yo le pido que duerma. No me lleva la contraria.

—Jil, Energía y yo cazaremos —digo—. Volveremos pronto. Y por favor, que alguien medique a Afrodita.

Stille me pide ir también, pero le digo que no, sin mirarla. Dejo que Jil y Energía se internen primero en el bosque, y sin embargo, escucho pisadas detrás de mí.

—Stille, quédate en el campamento, somos más que suficientes.
—¡Pero quiero ir!

Miro atrás, muy rápido. No es Stille quien me seguía, sino Social. Tan escuálido y encorvado, parece un niño pequeño con barba descuidada.

—Quédate atrás —digo.
—Creo que podría usar el bastón —dice—. Por favor.

Tiene la mirada perdida en un punto lejano de la maleza, y se mueve de un lado a otro, me está poniendo nerviosa. Extiende los brazos hacia el bastón, luego intenta cogerlo, pero no pienso dejárselo. Para, le digo, él acaba agarrándolo, y entonces la luz se enciende, de forma tímida. Se lo quito de un movimiento brusco, y la luz se apaga. Se lo doy, y aunque tiembla al principio, la luz parece finalmente estable.

—¿Cómo haces eso? —digo.
—No lo sé. Lo descubrí hace tiempo.

Ahora, usando el bastón para apoyarse, parece un anciano.

—Está bien, ven —le digo—. Cómete una de esas hojas.
—No puedo. —Agacha aún más la cabeza—. Duch las tenía.

Esperas lo mejor, y te adaptas a lo que tienes. Cuando retomamos el camino, Jil pasa entre nosotros, llorando, directo hacia donde está el resto. Miro a Energía, que solo se encoge de hombros, cabizbaja, y continúa la marcha. Comienza a rastrear la zona, y nos conduce hacia los animales más cercanos, aunque dice que no hay muchos. Mientras avanzamos, tengo que prestar atención a Social, que parece que se va a tropezar con todas las piedras. Cuando Energía se aproxima lo suficiente a un animal vivo y empieza a controlarlo, las fuerzas de su cuerpo fallan, y tengo que ayudarla a caminar. Entre Social y Energía, parece que tengo que encargarme de todo.
Cuando los animales aparecen cerca de nosotros con los ojos aguamarina, Social los apunta con mi ayuda, y cuando Energía se va de sus cuerpos, Social dispara. Un jabalí, una versión tremendamente reducida de la Señorita Lorraine, esquiva un disparo cuestionable, pero poseído de nuevo, vuelve frente a nosotros, y Social lo consigue al segundo intento. Social sonríe, nervioso, y se seca el sudor de la frente. Energía se acerca y lo coge entre sus brazos. Con ese jabalí y con las tres aves sangrientas que cargo en la mano, podremos comer como hace mucho que no lo hacemos. No hablamos en la vuelta. Energía está seria, y aunque no pueda ver las pupilas de su cuerpo, los brillos aguamarina, entrecerrados, miran directos al suelo. Al otro lado, Social parece igualmente ido, pero contento, y caigo en la cuenta. No tengo nada que ver con la dicha de Social, es algo que ha conseguido él solo, tanto manejar el arma de Afrodita como apuntar a los animales... y sin embargo, sí tengo culpa de lo que ocurre con Energía. Qué pensamiento más injusto. También estoy cargando con Social, y con el grupo entero, en realidad me encargo de todo.
En el grupo podría tener ahora a un padre feliz y dos hijos de nuestro lado, y Energía podría ser una ardilla, un ciervo, cualquier cosa. Podría haberlo hecho bien... Palpo el cuchillo de mi pierna, que ahí sigue pese a todo. Fue mi culpa, soy estúpida. Estúpida. Para ya con eso.

Comemos en silencio, lejos del fuego. Tenía hambre, y hace mucho que no probaba la carne en condiciones, como hacíamos en casa. La hoguera chisporrotea, y uno de los troncos cae fuera. Me le quedo mirando, varios segundos. No sé por qué ese tronco me ha recordado a Los Creadores, imagino cómo reaccionaría a un ataque suyo ahora, por sorpresa, y antes de que me dé cuenta el corazón va demasiado deprisa. Me mortifico pensando en esas cosas, de hecho debo pensar en ellas para actuar con cabeza fría cuando el peligro pasa... pero no soporto la idea de perder a más amigos. Por la noche, sueño con las criaturas que chillan, y son inmunes a los golpes de mi espada. De día, pienso en máquinas. La hoguera vuelve a chisporrotear.
Más allá del cielo, Mentes no come, no tiene hambre. Su madre le está diciendo que tiene que volver a rehacer su vida, pero él no le hace caso, y le pide de malas maneras que la deje en paz. Suena el timbre. Es el cartero.
Stille se levanta, camina hasta Sombra y abre su cantimplora. Deja caer el agua sobre un cuenco improvisado de piel, y lo siguiente es la agitación del agua en los morros del caballo. Luego llega ante la Señorita Lorraine, que está durmiendo, le da dos golpecitos en el morro, pero no reacciona, así que Stille vuelve a nosotros.
El cartero pregunta por Mentes, en persona. Él mira hacia la puerta, extrañado, se abrocha el pantalón y se acerca al hombre, que le da una carta cuando Mentes le muestra la documentación. Su madre aún está cerrando la puerta cuando él ya la ha abierto el papel. Es una citación judicial... por negligencia parental. Denunciante, María. Juicio dentro de mes y medio, en diciembre.
Cierro los ojos y respiro hondo. Contengo el aire. Más allá de los murmullos en el grupo, puedo sentir el pulso que sacude la tierra, de forma ligera pero sólida. Luego los vientos, que cambian de dirección y temperatura. Las hojas de los árboles chillan de forma abrumadora, anunciando la ola de aire que está a punto de sacudirnos. Así lo hace.
Miro arriba, donde la luna ya empieza a teñirse de su particular color rojo, no tan intenso como otras veces. Hace frío. Noto hormigueo en los dedos. Mantenerse de pie es complicado porque mis piernas quisieran fallar, un efecto diluido respecto al que experimentamos en casa, cuando Erudito murió. ¡Eh! Abro los ojos, y corro sin pensar hacia Afrodita, en cuanto me acuerdo de ella. Social ya está ahí. Tiene los ojos muy abiertos, pese a no llevar ni una hora con la medicación, y parece intentar decir algo. Su mano izquierda agarra el hombro de la herida y está apretando con fuerza.

—¡Energía! —grito.

Otra ola de aire vuelve a sacudirnos, levanta la las hojas y mete polvo en mis ojos. Inmediatamente, otra me hace perder el equilibrio, y pongo el brazo en la tierra para no ir al suelo. Energía llega, Jacob, al que apenas oigo por el aire, me llama. Un tornado ha emergido en el bosque, a unos cien metros. Primero la montaña, luego este bosque infinito. ¡Primero el divorcio, y ahora quiere llevarnos a juicio!
Energía se ocupa de Afrodita, así que yo puedo cumplir mi cometido. Clavo el pie en tierra y comienzo a correr más de lo que el viento querría, y grito más fuerte de lo que el viento pueda gritar. Cada árbol por el que paso es una herramienta para impulsarme, cada grieta o piedra, un obstáculo mínimo. Corro más de lo que el viento querría, sí, y grito más fuerte... ¡más fuerte de lo que el viento pueda gritar!, y conforme se intensifica el viento, intensifico más mi grito. Apenas puedo mantenerlo, porque mi cuerpo agarrotado quiere cansarse demasiado pronto, y el polvo se mete en la boca, pero yo no soy de las que quieran menos. Tengo polvo hasta en la garganta, en los ojos, y las lágrimas hacen más difícil el recorrido. Las hojas golpean como manotazos. Si pudiera cortar el aire, ya lo habría hecho, si pudiera matarlo, lo haría. Le clavaría la espada en el corazón, igual que haré con Dante, y miraré mientras le empiezan a fallar las piernas, y, con la mirada perdida, se desplome, primero de rodillas, y luego, cuando separe la espada de su cuerpo de forma que duela, caiga de boca y bese la tierra.
Cruzo el río a gatas para sortear mejor el aire, pero luego el agua vuelve las piernas y los brazos en hielo, he dejado de sentirlos. El aire amenaza con levantarme en volandas. Ya no puedo gritar.
No pensé que tuviera que hacerlo, pero desenvaino la espada y la hundo en la tierra, me acuclillo para soportar mejor la fuerza. No puedo abrir los ojos, no directamente, pero no lo necesito. El tornado es fuerte, pero me guía hasta su muerte, escucho la canción tenue que emite su núcleo, me guío por ella. La tierra está destrozada en esta parte, es dura, apenas puedo clavar la espada para seguir avanzando. Pero la canción es cada vez más fuerte. De vez en cuando palpo el aire delante de mí, haciendo gran fuerza, pero no lo noto aún. El aire es muy frío. Cuando una de mis manos se escurre del acero, me cuesta mucho volverla a colocar. Me fallan las fuerzas, pero tengo que ser fuerte, cumplir, y vencer.
La música vibra cuando por fin el mango de la espada golpea la llave para cerrar el tornado. Me agarro a ella, desengancho la espada y dejo que se la lleve el aire, y me levanto. Justo aquí, en el centro del caos, todo se siente diferente, la fuerza me arrastra hacia uno de los lados, y hacia abajo, como si la gravedad aquí fuera inmensa. Es la extraña sensación del que ha vencido. Comienzo a girar la manivela, al principio siempre está tan dura... pero cede... y poco a poco esto cada vez será más fácil... Ya casi está.
Un brazo invisible levanta mis piernas y me lleva el cuerpo arriba, mis dedos se resbalan de la manivela, y lo siguiente es el golpe contra la tierra, sé que estoy rodando, pero no sé dónde estoy. La espalda se topa con un árbol, y después viene el dolor, claro. Estoy a algo más de diez metros del objetivo. Quiero levantarme, pero no me aclaro. Quiero avanzar, pero sin mi arma, apenas lo hago. Me arrastro, clavando el cuchillo de emergencia en la tierra, estoy aún lejos.
Alguien se acerca por la izquierda. Un hombre, Jacob, avanza despacio hacia el núcleo del tornado, de pie, con un brazo delante, y otro atrás. El polvo se mete en mis ojos, clavo bien los pies en la tierra, pero la tierra es dura y no se sostienen, tampoco puedo limpiarme los ojos, no tengo tanta fuerza para mantener el brazo. Pero de pronto, la tengo. De hecho, ahora puedo mantener las piernas en la tierra, y el brazo del cuchillo se destensa. En el núcleo del tornado, el aire comienza a dispersarse, mientras Jacob acaba de dar la última vuelta a la manivela translúcida. El problema se acaba. La madre de Mentes le está cogiendo de la mano, y le pregunta si ya está mejor. En lo que creo que es el norte, el cielo se ha vuelto negro y escucho truenos lejanos... Mientras, Jacob se acerca a mí, caminando en eses.

—¿Estás bien? —dice.

Se agacha, palpa mis hombros y comienza a levantarme, yo me ayudo como puedo. Parece que vamos a perder el equilibrio en cualquier momento.

—Eres una mente —le digo.
—Ya te gustaría —dice—, pero no soy tan interesante.
—Esa manivela. —Señalo al vacío, donde antes se levantaba el tornado—. Solo las mentes pueden tocarla.

Pierdo la fuerza en las piernas, y veo todo negro. Escucho a Jacob que me llama, pero estoy ida, debo de estar bajo mínimos. Estoy bien, le digo, pero no puedo volver a levantarme. Él me ayuda, incluso carga conmigo, igual que hice yo con Energía hace una hora. No sé si sonreír o maldecir por la ironía, mientras él se agacha y guarda mi espada.
Caminamos. Solo caminamos. Se me hace eterno, pero al mismo tiempo, fundamentalmente corto. Los demás están cerca, puedo escucharlos perfectamente, pero inmediatamente, dejo de oír todo. Solo escucho la respiración de Jacob. Cierro los ojos, y recuerdo tiempos mejores, cuando practicaba con la espada, cuando él bromeaba conmigo, y creía que me hacía gracia en el fondo. Sin duda, es la respiración del Humilde que yo conocí, existe esa nota especial, la nota de su alma y que solo su alma puede entonar. No me cabe duda... pero, siento que, después de escucharla, debería despertar algo dentro de mí, ahora. Algo que, en realidad, no surge.
Cuando Jacob me sienta, Jil se acerca a mí y se preocupa mucho. No sé si tendré sangre, o heridas, pero serán superficiales. Me palpo la cara, pero no hay rojo en mi mano, solo tierra. Aparto a Jil de mí.

—¿Cómo está Afrodita? —pregunto a Energía.

Pero no me contesta.

—¡Energía!

Stille se acerca a mí, de forma tímida. Señala a Afrodita, y hace un gesto con la cabeza que no me reconforta.

—¡Energía! —repito.

Gritar me ha dejado sin visión unos segundos... pero sigue sin contestar. Me levanto, y aunque la vista se me nubla aún más, y me ayudan a mantener el equilibrio, uso la memoria para llegar hasta ella, golpeando con el pie ramas, y una bolsa. Palpo su pelo ondulado justo antes de poder ver de nuevo. Afrodita está ahora protegida por un muro de jabata gigante, y salvo algunas hojas pequeñas enredadas en el pelo, no parece haber sufrido mucho el viento. Sin embargo, su hombro está peor, está verde... está demasiado verde. Sus venas están infladas, su piel parece estriada, y está cubierta por la capa aceitosa, más gruesa que otros días. La infección sube claramente hasta el cuello y alcanza la base de la oreja, y por abajo, se extiende a lo largo de su pecho, casi hasta el corazón. Miro a Energía, que se limita a mirarme, luego a Stille, que se muerde el labio.

—¿Qué podemos hacer? —digo.

Y, de nuevo, nadie dice nada.

—¿Es que nadie va a aportar nada? —grito—. ¿Tengo que ser siempre yo?

Toso repetidamente, las fuerzas se me han ido momentáneamente. Energía me pide que no grite cerca de Afrodita, yo me levanto como puedo, y miro a todos.

—Que así sea —digo—. Nos vamos.
—Luchadora —dice Energía—. Afrodita se encuentra muy grave.
—Vamos a cruzar este bosque de una maldita vez, y vamos a rescatar a Madurez antes de que sea demasiado tarde para Afrodita.
—Necesita descansar.
—¡Necesita que actuemos! —le grito—. ¡Quedarnos quietos esperando verla morir no va a salvarla! ¡No lo hizo con Erudito!
—Erudito murió de viejo —dice—, no teníamos opción.
—¡A Erudito le mató Dante con radiación! —Miro a todos—. ¡Nos lo contó a Razón, a Servatrix y a mí! No sabíamos que era él... pero no actuamos lo suficientemente pronto.

Social me está mirando a los ojos ahora mismo, pero yo no quiero mirarle a él. Nos vamos, ratifico, y eso se convierte en ley desde el mismo momento en el que nadie más quiere tomar las decisiones. Pido a Energía que despierte a la Señorita Lorraine, pero ella se niega.

—Entonces aparta a Afrodita ahora mismo.

Ella arrastra su cama de ramas y hojas, alarmada, como si fuera tan raro tener la visión clara en estos momentos. ¡Oh, sí, qué gran monstruo que soy! Hay que alcanzar a Dante ya, nada de esperar, nada de preguntarse quién es el traidor, nada de equivocarse y matar un cuerpo por error. Mataré a Dante.
Con la espada en alto, sacudo el morro de la Señorita Lorraine, lo sacudo más fuerte, incluso le doy una patada, entonces se despierta con un chillido, moviendo la cabeza hacia todas partes. En el marfil de los colmillos se refleja el destello del rubí. Uno de ellos casi me da en la cabeza.

—¡Estate quieta, puerca! —digo.

Lorraine vuelve a la realidad y me mira. Chilla, y me dirige el hedor de su aliento, pero no deja de moverse.

—¡Que te estés quieta, gorrina!

No para, así que le empujo el morro hacia atrás con el pie. Ella se planta ante mí, me desafía.

—Para, por favor —dice Jacob—, así no se hacen las cosas.

Me giro y le mando callar al instante. Justo cuando acabo de hablar, el animal me golpea el pecho con su hocico, y me choco contra un árbol que había un metro atrás. Vuelvo a ella y le pateo ese morro con el que tantas ganas tiene de golpear, la puerca chilla, y carga contra mí, esta vez con la punta del colmillo directa al cuerpo. Me muevo rápido, mi acero es aún más rápido. Cuando cae en tierra, el sonido del marfil es grave, pesado. La cara de Lorraine es de agresividad, luego, de desconcierto. Retrocede dos pasos, y mueve el cuello hacia un lado y otro, ahora con menos de la mitad de su colmillo izquierdo. Después de mover la cabeza, mira lo que echa de menos, tirado en el suelo. Quizá sepa que ya no va a volver. La Señorita Lorraine calla, retrocede unos pasos más, y se encoge entre dos árboles, sin dejar de mirar el resto de su colmillo. Todos callan... menos uno.

—¿Qué has hecho? —dice Jacob—. ¿Estás loca?
—¡La puerca me atacó! —chillo.
—¡Tú la provocaste con tu mala actitud!

La miro, encogida, pequeña. Aún mueve la cabeza, quizá sorprendida por el cambio de peso. Es la primera vez que la veo doblegada y obediente.

—Ha recibido una lección —digo.

Me acerco a Afrodita, que mueve la boca, pero no dice nada. Sus ojos están cerrados. Quizá esté delirando a causa del veneno. La llamo, varias veces, hasta que abre los ojos y me reconoce.

—Cariño, ¿qué te pasa? —dice.
—Te vas a poner bien. Te lo prometo. Tienes que seguir luchando.
—Eso hago, amor, eso hago...

Cierra los ojos y descansa de nuevo la cabeza sobre las hojas secas de su cama. Le indico a Stille que la amarre a Sombra. Nos vamos.

—¿Qué te está pasando, Luchadora? —dice Afrodita, detrás de mí—. ¿Qué... te pasa?

Continúo mi camino hasta la bestia, ahora de verdad doblegada, de verdad una montura. Tapo el rubí con la mano para que los brillos rojos no se reflejen en su pupila grande. La correa de cuero cae por este lado, y en el momento en el que la cojo, la jabata se estremece. Comienzo a arrastrar la correa, y ella se mueve con mi brazo, hasta el punto que jamás tengo que tirar de ella. Me monto, e indico a Social y a Jacob que se monten conmigo.

—No estoy cansado —dice Jacob, con tono serio, casi desafiante.
—Entonces caminarás.

Energía se está montando, y Social va detrás de ella. Me aseguraré de que Lorraine va un poco más rápido que lo que Jacob puede ir caminando de forma cómoda. Abro la marcha, el colmillo queda atrás, enterrado entre la maleza.

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Tengo hambre, de nuevo, ahora, por la tarde. ¿Cuándo fue la última vez que comí? Ayer por la noche, creo. Pues debo seguir comiendo, no quiero que me pase lo de la última vez. Las mangas húmedas de la camisa me pican, y no paran de molestar por más que me rasque. Están haciendo que la piel blanca se vea roja. Yo diría que, de base, toda mi piel está demasiado roja... Tantos días caminando al sol, y ahora sin la protección de la hoja grande de helecho, me están pasando factura. No obstante, ya casi estoy. Pensé que nunca saldría de las cuevas, pero aquí estoy, pensé que no lo conseguiría, y ya estoy muy cerca. Jil dijo que al sur del continente no hay nada, salvo una torre de piedra abandonada, y es ahí a donde voy, a matar a Dante.
Estoy harto de pensar en formas de matarle... está hasta haciéndome daño. No puedo evitarlo, cada vez que quiero inventar una la quiero perfeccionar, cambiar los detalles hasta que todo esté perfecto. ¿De qué me sirve clavarle esta lanza en el pecho si no la retuerzo y sonrío? Pero ese escenario ya lo he imaginado, está todo perfecto y no quiero tocar nada. El del veneno está bien, aunque quizá haya sido fantasear demasiado, prefiero el de las nueve puñaladas. Al fin y al cabo, es un gran guerrero, me decepcionaría si no lograse desmontar mi lanza antes de morir. Tienen que ser nueve puñaladas, tal y como las he pensado, y la novena, en la garganta. Todas en el orden correcto. Todo está pensado para que tenga sentido, y prefiero no pensar en ello de nuevo, no vaya a ser que cambie algo.
Sin embargo, no sé qué pensar ahora. Ya he gastado el veneno, la lanza y el cuchillo, necesito ahora otra cosa. Podría ser... lanzar un objeto pesado encima, pero es muy poco satisfactorio. ¡Un arco! Ni se me habían ocurrido los arcos, pero el problema es que no se me dan muy bien. No importa que piense todos los detalles, porque aunque todo esté en la disposición perfecta, por dentro voy a saber que estoy manejando un arco y puedo fallar en cualquier momento. Puedo imaginar que doy en el blanco, pero eso es un supuesto. ¡Ni que decir a verle morir de lejos! Lo único que me satisfacería dentro de ese escenario sería que lograra herirle y le fueran fallando las fuerzas a medida que huye, así que acabaría ese escenario en el de las puñaladas. Pero entonces... ¿le daría nueve, u ocho? ¿Una flecha que le hiera contaría como una puñalada?
¡Debo parar, joder! ¡Esto me está haciendo daño! ¡No me satisface! Decir que le apuñalaría nueve veces, primero en los puntos de presión para que pierda fuerza, no es un supuesto. Lo puedo hacer, sé dónde están, solo tendría que hacerlo... no necesitaría suponer que acierto. Si lo hago, lo haría bien. ¿Entonces? Un arco queda descartado, y el veneno ya lo he pensado, y no me gusta la idea. Ya está bien de supuestos, no me gustan los supuestos.

Miro a los lados. No me había dado cuenta, pero el paisaje ha cambiado. No es solo el aire más frío y el cielo negro, de verdad es diferente. La tierra, por ejemplo, ahora es húmeda y rica, y es verdad que llevo un rato notando la suavidad de la hierba bajo los pies. Es verde, limpia, templada. El ruido que había estado oyendo es en realidad el de una cascada, cuyo río se arrastra en zigzag de forma mansa, el agua es profunda, pero veo claramente el fondo, por lo menos cubriría hasta mi cintura, quizá más, y el agua gira hacia la derecha, y parece que se pierde en el mar que debe haber más allá, pero no alcanzo a verlo. No conozco la geografía de la zona, pero ahí debería haber mar.
Quizá lo que más me guste del paisaje sean los sauces. Nunca había visto sauces en este mundo, pensé que no habrían, pero están aquí, y me encantan los sauces. Uno de ellos, además, tiene una tonalidad más rosada, cerca de una estructura de piedra que parece una casa. ¿Por qué no acercarme? Siempre me he conformado con tocar un sauce a través de Mentes, y ahora puedo hacerlo yo. De joven, este árbol me daba esperanzas. Me río. ¡Esperanzas, un árbol! Pero se merece un saludo, por los viejos tiempos.
No me hace gracia atravesar el río, pero quiero ver el sauce, y quiero ver esa casa.  Lo atravieso nadando, y el cabrón está frío como un condenado, tanto que tengo que rodar por la hierba para secarme un poco. Cuando me levanto, veo que una araña está trepando por mi brazo. Seguramente se pregunte qué clase de cuerpo es este... yo lo haría. Dejo que la araña escale el dedo índice, y la dejo en tierra de nuevo, donde pertenece. La araña no ha hecho daño a nadie. Yo solo haría daño a los que me hacen daño, a los asesinos, los traidores.
Veo la estructura con más claridad, es una casa. Se encuentra en otro escalón del terreno, poco antes de que el río caiga antes de girar a la derecha y perderse. Junto al sauce rosado hay un pequeño lago rodeado de piedras, y muy cerca, parecen cultivos. Vaya... Tal y como no quería, en efecto una persona acaba de salir y recibirme. Pero no camino hacia él. Es un viejo. Un viejo de pelo blanco, con las dos manos ocultas en las mangas.
Yo no camino hacia ese viejo, pero el viejo sí ha empezado a caminar a mi encuentro. No quiero hablar con él, y no quiero problemas. Que le den a los sauces, de hecho, no quiero que me molesten.

—¡Un viajero! —dice, con voz de viejo—. ¿Puedo ayudarle en algo?
—No.
—¿Puedo saber a dónde se dirige, si no es indiscreción? Quizá pueda darle consejo.

El viejo parece buen tipo, pero no quiero entretenerme. No obstante, parece de la zona. Caray... ha conseguido que me pare.

—¿Por casualidad, trabajas para Dante? —digo.
—¡Dante! Ha pasado mucho tiempo sin oír ese nombre.
—Contesta.

Mis manos se han preparado inconscientemente para coger mis armas.

—No, joven, tranquilo —dice—. Puede relajarse. ¿Es enemigo suyo?
—Quiero hacerle una visita. ¿Sabes dónde está?

El viejo se acaricia la barba mientras me mira, pero no dice nada. No me gusta.

—Le encontrará más allá de esas montañas. Hay un paso por ahí. —Señala a la izquierda de la pequeña cadena—. Pero el camino es duro para ir a pie.

Doy media vuelta y continúo el camino. No importa que sea duro, si al final Dante acaba muerto.

—¿No quiere que le ayude, quizás? —dice el viejo—. ¿Descanso? ¿Comida?
—Me las apañaré.

Iba a bordear el pequeño acantilado, pero hay una escalera de madera clavada a la piedra que me viene muy bien, y comienzo a bajarla.

—¡Por cierto! —dice—. Debería saber que el valle más allá del paso está custodiado por varios vigías. Algunos vigilan desde los árboles.

Le miro, mientras la roca poco a poco hace desaparecer su imagen.

—Gracias —digo.

Lo más difícil será cazar algún animal antes de que se ponga el sol. Pronto se ocultarán y no veré nada en la noche, por lo que si pierdo esta oportunidad, tendré que esperar a mañana. Por suerte, abajo en la cueva he podido perfeccionar el tiro de lanza, ¿y quién me iba a decir que las entrañas de insecto iban a ser tan resistentes? Con razón no podía morderlas. Ahora, tengo una cuerda fina, resistente. Fiable. Y he podido afilar la piedra con esa roca negra durísima que encontré, ahora sí que estoy preparado. Me siento con voluntad y con fuerzas para cumplir mi misión, y acabar con el traidor, con la mente que nos vendió a todos, que nos engañó e hizo viajes a estas tierras no por exploración y aventura, sino por conspiración y fiebre de poder.
Y sea lo que sea que haya conseguido con todo esto, se lo arrebataré. Nada compensa la muerte de los míos, de Madurez, ¡nada! Lo que le pasó a Julio. El divorcio. Ahora el juicio. Dante quiso arruinar lo que nos costó cuarenta años levantar, y lo ha hecho en una semana. ¡No! No lo ha hecho, aún no, porque el Albino sigue vivo, y he jurado que no moriré sin que él muera antes, porque prefiero el coma, el estado vegetativo de Mentes, millones y millones de veces antes que dejar que el traidor que domina ahora el mundo está libre, feliz, completo y seguro de sí mismo en su torre. Sí, las mentes hemos perdido. Pero no sin venganza total.

Mis pies pisan tierra firme de nuevo, y puedo continuar. Pienso arrancarle cada una de sus esperanzas con la mano. Le arrancaré las uñas, si puedo, le arrancaré la cabellera mientras aún vive, degollaré viva a su montura y le ahogaré con una horca hecha con su piel retorcida. ¿Sabía el viejo que pensaba hacerle todas estas cosas, cuando me avisó de los vigías? ¿Qué habrá hecho Dante a ese viejo, para que él quiera lo mismo que yo para él? Quizá él también provocara que su casa se derruyera, que todos sus amigos estén muertos. Ahí la tengo, la imagen de las ruinas de nuestra casa engullidas por una niebla turbia y morada. Vi cómo la engullían, Jil me lo advirtió, pero yo quise ver.
Ojalá Desánimo estuviera aquí, él lo ve todo desde ahí arriba... aunque dijo que no podía ver bien lo que ocurría aquí.
Suspiro. Toco la camisa, deshecha y quemada en toda la parte de delante. Pero las mangas aún aguantan.
Si mi pecho pudo aguantar semejante explosión, ¿qué puedo soportar antes de morir? ¿Y si, cuando mate a Dante... yo no muero?

El estómago ruge como si llevara días sin comer. Ojalá tenga suerte, y vuelva a encontrar un nido con huevos.

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