Ahí asoma el sol entre la quietud de los árboles... por fin se muestra después de tantos minutos de luz. Toso, y arropo el cuello con mis manos. La izquierda de las dos está fría, porque lleva horas sobre el mango negro de la espada. Espero que con el sol, llegue el calor que se fue a lo largo de la noche. Echo de menos mi abrigo de piel de oso. Echo de menos enfrentarme a uno. Esta tierra es peligrosa, pero no he visto un solo depredador amenazante en todo el continente, quizá no se haya acercado porque somos un grupo, pero eso no ha impedido que en el pasado oseznos y lobos descarriados asaltaran la comida de nuestros campamentos en el bosque.
Una vez me enfadé con Susurro, porque estaba segura de que había escondido mi bota durante la noche. Es de locos... Un zorro la arrastró veinte metros a través de la maleza. ¡Cómo me miraba ella! Decía, yo no he sido, la has puesto tú para que la busque. La noche siguiente lo vi. Me estaba lavando los dientes, ¿pero qué hacía mientras? ¿Paseaba? Cuando me aproximé a los límites del claro, ahí estaba mirándome, con el lomo agachado, expectante, prácticamente oculto en la oscuridad. Su pelo era marrón anaranjado, sus ojos, grandes. Nunca había visto uno desde tan cerca. Era precioso.
Miro el sol que aparece en el bosque. Es otro día, pero sigue siendo el mismo camino. Años me separan de aquel encuentro, de las bromas con Susurro, de una vida que creía sería tranquila para siempre, porque vencimos a mi padre. ¡Qué inocente! Nosotros hicimos lo correcto matando a mi padre... pero, ¿podría haber sido más incorrecto? ¿A quién le importaba que Mentes sufriera ataques de ira aislados, cuando ahora no es ni siquiera un hombre? Renuncia a lo que aún no ha perdido, rechaza las llamadas de sus amigos, desoye los consejos de su madre. Solo respira y come.
Y por más que me esfuerzo, no logro recuperar su control, probablemente lo esté intentando mal, y ya se me haya olvidado. Decir un mísero ayuda en voz alta... Necesitamos que alguien, quien sea, cruce la barrera que se ha impuesto y decida no hacerle caso, ayudarle de todas formas, ya que Mentes no puede ayudarse a sí mismo. Si Social sigue pareciendo un niño grande, no podemos hacer nada.
¿Y si corriera lejos, y me perdiera a donde nadie pudiera seguirme? ¿Renunciar a todo? Ya renuncié a atacar al esbirro de Miedo en aquella cueva, y renuncié a combatir a Los Creadores. Renuncié a llamarme espada de las mentes desde el momento en el que corrí como una cobarde, porque soy eso, escoria cuyas palabras y juramentos no valen. No he protegido a las mentes, ni siquiera protegí a mi hermana, ninguno de sus días, hasta que ya no pude protegerla más. Hace tanto tiempo...
Cierro los ojos. ¿Qué hace el sol, que lleva a mí los pensamientos que debería olvidar? Pasan los años, pero el recuerdo permanece, como una estaca. Mi hermana murió porque quiso combatir con nosotros, ¡cuando ni siquiera sabía pelear! ¿Por qué no se lo impedí? ¿Por qué no la volví a insultar? No lo hice porque era mi hermana, y sentía que tenía derecho a estar ahí, para presenciar la muerte de su padre. Yo era inmadura, y pensaba que nunca batalló por miedo, pensé que todas las mentes debían saber combatir. Pero por más que me lo diga, no cambia nada ahí adentro. La hubiera insultado un millón de veces con tal de verla ahora viva, tumbada como el resto, y preferiría criticar su actitud débil y derrotista antes que echarla de menos en los recuerdos.
Si al menos le hubiera dicho alguna vez que la quería.
Odio esta sensación, pero odio más no poder odiarla a ella. Tenemos que liberar a su hija de las garras de Dante. Tiene el pelo de su madre. Pero tiene los ojos de su abuelo.
Y juraría que tiene mi carácter...
Abro los pulmones y los lleno de aire frío, de pronto me siento mejor, como si hubiera llegado oxígeno a lugares donde antes no. La presión en el vientre ha aminorado, y, tapándolo con la mano, creo que el brillo del rubí es un poco menor. El sol aparece, ahora medio disco, entre los árboles del bosque, y escucho a Social bostezar. Es la hora de despertar al resto.
Estamos viviendo la vida dura, así que no les hablo con caricias dulces y otras tonterías. Energía no me mira a los ojos, Jil me sonríe de forma fría, Jacob me lanza una mirada fulminante, pero no pienso seguirle el juego. Ayudo a Social a levantarse, pero solo me asiente, parece estar incómodo. Stille ha ido a dar de beber a Sombra y Lorraine, pero, cuando me acerco para hablar con ella, retira el cuenco de agua antes de que la jabata termine, y se va hacia otro sitio. Lorraine gira la cabeza y se encoge, cuando aparezco.
¿Por qué todo el mundo se vuelve tan imbécil, ahora que decido ser más simpática con ellos?
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Lo primero que hago, según abro los ojos, es coger el libro y bajar hasta la cocina. De nuevo, huevos fritos para desayunar, como cada día. Los acompaña una fruta verde y amarilla que había visto comer antes a algún obrero, y un muslo de pollo. No es pollo. Da igual. Echo de menos que Servatrix me prepare leche con las madalenas que Repar sabía hacer tan bien. Mientras engullo la comida, busco en el libro la línea por la que me quedé la última vez. Apoyo el cuero del libro, ¿cómo se llama, la portada?, en la mesa, para que los enanos que pasean por el lugar no adivinen qué estoy leyendo. Es la segunda vez que me mancho y aún no he encontrado dónde me quedé. Busco la palabra purita. Puede que la herramienta de purita que robé ayer me ayude a escapar... al fin y al cabo, ¿la purita no lo anula todo? Aquí está, donde me quedé. ¡Joder! Limpio la gota de yema de huevo que acaba de caer sobre una de las páginas, luego miro alrededor. No parece haberse enterado nadie.
Aquí está el narrador, sí, sí... Vale. Habla sobre la torre, el mecanismo extraño que dará energía a la piedra, no, la piedra le dará energía al mecanismo, un efecto amplificador, de la piedra, supongo, y la invocación del rayo. Se nota que, en estos cuadernos, la mente que los escribiera debió hacerlo para él mismo, porque obvia muchas cosas que a mí me ayudarían a entender mejor sobre lo que habla. Y encima, el lenguaje es diferente, y se me hace más difícil de entender. Pero, ¿la torre y Hennai? Juraría que estaba muerta, pero ahora mismo no entiendo nada. Sea como sea, ha debido pasar un tiempo, porque ahora mismo los mellizos deben tener ya varios años, y la mayor ha aprendido los conocimientos de los enanos y ayuda a dirigir el proyecto de la torre.
Cuenta, también, que últimamente los cuatro miembros de la familia se encuentran débiles o enfermos casi todo el rato, o discuten por cualquier cosa. El ambiente alrededor de la familia se enrarece y se vuelve malo, envenenado. ¿Cómo se decía? Tóxico. Los enanos sienten ese cambio en los humanos, y se arrodillan constantemente, les dan aún más ofrendas, temerosos de haberlos ofendido. Pero las ofrendas ni el respeto de los enanos satisfacen al padre. Siente un malestar, que culpa sin duda a que Hennai no se aparece ante sus ojos cuando sostiene la piedra. Dice, con una agresividad muy marcada en su lenguaje, que cuando los enanos mueren, bien por enfermedad o bien por accidente, puede verlos, puede despedirlos y siente cómo se marchan al mundo de los muertos. Entonces él pregunta, ¿por qué Hennai no está entre ellos cuando ve más allá? ¿Dónde puede estar, si siempre que se siente con fuerzas escruta el mundo donde debería estar su esposa?
Levanto la mirada. ¿Los otros habían sido los muertos todo este tiempo? Qué fuerte. ¡Qué fuerte! Ese es su poder, igual que el de Servatrix era curar a las personas, y el de Dante aprender cosas a través de su espada. Lo que quiere es conocer el poder de sus hijos, la función del resto de mentes. Miro alrededor. Tan solo el cocinero está conmigo, golpeando un cucharón de madera en el borde de una olla que echa humo. Hennai está muerta, pero no la ve.
El padre acelera el proceso de construcción de la torre. Últimamente, está teniendo sueños extraños y violentos, demasiado caóticos para ordenarlos, y así también sus hijos. Siente esto como el presagio de que se acerca el fin de los tiempos, siente la llamada de algo más allá del cielo, y debe ver a Hennai antes de que todo acabe, aunque sea unos segundos. Quiere despedirse.
El diario se retoma media página en blanco después, con una letra nada parecida a la ordenada de hasta ahora. Las líneas se tuercen, y... caray. ¿Qué pone aquí? La primera frase pone que la torre ha cerrado. No. Ha acabado. Han acabado de construirla. El mediano de los hijos está cada día más débil, el pequeño está intangible... no. Insoportable. La mayor resiste, pero se nota que pierde la concentración, y más de una vez hay... hay que re... ¿Qué? Hay que repetirle lo que se le quiere decir. A veces, al acabar una palabra y pasar a la siguiente línea, la pluma rasga la hoja, de la fuerza con la que debió estar escribiendo.
El padre dice que colocará la llaue, no, la llave en la torre mañana, y así abrirá al portal que le llevará físicamente al otro reino.
Lo siguiente son dibujos y esquemas cuadriculados, dibujados en las cuatro páginas últimas del diario... y así se acaba. Los dibujos muestran una línea continua que pasa por diferentes puntos, un árbol, una piedra... La línea gira, y al final, un tachón acaba con ella. Después de cada tachón, aparece al lado, o en la página siguiente, otro dibujo, con la misma base, pero el recorrido de la flecha es distinto, y cada vez se va haciendo más y más larga, a base de tachones y volver a empezar otro dibujo de nuevo. En una de ellas hay un interrogante, y debajo, hay escrita la palabra puente. Y ya está, el libro llega a su final, y el último dibujo muestra un árbol grande, hierba, un puente y un lago. Y el lago está rodeado varias veces por la tinta.
Cierro el libro, con más preguntas que respuestas. Entonces, el propósito de esta torre era crear un portal para ver a Hennai, la madre de los niños. Necesito saber cómo continúa la historia. Bajo las escaleras de dos en dos, casi atropello a un enano que carga una caja, paso de largo el baño de la planta baja y tropiezo con la doblez de la alfombra, pero no llego a caer. Corro pese a la mirada de los dos guardias, salgo fuera, y me sorprende que la voz de Epón aún no grite señorita. Fuera voy con más cuidado, porque anoche llovió y ahora la hierba resbala, y la montaña a lo lejos es brillante y morada por los árboles. Abro la puerta de la biblioteca, entro dentro, miro atrás para ver las huellas de barro que dejo en el suelo de piedra, y busco entre los dos estantes de la pequeña biblioteca. Pese a la humedad que se respira fuera, aquí el aire es seco, limpio. Un tres es lo que busco, pero miro cada portada, y no lo encuentro. Lo compruebo, y miro otra vez pero más deprisa. Nada. Cogeré cada libro uno por uno, porque puede ser que se le olvidara dibujar el número. Este es el de las plantas. Uno igual, pero de animales. Esto son... vale, son dibujos feos que harían los hijos. Catálogo de... ¿Ror Ató? Uut, saleneos... palabras extrañas que debieron significar algo en otro idioma, no tengo tiempo. No, definitivamente la historia no continúa, pierdo aquí el rastro. ¿Por qué Dante no utilizó la gema con la torre? ¿Acaso no se ha leído estos libros? Debería haberlo hecho.
Subo las escaleras hacia mi habitación, para pasar el rato, para dormir una hora más, no sé, ni quiero pensarlo. Visitaré a Orfeo, pero más tarde, a la misma hora que ayer. Abro la puerta que da a los cuartos, y miro por la ventana, veo el mar, el acantilado donde otro tanque está parado, y varios enanos realizan modificaciones en él. Más allá estarán los peces rojos que nadaban en hilera. Suspiro. El mundo es tan grande...
Un sonido me desconcentra. ¿Era un grito? No era un grito como tal, más bien un gemido, algo extraño. ¡Ah! Ha vuelto a oírse. Se ha escapado de alguna de las ventanas, pero a saber cuál es. Saco la cabeza fuera, el cuerpo hasta la cintura. Juraría que viene de arriba.
Tengo vagueza, o pereza, por subir más peldaños. Pero, ¿y si el que gime es Dante? No me perdería ese espectáculo por nada del mundo, así que ya estoy subiendo. Abro la puerta rápido, pero me detengo a la mitad. Dante. Tiene un látigo en la mano. Él me mira, con los ojos blancos y tanto el pelo como la ropa sin gravedad, parece sorprendido, está quieto. Oigo una respiración pesada donde el muro no me deja ver. Avanzo un paso, y veo a Epón. Tirado en el suelo, junto a la pared. Una herida que le cruza la espalda. Aunque Dante lo esconde con su cuerpo, ya he visto el látigo en su mano.
—¿Qué has hecho? —digo.
Dante está quieto, me mira. No se mueve. Epón sigue en el suelo, retorcido, se le ha escapado un suspiro al respirar.
—Niña, vete de aquí —dice Dante—. No deberías ver esto.
—¡Dante! —grito—. ¿Qué estás haciendo?
—Vete.
—¡Deja en paz a Epón!
Camino hasta Dante y estiro la mano hacia el látigo, como si pudiera quitárselo... Él me detiene con el brazo, y aunque está relajado, yo no podría moverlo por más que hiciera fuerza. Le grito que pare. Él no me mira. Empiezo a golpear su brazo, hasta que acabo usando toda mi fuerza. Luego golpeo su pecho.
—¡Él no ha hecho nada! —digo.
Una lágrima se mete en mi boca.
—¡Yo fui la que entró en el despacho! —digo.
Dante no reacciona a mis puñetazos, por más que me esté haciendo daño. Sus ojos blancos no miran a ninguna parte.
—¡Castígame a mí! —digo.
Dante no mueve ni un músculo. El aire mueve el pelo de su cabeza, como si estuviera bajo el agua. Epón sigue en el suelo.
—Deja que se vaya... —digo.
—Vete, Madurez —dice Dante.
—Váyase, señorita —dice Epón, desde el suelo—. Por favor.
Yo solo quería una herramienta de purita, no pensé que acabaría así. No quería que acabara así. Retrocedo unos pasos, y no puedo evitar mirar a uno y luego al otro. No se mueven. Dante repite que me vaya. Quiero decirle a Epón que lo siento, pero solo se me escapa apenas un hilo de voz mientras cierro de un portazo. Se me escapa un gemido de angustia, dejo de ver por las lágrimas y casi me caigo bajando las escaleras. Aguanto lo justo para entrar en mi habitación y cerrar la puerta, después de eso me siento en la cama, me tapo la cara con las manos y lloro como una tonta. Yo no quería. Fue estúpido. Ni siquiera sé si necesitaba esa herramienta, ni siquiera sé si debería querer seguir huyendo. Ha sido todo una tontería, un bolsillo de chaqueta ocupado con un cuchillo raro que ni corta.
No pensaba que Dante podría seguir castigando a Epón, y no con esa brutalidad. ¡Pensaba que había cambiado! Como se estaba volviendo tan blando conmigo... pensé... Me equivoqué, ¡estoy harta! ¡Ya soy lo suficientemente mayor para responsabilizarme de lo que hago! ¡El bueno de Dante, que nunca se enfada, que me da una jaula para que una habitación me parezca un palacio! Sí se enfadó conmigo una vez, cuando me colé en su habitación. Solo esa vez. ¿Qué fue lo que hice?
Abro los ojos. Uno de los libros en su escritorio tenía un tres en su portada. Es el libro por el que se enfadó, el que me dijo que no lo leyera. ¡Que le den! Pienso acabar esa historia, necesito saber qué le pasó a las mentes del pasado. Si Dante va a estar ocupado, digo yo que no le importará que me cuele en su habitación y lea ese libro que tanto le molesta, pero que tan a huevo me ha puesto que quiera leerlo.
Abro la puerta de su habitación, y un subidón me entra en el cuerpo. Sé que está prohibido, y eso hace que me sienta tan nerviosa, solo de pensar en el lío en el que me puedo meter. Hace este momento importante. Y merecerá la pena, si llego al final de la historia. Sobre el escritorio están los dos libros, y en el de abajo veo el tres dibujado. Respiro profundo, me siento en su cama, y lo abro. Debo leer rápido.
El padre ha viajado al reino de los muertos, varias veces. Cuenta que la gema otorga energía a la torre de forma correcta, y elogia el trabajo de su hija, y el de los enanos. Sin embargo, y se nota, por su escritura, cuenta que está desquiciado. Ha viajado al mundo de sangre y ceniza, donde todo lo que hay está muerto, ha seguido el camino sinuoso de la maleza, ha usado el gran ar... árbol de hojas grises para guiarse, pero no ha encontrado a Hennai, por ningún lado. Hay un lago en el centro del valle, donde todas las almas que han muerto recientemente se reúnen para diluir su melancolía. Conoce los dos caminos para llegar hasta el lago, tanto la senda de los árboles muertos, pasado el gran árbol de hojas grises, como cruzando el cenagal.
Habla de una roca que separa en dos el camino, y el de la derecha conduce a unas cuevas oscuras donde se ocultan los seres malvados que dejan el mundo de los vivos. Cuenta... a ver, vale, cuenta que no piensa volver a ese lugar. Que la roca, siguiendo el camino por la izquierda, lleva al árbol grande de las hojas grises.
Después, dibuja un esquema con los caminos que llevan hasta el lago, y un santuario que hay más allá. El santuario está rodeado con un círculo.
Sigue escribiendo, para decir que pensaba que Hennai se encontraría en el santuario, esperándole, pero no estaba. Tampoco en las cuevas, aunque eso no le pretende, no, no le sorprende. Los viajes le están consumiendo, a un ritmo mucho más acelerado de lo que pensaba, pero tampoco pensaba viajar tantas veces al mundo de los otros. Mientras, sus hijos están cada vez más débiles, y todos, también él, sueñan lo mismo. Algo tan caótico que no pueden describir, a veces pareciera que los cuatro sueñan como si fueran la misma persona, y un mundo extraño, grande y aterrador. Pareciera que hubiera un infierno más allá de esas cuevas que vio, y pronto se fuera a abalanzar sobre el mundo para acabar con todo, los enanos, su familia, lo que construyeron. Todo por lo que pasaron.
Escribe todo esto desde una cabaña en la montaña. Se ha ido con su familia, lejos del poblado enano, para respirar y distanciarse de todo eso. Los niños no colaboran mucho, pero empiezan a tener brazos fuertes, y gracias a eso el padre solo tardó una semana en construirla con los troncos que cortó de los árboles. Es pequeña, cuenta, pero buena para abstraerse de los enanos, la torre. El problema es que no lo están consiguiendo. Al principio le pareció que solo él lo pasaba mal, porque aún piensa en Hennai, pero los niños tampoco están bien. Empieza a preguntarse si el origen de todos sus males, la maldición que les persigue, es la gema azul que se ha llevado consigo. Algunas noches en vela, fumando de su pipa, se ha preguntado si debería abandonarla. Renunciar a Hennai a cambio de la salud de sus hijos.
La página acaba, la siguiente está en blanco, pero al pasar a la siguiente veo unas frases garabateadas.
La enfermedad mató a mi hijo. Una máquina grande y azul, con un solo ojo, mató a mi hija. Huyo con el pequeño a la torre.
El libro apenas estaba comenzando, pero ya no hay nada más escrito. Vuelvo a releer la frase, una y otra vez, sin acabar de digerirlo. Paso las páginas, pero están vacías, no hay nada más. Veo entonces un dibujo, enterrado por nuevas páginas en blanco, y retrocedo hasta él. Un gran ojo, o eso parece, rodeado de sombras y detalles negros. Dibujado con una tinta diferente al resto de libros, hecho como de... ceniza. Páginas más allá, veo otro. Una figura pequeña y distante, negra, con un ojo claramente blanco, proyectando una gran sombra. En la página siguiente, veo un retrato, de una chica. Tiene el pelo negro, y sonríe. Se parece a Susurro... Debe de ser la hija mayor. El siguiente es otro retrato, de un chico, pero tachado con furia, no tan conseguido como el anterior, y el papel roto y doblado. Una página tiene dibujado un árbol grande, blanco, y detrás el fondo, muy, muy negro. Los siguientes dibujos incorporan tonos rojos, duros y rugosos, cuarteados, como si fueran arcilla. Hay uno de unos ojos en la oscuridad, otro de un lago rojizo, realmente precioso y conseguido. Otra página completamente negra.
Después de varias páginas en blanco, el libro se acaba con un último dibujo, un retrato realmente conseguido. El de una máquina negra, con sus brillos metálicos, y un solo ojo rojo mecánico, tan conseguido que parece que puede mirarme. Un gran tachón atraviesa la página en diagonal, y una palabra hay escrita a la derecha. Asesino.
Las máquinas asesinas de las que me habló Epón, son Los Creadores de los que me habló Dante. Altaír, Tubán y Arisa, uno rojo, otro azul, y otro verde. El diario habla de una máquina azul, Tubán, que mató a la hija mayor, así como a la población de los enanos. Dante pasa los días absorbiendo el poder de la piedra, preocupándose de convertirse en un dios, para combatir a Miedo. Y Dante es viejo...
La puerta se abre con un chirrido, yo doy un brinco de la sorpresa. Frente a mí, con los ojos blancos y cara de enfado, está Dante. Sus ojos brillan.
—¿Qué haces aquí? —gruñe, casi susurrando.
Yo me levanto, y dejo el libro sobre la cama, abierto por su última página, el dibujo de la máquina.
—¡Te dije que no leyeras ese libro! —grita.
—¡Me has mentido! —grito yo—. ¡Tu objetivo nunca fue Miedo! ¡Siempre fueron Los Creadores, por lo que le hicieron a tu familia!
Dante abre los ojos y arquea las cejas, luego retrocede, hasta casi el pasillo. Mira hacia abajo, luego avanza, entra en la habitación y cierra la puerta. Su respiración es pesada.
—Te dije que no leyeras ese libro.
Levanta la vista con ojos furiosos, y su respiración se hace más pesada, cierra los puños, su espada comienza a emitir chispazos, y de él sale un aura blanquecina. Quisiera estar junto a la puerta.
—¡Te dije que no lo leyeras!
Su alarido me provoca un escalofrío. He cerrado los ojos, por un segundo.
—Y tú me has mentido —digo.
—¡No es verdad, niñata!
—¡No quieres pelear contra Miedo! ¡No quieres liberar a mi familia! ¡Solo quieres vengarte por lo que le hicieron a tu hermana!
Después de que el brazo de Dante se mueva hacia mí, veo el suelo, según separo la cabeza de él, poco a poco. Justo después del golpe, la vista se me ha quedado en blanco. Me levanto, despacio. Me da miedo mirarle, está muy cerca.
—¡Los Creadores me lo quitaron todo! —grita—. ¡No tienes ni idea! ¡No sabes nada! ¡No puedes juzgarme!
—Eres un mentiroso.
Dante se mueve, después, el dolor. No puedo evitar retorcerme, con la cadera apoyada contra el pequeño escritorio, con las manos agarrándome el daño en mi tripa. Dante resopla, con la espalda encorvada. Los puños le tiemblan.
—Vuelve a tu habitación —dice—. No vas a salir de ahí en unos días.
Apenas me atrevo a mirar un segundo esos ojos blancos. Traidor. Monstruo. Asesino.
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Lorraine camina en línea recta, sin torcerse ni un mínimo a oler las bayas de los arbustos, tampoco se balancea ni salta. No. Lleva horas caminando, ni siquiera se queja por el sol que calienta. Por fin es una montura de verdad, como lo fue en su día Hércules. Más bien, es una pobre copia, ¿cómo se dice? Un intento. El resto también están callados, normal, porque llevamos días caminando sin parar, pero les noto peor. No sé si es porque se han dado cuenta de lo inútiles que son, sin tomar una sola decisión, o quizá se sientan intimidados de que alguien haga lo que debe hacer... Mira. ¿Qué más da? Le doy vueltas al tema porque no tengo otra cosa que hacer, porque me sé el paisaje de memoria, estoy harta de hundir la mirada en ese poste mugriento y viejo, de caminar por esta zona donde corre el riachuelo, donde debemos parar como hacemos cada vez para llenar las cantimploras improvisadas de los Uut.
Aprovecho, además, para lavarme las manos y la cara, y echarme agua por la cabeza y el cuello. Quisiera bañarme también los brazos, bañarme entera, para eliminar la tierra de la armadura y el olor a sudado de días sin ducha, pero la humedad no le sienta bien y ya ha tenido suficiente estos días, sobre todo las botas. Cuando lleguemos a la torre y podamos descansar, descansaré tres días. Pero hasta entonces, debemos seguir, hasta doblegar al bosque y que por fin podamos cruzarlo sin volver al principio. Realmente, la montaña se ve más cercana ahora, pero es lo de siempre, luego llegaremos al poste y la veremos retroceder. ¡Es una mierda!
Entierro la cara en las manos llenas de agua, y al soltar aire, saltan burbujas que acarician la piel. El silbido de los mosquitos cuando vuelan cerca. El aire caliente. Los cantos de los pájaros.
Me levanto y camino hasta Afrodita, cuando Stille ha acabado de darle agua. Está despierta, y su cara está más relajada que de costumbre, aunque el color de su cara sigue siendo tibio.
—Afrodita —le digo.
—Cariño, ¿hoy estás mejor?
Esa pregunta es la que debía decirle yo.
—Te veo más animada hoy —digo.
—Lo estoy, cariño. Lo del juicio me dejó muy destemplada, pero hoy es otro día.
Sus ojos están algo rojos. Uno de sus mechones de pelo se ha resbalado hasta la parte de su piel viscosa, lo aparto, y miro más de cerca el tamaño y color de su herida. Está igual de extendido que ayer, pero su color parece menos verde.
—¿Cómo lo estás llevando?
Ella suspira, y niega con la cabeza.
—Mira, amor, estoy mejor cuando no lo pienso. La cantidad de cosas que le hubiera dicho a María desde que pasó lo que pasó... Abrazarla... Pedirle perdón durante toda mi vida... Cuidarla. —Levanta una de sus manos, para acariciar mi antebrazo—. ¿Quién sabe si nos hubiéramos repuesto y hubiéramos tenido otro hijo? Me duele el divorcio, cariño. Pero que nos acuse de negligentes es algo que me enfada, tanto, que la entiendo.
—Estás recuperando las fuerzas, tienes que seguir luchando —digo—. Lo conseguirás, te lo prometo.
—Ya os dije que no os libraríais de mí.
Ella sonríe, de forma sincera y juraría que sin dolor, algo que no podía ver desde hace tanto. Algo tan valioso ahora.
—Cuando acabe con Dante, podrás arreglar todo con María. Te quiero bien recuperada para entonces, ¿vale?
Ella asiente, y sonríe, de verdad me parece que su sonrisa es sincera. Hoy tiene más fuerzas en los brazos, de hecho, por la mañana rechazó la dosis normal de morfina. Me alegro, porque comienza a acabarse. Miro alrededor. Estoy a solas con ella.
—Hay una cosa que quiero preguntarte —le digo.
—Por lo de Jacob, ¿a que sí?
—Quiero saber por qué pudiste verle en el limbo.
Ella se encoge de hombros, pero una chispa recorre sus ojos.
—No di importancia a ese detalle. Pensaba que estaba delirando. Pero después de verle de nuevo, entendí más que nunca que la muerte de una mente es relativa.
—¿Cómo? ¿Y qué hay de esas mentes que no vol...?
No acabo la frase, porque me acuerdo de mi hermana. De mí, que también resucité de entre los muertos, como Jacob. Afrodita habla.
—¿No te parece raro que la mente de la humildad vuelva, más poderosa que antes, en el momento más bajo en la vida de Mentes?
Si yo hubiera muerto, Mentes se hubiera rendido de combatir, pero volví. Sin embargo, no hemos combatido mucho desde entonces. Aunque tenga sus ojos, su cara... su cuerpo, sé que Jacob no es el Humilde que conocí. La miro, sin saber qué preguntar, de la cantidad de preguntas que me rondan. Cuando me doy cuenta, estoy apretando su mano, que suelto enseguida.
—¿Por qué a mí? —digo.
Ella levanta la mano hasta tocar mi corazón con el dedo.
—Porque sabía que lo entenderías más que nadie —susurra.
Stille llega hasta a mí para no decir nada, solo quedarse de pie. Jil está detrás. Encima de Lorraine ya están Energía y Social, y Jacob sigue de pie, como ayer. Preparado. Hay que seguir.
Me subo a Lorraine y la espoleo. Obedece al instante. Dejo que ella continúe la marcha, mientras me repito mentalmente todas las palabras de Afrodita. Ella, Jacob, yo. Los tres rescatados. Señalados, como Afrodita señaló mi corazón.
La tarde pasa para todos por igual. Mientras el sol baja, el camino vuelve a repetirse, ¿por cuántas veces ya? Qué asco. Detrás, la voz de Jil capta mi atención. Vuelve a gritar lo mismo de antes, que paremos. ¡No! Debemos llegar pronto a la torre. Jil vuelve a repetirlo, y Energía, tímidamente, dice mi nombre. Ya te he oído, le digo, soplo molesta, y detengo la montura.
—¿Se puede saber qué pasa? —grito mientras me acerco.
—No puedo más —dice Jil—. Estoy harto de caminar en círculos. Debemos parar, o coger otra ruta.
Stille llama nuestra atención, señala a Afrodita, luego al suelo, y dice que basta con los brazos. El resto se han bajado, y ya vienen.
—No vamos a parar —digo, y señalo a Stille—. Tenemos un objetivo.
—Afrodita necesita descansar —dice Jacob.
—¡Tú a callar! —le digo—. No pintas nada aquí. —Ahora señalo a Jil—. Y tú tampoco.
Varios comienzan a hablar a la vez para increparme lo que acabo de decir, pero enfoco sus caras con el rojo del rubí y me río de ellos por dentro. Luego, les digo que me dejen en paz, y camino hacia Lorraine, apartando a Social, que está en medio, como tantas veces.
—¡Basta! —dice Jacob—. Yo acepté ir con vosotros para rescatar a una niña. Acepto los problemas. ¡pero nadie me habló de todos los problemas que daría una cría en el cuerpo de una adulta!
Detengo mi paso. Me detengo, para asimilar con calma todo lo que ha dicho. Respiro hondo, permanezco de espaldas a ellos. Todos han callado, de pronto.
—¿Hablabas conmigo, chamán? —digo.
Él confirma. Vuelvo a respirar, mientras afirmo lentamente con la cabeza. Bien. Doy media vuelta y me dirijo a él, incluso desenvaino la espada. Social retrocede y extiende los brazos, Energía vuelve a decir mi nombre, pero Jacob no se inmuta. No tenía pensado sacar la espada, pero ahora me gusta. Señalo con ella a Jacob.
—Repite eso que has dicho.
—¿De verdad me atacarías? —dice.
—¡Haré lo que haga falta por el bien de la niña!
—¿Por eso lo haces? —dice—. ¿Por la niña?
Aprieto bien los dientes y no aparto la mirada de los ojos de Jacob, que tampoco se esconden. Escucho que alguien arrastra la cama de Afrodita, para que esté junto a todos. Escucho mejor todo lo que me rodea. Giro las botas hacia una posición de ataque, y siento cada piedra, el tacto de los granos finos de arena que se apartan de mí. Conozco la sensación que me asalta cada vez que percibo un posible enemigo, cómo el acero frío de la espada choca con el calor de las manos. Y Jacob lleva días ganándose la papeleta de enemigo.
—Luchadora, cariño.
Una voz me desconcentra. No puedo quitar la vista, pero reconozco la llamada de Afrodita, parpadeo un par de veces. Pero no, no abandonaré la posición. Ella vuelve a llamarme.
—Ahora no —digo.
—Cariño, admítelo, esto no funciona. Debemos hacer otra cosa.
—¡No! —digo.
Tenso los brazos, y eso es peor, porque los tengo agarrotados y no van a realizar buenos movimientos. Jacob levanta los brazos.
—Venga —dice—. Si te vas a sentir mejor, atácame, pero no hagas daño al resto.
—¡Ni de broma! —dice Jil.
—De verdad —dice Jacob—. Hazlo si lo necesitas.
Que así sea. Si me lo piden, es más fácil. Inclino la espada para que corte el aire que viene del este, primero, y me preparo para un ataque, pero hago una larga preparación, más lenta que de costumbre. Es un enemigo, ataca. Atácale.
Pero, de nuevo, no acabo de lanzar el golpe. ¿Se puede saber qué pasa? ¿Serán sus ojos? ¿Será un hechizo? De nuevo vuelvo a tener la espada en alto, junto a los jardines, con el corazón corriendo delante de esos ojos. Miro al chico que acaba de asustarme, que levanta los brazos como ahora está haciendo. Él ríe, y mira el rosal que crece junto a él, arranca con cuidado una flor, y la acerca despacio. Siento haberte asustado, dice, y yo me siento terriblemente mal, porque no quería que supiera que podía asustarme. Que él podía hacerlo.
Bajo la espada, despacio, pero no dejo de ver esos ojos. Dejé ir a ese esbirro en la cueva, dejé ir a Los Creadores. Dejé ir a Jacob. Me cuesta fingir que me tiembla la mano, cuando guardo la espada.
—Tenemos que parar, Luchadora —dice Energía—. Estamos agotados, y Afrodita necesita descanso.
—¡Afrodita necesita un muerto! —grito—. ¡Debemos recuperar a María!
—Yo necesito a mi hijo —dice Jil—. Pero esto no funciona.
—¡Cállate! —digo.
Jil parece hincharse.
—Aquí está la Luchadora que conocía —dice—. Por unos días me engañaste... pensaba que habías cambiado.
Stille camina hasta Jil y se pone delante, pidiéndome con los brazos que le ignore. Luego me pide que me calme, y junta ambas palmas. Sonríe, con amargura.
—Cariño, hazlo por mí —dice Afrodita.
La miro. Miro al resto, cojo aire.
—No —digo—. ¡No sabes ni lo que quieres, Afrodita! ¡Todos a los caballos ahora mismo! Cabalgamos hasta el anochecer.
Jil y Afrodita van a hablar, también Energía, y les callo a todos con un silbido.
—¡Todos a los caballos, idiotas! ¡Ahora!
Ellos callan. Vuelven a sus sitios, despacio. Solo Jacob permanece, sin decir nada. No sonríe. Solo baja los brazos, poco a poco, y finalmente se gira, para coger su mochila. Mi respiración es pesada. La mano derecha descansa sobre el mango de la espada.
El camino se retoma en silencio, casi por amenaza. Me he pasado. No debí haberlo hecho. No tengo a nadie a quien confesarlo. He insultado a todos, les he apuntado con la espada. Dejo que Lorraine continúe sola, y me llevo las manos a la cabeza. ¿Qué me estaba pasando? Yo no era así. Yo... Me aprieto las sienes para que no se me escape ningún gemido, no con Energía detrás. Vuelvo a tomar las riendas de Lorraine, como si no pasara nada.
Cada minuto que pasa, se hace eterno. El sol baja demasiado lento, y parece que no se va a ocultar nunca. Ni siquiera tengo ganas de continuar el mismo camino... Dejo que pase el recorrido, un poco más, me digo a mí misma, y luego, otro poco más, así hasta la noche. Pero debo disculparme con ellos. No sé cómo.
Miro el sol, y no está oculto, pero falta poco. Se abre el claro que tanto conocemos, y más allá, está el poste. Me le quedo mirando. Parece que se ríe de mí... Suspiro. Ordeno a todos que se detengan, que descansemos aquí, como tantas otras noches. Esas serán mis disculpas, la forma de decirles que no soy así, que no iba en serio cuando levanté la espada delante de todos. Les observo mientras se preparan a dormir en silencio, exactamente donde yo he dicho. Tampoco hacía falta que fuera en el lugar exacto, yo me refería al claro en general... da igual.
Necesito respirar. Me levanto y doy un paseo, lejos de ellos. Ojalá existiera un sitio en el que pudiera alejarme de mí misma. ¿No debería asustarme de que todo lo que ha pasado me parezca algo natural? No, esto no es natural. No soy así.
De nada sirve decirse esto. No hay mucho que ver en este bosque, tampoco, a parte de árboles y piedras. Dejo que los minutos pasen solos, sin alejarme mucho del campamento, pendiente de que ningún peligro les acecha, porque esa sí soy yo de verdad, yo protejo a los míos. Me acerco hasta ellos, para mirarles dormir, si es que pueden. Me tumbo en el suelo, junto a Afrodita, dejo que la hierba sea mi colcha, y miro las estrellas, tanto, que noto cómo giran en el cielo. Giran mucho más deprisa de lo que parece...
Me pierdo en sus brillos. Razón me dijo, cuando era pequeña, que las estrellas eran las agujas clavadas en el techo de tela. Luego, no mucho después, Mentes estudió que eran bolas de gas ardiendo, y me sentí engañada. Qué idiotez, ¿no? ¿Cómo iban a ser agujas? Si el techo fuera de tela, las agujas caerían por su propio peso hacia la tierra.
En este cielo no hay galaxia. No hay una línea marcada, más blanca, que sea la Vía Láctea. No sé si a millones de kilómetros hacia arriba hay enormes esferas de gas ardiendo, ni si hay más vida en otros planetas. Pero, si la hay, de entre todos los seres vivos que pueda haber en este universo, yo sería una de las mentes. Elegida para gobernar y dirigir la cabeza de un hombre perdido. Cuanto más pienso en el cosmos, más pequeña me siento, pero más especial, también. No importa cuantos millones de seres infinitos haya viviendo en la cabeza de Mentes... solo habrá uno como yo.
Eso nos convierte en especiales. Y hace a mis amigos más valiosos.
Un tosido fuerte suena a mi lado, y se esparce por el claro. Afrodita tose como tantas otras veces, aunque llevaba ya tiempo sin hacerlo. Esta vez, no obstante, es un sonido diferente. ¿Es más fuerte? No sé, pero es más líquido. Me incorporo, y me acerco despacio hacia ella. Busco su mano, y se la cojo. Tomo con la otra su nuca, por si necesita vomitar.
—Eh —le susurro—. Hay que llevarse la mano a la boca cuando uno tose.
Ella sigue tosiendo, sin parar ni un instante. No me mira. La incorporo un poco más.
—Oye, verás... —digo—. Lo de antes...
Después de un tosido fuerte, Afrodita para de pronto, abre los ojos y me mira, pero no está cogiendo aire. Espero un par de segundos... pero realmente no coge aire. No está respirando. Ella se estremece.
—¡Afrodita! —grito.
Se retuerce, cierra los ojos, y con el cuello tensado logra coger algo de aire, pero no va bien, le está pasando algo en los pulmones. Yo pido ayuda, grito, y noto los cuerpos a mi alrededor movilizarse.
—¡Afrodita! —le digo.
Ella apenas gime, con cara de angustia. Veo que Energía está preparando la morfina, el resto se arremolina a mi alrededor, Jacob pide que la dejemos respirar. El brillo tenue del rubí la ilumina, y aunque su cara sea roja, puedo ver que su color es distinto al de mis manos. ¡Estaba bien hace un momento!
Comienza a retorcerse y a palparse el pecho viscoso a toda prisa, puedo llegar a distinguir sus venas y parecen negras, noto cómo ella hace fuerza para respirar, pero no puede. Abajo, un hueso en su cadera acaba de crujir.
—Afrodita... Afrodita, por favor, no.
Me mira, casi sin poder coger aire. Energía va a suministrarle la morfina, pero no puede dársela por la boca, la ahogaría. Afrodita tiene los ojos clavados en mí, yo la sostengo por la nuca, y no sé qué hacer. Espera, sí sé qué hacer. Arranco la camisa de su pecho, coloco las dos palmas en el esternón y comienzo a hacer presión repetidamente. Cuando alcanzo las treinta, bajo hasta su boca, pero unas manos me agarran los hombros.
—¡No! —grita Energía.
—¿Qué haces? —digo.
—Tiene veneno en su saliva. Podría intoxicarte.
—¡Me da igual!
Me acerco hacia Afrodita, pero varias manos me retienen, por más fuerza que haga. Un hilo de voz es lo que queda de mi esfuerzo, a escasos centímetros de ella. Me está mirando. Solo me mira. Se retuerce, cada vez más despacio. De las comisuras de su boca brota sangre. Sus ojos me siguen mirando, pero sé que no respira. Sigo quieta frente a ella, aún sujeta por varias manos. Suspendida.
Oigo un graznido, lejos.
Toco su mejilla con la mano que llega hasta ella, la recorro con dos dedos, despacio. Estaba bien. Hablé con ella.
Me deslizo hasta sus ojos, muy poco a poco, y los cierro. Aún me estaban mirando.
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